Herbert Marcuse ✆ Sergio Cena |
Desde la década de 1980 Marcuse ha desaparecido del paisaje político-ideológico de la izquierda revolucionaria, contrariamente al rol que había jugado en las dos décadas anteriores, en particular alrededor de 1968 y las revueltas estudiantiles de masas que, como en el caso de Francia, constituyeron el preludio de luchas obreras históricas. Una inversión tal de la situación no es de extrañar: el periodo post 68 estuvo rápidamente marcado por un reflujo de las teorías progresistas y del marxismo, una expresión específica del largo reflujo del movimiento obrero luego de un decenio de ascenso a nivel internacional, y que el colapso de la URSS en 1991 acentuó, abriendo un período de descomposición teórico-político de la izquierda, del que recién empezamos a salir penosamente en la década del 2000. Pero es sorprendente que Marcuse, en el contexto actual de reactivación gradual aunque cualitativamente muy desigual del marxismo, siga confinado a los cajones como si hubiera en él algo explosivo que debiera ser dejado prudentemente de lado. El cincuentenario de El hombre unidimensional, publicado en Estados Unidos en 1964, que se celebra este año, es la ocasión ideal para comenzar a reabrir el expediente de aquello que es instructivo en él.
El laboratorio de juventud: disolución progresiva de Heidegger en la matriz hegeliana-marxista
“Si por revisionismo entiende usted el partido socialdemócrata alemán,
he de decir que desde mi propia conciencia política, o sea, desde 1919, he
estado combatiendo ese partido. En 1917-1918 fui miembro del partido
socialdemócrata: salí de él tras el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl
Liebknecht, y desde entonces critiqué la política de ese partido. No porque
crea poder trabajar en el marco de lo existente, pues eso lo hacemos todos,
todos utilizamos la menor posibilidad de transformar lo existente desde el marco
de lo existente; no por eso, pues, he combatido al partido socialdemócrata
alemán, sino porque ha trabajado en alianza con fuerzas reaccionarias,
destructivas y represivas. Desde 1918 he oído repetidamente hablar de la
existencia de fuerzas de izquierda en la socialdemocracia, y siempre he
comprobado que esas fuerzas de izquierda se iban pasando cada vez más a la
derecha, hasta que no quedaba nada de la izquierda. Comprenderán ustedes que no
esté nada convencido de esa idea de la posibilidad de algún trabajo radical
dentro del partido socialdemócrata.” | Herbert
Marcuse, El final de la utopía, 1968
Marcuse nació en 1898 y falleció en 1979 en Alemania, luego de pasar una parte esencial de su vida, a partir de 1934, en los Estados Unidos. Elaboró durante más de medio siglo un pensamiento en el que se pueden distinguir tres grandes períodos. El primero tiene comienzo con su tesis de 1922 sobre la novela de aprendizaje alemana, está marcado por Hegel y Lukács, y se detiene en los comienzos de la segunda guerra mundial. Miembro del consejo de soldados de Berlín en 1919, influenciado por los spartakistas y en ruptura profunda con el SPD, el joven Marcuse se forma en la escuela de la fenomenología del también joven Heidegger que vino a romper las cadenas de los mandarines del viejo neokantismo que dominaba la universidad alemana. A partir de 1928 intentará hibridar fenomenología y materialismo histórico –inaugurando una tradición que contará con numerosos intentos más adelante– proponiéndose la tarea, que perseguirá toda su vida, de determinar los medios adecuados para pensar, preparar y realizar la emancipación radical, a la vez, individual, “existencial” y colectiva, a través de la revolución proletaria. No se puede comprender su itinerario si se minimiza la continuidad de esta postura (condensada en su momento por Marx en la tercera Tesis sobre Feuerbach) que combina comprensión macro-social e histórica de la lucha de clases en el capitalismo (en particular en la fase fascista), y la exploración de los mecanismos subjetivos y psíquicos de la alienación. Cuando en 1932 es el primero en comentar la “bomba” que significaron los Manuscritos de 1844, recién publicados en alemán, en los que descubre que el joven Marx ya había atacado (y mejor) la cuestión de la alienación que Heidegger, y ya dentro de esta perspectiva, que constituye su “laboratorio” de juventud, producirá dos obras claves sobre Hegel, en particular Razón y revolución de 1939, y pasará a convertirse en una de las grandes figuras de la “teoría crítica” frankfurtiana exiliada en los Estados Unidos desde 1934, y en un ardiente defensor de una matriz hegeliano-marxista iniciada por Lukács y Karl Korsch, y continuada por el segundo Sartre y Kosik.
