José Carlos
Mariátegui
✆ Víctor Aguilar |
Hay que señalar, sin embargo que, en el marco de estos
reconocimientos, han asomado una vez más, manidos procedimientos orientados a
cuestionar el mensaje esencial de Mariategui. A través de gastados recursos se
ha buscado distorsionar el sentido de su lucha, procurando presentarlo apenas
como un “pensador”, más o menos amorfo, anodino, iconoclasta, refractario ante
a experiencia concreta de la Revolución Social y hasta el antecedente de
supuesto renegado de sus ideas básicas, un tránsfuga a futuro.
Un elemento significativo para construir este andamiaje
seudo teórico ha sido, por cierto, el diario El Comercio, quizá por
el hecho que en sus predios ha adquirido mayor relieve la figura de uno de sus nietos, el más inconforme con su mensaje. De él podría decirse parafraseando al poeta, que bien podría ser “el nieto de sus furias preferido”.
el hecho que en sus predios ha adquirido mayor relieve la figura de uno de sus nietos, el más inconforme con su mensaje. De él podría decirse parafraseando al poeta, que bien podría ser “el nieto de sus furias preferido”.
El Especial publicado por el Decano de la Prensa Nacional el
pasado 22 de junio, constituye la expresión más clara de esta deformación que
no puede pasarse por alto. Complementa, por lo demás, la plática que insertara
el día anterior la revista “Somos”, suplemento sabatino del citado diario.
La línea que expresa ambas publicaciones es muy coherente;
pero al mismo tiempo está alejada de lo que fue la vida y la obra de José
Carlos Mariátegui, el introductor del pensamiento socialista en el Perú. Aunque
se ha hecho uso de algunos materiales interesantes, como el estudio de Antonio
Mellis o las reflexiones de José Carlos Mariátegui Ezeta, lo fundamental de la
presentación del diario de Miro Quesada parte del texto suscrito por la editora
Martha Meier y del “aporte” de Aldo Mariátegui, infestado por un anticomunismo
visceral, trasnochado y decimonónico, comentando lo que llama “el abril final
de JCM”.
La idea central que busca construirse en esos “aportes”, se
basa en una reflexión poco menos que infantil. Como Mariátegui vivió poco
tiempo y murió antes de 36 años, nada de lo que dijo o hizo, está definido. Y
es que “resulta imposible saber cual hubiese sido el devenir de sus ideas”… si
JCM hubiese tenido una vida más prolongada.
Imposibilitados de cuestionar su obra o su acción, los
impulsores de la idea buscan hablar de lo que “podría haber ocurrido si…
hubiese conocido los Procesos de Moscú, o el Tratado de No Agresión con
Alemania del año 39” y otras perlas.
Ese recurso sirve para la elucubración más paladina. No se
pone en el caso que, con los años, el Amauta hubiese confirmado su ideología y
sus luchas como realmente ocurrió con muchísimos revolucionarios en el mundo
-podríamos citar desde Marx hasta veteranos luchadores de nuestro tiempo que a
los 35 años sostuvieron el pensamiento socialista y lo mantuvieron hasta su
edad provecta- pero no es ese el espíritu que busca trasmitir la publicación a
la que aludimos.
La frase que usa Martha Meier parte de la premisa que,
seguramente, Mariátegui se habría vuelto un tránsfuga, un balsero común y
silvestre, un renegado de sus concepciones; y se habría sumado a la presunta
cohorte de socialeros, o de renegados del marxismo, supuestamente “desengañado”
de la realidad. ¿En qué se basa para formular esa idea? Absolutamente en nada.
Simplemente, da rienda suelta a una alucinación que luce febril.
¿Y es que les cuesta mucho a estos personajes analizar la
vida y la obra de Mariátegui tal como fue escrita, o actuada? ¿Por qué debe
recurrir al procedimiento innoble de distorsionar un mensaje tan solo para
darse la razón a sí misma? ¿Qué sentido tiene debatir en torno a lo que habría
pensado alguien que murió joven y de lo que habría sido su conducta posterior?
¿Acaso resulta inexorable pensar que el deceso de alguien deba convertirlo en
supuesto traidor de su mensaje?
Para sustentar su razonamiento, Martha Meier recurre tan
sólo a una cosa: cita a Aldo, el mismo que, a su vez, recuerda una supuesta
conversación con Sigfredo -su padre e hijo del Amauta- en torno al viaje
frustrado de JCM a Argentina.
Ese viaje no se realizó -como se sabe- porque se agravó la
salud de José Carlos. Pero él no respondía sino parcialmente a las motivaciones
que se le atribuyen.
Lo real fue que el Amauta estaba acosado por el gobierno de
Leguía, que lo había detenido hasta en tres oportunidades, había allanado su
vivienda en Washington Izquierda y acusado de “complots comunistas” al estilo
de la época, para justificar las represiones de entonces. Y es cierto también
que atravesaba dificultades materiales para su subsistencia. Pero nunca nadie
descubrió una palabra de Mariátegui referida a la presunta “hostilidad de su
entorno”, ni un atisbo de queja respecto a sus camaradas de lucha de aquí, o
del exterior.
