El
neo-desarrollismo ha despertado la atención de numerosos analistas
latinoamericanos. Las discusiones sobre este enfoque incluyen caracterizaciones
de modelos económicos, estrategias geopolíticas y procesos sociales. Pero se ha prestado poca atención a la
variante progresista de esa concepción, que algunos autores denominan
social-desarrollismo. Aunque esta segunda visión se encuentra en estado
embrionario e incluye muchas indefiniciones, ya conformó un enfoque con
influencia en varios países.
Planteos
específicos
Pocos autores asumen la pertenencia al
social-desarrollismo. Algunos se identifican con el amplio universo de teorías
del desarrollo, otros destacan afinidades con la heterodoxia económica radical
y casi todos se ubican en el campo político de la izquierda. Uno de sus
promotores estima que este enfoque le asigna mayor relevancia a la dimensión
social que a a las metas del desarrollo (Carneiro, 2012a).
América Latina es el principal objeto de análisis de esta corriente, pero sus miembros trabajan en propuestas específicas para Brasil, Argentina o México. Venezuela y Bolivia son campos de gran aplicación de este enfoque y la red Celso Furtado incluye a muchos simpatizantes de esa orientación (VVAA, 2007).
En el plano económico postulan iniciativas
semejantes al programa neo-desarrollista, pero enfatizan la gravitación del
consumo como mecanismo de redistribución del ingreso. Resaltan la centralidad
del mercado interno para generar un círculo virtuoso de incrementos del poder
adquisitivo y expansión de la producción. También subrayan el papel
preponderante de la demanda para forjar un modelo de crecimiento con inclusión
social[2].
La asociación Furtado adoptó justamente el
nombre de un teórico que resaltaba la centralidad de la demanda, en
contraposición al “mal desarrollo” generado por el deterioro del salario y la
concentración de la renta (Furtado, 2007).
Al igual que el neo-desarrollismo la variante
social promueve políticas monetarias activas, tipos de cambio competitivo y
déficits presupuestarios financiables. Pero remarca la necesidad de mayor
captación estatal de las rentas agrarias o mineras y también postula reducir la
carga financiera que imponen los grandes bancos a las empresas y el estado.
El social-desarrollismo promueve una actitud
de ruptura con el neoliberalismo que es rehuida (o explícitamente evitada) por
el neo-desarrollismo. Su visión es más afín a las corrientes radicales del
keynesianismo que a las concepciones heterodoxas en boga. También subraya la
continuidad de brechas estructurales entre el centro y la periferia, que el
enfoque convencional silencia o relativiza.
Algunos autores proponen una aproximación a las
teorías de la dependencia. Registran la continuada subordinación de la economía
latinoamericana a los centros metropolitanos y refutan los diagnósticos del
subdesarrollo basados en la falta ahorro interno. También remarcan la
transferencia de ese excedente al exterior (Guillen, 2007).
Los social-desarrollistas confían en gestar un
modelo inclusivo de capitalismo que reduzca los niveles de inequidad. Pero
reclaman una nítida primacía del sector público sobre el privado mediante la
consolidación de modelos de capitalismo de estado[3].
A diferencia del neo-desarrollismo son muy
críticos del comportamiento de la burguesía nacional. Promueven la sustitución
de esa clase por el funcionariado estatal en la gestión del crecimiento y
resaltan la solidez de la burocracia frente a la fragilidad del empresariado[4].
El terreno de mayor diferenciación con el
neo-desarrollismo se ubica en la esfera política. Contraponen sus modelos
democrático-populares con los proyectos conservadores del neo-desarrollismo
convencional. En el caso brasileño presentan esta divergencia como una batalla
entre dos perspectivas opuestas para el gobierno de Lula-Dilma (Pomar, 2013a:
23, 60-62, 79-92).
Esta visión se apoya en fundamentos
ideológicos socialistas totalmente ajenos al neo-desarrollismo. Mientras que
los herederos de la CEPAL siempre fueron hostiles al marxismo, muchos teóricos
social-desarrollistas provienen de esa tradición, mantienen su identificación
con la izquierda e interpretan sus modelos como un paso hacia el socialismo.
Para alcanzar ese objetivo consideran
necesario transitar previamente por un prolongado período de capitalismo
regulado. Estiman que esa etapa intermedia permitirá cambiar las relaciones de
fuerzas y reintroducir la batalla por la sociedad igualitaria (Pomar, 2013a:
14-15). Otros vislumbran esa fase como un escenario de disputa entre procesos
decrecientes de acumulación y dinámicas ascendentes de equidad (Guillén, 2007).
Todos consideran que el socialismo debe ser
precedido por un modelo de integración latinoamericana. Estiman que el
surgimiento de ese polo regional autónomo permitirá forjar posteriormente una
economía pos-capitalista de gran porte (Dieterich, 2005: 135-143, 175-185).
¿Estas propuestas ofrecen un programa sólido
para el desenvolvimiento latinoamericano? ¿Sugieren un curso favorable a los
intereses populares? ¿Es compatible la construcción capitalista con la meta
socialista?
Problemas
del modelo
Los promotores del social-desarrollismo destacan que el impulso de la demanda asegura un crecimiento auto-sostenido. Consideran que esos estímulos motorizarán la inversión. Reconocen el conflicto potencial que opone a la expansión de la demanda con el incremento de la rentabilidad. Pero afirman que esa tensión puede compatibilizarse si la redistribución del ingreso no desalienta las inversiones privadas (Carneiro, 2012a).
Los promotores del social-desarrollismo destacan que el impulso de la demanda asegura un crecimiento auto-sostenido. Consideran que esos estímulos motorizarán la inversión. Reconocen el conflicto potencial que opone a la expansión de la demanda con el incremento de la rentabilidad. Pero afirman que esa tensión puede compatibilizarse si la redistribución del ingreso no desalienta las inversiones privadas (Carneiro, 2012a).