Detrás del
freudomarxismo: ¿proletariado “integrado” y premisas de posmodernismo?
La segunda fase va de la Segunda Guerra Mundial a 1968,
dominada por Eros y civilización en
1955, El marxismo soviético en 19571 y El hombre unidimensional, es por la cual Marcuse es más
conocido, la de cierto “freudomarxismo” al que es reducido a menudo apresuradamente.
Es el período en el que sus grandes tesis sobre el totalitarismo tecnológico,
la reificación de la “sociedad industrial avanzada” y la “integración” del
proletariado al capital y la identificación de los “fundamentos instintivos” de
la alienación, se articulan mediante la constatación de un mundo escindido
entre un glorioso “capitalismo tardío”, capaz de anestesiar por el fascismo
cotidiano cualquier potencial subversivo, y la esclerosis represiva de la URSS,
lo que dejaba definitivamente poco lugar a la esperanza.
Esto no le impide seguir buscando el agente para una
revolución (que sigue siendo tan indispensable como improbable), del cual ve
premisas en las revueltas de los estudiantes, las minorías oprimidas y los
movimientos anticolonialistas, “outsiders”
que parecen ser los últimos portadores de una revuelta absoluta contra el orden establecido. Alejándose del modelo
leninista, reivindicando el espíritu de Rosa Luxemburgo esboza, “avant la
lettre”, una teoría “antiautoritaria” de las “multitudes”, y casi la idea de un
anti-capitalismo basado en una amplia “base de masas” integrando movimientos
feministas, antirracistas, ecologistas, y nuevas fracciones asalariadas, en
particular de las “clases medias”, otorgando a las vanguardias intelectuales un
rol particularmente marcado. Para lo cual funda una teoría de la hegemonía a
través de un consenso ampliado de fracciones oprimidas o alienadas, fundado
sobre todo en el rasgo subjetivo común de una oposición al sistema
experimentada como una contradicción vital, que compense políticamente la
desintegración de una base social proletaria, pretendidamente muy erosionada,
al precio de caer en el riesgo de una autonomización de la política con
respecto a determinantes económicos objetivos.
En este período mantiene una
posición ambivalente con respecto al marxismo. En efecto, es un período en el que va a trabajar a pleno la
conceptualización teórico-crítica, interrogándose sobre la eventual
obsolescencia de Marx. ¿El capitalismo no se ha estabilizado cuando debía explotar?
¿El proletariado no parece haber abdicado de su misión revolucionaria? ¿El
“aparato” mundial de la dominación tecnológica no ha absorbido y nivelado las
contradicciones del capitalismo dentro de una historia en la cual devino el
verdadero sujeto? ¿La “tolerancia represiva” y la “conciencia feliz” han
fallado en vampirizar los espíritus de toda “bidimensionalidad” (es decir, de
todo pensamiento “negativo” capaz de evaluar aquello que es en los términos dialécticos de aquello que todavía no es 2)? ¿En
resumen, la sociedad unidimensional de confort y de control burgués no nos ha
derrotado ya? Marcuse está atrapado patentemente entre dos fuegos: se niega a
abandonar el proyecto revolucionario y la matriz marxista, pero se pregunta
acerca de la capacidad de éste para estimular la teoría y la praxis.
En
sus oscilaciones es fácil ver que se anticipan muchos de los posmarxismos
explícitos o implícitos que afectan a la extrema izquierda en la actualidad.
Concentradas de manera emblemática en El
hombre unidimensional, cae en una hipostatización, presentando como novedad
estructural a un momento coyuntural del capitalismo, y más
precisamente, la forma coyuntural de un tipo de organización, también
históricamente determinado, del proletariado en los países centrales del
capitalismo. En resumen, él presupone una homogeneidad ficticia de la clase
obrera, para, a continuación, dejarse cegar por el aburguesamiento relativo de
sus sectores más favorecidos y por el peso de los aparatos reformistas y
contrarrevolucionarios (partidos y sindicatos socialdemócratas o estalinistas),
que efectivamente están bien integrados al poder del capital. Marcuse intentó
elevarse a sí mismo de estas ambigüedades después de 1968, pero nunca pudo
despojarse de ellas completamente.