Al contrario, en 1929 José Carlos en plena actividad dirigió
la fundación de la CGTP, mantuvo enhiesta la revista “Amauta”, publicó “Labor”,
marcó sus diferencias con Haya, se enfrentó a la represión, y fue elegido
unánimemente, miembro del Consejo Central de la Liga Mundial Anti imperialista,
reunida en Frankfurt, estando ausente. Ese mismo año consolidó sus vínculos con
el Buró Sudamericano de la IC y por eso, precisamente, quiso irse a Buenos
Aires. Como se sabe, era esa capital la sede del Buró de la IC en ese entonces.
Constituye entonces un argumento trillado hablar de “las
divergencias” entre Mariategui aludiendo a los debates ocurridos en la
Conferencia de Partidos Comunistas celebrada en Buenos Aires en esos años. Pero
ese, además de ser un argumento inconsistente, no tiene que ver con la realidad.
Los comunistas que se reunieron en la capital bonaerense en
la cita de Partidos Comunistas, no se conocían entre si, eran jóvenes empeñados
en hacer su primera experiencia revolucionaria. Y buscaban construir un
edificio teórico que sustentara su acción. En ese marco, resultaba comprensible
y aceptable, que cada quien aportara sus propios puntos de vista y los
confrontara con las ideas de otros, bien para confirmarlos o modificarlos. Pero
ni una ni otra variante alteraba la condición de comunistas que tenían todos,
hermanados como estaban en la lucha contra dictaduras feroces y enemigos
irreconciliables.
Si en lugar de practicar una ucronía sin sentido, apuntando
a un futuro imaginario, revisáramos objetivamente la obra de Mariátegui, su
“aporte a la peruana”, y sus luchas concretas, veríamos que el Amauta figuró
ese año como una fortaleza inexpugnable del pensamiento y la acción socialista.
Quienes buscan “reprochar” algo a su itinerario de lucha
dicen, por ejemplo, que “no fundó el Partido Comunista, sino el Parido
Socialista”, pero ignoran, probablemente adrede, la experiencia mundial.
Lenin –no hay que olvidarlo- no llamó a su organización política “Partido
Comunista”, sino hasta después que tomara el Poder, en octubre del 17. Antes de
ese acontecimiento se denominó siempre “Partido Obrero Social Demócrata Ruso”.
Por lo demás, decenas de Partidos Comunistas en el mundo, muchísimas veces han
actuado con otras denominaciones para eludir disposiciones legales, o hacer un
quite a la represión histérica puesta en marcha en su contra.
La condición de Partido Comunista estuvo siempre acreditada
por su ideología -el marxismo leninismo-, por su composición de clase -partido
del proletariado- y por su objetivo histórico: la Revolución Social, y no la
lucha por reformas destinada a embellecer el sistema de dominación capitalista.
Aleatoriamente, por su vínculo exterior, es decir, su adhesión a la
Internacional Comunista -la III- y no a la II, la Social Demócrata.
Ninguno de estos requerimientos fue ignorado, ni soslayado,
por Mariátegui. Un estudio de los métodos y las tácticas usadas por el Amauta
en el cumplimiento de sus tareas esenciales, lo asemeja de manera asombrosa a
Carlos Marx y a Vladimir Ilich, Lenin.
Como ambos, estudió la realidad y buscó extraer de ella los
elementos esenciales para construir su teoría. Como ambos, escribió, pensó y
desarrolló acción política al mismo tiempo, hizo uso de la prensa, se vinculó
estrechamente a la lucha de los trabajadores, buscó nuclear en torno suyo a la
intelectualidad más avanzada, asumió los programas de luca más progresistas de
su época y defendió polémicamente las banderas del socialismo. Y, como ambos
fue cuestionado y atacado brutalmente en vida, para luego ser elevado a
supuestos “altares” a fin de verlo convertidos en una suerte de ícono
inofensivo.
Para todos sus efectos, Mariategui siguió las concepciones
del marxismo, y aplicó también con asombrosa originalidad los criterios
leninistas de organización proletaria y construcción partidista. Eso explica
todo, incluso su libro “Defensa del Marxismo” que algunos hubiesen querido que
no escribiera nunca.
Resulta deleznable que, párale efecto de limarle el filo
revolucionario a la obra de Mariátegui, se usen “argumentos” tan poco
consistentes como asegurar que “estaba a la busca de un empleo fijo” o “era un
intelectual que más conocía Europa que la sierra del Perú”, o que “era
pro-israelí”. Tan ladinas aseveraciones solo merecen desprecio.
Objetivamente, la vida y la obra de Mariátegui, como
aseguraba Pablo Neruda, seguirán creciendo, porque está vivo. Reverdece en las
luchas de los pueblos de nuestro continente y en las grandes tareas de los
hombres y mujeres del mundo, empeñados en construir una sociedad mejor, libre
de la opresión y la miseria. Sus detractores, no podrán impedirlo
Y es que, como lo dijera Henri Barbusse en su tiempo, JCM es
“la nueva luz de América. El prototipo del nuevo hombre americano”.
Gustavo Espinoza M. Colectivo
de Dirección de Nuestra Bandera
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