Sin embargo la experiencia indica que esa
contradicción irrumpe en algún momento, en todas las economías regidas por el
principio de la ganancia. Por esa razón los períodos de expansión del consumo
son seguidos por fases inversas de ajuste. Las etapas de alto empuje de la
demanda desembocan en períodos contractivos de reducción de costos. En esas
circunstancias el estado de bienestar es reemplazado por la primacía de la
austeridad.
La competencia por beneficios surgidos de la
explotación que rige la evolución del capitalismo impone esa secuencia. El
social-desarrollismo olvida este principio y sitúa a sus modelos en la fase
expansiva, suponiendo que el período inverso puede ser eliminado mediante una
acertada política económica. Esa posibilidad nunca se ha verificado.
Algunos teóricos estiman que países como
Brasil cuentan con un amplio margen para implementar el modelo
social-desarrollista (Carneiro, 2012b, 2012c). Pero lo ocurrido durante la
última década es ilustrativo de las dificultades para concretar la conciliación
de objetivos que postula ese esquema.
La economía brasileña creció (por debajo del
promedio regional) con incrementos del consumo, endeudamiento de los sectores
medios y un gran boom de las commodities. Pero el nivel de la inversión fue
bajo, el estancamiento industrial persistió y el envejecimiento de la
infraestructura alcanzó un punto crítico en energía, comunicaciones y
transporte.
En
este período la gravitación de las rentas agro-exportadoras continuó
disuadiendo la reindustrialización y la expansión de la demanda volvió a
enfrentar el techo de un sistema financiero que absorbe gran parte del
excedente. La intervención estatal y las políticas económicas heterodoxas
tampoco fueron suficientes para reducir la brecha tecnológica[5].
Estas mismas contradicciones se han observado
con mayor nitidez en Argentina. Un modelo -que apostó al virtuosismo de la
demanda- facilitó la recuperación inicial de una economía devastada por el
derrumbe del 2001. Pero al cabo de un quinquenio de gran crecimiento afloraron
los límites de un esquema que genera inflación, desajustes cambiarios y déficit
fiscal.
Como la altísima renta sojera no financió la
reindustrialización, la actividad productiva se estancó. Los grandes ingresos
del fisco fueron canalizados hacia subsidios a los capitalistas, que volvieron
a fugar capital sin aportar inversiones significativas.
Todos
los efectos del impulso a la demanda quedaron neutralizados por la preservación
de una vieja base agro-exportadora, un perfil industrial dependiente y un
sistema financiero adverso a la inversión. El incentivo al consumo manteniendo esa
estructura recreó las viejas tensiones macroeconómicas que afectan al país[6].
¿Capitalismo redistributivo?
¿Capitalismo redistributivo?
En los países con esquemas social-desarrollistas explícitos los resultados han sido limitados y contradictorios. Venezuela tuvo una etapa de crecimiento incentivado por la demanda que se frenó y desembocó en el estancamiento inflacionario actual. Bolivia ha logrado una expansión mas sostenida en un escenario muy peculiar[7].
Todos estos modelos afrontan desequilibrios
semejantes que aparecen cuando la expansión de la demanda choca con las
exigencias de rentabilidad. El neo-desarrollismo resuelve esa tensión
promoviendo las medidas reclamadas por los capitalistas y el
social-desarrollismo rehúye el problema.
Los promotores de ese enfoque consideran que
la implantación de sistemas productivos diversificados, basados en la democracia
participativa y la redistribución del ingreso, permitirá reducir la inequidad y
transformar el crecimiento en desarrollo.
Pero pierden de vista la intensidad de las
crisis periódicas que afronta el capitalismo. Esas convulsiones revierten las
coyunturas de prosperidad, reavivan el desempleo y masifican la precarización
laboral.
El
social-desarrollismo olvida esas experiencias y formula cuestionamientos al
neoliberalismo sin analizar las contradicciones y límites del capitalismo. Los
desequilibrios de ese sistema no obedecen sólo a desaciertos de una u otra
política económica. Este tipo de fallidos explica tensiones de corto plazo o
errores en ciertos planos, que conviven con falencias estructurales en otros campos.
Muchas miradas social-desarrollistas tienden a
centrarse en la coyuntura subrayando problemas derivados del tipo de cambio
(elevado o reducido), las tasas de interés (gravosas o dispendiosas) o las políticas
monetarias (expansivas o contractivas). Cuando fracasa una orientación se
afirma que debió primar la acción inversa.
Con esta visión postulan a posteriori enmiendas
contra-fácticas. Afirman que si en cierto momento se hubiera hecho tal cosa, jamás
habría emergido el desequilibrio en cuestión. De esta forma olvidan las contradicciones
que habrían aparecido en otros terrenos, si se aplicaba la receta propuesta[8].
Este tipo de encerronas surge de ignorar que
todas las tensiones en juego expresan desequilibrios intrínsecos del
capitalismo. Este sistema funciona regenerando contradicciones que ninguna
política económica puede eliminar.
El keynesianismo radical soslaya estos
problemas imaginando al capitalismo como un gran engranaje de variables
monetarias, cambiarias o fiscales. Supone que un buen ministro puede equilibrar
estos agregados, asegurando el perfil progresista del modelo. Pero la historia
económica de América Latina desmiente esa expectativa.
¿Empalme con la Teoría de la Dependencia?
Muchos autores social-desarrollistas remarcan la continuidad de los desequilibrios centro-periferia y promueven una convergencia de la CEPAL con el dependentismo. Estiman que Furtado y Marini aportan los pilares del modelo requerido para interpretar la evolución de América Latina[9].
¿Empalme con la Teoría de la Dependencia?
