En el nivel individual, la “explicación” alude al budismo pop: “Se convierte en Darth Vader porque se apega a las cosas. No puede desprenderse de su madre; no puede desprenderse de su novia. No puede desprenderse de las cosas. Es nos hace codiciosos. Y cuando uno es codicioso, va camino del lado oscuro, porque tiene miedo de perder cosas” (Palabras de George Lucas citadas en Time,
abril de 2002).
La Orden del Jedi es presentada como una comunidad masculina
cerrada que prohíbe a sus miembros todo apego romántico –nueva versión de la
comunidad del Grial del Parsifal de Wagner-. Pero el paralelo político es aun
más revelador: “¿Cómo fue que la República se convirtió en el Imperio? Esto se
corresponde con: ¿Cómo es que Anakin se convirtió en Darth Vader? ¿Cómo es que
una persona buena se vuelve mala, y cómo una democracia se convierte en
dictadura? No es que el Imperio haya conquistado a la República, el Imperio es
la República”. El Imperio surgió de la corrupción de la república: “Un día, la
Princesa Leia y sus amigos se despertaron y dijeron: ‘Esto ya no es la
República, es el Imperio. Somos los malos’”. No se pueden pasar por alto las
connotaciones contemporáneas de esa referencia a la Antigua Roma: el pasaje de
los Estados Nación al Imperio Global. Por eso, se debe leer la problemática de La
guerra de las galaxias (de República a Imperio) precisamente contra el telón de
fondo del libro Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt: del Estado Nación al
Imperio global.
Las connotaciones políticas del universo de La guerra de las galaxias son múltiples y contradictorias, y en ello radica su poder “mítico”: el mundo libre contra el Imperio del Mal; la retirada de los Estados Nación, a la que puede atribuirse una connotación derechista del tipo Buchanan-Le Pen; la sintomática contradicción de que personas de condición NOBLE (Princesa, miembros de la elite de la Orden del Jedi) defiendan la república “democrática” contra el Imperio del Mal; por último, la interpretación correcta de por qué “somos los malos” (el Imperio malo no está afuera; surge de la forma misma en que nosotros, “los buenos”, combatimos el Imperio malo, el enemigo que está afuera –en la actual “guerra contra el terrorismo”, el problema es en qué nos convertirá esta guerra-).
Esto quiere decir que un mito político propiamente dicho no es tanto una narración con un determinado significado político sino más bien un recipiente vacío que puede contener multitud de significados contradictorios, y aun excluyentes –es erróneo preguntar “¿Pero qué significa realmente este mito político?” porque su “significado” es precisamente servir de recipiente a una multitud de significados-. Ya La guerra de las galaxias I: La amenaza fantasma da un indicio crucial para orientarnos en esta confusión: primero, los rasgos “cristológicos” del joven Anakin (su madre dice que quedó embarazada por inmaculada concepción; la carrera en la que resulta ganador claramente es un reflejo de la famosa carrera de carros de Ben Hur, ese “relato sobre Cristo”). Dado que el universo ideológico de La guerra de las galaxias es el universo pagano de la New Age, es del todo coherente que la figura central del Mal sea un eco de Cristo –en el horizonte pagano, el Acontecimiento de Cristo ES el escándalo máximo-. La figura del Demonio no sólo es propia de la tradición judeo-cristiana sino que, en la medida en que diabolos (separar, desgarrar lo Uno en Dos) es lo opuesto de symbolos (reunir y unificar), Cristo mismo es la máxima figura diabólica, en tanto trae “la espada, no la paz”, perturbando la unidad armoniosa existente: “si alguien viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas –sí, incluso su propia vida-, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Cristo mismo es, así, el “diabólico” gesto fundante del Espíritu Santo como la comunidad debidamente “simbólica”, la asamblea de los creyentes.
