del siglo diecinueve y que continúa con una larga lista –que no podemos reproducir aquí- que arrancando con Simón Rodríguez, Miranda, San Martín, Artigas, Bilbao, Hostos, Betances y tantos más pasaría tiempo después por Mariátegui y Mella hasta llegar a Bosch, el Che y Fidel. De ese feliz encuentro entre la “rabia” y una venerable tradición política brotaron los vientos emancipatorios que recorren nuestra geografía desde comienzos de siglo, impulsados por esa verdadera fuerza desatada de la naturaleza que fue Hugo Chávez.
Vientos que si bien amainaron su intensidad continúan
soplando. Por eso Nicolás Maduro se impuso en las elecciones presidenciales del
14 de Abril del 2013 por un 1.5 por ciento del voto popular, pese a lo cual
Barack Obama persiste en su necedad de desconocer su victoria. Habría que
recordarle al ocupante de la Casa Blanca que en las presidenciales de su propio
país en 1960 John F. Kennedy ganó por una diferencia de 0.1 por ciento: 49.7
versus 49.6 de Richard Nixon. Y que en las del 2000 George W. Bush con 47.9 por
ciento perdió con Al Gore, que obtuvo un 48.4. Pero el hermano de Bush, John
Ellis (a) “Jeb”, a la sazón gobernador del estado de Florida, pergeñó una
escandalosa argucia leguleya que le permitió a George W. imponerse en el estado
(donde había sido derrotado por Gore) y así llevarse los votos electorales de
Florida, con lo que obtuvo la mayoría en el colegio electoral que lo consagró
presidente.
La derrota del 14 de Abril sumió en una gran decepción a la
derecha venezolana. Envalentonada por el silencio de la Casa Blanca decidió
desconocer el resultado de las urnas, denunciar un supuesto fraude electoral y
lanzar, por boca de Henrique Capriles, un nuevo intenso sedicioso (antes: el
golpe de Abril 2002, luego el paro petrolero). Esa criminal tentativa produjo
una decena de víctimas fatales y enormes daños materiales. Ante la
inconsistencia de las denuncias de fraude luego de que extensas auditorías
certificasen la honestidad del comicio, Estados Unidos y sus compinches locales
lanzaron una campaña de desestabilización económica: desabastecimientos
programados, sincronizados y acaparamiento de artículos de primera necesidad;
corrida contra el Bolívar y desenfreno especulativo de los precios fueron los
tres puntales del sabotaje económico, tal como lo recomienda Eugene Sharp en
sus manuales para el “golpe suave”.
Prosiguieron con estas tácticas, destinadas a irritar a la
población y a fomentar la idea de la ineptitud o insensibilidad gubernamental,
hasta las elecciones municipales del 8 de Diciembre del 2014. Dando muestras de
una notable incapacidad para leer la coyuntura política la derecha las definió
como un referendo nacional: “Si el chavismo pierde” –decían- “Maduro debe
renunciar”. En tal caso no habría razones para esperar hasta el 2016 para
convocar el referendo revocatorio que contempla la Constitución bolivariana.
Pero lejos de perder el chavismo le sacó 900.000 votos de diferencia al
conglomerado de la derecha, la Mesa de Unidad Democrática (MUD), y casi el 10
por ciento de los votos. Esto, unido al paulatino avance en la concreción de
uno de los grandes sueños de Chávez: la institucionalización de la CELAC, con
la realización de su Segunda Cumbre nada menos que en Cuba, hizo que la derecha
internacionalizada arrojara por la borda cualquier escrúpulo y abrazara sin más
la vía de la sedición, mal disimulada tras los pliegues del derecho de la
oposición a manifestarse pacíficamente. En realidad, esto último no es sino una
engañifa para ocultar el verdadero proyecto: derrocar a Maduro, como lo
explicitara el líder de los sediciosos, Leopoldo López Mendoza, siguiendo el
libreto de los “demócratas” sublevados contra Gadaffi en Benghasi y los
neonazis en la Ucrania de nuestros días. Le tocará al gobierno de Maduro trazar
una fina línea para diferenciar la oposición que respeta las reglas del juego
democrático de la que apuesta a la insurrección y la sedición. Diálogos de paz
con la primera pero -como lo enseña la jurisprudencia estadounidense- todo el
rigor de la ley penal para los segundos. Hacer lo contrario no haría sino
propagar el incendio de la subversión.
A un año de su partida la herencia de Chávez aparece dotada
de una envidiable vitalidad: el chavismo sigue siendo invencible en las urnas
–ganó 18 de las 19 elecciones convocadas durante su mandato- y en la Patria
Grande los procesos de unidad e integración que con tanto fervor y
clarividencia promoviera el gran patriota latinoamericano siguen su curso,
avanzando pese a todos los obstáculos que se erigen en su contra. De ahí la
intensificación de la contraofensiva reaccionaria que concibe a la lucha de
clases como una guerra sin cuartel y sin límites morales o jurídicos de ningún
tipo. El objetivo inmediato, acuciante debido al deterioro de la posición de
Estados Unidos en el gran tablero de la geopolítica internacional, es
apoderarse de Venezuela y su petróleo, con la complicidad de las clases y
sectores sociales que usufructuaron del despojo de la renta petrolera
practicado por las grandes transnacionales durante casi todo el siglo veinte.
Gente que jamás le perdonará a Chávez y al chavismo haber devuelto esa riqueza
al pueblo venezolano, y que por eso salen a destruir el orden constitucional.
Esa es la naturaleza profunda de su reclamo “democrático”: el petróleo para
Estados Unidos y el gobierno y todo el aparato estatal para las viejas clases
dominantes y sus representantes políticos que perfeccionaron el saqueo durante
la Cuarta República.
El imperio se monta sobre esta retrógrada ambición para
tratar de hacer en Venezuela lo que hizo en Irak, en Libia, en Afganistán y
ahora pretende hacerlo en Siria y Ucrania. En todos los casos, en nombre de la
democracia, los derechos humanos y la libertad, proclamas bellísimas pero que
en boca de sus mayores transgresores se convierten en una pócima venenosa que
los pueblos de Nuestra América no están dispuestos a ingerir y la razón es bien
simple: pasó un año de su muerte pero Chávez está demasiado vivo en la
conciencia de nuestros pueblos como para que estos decidan encadenarse
nuevamente al yugo de sus explotadores.