Muchos autores social-desarrollistas remarcan la continuidad de los desequilibrios centro-periferia y promueven una convergencia de la CEPAL con el dependentismo. Estiman que Furtado y Marini aportan los pilares del modelo requerido para interpretar la evolución de América Latina[9].
Pero esta última combinación es conflictiva.
Ambos teóricos compartían diagnósticos sobre el origen del subdesarrollo
regional, pero postulaban explicaciones y soluciones muy distintas para el
mismo fenómeno. Por eso encabezaron dos escuelas contrapuestas que no pueden
amalgamarse.
Todos los desequilibrios subrayados por Furtado
eran analizados por Marini como características del capitalismo periférico.
Destacaba la perpetuación de esas contradicciones por la inserción regional
subordinada en el mercado mundial, las exacciones del capital extranjero y la
incidencia de la estructura rentista. El teórico marxista no sólo descartaba la
posibilidad de modificar ese status con políticas económicas, sino que objetaba
explícitamente la ilusión de emerger del subdesarrollo mediante el
industrialismo de la CEPAL.
Su
visión incorporaba los aportes analíticos de Prebisch (esquema
centro-periferia, deterioro de los términos de intercambio, heterogeneidad
estructural) y de Furtado (impacto de la oferta laboral sobre la estrechez
salarial, efecto de la importación de insumos sobre el freno industrial).
También avalaba las críticas a una vieja matriz agraria, que sofocaba el
desarrollo manufacturero y restringía el poder de compra de la población
(Marini, 1994).
Pero Marini nunca compartió la esperanza desarrollista
de resolver estos desequilibrios con políticas de modernización monitoreadas
por el estado. Cuestionó el optimismo en esa posibilidad durante los ciclos de
crecimiento y objetó el pesimismo estancacionista en los períodos de agotamiento
de ese auge. En ambas fases subrayó los límites sistémicos del capitalismo en
la periferia.
Marini cuestionó a Furtado con un criterio
semejante al utilizando por Marx para objetar a Ricardo. Ponderó la actitud
científica de ese pensador y destacó sus hallazgos teóricos. Pero al mismo
tiempo subrayó la imposibilidad de comprender el funcionamiento del capitalismo
latinoamericano desde una óptica burguesa. Por esta razón nunca intentó
fusionar el estructuralismo con la Teoría Marxista de la Dependencia.
Capitalismo de Estado
El social-desarrollismo asigna una gran incidencia a la capacidad del estado para motorizar los componentes progresistas del capitalismo. Supone que la propia evolución de este sistema necesita regulaciones para contrapesar el predominio de las finanzas y la competencia descontrolada. El capitalismo de estado es visto como un mecanismo auto-corrector que permite la supervivencia de la acumulación. ¿Pero cuáles son sus peculiaridades?
Capitalismo de Estado
El social-desarrollismo asigna una gran incidencia a la capacidad del estado para motorizar los componentes progresistas del capitalismo. Supone que la propia evolución de este sistema necesita regulaciones para contrapesar el predominio de las finanzas y la competencia descontrolada. El capitalismo de estado es visto como un mecanismo auto-corrector que permite la supervivencia de la acumulación. ¿Pero cuáles son sus peculiaridades?
El capitalismo de estado no puede ser definido
por el simple acrecentamiento de la intervención económica del sector público. Esa
expansión se verifica en todos los países. Está presente en la incidencia del
Pentágono en Estados Unidos, en la cogestión alemana de las empresas o en el
paternalismo de los funcionarios japoneses. Esa influencia ha sido dominante
durante todo el siglo XX y no determina ninguna especificidad de los modelos
capitalistas. Ha constituido un rasgo compartido por el liberalismo de los años
20, el keynesianismo de posguerra y el neoliberalismo actual.
Si el capitalismo de estado sólo implicara
mayor incidencia del estado resultaría difícil distinguir las políticas
económicas ortodoxas, heterodoxas, monetaristas o neo-keynesianas. Tampoco se
podría entender los momentos de alta intervención (socorro de los bancos) y
menor regulación (privatizaciones) que han registrado en las últimas décadas de
neoliberalismo.
El capitalismo de estado no es siquiera
sinónimo de gran acción estatal en circunstancias críticas. En esas coyunturas
la injerencia estatal se impone como un dato, cualquiera sea el modelo
predominante. El ejemplo más nítido de esta tendencia fue el auxilio de los bancos
durante el colapso del 2008-09. En el cenit del neo-liberalismo la mano visible
del estado fue reforzada para salvaguardar la continuidad del sistema
financiero.
Frente a estas dificultades para definir con
alguna precisión el significado del capitalismo de estado, el enfoque
social-desarrollista tiende a subrayar el creciente peso de de las empresas
públicas. Algunos autores estiman que esa tendencia se acentuó en los últimos
años, con la incorporación de 120 entes públicos al ranking de las principales firmas
del planeta (2004-2009). Recuerdan que un tercio de la inversión extranjera
directa realizada en las economías emergentes fue ejecutada por ese tipo de
compañías (2003-2010) (Crespo, 2013).
Pero
esa visión omite la pérdida de supremacía estatal efectiva en las empresas con gran
accionariado capitalista y alta preeminencia del gerenciamiento privado. También
olvida el deterioro del perfil nacional en las firmas integradas a las redes
transnacionales de la inversión y el financiamiento global. El papel
predominante de los grandes grupos burgueses no disminuye en esta versión de
capitalismo regulado.
Las
empresas públicas actuales difieren significativamente de sus equivalentes de
posguerra. Incluyen formas de sociedades mixtas con mayor participación de los
inversores privados. Esta influencia determina un sometimiento mayor de las
firmas a las exigencias de rentabilidad que el mercado bursátil.