Las connotaciones políticas del universo de La guerra de las galaxias son múltiples y contradictorias, y en ello radica su poder “mítico”: el mundo libre contra el Imperio del Mal; la retirada de los Estados Nación, a la que puede atribuirse una connotación derechista del tipo Buchanan-Le Pen; la sintomática contradicción de que personas de condición NOBLE (Princesa, miembros de la elite de la Orden del Jedi) defiendan la república “democrática” contra el Imperio del Mal; por último, la interpretación correcta de por qué “somos los malos” (el Imperio malo no está afuera; surge de la forma misma en que nosotros, “los buenos”, combatimos el Imperio malo, el enemigo que está afuera –en la actual “guerra contra el terrorismo”, el problema es en qué nos convertirá esta guerra-).
Esto quiere decir que un mito político propiamente dicho no es tanto una narración con un determinado significado político sino más bien un recipiente vacío que puede contener multitud de significados contradictorios, y aun excluyentes –es erróneo preguntar “¿Pero qué significa realmente este mito político?” porque su “significado” es precisamente servir de recipiente a una multitud de significados-. Ya La guerra de las galaxias I: La amenaza fantasma da un indicio crucial para orientarnos en esta confusión: primero, los rasgos “cristológicos” del joven Anakin (su madre dice que quedó embarazada por inmaculada concepción; la carrera en la que resulta ganador claramente es un reflejo de la famosa carrera de carros de Ben Hur, ese “relato sobre Cristo”). Dado que el universo ideológico de La guerra de las galaxias es el universo pagano de la New Age, es del todo coherente que la figura central del Mal sea un eco de Cristo –en el horizonte pagano, el Acontecimiento de Cristo ES el escándalo máximo-. La figura del Demonio no sólo es propia de la tradición judeo-cristiana sino que, en la medida en que diabolos (separar, desgarrar lo Uno en Dos) es lo opuesto de symbolos (reunir y unificar), Cristo mismo es la máxima figura diabólica, en tanto trae “la espada, no la paz”, perturbando la unidad armoniosa existente: “si alguien viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas –sí, incluso su propia vida-, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26). Cristo mismo es, así, el “diabólico” gesto fundante del Espíritu Santo como la comunidad debidamente “simbólica”, la asamblea de los creyentes.
Se debe tener presente cuán minuciosamente heterogénea es la
postura cristiana con respecto a la de la sabiduría pagana: en contraste con el
horizonte último de la sabiduría pagana, la coincidencia de los opuestos (el
universo es el abismo de la Tierra primordial en que coinciden todos los falsos
opuestos –el Bien y el Mal, la apariencia y la realidad, aun la oposición entre
la sabiduría y la locura de estar atrapados en la ilusión de maya-), la
Cristiandad afirma como acto supremo precisamente lo que la sabiduría pagana
condena como fuente del Mal, es decir, el gesto de la SEPARACION, de trazar la
línea, de aferrarse a un elemento que altera el equilibrio del Todo.
Esto significa que la Comparación budista (o hindú) que todo
lo abarca debe oponerse al Amor cristiano intolerante y violento. La postura
budista es en definitiva la de la Indiferencia, la de suprimir todas las
pasiones que pugnan por crear diferencias, mientras que el amor cristiano es la
violenta pasión de introducir una Diferencia, una brecha en el orden del ser;
de privilegiar y elevar un objeto en detrimento de otros. El amor es violencia
no (sólo) en el sentido vulgar del proverbio balcánico: ¡Si no me aporrea, no
me ama! –la violencia es la elección amorosa como tal, que arranca a su objeto
de su contexto, elevándolo a la Cosa. En el folclore montenegrino, el origen
del Mal es una mujer bella: hace que los hombres a su alrededor pierdan el
equilibrio; desestabiliza el universo, tiñe todo de un tono de parcialidad.
En marzo de 2005, nada menos que el Vaticano formuló una
declaración muy publicitada, condenando con durísimos términos El código Da
Vinci de Dan Brown por ser un libro basado en mentiras y que divulgaba falsas
enseñanzas (que Jesús se casó con María Magdalena y tuvieron descendientes -¡la
verdadera identidad del Grial es la vagina de María!-) y lamentando
especialmente que el libro fuera tan popular entre los jóvenes que buscan
orientación espiritual. Lo ridículo de esta intervención vaticana, basada en un
anhelo apenas disimulado de volver a los viejos tiempos en que aún funcionaba
el infame Index de libros prohibidos, no debería hacernos perder de vista que,
aunque la forma sea equivocada (uno casi sospecha una conspiración entre el
Vaticano y el editor para promover la venta del libro), el contenido es
básicamente correcto: El código Da Vinci reinscribe a la cristiandad en el tema
New Age del equilibrio de los principios masculino y femenino.