Negativa a la
liquidación del marxismo: entre el giro de 1968 y la Nueva Izquierda
Por el profundo impacto que causó en él la emblemática
“revolución cultural” francesa de mayo de 1968 va a producirse un giro mayor en
su itinerario posterior a la guerra, ubicándolo en el terreno de la dialéctica
materialista, batallando con Lukács, Sartre, Mandel o incluso Althusser3, y
alejándose del camino liquidacionista del marxismo que siguieron otros. Perry
Anderson lo clasificaba entonces con razón dentro ese “marxismo occidental”
cuyo centro de gravedad se desplazó, tras las derrotas de los años ‘30 y la
segunda guerra mundial, de la economía política a la filosofía, siguiendo un
movimiento de desconexión parcial, pero tendencial, de la teoría con una
implicación militante organizada. Por lo tanto 1968: tercera etapa, o momento,
donde su máquina prospectiva se inicia de nuevo, donde la esperanza ha
renacido, no solamente bajo la forma de “Gran Rechazo” de las “desesperanzas”
(evocación de Benjamin, con la que concluyó, en un gesto de honor, El
hombre unidimensional), sino haciéndose eco de la búsqueda de renovación de las
dos grandes clases de condiciones para la praxis revolucionaria. Reafirmando,
por un lado, la centralidad de la crítica marxista de la economía política, que
él extiende al nivel de las condiciones subjetivas, con los esquemas de Eros
y civilización, en el sentido de una investigación sobre los “fundamentos
biológicos del socialismo”, de los cuales, como en 1932, los Manuscritos de 1844, prolongados por la
metapsicología freudiana, otorgan los ejes principales, que se correlacionan
ahora con la “nueva sensibilidad” estética de la que el Flower Power era su rostro más mediático.
Su texto de 1969 Un ensayo sobre la liberación, tiene
un subtítulo evocador: Más allá del hombre unidimensional. Marcuse
retornará regularmente sobre la cuestión estratégica y organizacional, todavía
cabalgando entre Marx, el consejismo de
Luxemburgo y una forma compleja de vanguardismo, en pos de la reconstrucción de
una “base de masas”, la única capaz de transformar la revuelta en una real
potencia política coherente, de las que Contrarrevolución y revuelta en 1972, y Actuels en 1974 serán las
expresiones. Pero a semejanza de la Nueva Izquierda –precursora del
altermundialismo y el anticapitalismo “amplio”– con la que dialoga, no volverá
a encarar, de manera sistemática, la cuestión del proletariado, y nunca
clarificará su visión de la base material de la estrategia revolucionaria.
El peso del factor
subjetivo
Sin recaer en las utopías pre-marxistas, Marcuse es, por
otro lado y correlativamente, de los que, en las “corrientes cálidas” del
marxismo, militaron en favor de la defensa de un gran relato de la
esperanza revolucionaria. Su teoría de la utopía concreta, es decir del
“fin de la utopía” en el sentido de la desaparición como utopía de un
proyecto de sociedad socialista, y al contrario, de la existencia objetiva de
las posibilidades reales de su construcción, resuenan notablemente a E. Bloch o
al “mesianismo” de W. Benjamin (que constituyeron una pujante inspiración para
Daniel Bensaïd en su Walter Benjamin, sentinelle messianique); pero si
Marcuse, a diferencia de Benjamin, aún no ha sido objeto de ningún “revival” en
el espacio intelectual del último período, tal vez sea precisamente porque su
enfoque, punto por punto y explícitamente (aunque en ocasiones tome un aspecto
formal y a pesar de su insistencia, a veces, hipertrofiada en el factor
subjetivo), se basa en la evolución combinada de las relaciones de clase y de
los aparatos productivos del capitalismo. De aquí que el límite de la gran
narrativa de Marcuse no es abandonar la dialéctica materialista, sino sobre
todo, no estar a la altura de su propia exigencia materialista. Esta es su gran
y paradójica lección; muestra retrospectivamente el error que no hay que
cometer, y él lo ha cometido con más claridad que los que lo siguen cometiendo
hoy: olvidar que la búsqueda materialista científica de qué es el
proletariado, en sus estructuras y transformaciones, es la condición de toda
elaboración estratégica consecuente y de una visión justa de donde reside su
“crisis de subjetividad” y de sus recomposiciones en este plano.