El
capitalismo de estado incluye, por lo tanto, una amplísima gama de definiciones
o tendencias permiten amoldar sus caracterizaciones a lo que se pretende
demostrar. Por esta razón son más esclarecedores los debates sobre la
aprobación o la crítica de ese esquema.
Sus defensores sugieren que amortigua (o elimina)
los problemas que acosan al capitalismo privado. Pero no explican cómo podría
eludir las crisis que afectan a todo el sistema. Los estallidos financieros, la
superproducción, la caída de la tasa de ganancia, la retracción del consumo no
son patrimonio exclusivo del privatismo. El temblor del 2008 conmovió con la
misma intensidad a Estados Unidos, Alemania o Francia.
Algunos
autores social-desarrollistas fundamentan su reivindicación con otros
argumentos. Estiman que el capitalismo de estado cumplirá un rol progresivo, si
se extiende a escala internacional, frenan el predominio de las fuerzas
conservadoras y abre caminos hacia el igualitarismo (Pomar 2013a: 6, 51-53, 65).
Con esa visión se retoman las viejas creencias
de la social-democracia pero sin demostrar su factibilidad. Durante el siglo XX
no se registró un solo caso de evolución hacia el capitalismo humanizado y se
verificaron incontables evidencias de procesos regresivos. De la estabilización
del capitalismo sólo emergieron fases ulteriores de mayor inequidad.
Una modalidad progresista del capitalismo es
un contrasentido. Este sistema se desenvuelve perpetuando la desigualdad y los
privilegios de los grupos dominantes. Por esta razón las visiones benévolas del
capitalismo son utopías negativas. Suponen que este régimen podría mejorar su
funcionamiento para favorecer a las mayorías populares, cuando en los hechos
afecta a los trabajadores.
Burocracias y burguesías
A diferencia de sus pares convencionales, los autores social-desarrollistas estiman que en América Latina la burguesía es un grupo social reacio a comandar procesos sostenidos de acumulación. Consideran que ese sector ha sido hostil a todos los intentos industrialistas con mejoras sociales ensayados en el pasado.
Burocracias y burguesías
A diferencia de sus pares convencionales, los autores social-desarrollistas estiman que en América Latina la burguesía es un grupo social reacio a comandar procesos sostenidos de acumulación. Consideran que ese sector ha sido hostil a todos los intentos industrialistas con mejoras sociales ensayados en el pasado.
Pero
constatan esa deserción sin explicar las razones de esa conducta. Ese abandono
fue una reacción frente a los desbordes de la lucha social y las amenazas de
radicalización popular. En esos momentos se activaron los reflejos
conservadores de la burguesía y se corroboró su fuerte entrelazamiento con la
oligarquía y el capital extranjero.
Como
ese comportamiento persistió en las últimas décadas, algunos teóricos proponen contrarrestar
el previsible abandono burgués del proyecto industrialista, con una mayor
presencia del estado. Otros prescinden de evaluaciones y simplemente sustituyen
la calificación de los empresarios por juicios de la eficacia estatal. Suponen
que en esa intervención radica el secreto del desarrollo cualquiera sea la
conducta de los patrones.
Pero no es muy lógico suponer que un modelo
capitalista podrá forjarse sin protagonismo hegemónico burgués. El sistema requiere
una clase dominante que acumule dinero, extraiga ganancias y reinvierta
capital. Por esta razón todas las sugerencias iniciales de sustitución estatal tienden
a postular posteriormente medidas de fortalecimiento del empresariado.
El social-desarrollismo convoca a limitar la
gravitación de la burguesía pero apoya políticas de sostenimiento de ese sector.
Esta contradicción demuestra hasta qué punto resulta difícil promover un
sistema para los capitalistas sin presencia de los principales involucrados.
Para
superar este conflicto se suele promover un mayor reemplazo de protagonistas.
El lugar ocupado por las clases burguesas es asignado a los funcionarios que gestionan
el estado. Se supone que la burocracia se guía por intereses de elites que
superan el mero lucro.
Pero la experiencia desmiente esa
independencia social de las burocracias. Este segmento conforma capas autónomas
muy conectadas con las clases dominantes. Siempre administran el estado en
sintonía con los grandes grupos empresariales.
Es cierto que las elites configuran un
segmento específico con objetivos propios, que afronta distintos conflictos con
las fracciones financieras, industriales o comerciales del capital. Pero están
asociadas con la burguesía y comparten los mismos principios de
enriquecimiento, lucro y explotación. Por eso se oponen a cualquier proyecto
que afecte la continuidad del sistema vigente (Miliband, 1997: cap 1).
La crema del funcionariado aspira a
transformarse en capitalista para reforzar su poder con la propiedad de los
medios de producción. El manejo del estado le permite ubicarse en un status
privilegiado, pero sólo como dueños de las fábricas y los bancos pueden estabilizar
esas ventajas y transmitirlas a sus herederos. La burocracia es imitadora y no
rival de la burguesía.
¿Dos desarrollismos?
En el plano político los autores progresistas contraponen sus proyectos democrático-estatales con las variantes conservadoras del desarrollismo. Consideran que en el caso de Brasil esa disputa se ha procesado dentro de los gobiernos de Lula-Dilma y apuestan a ganar la partida al interior del Partido de los Trabajadores (Pomar, 2013b).
¿Dos desarrollismos?
En el plano político los autores progresistas contraponen sus proyectos democrático-estatales con las variantes conservadoras del desarrollismo. Consideran que en el caso de Brasil esa disputa se ha procesado dentro de los gobiernos de Lula-Dilma y apuestan a ganar la partida al interior del Partido de los Trabajadores (Pomar, 2013b).
Pero el propio retrato que presentan de ese
partido contradice esa expectativa. Describen una organización que surgió con proyectos
socialistas y se convirtió en una maquinaria electoral entrampada en la
preservación del status quo.
