Friedrich Nietzsche ✆ Shigeru Ito |
Resulta imposible exagerar, en razonable opinión de JAH, el inmenso valor “de esas anotaciones al margen de sus libros, para reconstruir parte de la biografía intelectual de Hugo Chávez”. Para dar cuenta de su importancia nos propone un experimento mental: “imaginemos, por un momento, lo que pudo haber comentado [el presidente Chávez] o subrayado sobre las nociones de virtud y fortuna en Maquiavelo, para citar un ejemplo relevante entre muchos otros”.
Dentro de esa vasta constelación de lecturas, JAH nos recuerda “una de las últimas y de mayor significación: me refiero a su relectura del "Zaratustra" de Nietzsche, iniciada en julio del 2011.” Vale acotar, prosigue, “que existe una larga tradición de lecturas de Nietzsche desde la izquierda. Incluso antes de su muerte sus ideas resultaron muy atrayentes entre los anarcosindicalistas de Europa y los Estados Unidos” y en los ámbitos socialistas (la obra de Jack London sería un ejemplo de ello). En América Latina, prosigue JAH, “recordemos el hondo impacto de Nietzsche en el pensamiento de Mariátegui. En esa misma orientación, de acuerdo con Néstor Kohan, se sabe que el Che Guevara estaba trabajando en un texto sobre Nietzsche cuando cayó en combate en 1967”. Prosigue JAH con la idea del eterno retorno: “Como pensamiento ético, el Eterno Retorno es la nueva formulación de la síntesis práctica: Lo que quieres, quiérelo de tal manera que quieras también el eterno retorno. “Si, en todo lo que quieres hacer, empiezas por preguntarte: ¿estoy seguro de que quiero hacerlo un número infinito de veces?, esto será para ti el centro de gravedad más sólido”. Una cosa en el mundo le repugna a Nietzsche: las pequeñas compensaciones, los pequeños placeres, las pequeñas alegrías, todo lo que es concedido una vez, sólo una vez.”
Más allá de esta repugnancia (absolutamente incomprensible para mi y, conjeturo, de claro sesgo aristocrático-elitista) por las pequeñas compensaciones, las pequeñas alegrías y los pequeños placeres (¿dónde se ubicará el problema de estas “pequeñeces”?), me gustaría trazar un breve apunte sobre esta vindicación filosófico-cultural del embajador venezolano:
No seré yo quien diga que no debamos leer a Nietzsche (a
pesar de su frecuente uso por gentes huracanadas de acero y barbarie) y no se
me escapa, desde luego, su larga influencia (no siempre positiva) en el
anarcosindicalismo español. Hagámoslo así, si así lo estimamos. Pero es bueno no
olvidar las coordenadas esenciales de un pensamiento, de un gran pensamiento
fuertemente reaccionario que tiene en la idea del übermensch, del más allá de
lo humano, una de sus aristas más peligrosas. Hay un libro en el área cultural
hispana, que ha trascendido esos límites al ser ampliamente reconocido entre
los estudiosos del autor de La Gaya ciencia, que, en mi opinión,
debería merecer nuestra máxima consideración y atención. Su autor, Nicolás
González Varela [NGV], un enorme filósofo marxista que ha editado la obra del
revolucionario de Tréveris, es un gran germanista, que siempre tiene muy
presente la XI tesis sobre Feuerbach, y el título de su
libro, Nietzsche contra la democracia, es altamente
significativo del gran proyecto político de nuestro “filósofo de la sospecha”.
Resumo brevemente algunas de las tesis del gran ensayo de
Nicolás González Varela:
Sostiene el autor que existe una larga y venerada tradición
interpretativa que niega y obtura toda posibilidad de una lectura política de
la obra nietzscheana. Una lectura así es considerada “superficial, forzada y
contraria al propiopathos de Nietzsche”. Reconocidos nietzscheanos lo
definen como un pensador esencialmente antipolítico o impolítico. No es ésta la
posición de NGV.
