► Hoy hemos buscado nuclear una fuerza
contrahegemónica, una praxis libre, una conciencia crítica, pero estamos en
inferioridad de condiciones
Gral. José de San Martín |
Somos libres, pero al modo que el imperio siempre lo ha querido: no en tanto colonias, sino neocolonias. Nuestra situación sigue siendo –no poscolonial, como si hubiéramos dejado por completo atrás esa situación– sino neocolonial. (Nota: Este concepto –el del pacto neocolonial– tuvo su respaldo académico cuando Tulio Halperin Donghi lo incluyó en su Historia de América Latina. Hasta ahí se manejaba el de semicolonia que Jorge Abelardo Ramos desarrollara en Historia de la Nación Latinoamericana, libro mejor escrito y más entretenido que el de Tulio, pero sin su prestigio académico. Tulio escribía desde la academia norteamericana y el Colorado Ramos desde Corrientes y Talcahuano, a lo Viñas.)
¿Qué es una
neocolonia?
En el Parlamento británico, durante el siglo XIX, un
brillante hombre del imperio, Richard Cobden, dijo que había que abandonar el
burdo colonialismo. Que era necesario cederles su orgullo a las colonias. Que
debían ser libres, tener escudo, bandera e himno nacional. Ejércitos,
autoridades propias, sostener sus ideas religiosas, todo eso debían tener. Todo
eso les permitiría el imperio sin incomodarse al solo costo de que comerciaran
mayoritariamente con él. Sean libres, si así lo quieren. Pero permítannos
ayudarlos. Les extraeremos el petróleo, les compraremos todo el azúcar, el
algodón, el trigo y las vacas. No se gasten en tener industrias. Son muy caras
y estamos nosotros para entregarles lo que necesiten. Vivan de la riqueza de
sus suelos generosos. Sean el granero del mundo. Nosotros seremos el taller.
Esta situación –que ha sido analizada y todos conocen– echa
por tierra el concepto “poscolonial” con el que los profesores “poscoloniales”
de la academia norteamericana –basándose en Foucault, Deleuze, Lacan y Derrida–
se han hecho un destacado lugar en esos claustros, que han generado la tersa
teoría del “multiculturalismo”. (Concepto que rechazamos y ya explicaremos por
qué.)
Pero, en tanto, la teoría neocolonial señala una carencia,
un desajuste, sólo la modificación de un escenario colonialista, pero nunca su
superación, nunca el surgimiento de una nueva hegemonía conquistada por medio
de una praxis contrahegemónica, la teoría poscolonial da por resuelto un
problema que subiste. La “libertad” de las colonias, su poscolonialidad, no ha
resuelto el problema colonial, que continúa pero por otros medios.
San Martín y
Rosas
Los territorios de América del Sur no han hecho ninguna
revolución. No estará mal revisitar estos temas hermenéuticos durante estos
días de mayo. Sé que muchos colegas, personas a las que respeto, buscan un
surgimiento glorioso para nuestro país. Sé que se enojan cuando planteo estas
tesis sobre las acciones de mayo y las siguientes. Sin embargo, mi interpretación
no disminuye el coraje de aquellos hombres de los principios de los países del
sur. No me importa discutir si San Martín fue un agente inglés. Si Moreno
quería (nada menos y nada más) que liberar a Suramérica del poder español y
entrar en la modernidad capitalista. No dudo que en la Conferencia de Guayaquil
San Martín se retiró por muchos motivos. Entre ellos, y acaso el principal,
porque no compartía el proyecto bolivariano de la unidad de América latina.
Había venido para liberar al continente del perimido dominio español. Esa fue
su lucha. Esa fue su gloriosa campaña libertadora. Que fue gloriosa y que
liberó, sin duda, a los países de Suramérica del arcaísmo hispánico. La
Generación del ’37 lo sigue en este punto. San Martín es uno de los hombres más
puros de nuestra América. (Con Antonio José de Sucre.) Vino a luchar contra el
poder español. Triunfó y le cedió el paso al ambicioso Bolívar, que buscaba
unir al continente bajo una dictadura nacional que él encarnaría. Cuando, en
1829, regresa al país y se entera de la sedición contra Dorrego, recibe las
visitas de Rivadavia y Lavalle, de a uno por vez. Le ofrecen el comando del
Ejército Libertador, que, bajo el mando de Lavalle, ha derrotado y fusilado a
Dorrego. San Martín se niega. Precisamente dicho: se niega a ser Lavalle, ya
que Lavalle fue lo que San Martín se negó a ser. Transformó, ensuciándolo, al
Ejército Libertador en policía interna, algo que trazaría un destino indigno
para el Ejército Argentino recién recuperado durante los primeros años del
siglo XXI. Fue larga la sombra de Lavalle, que llega a su punto máximo con
Videla.
San Martín, ya desde su exilio europeo, pondera la acción de
Rosas y, según se sabe, le cede, en su testamento, el sable que lo acompañó en
las guerras de la Independencia. Apoyaba las luchas de soberanía y liberación,
no las internas. Rosas es y será siempre un núcleo conceptual sobredeterminado
para los que buscan pensar la historia argentina. ¿No sabía San Martín que
engalanaba con su sable a un restaurador de las tradiciones hispánicas? ¿No
sabía que ese restaurador (¿qué restaurador no es un reaccionario?) rechazaba a
las fuerzas de la modernidad capitalista que apoyaban sus enemigos, los cultos
liberales, los que habían leído a Rousseau, a Victor Cousin, a Savigny? Lo
sabía, pero siempre estuvo antes con la defensa de la soberanía territorial que
con los imperios que buscaban someterla en nombre de las luces, de la razón,
del progreso. También Alberdi apoyó a Rosas.
Si buscamos los núcleos axiales de una historia (la nuestra)
que persiguió su identidad a través de sus empeños contrahegemónicos, de su
búsqueda de un espacio de libertad, de sus escasos, pero importantes y
despiadadamente reprimidos, intentos de una praxis de emancipación, esa
batalla, la de la Vuelta de Obligado, entrega uno de los momentos más elevados
de toda lucha anticolonialista. De aquí el entusiasmo de San Martín.
El sable corvo del general José de San Martín |
Nosotros, hoy, que hemos buscado nuclear una fuerza
contrahegemónica, una praxis libre, una conciencia crítica, también estamos en
inferioridad de condiciones. Vemos que la política se hunde en las ciénagas de
la banalidad. Que las subjetividades están colonizadas por el poder mediático.
Pero tal vez aún sea posible arruinarles algunos negocios. Como Rosas. Pero sin
esperar el sable de San Martín, no. No podemos llevar a cabo una lucha contrahegemónica
tan importante como para merecer semejante premio. Todavía.
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