Partiendo de esa caracterización no explican
cómo podría el PT retomar un rumbo de izquierda. Esa organización se ha
incorporado al mundo de las grandes empresas, forjó alianzas con las
oligarquías provinciales y utiliza el voto clientelar. Participa de la
financiación oscura de la política, redujo la gravitación del sindicalismo
obrero y potenció el peso de los hacendados y los multimillonarios (Rocha, 2014;
Berterretche, 2014).
Los teóricos social-desarrollistas igualmente argumentan
que las mejoras sociales obtenidas en la última década podrían proyectarse al plano
de la justicia, el funcionamiento del estado y la democratización de los medios
de comunicación. Consideran que esas asignaturas pendientes serán encaradas en
la próxima etapa, si se logra revertir la hegemonía cultural que mantiene la
derecha (Pomar, 2013a: 62-63, 94).
Pero esa extensión requeriría afectar los
intereses capitalistas y el PT no muestra ninguna disposición a involucrarse en
esa confrontación. Por esa razón está amenazada la propia continuidad (o
profundización) de los logros sociales. Este peligro surge de la estrecha
asociación que mantiene el gobierno con los grandes grupos empresarios.
Los defensores del giro
democrático-desarrollista presentan la política exterior como un ejemplo de
realizaciones posibles que podrían ampliarse a otras esferas. Describen la
promoción de la multilateralidad, la autonomía frente a Estados Unidos y la
diversificación de la diplomacia hacia los países del Sur. Consideran que en
este plano se verificó la compatibilidad de las iniciativas empresariales y
populares (Pomar, 2013a: 98-128).
Pero las misiones comerciales, las inversiones
externas, los créditos del BNDES apuntaladas por Itamaraty no han sido
innovaciones del PT. Esa cancillería acumula una larga trayectoria de
intervenciones externas sin componentes populares.
La diplomacia de la última década ha seguido
el modelo del PSOE español, que se convirtió en un lobista de las firmas ibéricas
en el exterior. Lula ha emulado a Felipe González como intermediario de los
negocios y transformó al PT en un organizador de empresas con proyecciones
globales (especialmente en Latinoamérica y África).
Esta
mutación es omitida con elogios a la recuperación de tradiciones nacionalistas favorables
a la integración regional y a la democratización de las relaciones
internacionales (Pomar, 2013a: 98-128).
Pero esta caracterización no condice con la
ocupación militar de Haití. En esa intervención Brasil actúa en sintonía con
Estados Unidos en el ordenamiento del hemisferio. Las tropas brasileñas han
permanecido en la isla en medio de contundentes denuncias de complicidad con la
represión y la tragedia social imperante. En los hechos Itamaraty ha buscado
demostrar que puede asumir responsabilidades en la custodia del status quo
regional (Chalmers, 2014).
El giro internacional conservador del PT se ha
verificado también en su intento de limitar la presencia de las corrientes
radicales en organismos de fuerzas progresistas (como el Foro de Sao Paulo).
Por ejemplo, en el XVII encuentro de esa entidad suscitó una gran controversia
su veto a dos organizaciones de este tipo (Marcha Patriótica de Colombia y
Libre de Honduras).
Expectativas regionales
El modelo social-desarrollista está concebido a escala regional. Sus promotores estiman que el fortalecimiento del MERCOSUR y la conformación de un bloque geopolítico autónomo son condiciones básicas para el desarrollo con inclusión social.
Expectativas regionales
El modelo social-desarrollista está concebido a escala regional. Sus promotores estiman que el fortalecimiento del MERCOSUR y la conformación de un bloque geopolítico autónomo son condiciones básicas para el desarrollo con inclusión social.
¿Pero el enlace regional torna más realizables
las metas que no se han alcanzado en cada nación? ¿Por qué razón el capitalismo
regional corregiría esas carencias? La principal respuesta realza la mayor
escala de los mercados y la creciente capacidad de negociación internacional de
un bloque zonal.
Pero olvida que esa extensión no desactiva los
intereses centrípetos de los distintos grupos empresarios. Las burguesías
brasileña, argentina o colombiana continúan privilegiando los negocios
internacionales que han forjado a lo largo de siglos, en desmedro de un mercado
latinoamericano común.
La existencia del MERCOSUR (o UNASUR)
demuestra que esos sectores también trabajan junto a las empresas transnacionales
en el ámbito regional. Los intercambios comerciales y las inversiones en esta
área son muy superiores al pasado. Pero hasta ahora, no existe el menor indicio
de tendencias a la amalgama de los capitalistas latinoamericanos, en un
conglomerado social convergente.
A diferencia de Europa ni siquiera despunta la
aparición de un proto-estado regional unificado con monedas, cancilleres o
parlamentos comunes. Tampoco hay esbozos de ejércitos, banderas o himnos
compartidos. A diferencia del Viejo Mundo, América Latina siempre fue una
región subordinada al capitalismo mundial y ese status no ha cambiado en el
siglo XXI. La reinserción global de la zona como exportadora de materias primas
ha recreado parcialmente ese sometimiento y socava los intentos de forjar
asociaciones regionales autónomas.
Por esta razón, el MERCOSUR nunca despegó y
actualmente enfrenta renovados obstáculos para su desenvolvimiento. También el
equilibrio político consensuado dentro de UNASUR -entre gobiernos muy disímiles-
empuja a este organismo a una periódica inacción[10].
Algunos
pensadores estiman que América Latina igualmente puede alumbrar su propia
variante de capitalismo regional progresista, si se incorpora al bloque
contra-hegemónico que lideran China y Rusia, en el nuevo escenario de la
multipolaridad. Los BRICS son vistos como el principal laboratorio de un nuevo
polo coordinado de capitalismo de estado. Esperan que Brasil construya el
puente de la región con las futuras potencias (Pomar 2013a: 14-15, 51-53, 65).