Si entendemos “antipolítico” equivalente a una indiferencia
interna de la teoría frente al Estado, o como un extrañamiento del Estado de la
reflexión práctica, ése no es de ningún modo el caso de Nietzsche. Al
contrario: “sus preguntas incumben sobre los politeai, los regímenes y la
forma-estado, objeto tan importante de la filosofía política tradicional desde
la Antigüedad”. Sus preguntas y respuestas, prosigue NGV, son
poiético-teóricas, más que dialéctico-prácticas. En nota (p. 247) aclara la
distinción: “La sustitución de una filosofía práctica dirigida a un obrar
correcto y justo, cuya finalidad era el bien común, por una filosofía poiética
política dirigida a construir y crear formas-estado, tomó plena claridad con
Hobbes y Spinoza”. Si se analiza al Nietzsche político, comenta, no “debemos
anacronizar el contexto de sus reflexiones: es necesario pensar cuál era el
concepto de Política a finales del siglo XIX”.
NGV advierte contra el peligro de comprender al Nietzsche
político “no a partir de las motivaciones originarias y sus necesarias
conexiones internas, sino del preguntar por su diferenciación de las formas más
perfectas de pensamiento reciente”. Nietzsche diferencia entre la kleine
Politik, la pequeña política, “lo que hacen los políticos”, la política
entendida como pura lucha por el Poder, y la verdadera y gran Política, la
große Politik “que diseña la forma-estado como medio y posibilidad de
determinar el comportamiento de otros hombres en pos de una finalidad de
dominio”. Nietzsche creía que la ciencia política había perdido de vista el
contexto de preguntas que le habían motivado desde la Antigüedad. El Estado no
está privado de finalidades y “el telos de un Estado sólo se alcanza gracias a
sus formas”. Por ello, si coincidimos con que una teoría de los medios y fines
del Estado es el fundamento de toda política, concluye NGV, tal teoría existe
en Nietzsche y, por ende, una aproximación política a su obra está plenamente
justificada.
Y no sólo eso. Tal teoría de ninguna manera se ubica en su
pensamiento de forma incidental o indistinta “ni subsumida a un horizonte
moral, como sostienen muchos nietzscheanos”. La pregunta por la finalidad del
Estado no solamente es un problema significativo “sino más aún, planteada
correctamente, el problema fundamental de la Teoría del Estado. Sólo por su
finalidad ha de justificarse en Nietzsche un Estado”. Lo que constituye a un
Estado en cuanto Estado perfecto es algo más que el mero Poder: “son, y no en
última instancia, las tareas que sólo él puede satisfacer como Mittel, como medio,
el telos bajo cuyo mandato se encuentra y que depende de su forma, de su Form
der Regierungen”. La manera y modalidad de distribución del poder estatal
condiciona la forma del Estado. La forma-estado adecuada es la que permite la
solución óptima de lo que Nietzsche denomina “el fin de todo arte del Estado:
la größter Dauer, la gran Duración”.
NGV señala que si superamos el obstáculo epistemológico y
nos atrevemos a una lectura específica de lo político en Nietzsche, el
catecismo nietzscheano invierte los términos. “Las lecturas marginalmente
políticas que se han realizado de la filosofía de Nietzsche, la mayoría en la
cultura anglosajona, paradójicamente nos representan un Nietzsche hiperliberal,
anarquista individualista, antiimperialista, que incluso puede ser una fuente
valorable de recursos para el desarrollo de una teoría democrática posmoderna”.
No es el caso, no es el sendero transitado por NGV. “Cuando se desea “leer”
políticamente a Nietzsche de manera crítica, la hermenéutica de la inocencia lo
considera un dislate; cuando se practica la misma lectura desde un horizonte
hagiográfico, resucita ante los fieles un extraño Nietzsche casi liberal,
incluso un nómada escéptico, un “espíritu libre”, un “individualista heroico”,
un “demócrata agonal””. Si se estudia sesgadamente su obra desde una
perspectiva política, la interpretación nietzscheanne ignora sus propias
opiniones, olvida sus textos o los reduce a un grupo selecto, como un
posmoderno texto litúrgico. “La interpretatio se transforma en un burdo
mecanismo de anacronismos, extrapolaciones y arbitrariedades presentadas como
necesarias”. Lo accidental en Nietzsche se transforma en el núcleo central. “La
inexactitud filológica se revela como un approche estético, reduciendo todo a
la retórica, a un juego de metáforas, de effets de style: pura literatura”.