Y, volviendo a La venganza de los Sith, el precio que paga
la película por su adhesión a estos mismos motivos New Age es no sólo su
confusión ideológica sino también, simultáneamente, su inferior calidad
narrativa: estos motivos son la razón última de que la conversión de Anakin en
Darth Vader –el momento crucial de toda la serie- carezca de la debida
grandiosidad trágica. En lugar de centrarse en la hybris de Anakin como deseo
avasallante de intervenir, de hacer el Bien, de llegar hasta el final por aquellos
que ama (Amidala) y ASI caer en el Lado Oscuro, se muestra a Anakin simplemente
como un guerrero indeciso que gradualmente se desliza hacia el Mal al ceder a
la tentación del Poder, al ser presa del Emperador malvado. En otras palabras,
a George Lucas le faltó fuerza para aplicar REALMENTE el paralelo entre
República-Imperio y Anakin-Darth Vader que él mismo había propuesto: Anakin
debería haberse convertido en un monstruo por su excesivo apego a ver el Mal en
todas partes y combatirlo.
¿Adónde nos lleva todo esto? La máxima ironía posmoderna es
el extraño intercambio entre Europa y Asia: en el preciso momento en que, en el
nivel de la “infraestructura económica”, la tecnología y el capitalismo
europeos triunfan en todo el mundo, en el nivel de la “superestructura
ideológica”, la herencia judeo-cristiana está amenazada en el mismo espacio
europeo por la embestida del pensamiento asiático New Age, que, en sus diversas
formas, desde el budismo occidental (contrapunto actual del marxismo
occidental, opuesto al marxismo-leninismo asiático) hasta los distintos taos,
se está instalando como la ideología hegemónica del capitalismo global. En ello
estriba la suprema identidad especulativa de los opuestos en la civilización
global de hoy: aunque el budismo occidental se presenta como un remedio contra
la tensión de la dinámica capitalista, que nos permite desacoplarnos y
conservar la paz y Gelassenheit interiores, en realidad funciona como su
perfecto complemento ideológico. Aquí deberíamos mencionar el conocido tema del
“shock del futuro”: el hecho de que hoy la gente ya no es psicológicamente
capaz de hacer frente al enceguecedor ritmo del desarrollo tecnológico y los
cambios sociales que lo acompañan –las cosas se mueven demasiado rápido, antes
de que uno pueda acostumbrarse a un invento, éste ya es reemplazado por otro
nuevo, de modo que es cada vez más difícil tener el más elemental “mapa
cognitivo”-. Recurrir al taoísmo o al budismo es una forma de salir de este
aprieto que funciona mejor que la huida desesperada hacia las viejas
tradiciones: en lugar de tratar de aceptar el ritmo cada vez más veloz del
progreso tecnológico, uno debería renunciar al esfuerzo por mantener el control
sobre lo que pasa, rechazándolo como expresión de la lógica moderna de la
dominación; por el contrario, uno debería “dejarse llevar”, navegar a la
deriva, mientras conserva una distancia y una indiferencia interiores hacia la
danza loca del proceso acelerado, distancia basada en la visión de que todo
este cataclismo social y tecnológico en última instancia es sólo una
proliferación insustancial de apariencias que no afectan el núcleo más íntimo
de nuestro ser… Uno casi se siente tentado a resucitar aquí el viejo e infame
cliché marxista de la religión como “opio de los pueblos”, como complemento
imaginario de la infelicidad terrena: el estado meditativo budista occidental
–se puede argumentar de manera convincente- es, para nosotros, el modo más
eficaz de participar plenamente en la dinámica capitalista, conservando al
mismo tiempo la apariencia de cordura mental. Si Max Weber viviera hoy,
escribiría un segundo volumen de su ética protestante titulado La ética taoísta
y el espíritu del capitalismo global.