Pero
basta observar la relación que ha establecido la principal economía en ascenso
del mundo con América Latina para desmentir esas creencias. China incrementó en
forma significativa su intercambio con la región y el volumen total del
comercio pasó de 10 billones (2000) a 257 billones de dólares (2013). Pero casi
todas las ventas al gigante asiático están compuestas por cereales, minerales y
soja y el 91% de las compras son productos manufacturados. Este mismo patrón
rige para la sub-potencia brasileña.
A pesar de la mejora en los términos de
intercambio registrada en la última década, el patrón comercial de
Latinoamérica con China tiende a repetir los viejos desbalances que afectan a la región. Ya son
numerosas las comparaciones del esquema actual con el modelo impuesto por Gran
Bretaña en el siglo XIX. Ese curso primarizó a la región y bloqueó su
desarrollo industrial (Ventura, 2014).
La
reaparición de las tradicionales disparidades entre el centro y la periferia
impide la concreción de una variante cooperativa del capitalismo de estado. Muchos
estudiosos de las relaciones de América Latina con China describen la asimetría
estructural que se ha creado entre ambas regiones (Martins, 2011).
Esta
misma desigualdad se verifica en torno a los BRICS, que impulsan emprendimientos
financieros (como el reciente banco de desarrollo), sin alterar la brecha que separa
a las potencias industriales (China) o militares (Rusia) de los proveedores de
materias primas (Brasil).
¿Un paso hacia el socialismo?
Algunos enfoques vislumbran el ambicionado capitalismo progresista como un anticipo del socialismo. Consideran que el MERCOSUR y la relación con China pavimentarán el camino hacia la sociedad igualitaria. Observan estas iniciativas como eslabones de un proceso global, que inclinará la balanza global a favor de los proyectos populares resistidos por las elites occidentales.
¿Un paso hacia el socialismo?
Algunos enfoques vislumbran el ambicionado capitalismo progresista como un anticipo del socialismo. Consideran que el MERCOSUR y la relación con China pavimentarán el camino hacia la sociedad igualitaria. Observan estas iniciativas como eslabones de un proceso global, que inclinará la balanza global a favor de los proyectos populares resistidos por las elites occidentales.
¿Pero cómo podría gestarse ese
amortiguador con organismos interesados en mantener lazos privilegiados con las
empresas transnacionales? Ese tipo de conexión predomina en la actualidad en
todos los modelos de capitalismo vigentes.
En los años 80 se concebía otra transición a
través de un Nuevo Orden Económico Internacional sostenido por la URSS. El
propio concepto de capitalismo de estado (o capitalismo monopolista de estado)
fue perfeccionado durante ese periodo con interpretaciones muy variadas. En
algunas visiones era visto como un adversario del bloque soviético y en otros
era interpretado como un nexo hacia la extensión internacional del socialismo (Inozémtsev,
Mileikovski, 1980; Valier, 1978).
Las miradas actuales se alejan de ese enfoque,
pero señalan que la preparación actual del socialismo transitará en América
Latina por cursos neo (o social) desarrollistas de capitalismo. Con ese
fundamento aprueban a los gobiernos de centroizquierda, estimando que esas
administraciones consolidan la autonomía diplomática requerida para apuntalar
la etapa pre-socialista. También destacan cómo esas administraciones limitan la
preeminencia de gobiernos pro-estadounidenses y contribuyen a frenar las conspiraciones
derechistas contra Bolivia y Venezuela (Pomar 2013a: 39, 47, 54, 56).
Pero
esa contención incluye un componente de tutela conservadora para neutralizar
los procesos más avanzados de la región, que es omitida por los social-desarrollistas.
Evitan considerar las consecuencias de las medidas exigidas para forjar el
capitalismo regional.
Esta construcción aporta ciertos blindajes
externos a los procesos políticos antiimperialistas, pero exige limitar sus
niveles de radicalización. Este acordonamiento no es novedoso. Todas las
revoluciones afrontaron ese cerrojo y las victorias se lograron sorteando esas
presiones.
Una forma de obstruir la radicalización es relegar
al ALBA a un rol testimonial, estimando que sólo la UNASUR está disponible para
ejercitar alguna acción efectiva en la región. Los autores que aceptan esa
política reconocen la simpatía de toda la izquierda con el primer proyecto,
pero subrayan la imposibilidad de extenderlo (Pomar 2013a: 41-43, 58, 194).
Esa
mirada omite que dentro de UNASUR hay varios gobiernos explícitamente
reaccionarios. Por esa razón ese organismo sólo puede aportar un paraguas
defensivo frente al acoso imperial, pero nunca apuntalará la dinámica
antiimperialista que necesita América Latina, para abrir un cauce hacia el
socialismo.
Propuestas incompatibles
La expectativa de arribar paulatinamente al socialismo una vez concluida la fase previa de capitalismo estatal retoma la vieja estrategia de las etapas, que desde los años 40 postularon muchos Partidos Comunistas. Esta teoría jerarquizaba la batalla contra los latifundistas y esperaba actitudes progresistas del empresariado nacional.
Propuestas incompatibles
La expectativa de arribar paulatinamente al socialismo una vez concluida la fase previa de capitalismo estatal retoma la vieja estrategia de las etapas, que desde los años 40 postularon muchos Partidos Comunistas. Esta teoría jerarquizaba la batalla contra los latifundistas y esperaba actitudes progresistas del empresariado nacional.
Los social-desarrollistas conocen esa
frustrada experiencia pero evitan juzgarla. Se limitan a proponer su repetición,
con la esperanza que el tiempo transcurrido impida una nueva decepción. No
aclaran cómo se eludiría ese resultado transitando por el mismo camino (Pomar
2013a: 27-29, 35).
