Vuelvo sobre el tema. Hace pocas semanas escribí casi sobre
el mismo tema, con una pequeña diferencia: ahora Horacio Cartes es el
Presidente electo del Paraguay y Berlusconi se apuntó otra victoria política
con la reelección de Giorgio Napolitano como Presidente de la República en
Italia. Aparentemente son dos cosas muy diferentes. Aparentemente.
Comencemos por lo más complejo. Giorgio Napolitano fue
reelegido, es un ex comunista, dirigente en su momento del Partido Democrático,
intachable, garante de la legalidad del país y una figura de primer plano en
Italia y en Europa. Es la primera vez en la historia de la República Italiana
que se reelige un presidente, y es por la tremenda crisis política que tiene
bloqueado el país, en medio de la peor crisis económica y social desde la
posguerra.
Cuando culminó la votación, y con el 75% de los votos del
colegio elector de 1007 miembros y fue proclamado vencedor Napolitano, hubo dos
gestos simbólicos de la situación: Silvio Berlusconi con su impecable bronceado
que sonreía y Pier Luigi Bersani del centro izquierda que lloraba. Es que esta
elección es un triunfo de Berlusconi y la antesala de un acuerdo entre los dos
grandes bloques, centro izquierda y centro derecha para formar un gobierno. Un
seguro suicidio para la izquierda.
Uno de los promotores de esta salida fue Berlusconi, en una
mezcla de cálculo político y de protección judicial ante la ola de juicios que
tiene pendientes de sanción. Además il cavaliere sabe que fue un torpedo bajo
la línea de votación del centro izquierda, atrapada entre Beppe Grillo y la
ingobernabilidad del país. Una celada que comenzó a gestarse durante la campaña
electoral y construida sobre los graves errores del centroizquierda, en
particular del PD y de Bersani.
Para que todo este embrollo haya sido posible hubo un hecho
fundamental: Berlusconi obtuvo más del 30% de los votos, remontando 10% del
total del electorado en su campaña electoral. Sin eso nadie podría entender la
situación política, el bloqueo del país, aún con el 25% de los votos a Beppe
Grillo. La opinión pública italiana conoce de sobra las acusaciones sobre
corrupción, del Estado y de menores, los negociados privados y públicos, las
bacanales en las diversas villas de Berlusconi y sin embargo 10 millones de
italianos lo volvieron a votar, e impidieron la formación de una mayoría en el
Parlamento para formar un nuevo gobierno.
Bersani y toda la secretaría del PD renunció y la amenaza de
una división del PD sobrevuela la situación. Y Berlusconi sonríe y espera.
Espera formar parte de la nueva mayoría parlamentaria que sostenga el nuevo
gobierno y de esa manera ser nuevamente el fiel de la balanza, intocable,
inoxidable.
A miles de kilómetros de distancia, el domingo pasado
Horacio Cartes un recién llegado a la política, afiliado al Partido Colorado
del Paraguay en el año 2009, con un pasado de empresas financieras, tabacaleras
y hasta un club de fútbol que utilizó como el ejemplo de su capacidad de
gestión que aplicaría a manejar el Paraguay, ganó las elecciones. Fue la
primera vez en su vida en que concurrió a votar...
Horacio Cártes estuvo preso por evasión impositiva, es
acusado de narcotráfico y lavado de activos de organizaciones delictivas de
varios países, por autoridades de Brasil, por la DEA de los Estados Unidos, es
el más gran contrabandista de cigarrillos de toda América del sur, denunciado
penalmente por empresas brasileñas. ¿Qué más?
Todo esto obviamente que se ventiló con fuerza en la campaña
electoral. Primero en la interna colorada que ganó con holgura y luego en las
elecciones nacionales que le ganó a la fórmula liberal-progresista de
Alegre-Fillizola por 9% del electorado. Nadie puede creer que en Paraguay
votaron distraídos, lo sabían todos los paraguayos y lo votaron en más del
45%...
Es una señal política y de una cultura que se va instalando
en muchos países de que la inmoralidad y la política son inseparables y hay que
aceptarla y en cierta manera premiarla. Y vaya si la premiaron en Italia y en
Paraguay.
No se trata de que los millones de ambos personajes,
Berlusconi y Cartes hayan sido determinantes en la campaña electoral, sería muy
fácil explicarlo solo por ese lado, es una degradación moral de una parte muy
importante del electorado y por lo tanto de esas sociedades. ¿Solo en esos países?
¿Alguien cree que en Argentina la gente desconocía en el
2011 que la corrupción era un problema serio en las altas esferas del gobierno
nacional y de muchas provincias? No. Seguramente no había tanta información
como la que disponemos hoy en día, pero la corrupción estaba bien presente. Y
los volvieron a votar, los premiaron. Veremos que sucede ahora en las
elecciones de agosto y octubre de este año. Las primarias y las
parlamentarias.
¿Qué sucedería si todos bajamos las manos y el alma, si los jueces,
los fiscales, si la prensa, otros
políticos, los intelectuales, la mayoría de la sociedad nos sometemos a esos
conceptos, a esa degradación? Se instalará cada día más un clima de bajo
imperio, de desmoronamiento moral y ético que devastaría la política.
El proyecto ideológico de muchos, de demasiados, es
demostrar que en realidad todos son iguales, todos somos iguales y que para
hacer política hay que aceptar esas reglas del juego. Esa peligrosa ideología
de la inmoralidad gris y pareja para todos no se combate solo con integridad y
con una moral cívica, sino debatiendo, analizando, discutiendo esas
concepciones.
En el fondo y no tanto se basan en la misma falta de
principios morales de los banqueros que especularon hasta poner el mundo al
borde del abismo y con un paso suspendido sobre el vacío. La riqueza, el
enriquecimiento lo justifican todo.
Esa corrupción es en primer lugar una corrupción de las
ideas, es la ideología de que el enriquecimiento a cualquier precio y
condición, es un valor supremo, por encima de todo y de todos y que en una
sociedad se puede llegar a premiar a un exitoso multimillonario, que le pasa
por encima a la ley y a la moral, incluso con los más altos cargos de
gobierno.
La contracara de eso es que la Justicia se debe adaptar a
esta nueva corriente y que debe perder independencia, rigor y profesionalidad y
ser parte del engranaje del poder. Uno más. Con leyes adecuadas o con
repliegues obligados.
La batalla contra la corrupción en la política, es decir en
el lugar más peligroso, pues trata del manejo del poder, no puede reducirse a
la izquierda, creer que somos los depositarios de la verdad y la pureza.
Primero porque no es cierto y segundo porque es una batalla de civilización, de
democracia y de justicia mucho más amplia.
Es cierto la corrupción y el progresismo y la izquierda son
esencialmente incompatibles, pero la batalla cultural, política, moral contra
la corrupción debería ser parte de un esfuerzo muy grande, muy amplio, muy
democrático. Los peligros son enormes.
En un mundo en el que las organizaciones delictivas
nacionales e internacionales globalizadas manejan miles de millones de dólares
anuales y disponen de enormes redes, las tentaciones y las posibilidades que
ofrece esa ideología de la corrupción son de extrema peligrosidad. Tendremos
que seguir muy atentamente el proceso en todo el mundo, tiene que ver
directamente con todos nosotros.
La decadencia de Italia, no puede entenderse ni explicarse
sin los muchos años de los gobiernos Berlusconi, que corrompieron la vida
institucional, y mucho más. En América Latina y en el MERCOSUR hemos dado un
paso más hacia el abismo.