De la negatividad a
la negación: dar de nuevo un contenido estratégico al gran relato del “fin de
la utopía”
“Mi única objeción es que la democracia no existe en ninguna de las
sociedades existentes, desde luego que tampoco en las que se llaman
democráticas. Lo que existe es una cierta forma muy limitada de democracia,
ilusoria, empapada de desigualdad, y las verdaderas condiciones de la
democracia están aún por producir. Respecto del problema de la dictadura: sólo
he formulado una pregunta, porque no me puedo imaginar cómo podría mutar en su
contrario, por vía evolutiva, esta situación de adoctrinamiento y
homogeneización casi totales. Me parece que de un modo u otro tiene que
producirse una intervención, que de un modo u otro será necesario oprimir a los
opresores, pues éstos, desgraciadamente, no se reprimen a sí mismos”4.
En su gran lectura de Hegel (en particular de la doctrina de
la esencia de la Ciencia de la
Lógica) en Razón y Revolución,
Marcuse había profundizado la distinción, antimecanicista por excelencia, entre
lanegatividad objetiva del capitalismo, totalidad estructurada por una
serie de contradicciones que se basan, en última instancia, en la contradicción
de trabajo y capital; y las condiciones de su negación revolucionaria. Él
escribió que:
La negación del capitalismo comienza al interior del capitalismo mismo […] Mientras que la revolución depende de una totalidad de condiciones objetivas. Sin embargo, estas condiciones adquieren un carácter revolucionario cuando son guiadas y orientadas por una actividad consciente en pos del objetivo socialista. La transición del capitalismo al socialismo no está garantizado por ninguna necesidad natural, ni por ningún automatismo inevitable 5.
Poner en el centro de la reflexión esta “actividad
consciente” es mantenerse en el terreno, tan apreciado por Lenin y Trotsky, del
factor subjetivo. Por lo tanto, si restauramos hoy –en términos de sus propios
criterios– la centralidad objetiva del proletariado, y escrutamos
cuidadosamente sus recomposiciones subjetivas actualmente ascendentes, entonces
el contenido estratégico del “Gran Rechazo” y de su famosa “opresión de los
opresores” no puede ser otra cosa que la reactualización de la teoría de la
transición revolucionaria por la dictadura del proletariado, junto con la
reafirmación y profundización del proyecto comunista.
Fifty years after,
Marcuse es apreciado por nosotros de diferentes maneras. Sin haber cedido jamás
a la tentación oportunista, con una verdadera altura de miras y en algunas
décadas por anticipado, se enfrenta a los retos de la mayoría de la extrema
izquierda actual (incluyendo en Europa ciertas tendencias del trotskismo, entre
otras), concentrando sus dudas, pero también encarnando sus impasses. Que esta
extrema izquierda no esté globalmente a su misma estatura, ni tenga los hombros
suficientes para no doblegarse bajo el yugo de su propia descomposición, puede
explicar su negativa de enfrentar a Marcuse hasta el momento. A menos que ella
ya sepa que Marcuse representaría una mala conciencia, muy perturbadora, ya que
merece las mismas críticas que se le han dirigido frecuentemente a él.
Traducción del francés por Gastón
Gutiérrez
Título original: “¿Qué queda de nuestros amores marcusianos? | A 50 años de El hombre unidimensional”
Título original: “¿Qué queda de nuestros amores marcusianos? | A 50 años de El hombre unidimensional”
Notas
1. M. Van der Linden, Western Marxism and the Soviet
Union. A Survey of Critical Theories and Debates Since 1917, Chicago,
Haymarket Books, 2009.
2. H. Marcuse, Raison et révolution. Hegel et la
naissance de la théorie sociale, París, Minuit, 1968.
3. Ver “Sur le concept de négation dans la dialectique” en Pour
une théorie critique de la société, Parangon, Lyon, 1969.
4. H. Marcuse, El final de la utopía, Barcelona,
Planeta-Agostini, 1986.
5. H. Marcuse, Razón y revolución, Hegel y el
surgimiento de la teoría social, Madrid, Alianza Editorial, 1995.
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