Es
evidente que el socialismo nunca llegará si se afianza el capitalismo. Un sistema
es incompatible con el otro. El principio básico del primer régimen es la
igualdad y el cimiento del segundo es la explotación. Cualquier proyecto de
transición al socialismo requiere el declive y no la extensión del capitalismo.
Para
forjar variedades de este último sistema hay que desenvolver prósperos negocios
que apuntalen las fortunas de las clases dominantes. Ese proceso consolida privilegios
que alejan la esperanza de socialismo.
En
el pasado la alianza con las burguesías no condujo al reemplazo del modelo
agro-exportador por procesos exitosos de industrialización. Por esta razón
tampoco se verificó el siguiente paso de maduración económica previa del
pos-capitalismo. La supervivencia del sistema actual recreó distintas
modalidades de acumulación.
Muchos
autores progresistas también supusieron que la burguesía se resignaría a
suscribir alianzas desfavorables a su propio futuro, ante la imposibilidad de
detener un curso socialista inevitable de la historia. Pero en los hechos muy
pocos patrones se sometieron a ese mandato teleológico y continuaron
preservando el sistema que los beneficiaba.
En esos años también se imaginaba que
el patriotismo de los capitalistas favorecería desenlaces socialistas. Esta
expectativa era particularmente intensa en las coyunturas bélicas o en los
momentos de agresión neo-colonial. Pero siempre se corroboró una predilección
opuesta de las clases opresoras a aceptar la dominación extranjera para
preservar sus privilegios.
En
todas esas variantes el socialismo era concebido como un norte visible, al cabo
de ciertos años o décadas de prosperidad capitalista nacional. Este enfoque ha
perdido actualmente esa vieja temporalidad. Los social-desarrollistas no
sugieren en qué momento comenzaría el pasaje del capitalismo de estado a la
sociedad igualitaria.
Como presuponen que ese estadio requiere la
consolidación previa de un modelo capitalista regional la fecha en juego
resulta inimaginable. Si el capitalismo latinoamericano aún no fue parido,
tampoco es posible concebir cuándo emergerá su sucesor.
La correlación de fuerzas
Otro argumento para preceder la batalla por el socialismo con modelos de capitalismo resalta la necesidad de cambiar las relaciones de fuerza actualmente adversas (Pomar 2013a: 14-15).
La correlación de fuerzas
Otro argumento para preceder la batalla por el socialismo con modelos de capitalismo resalta la necesidad de cambiar las relaciones de fuerza actualmente adversas (Pomar 2013a: 14-15).
Al
cabo de dos décadas de neoliberalismo, el escenario mundial de repliegue que
describe ese diagnóstico es indiscutible. Pero un cambio de ese contexto
dependerá de luchas sociales victoriosas que permitan frenar los atropellos de
las clases dominantes.
La correlación de fuerzas sólo mejoraría con
ese resultado y no con la aparición de otro modelo capitalista. Un esquema
desarrollista no es sinónimo de avances sociales. Basta recordar que en los
años 60 varias dictaduras sudamericanas adoptaron ese perfil económico, para
constatar la inexistencia de esa identidad.
Las
miradas social-desarrollistas de la correlación de fuerzas no retratan el
estado de la confrontación entre trabajadores y patrones, sino la presencia de
modelos más o menos favorables al capitalismo de estado. En estas interpretaciones
no se evalúa cuántas conquistas obtienen o pierden los asalariados, sino qué
sector de la burguesía predomina. Si los industriales monitorean el sistema, el
veredicto es auspicioso y si predominan los financistas, el juicio es sombrío.
Este
abordaje postula una simplificada contraposición entre neoliberales y
neo-desarrollistas. Si la economía se estanca, aumenta la pobreza y se expande
la desigualdad es por la primacía del primer grupo. Cuando prevalecen
tendencias opuestas todos los méritos son asignados a la segunda corriente. El
escenario objetivo del capitalismo y el desenlace de las luchas populares que
explican ambas coyunturas quedan relegados, frente a esa forzada contraposición
binaria.
Con ese criterio cualquier consideración de la
correlación de fuerzas se torna arbitraria. Además, se suelen potenciar la
adversidad de los escenarios para realzar la necesidad de alianzas con los
capitalistas, que atemperen la debilidad de los oprimidos. El análisis real de
las derrotas o victorias de los movimientos populares queda sometido a un
filtro, que dirime cuánto apuntalan u obstruyen esas acciones la gestación del
capitalismo progresista.
Con
este enfoque las discusiones de la izquierda pierden la brújula. Los elogios al
capitalismo social-desarrollista permiten establecer diálogos con los
economistas del sistema que ignoran, rechazan u omiten referencias al
socialismo. Pero el intercambio se torna más complejo con los marxistas que cuestionan
al capitalismo y apuestan a su erradicación.
La sustitución del programa socialista por
convocatorias a una etapa común con la burguesía induce a la adopción de las
preocupaciones de las clases dominantes. El cuestionamiento de la explotación
es sustituido por impugnaciones del libre-comercio y las objeciones al
capitalismo como sistema son reemplazadas por críticas a sus modalidades
financieras, a las ganancias excesivas o a la escasa regulación. La
competitividad es aceptada como principio e incluso convertida en la prioridad de
toda la sociedad.
La
trayectoria de las corrientes social-demócratas ilustra esta involución. Luego
de asumir la necesidad del capitalismo comenzaron a participar en la
administración de los lucros que genera este sistema. En la actualidad su
mimetización con los representantes de la burguesía es total.
Discutir sin prevenciones
Algunos autores social-desarrollistas consideran que los debates sobre estrategias socialistas no deben traspasar los límites nacionales. Suponen que cada pueblo construye su propio camino sin contrastarlo con otras experiencias. Por eso objetan cualquier contraposición “dicotómica” entre izquierdas socialdemócratas y radicales. Estiman que cada variante se corresponde con las peculiaridades de su país y convocan a un desarrollo convergente de ambas vertientes (Pomar 2013a: 15, 24-25, 56, 59, 49).
