Cornelius
Castoriadis ✆ Pablo Secca |
Partiendo de presupuestos psicoanalíticos, pero en abierta discrepancia con el deter- minismo freudiano, Castoriadis define el núcleo psíquico original (al que llama monádico), como un estado de locura totalitaria en que el yo es omnipotente y sus representaciones, afectos y deseos indiferenciados. Ese núcleo es radical y violenta- mente antisocial, es raíz de todo odio y violencia. El proceso de socialización comportará la limitación de esa omnipotencia de la psique, proporcionando las significaciones imaginarias sociales (tribu, religión, nación…) como sucedáneos de sentido de aquella omnipotencia perdida. El ser humano, dice Castoriadis, no es un ser racional, es un ser loco, que desea la certidumbre de la creencia. Pero, al mismo tiempo, se manifiesta en él esa imaginación radical, fuente original de toda representación (vinculada siempre a afectos y deseos), que puede hacer posible la aparición de la subjetividad reflexiva y deliberativa. Frente a la violencia de la clausura de sentido que ofrecen las sociedades cerradas, observamos procesos de reconocimiento de la alteridad.
«El odio es más viejo que el amor»
El odio es, como relación con el objeto, más antiguo que el amor. Nace de la repulsa primitiva del mundo exterior emisor de estímulos por parte del yo narcisista primitivo.
Esta cita pertenece a la obra de Freud Las pulsiones y sus
destinos.1 En ella, el odio se presenta como principio activo generador del
exterior al sujeto. Éste será también el punto de partida de Castoriadis en su caracterización
de las fuentes del odio: “la tendencia fundamental de la psique a rechazar (y
así, a odiar) lo que no es ella misma”. Ahora bien, para poder explicar esta
tendencia es necesario postular una instancia psíquica que Freud llamaba “yo
narcisista primitivo”, y Castoriadis llamará “mónada psíquica”. Dice
Castoriadis que “desde el nacimiento la psique gira en torno a sí misma”, se
halla en un estado de clausura. En ese primer estadio psíquico cualquier deseo
que pudiera presentarse está satisfecho de manera inmediata: nada existe fuera
del sujeto, que se experimenta a sí mismo como fuente de placer o como capaz de
dar cumplimiento a ese placer.3 Castoriadis observa en el estado de mónada
psíquica lo que Freud llamaba “omnipotencia mágica del pensamiento”: en el
inconsciente, basta con que aparezca un deseo para que éste quede realizado en
y a través de la representación.
La fase monádica no dura, naturalmente, mucho tiempo, pero
dejará su impronta en el resto de nuestra existencia. Nuestra psique busca
retornar a ese estado de plenitud ilusoria:
[...] es la matriz y el prototipo de lo que, para el sujeto, será siempre el sentido, a saber, el tenerse indestructiblemente unido, consigo mismo y como fin y fundamento de sí mismo, fuente ilimitada de placer a la que nada le falta y que no deja nada por desear.
Por ello, el sentido
será siempre asimilado a totalidad, completud, cierre. Este “nudo originario”
que es la mónada es “a-racional”, pues ignora el tiempo y la contradicción (y
por tanto la realidad y la lógica del mundo exterior). Sin embargo, la propia
racionalidad tendrá en su núcleo esta locura
totalitaria, esa exigencia de sentido absoluto, esa insensatez propia del estado monádico. Por otra parte, la mónada es
obviamente “a-social” (radical y violentamente antisocial, dice Castoriadis), ya
que, completamente egocéntrica, ignora a los otros. Sin embargo, la exigencia
de clausura que la caracteriza estará presente en la institución social: el
sujeto exigirá de la sociedad un sentido totalizador que le devuelva, aunque
sea ilusoriamente, a su primitivo estado monádico.
http://www.revistadefilosofia.org/ |