Para NGV, la leyenda áurea, “este Paterikon insostenible
desde una correcta hermenéutica a nivel filológico, doxográfico y biográfico”,
se derrumba al primer contacto con los escritos de Nietzsche. En su opinión,
“el Nietzschéisme como ideología interpreta contra la propia letra y espíritu
de Nietzsche”. Desde joven Nietzsche se interesó por la política y la historia
y desde sus primeros escritos sobre Napoleón III, hasta sus pertinentes e
informadas menciones en cartas y manuscritos sobre los hechos político-sociales
más importantes de los años transcurridos entre 1860 y 1880, la situación
política está muy presente en sus preocupaciones. “De lo que menos se puede
hablar es de “indiferencia” olímpica o desdén informativo de Nietzsche por la
política cotidiana de su tiempo”.
Por lo demás, y como es sabido aunque a veces sea ocultado,
Nietzsche nunca fue un demócrata. “Una y otra vez en sus obras esotéricas y
exotéricas acomete contra las amenazas que los limitados avances democráticos
le acarrean a Europa”. Como reacción propone no un retorno a antiguas
jerarquías medievales, a formas de restauración dinásticas o monárquicas, “sino
el nacimiento y cultivo de una nueva casta de dominadores que gobierne Europa y
luego la Tierra”. Su crítica ideológica a la Modernidad implica una reversión
epocal de todo el movimiento democrático desde la gran Revolución francesa.
Para Nietzsche, sostiene NGV, “el movimiento democrático, “la introducción de
la imbecilidad parlamentaria”, es además una simple fachada moral-política, una
mascarada superestructural sin autonomía propia, teatro de la pequeña Politik,
que esconde una degeneración fisiológica profunda (ungeheurer physiologischer
Prozeß) que nivela hombres superiores con inferiores, creando una raza mixta de
Herdentier Mensch, hombres-animales de rebaño”. Para el autor
de Más allá del bien y del mal la
democracia moderna y todas sus realidades es la forma más decadente de Estado
por antonomasia.
Resumiendo: es evidente que Nietzsche puede –y debe- ser
leído políticamente, que existe in nuce en su obra una completa y reflexiva
filosofía práctica y que su posición siempre oscila en torno a un fuerte y
radical pensamiento antidemocrático. El primer intérprete y admirador de
Nietzsche, Georges Brandes, nos recuerda NGV, no tuvo problemas en definir a
Nietzsche, con la aquiescencia del propio filósofo, “como un pensador
eminentemente político, cuya filosofía práctica tenía como base un radicalismo
aristocrático”. Para NGV, “si bloqueamos en la interpretación la persistencia y
centralidad del interés ético-político de su radicalismo aristocrático,
extraviamos el hilo rojo de Ariadna que nos permite explicar el sistema en su
integridad y la tortuosa evolución del pensamiento de Nietzsche”.Una aparente aporía señalada por NGV: Nietzsche es en todos los sentidos más radical y más inmediatamente político que el propio Marx. “Nada escapa al conflicto histórico y bimilenario entre Señores y Siervos, ni el Arte, ni la Filosofía, ni siquiera la Ciencia o la Lógica”. Con ello, concluye NGV el prefacio de su gran ensayo, no hacemos otra cosa que seguir el propio espíritu de la filosofía de Nietzsche ad litteram.
Así, pues, si queremos leer a Nietzsche hagámoslo, vayámonos
con ojos y no olvidemos sus coordenadas centrales. En otras ocasiones, hemos
cometido ese error, y hemos confundido brillantez filosófica con excelencia y
virtud en las finalidades perseguidas.
Nota
[2] Nicolás González
Varela, Nietzsche contra la Democracia, Editorial
Montesinos, Mataró (Barcelona, España), 2010.
Salvador López Arnal es miembro
del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els
Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi
Mir Garcia)