Discutir sin prevenciones
Algunos autores social-desarrollistas consideran que los debates sobre estrategias socialistas no deben traspasar los límites nacionales. Suponen que cada pueblo construye su propio camino sin contrastarlo con otras experiencias. Por eso objetan cualquier contraposición “dicotómica” entre izquierdas socialdemócratas y radicales. Estiman que cada variante se corresponde con las peculiaridades de su país y convocan a un desarrollo convergente de ambas vertientes (Pomar 2013a: 15, 24-25, 56, 59, 49).
Pero la historia de los procesos
revolucionarios ilustra todo lo contrario. Estos cursos prosperaron a través de
controversias entre fuerzas adversas. Esa diferenciación permitió a los bolcheviques
superar a los mencheviques, a Mao romper con Chang Kai Shek y a Fidel Castro
desembarazarse de los gusanos.
Ciertamente el momento actual no se equipara
con esos períodos, pero rigen los mismos contrapuntos y la misma necesidad de
clarificarlos, si se aspira a promover algún rumbo socialista. Este
esclarecimiento transita por una diferenciación entre proyectos estratégicos
pro y anticapitalistas.
Nadie discute que la transición al socialismo
será un proceso prolongado que incluirá complejas disputas entre el plan y el
mercado. Pero esa contraposición sólo puede desenvolverse en una sociedad que
comenzó la erradicación del capitalismo y no al interior de este sistema.
Resumen
La variante progresista del neo-desarrollismo prioriza la expansión de la demanda omitiendo las tensiones con la ganancia. También busca equilibrar las variables macroeconómicas desconociendo los desajustes que genera la acumulación. Su expectativa de sustraer al capitalismo de estado de las crisis que afronta el sector privado no se verifica. Tampoco es viable el reemplazo de empresarios por funcionarios.
Los proyectos políticos del desarrollismo democrático-popular chocan con los compromisos asumidos por la variante conservadora y el modelo regional cooperativo está afectado por la inserción global primarizada. Es erróneo observar a los gobiernos de centro-izquierda como antesala del socialismo y sustituir la evaluación de la lucha social por registros de proximidad o lejanía del industrialismo capitalista. Respetar las singularidades nacionales no impide discutir contrastando experiencias.
Referencias
-Amico, Fabián; Fiorito, Alejandro, (2014). Revista Circus, grupolujan-circus.blogspot.com.
Resumen
La variante progresista del neo-desarrollismo prioriza la expansión de la demanda omitiendo las tensiones con la ganancia. También busca equilibrar las variables macroeconómicas desconociendo los desajustes que genera la acumulación. Su expectativa de sustraer al capitalismo de estado de las crisis que afronta el sector privado no se verifica. Tampoco es viable el reemplazo de empresarios por funcionarios.
Los proyectos políticos del desarrollismo democrático-popular chocan con los compromisos asumidos por la variante conservadora y el modelo regional cooperativo está afectado por la inserción global primarizada. Es erróneo observar a los gobiernos de centro-izquierda como antesala del socialismo y sustituir la evaluación de la lucha social por registros de proximidad o lejanía del industrialismo capitalista. Respetar las singularidades nacionales no impide discutir contrastando experiencias.
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Notas
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] En Brasil: Carneiro, (2012a). En Argentina: Amico, Fabián; Fiorito, Alejandro, (2014), Wierzba, Guillermo (2014). En México: Guillén (2013).
[3]Esta evaluación se fundamenta en las investigaciones de Dos Santos, Theotônio (2011)
[4]También aquí se inspiran en los trabajos de Dos Santos, Theotonio (2008).
[5] Nuestro balance en: Katz (2014a). También: Castelo (2012)
[6]Nuestra visión en Katz (2014b)
Notas
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] En Brasil: Carneiro, (2012a). En Argentina: Amico, Fabián; Fiorito, Alejandro, (2014), Wierzba, Guillermo (2014). En México: Guillén (2013).
[3]Esta evaluación se fundamenta en las investigaciones de Dos Santos, Theotônio (2011)
[4]También aquí se inspiran en los trabajos de Dos Santos, Theotonio (2008).
[5] Nuestro balance en: Katz (2014a). También: Castelo (2012)
[6]Nuestra visión en Katz (2014b)
[7]Analizamos estos dos casos en Katz, Claudio, “Los
dilemas de Venezuela” y Katz Claudio,
“Las sorpresas de Bolivia” (próxima difusión).
[8]Fiori describe esas contradicciones en orientaciones que auspician contradictorias políticas de industrialismo y exportación de recursos naturales o incrementos de la competitividad y mejoras del poder compra, con iniciativas monetario-fiscales expansivas y austeras. Fiori (2011, 2012a, 2012b).
[9] Guillén (2013). Otros pensadores cercanos a la escuela brasileña de UNICAMP postulan enfoques endogenistas, que enfatizan la gravitación de los determinantes internos en el subdesarrollo
[10]Nuestro enfoque en: (Katz, 2008: cap 5)
[8]Fiori describe esas contradicciones en orientaciones que auspician contradictorias políticas de industrialismo y exportación de recursos naturales o incrementos de la competitividad y mejoras del poder compra, con iniciativas monetario-fiscales expansivas y austeras. Fiori (2011, 2012a, 2012b).
[9] Guillén (2013). Otros pensadores cercanos a la escuela brasileña de UNICAMP postulan enfoques endogenistas, que enfatizan la gravitación de los determinantes internos en el subdesarrollo
[10]Nuestro enfoque en: (Katz, 2008: cap 5)