Por lo tanto, la obra que verdaderamente debe acompañar a La
guerra de las galaxias III es Castillos de arena. El budismo y las finanzas
globales, documental de Alexander Oey (2005), indicador maravillosamente
ambiguo de nuestro actual dilema ideológico que combina comentarios del
economista Arnoud Boot, de la socióloga Saskia Sassen y del budista tibetano
Dzongzar Khyentse Rinpoche. Allí Sassen y Boot analizan el alcance y el poder
enormes de las finanzas globales y sus efectos sociales y económicos: los
mercados de capitales, valuados hoy en cerca de 83 billones de dólares, existen
dentro de un sistema basado exclusivamente en el interés propio, y en el cual
el impulso a actuar como manada, a menudo sobre la base de rumores, puede
inflar o destruir el valor de empresas o economías enteras en cuestión de
horas. Khyentse Rinpoche se les opone con reflexiones sobre la naturaleza de la
percepción, la ilusión y la iluminación humanas; su afirmación
filosófico-ética, Renuncia a tu apego a algo que en realidad no está allí, sino
que es una percepción, debería supuestamente arrojar nueva luz sobre la
enloquecida danza de especulaciones que mueven miles de millones de dólares.
Haciéndose eco de la idea budista de que no existe el Yo, sólo un fluir de
percepciones continuas, Sassen comenta acerca del capital global: “No es que
haya 83 billones. En esencia, es una serie continua de movimientos. Desaparece
y vuelve a aparecer…”.
El problema que se nos presenta aquí es: ¿cómo debemos leer
este paralelo entre la ontología budista y la estructura del universo del
capitalismo virtual? La película tiende a una lectura humanista: vista a través
de una lente budista, la exuberancia de la riqueza financiera global es
ilusoria, está divorciada de la realidad objetiva –el sufrimiento humano tan
real, causado por transacciones realizadas en bolsas y salones de directorio
invisibles para la mayoría de nosotros-. No obstante, si aceptamos la premisa
de que el valor de la riqueza material, y nuestra experiencia de la realidad,
es subjetiva, y que el deseo desempeña un papel decisivo tanto en la vida
diaria como en la economía neoliberal, ¿no es posible sacar de ella la
conclusión opuesta? ¿No ocurre acaso que nuestro mundo de vida tradicional se
basaba en las nociones sustancialistas realistas ingenuas de una realidad
externa compuesta por objetos fijos, en tanto que la dinámica inédita del
“capitalismo virtual” nos enfrenta a la naturaleza ilusoria de la realidad?
¿Qué mejor prueba del carácter no sustancial de la realidad que una gigantesca
fortuna que puede desvanecerse en el aire en pocas horas, por un falso rumor repentino?
Entonces, ¿por qué quejarse de que las especulaciones financieras con futuros
están divorciadas de la realidad objetiva cuando la premisa básica de la
ontología budista ES que no hay realidad objetiva? La única enseñanza decisiva
que puede extraerse de la perspectiva budista sobre el capitalismo virtual es
que deberíamos tener conciencia de que nos enfrentamos a un teatro de sombras,
con entes virtuales insustanciales y, en consecuencia, que no debemos
entregarnos por entero al juego capitalista, sino jugar el juego con distancia
interior. El capitalismo virtual podría entonces funcionar como un primer paso
hacia la liberación: nos enfrenta al hecho de que la causa de nuestro
sufrimiento y nuestra esclavitud no es la realidad objetiva misma (ya que no
existe) sino nuestro Deseo, nuestro anhelo de y excesivo apego a las cosas
materiales; todo lo que tenemos que hacer, después de descartar la idea falsa
de la realidad sustancial, es, por lo tanto, renunciar al deseo mismo, adoptar
la actitud de la paz y la distancia interiores… No sorprende que tal budismo
pueda funcionar como el perfecto complemento ideológico del capitalismo virtual
de hoy: nos permite participar en él con distancia interior, cruzando los
dedos, por así decirlo. Es contra tal tentación que deberíamos permanecer
fieles al legado cristiano.
Traducción del inglés
por Elisa Carnelli