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Sencillamente, es la clase de edificio por el que uno podría imaginarse que la gente daría su vida. Y sin embargo, su arquitecto, Karl Ehn, no era un activo socialista. Siguió ocupándose de sus encargos tras el golpe fascista de 1934 y trabajó incluso para los nazis tras la anexión de Austria, cuatro años más tarde.
Pese a la desenvoltura del diseño, éste provenía de las
instrucciones, no de las inclinaciones políticas o incluso arquitectónicas del
diseñador. Por el contrario, procedía de la intersección de las necesidades de
la ciudad de Viena de viviendas de gran densidad en los barrios del centro y
del tipo de ideas arquitectónicas de la capital del imperio de los Habsburgo a
principios del siglo XX.
Ehn había sido estudiante de Otto Wagner, un arquitecto
imperial modernizador que fue pionero de un enfoque racionalista, austero que,
si bien influyó sin duda en la arquitectura moderna, no llegó al rechazo de la
ornamentación que preferían arquitectos y pensadores vieneses más jóvenes, como
Adolf Loos u Otto Neurath.
El mejor edificio de Wagner, la Caja Postal de Ahorros de
Viena, compendia esta tensión: por la sala del banco, de acero y cristal, y la
estructura de acero, pertenece al movimiento moderno; por su simetría,
escultura heroica y revestimiento de piedra, es neoclásico. Los alumnos de
Wagner prosiguieron este estilo en los años 20 y 30, por contraposición a los
arquitectos de Berlín o Frankfurt que en aquella época exploraban concepciones
completamente nuevas del espacio arquitectónico.
El gusto de la escuela de Wagner por la monumentalidad y la
cuadrícula urbana tradicional fue una afortunada casualidad para el
Ayuntamiento de Viena. Como la mayoría de las capitales tras la Primera Guerra
Mundial, Viena se enfrentaba a una enorme crisis de vivienda, con hacinamiento,
alquileres altos y desempleo masivo. A diferencia de casi todas las demás
capitales, el gobierno municipal – abrumadoramente dominado por los
“austro-marxistas”, bastante a la izquierda de los socialdemócratas – no
respondió con la suburbanización sino con la reconstrucción de los barrios
céntricos.
El gobierno municipal consideraba las ideas
descentralizadoras de los radicales de la arquitectura tan caras como
perjudiciales para los intereses de los trabajadores vieneses. Antes bien,
querían mantenerlos en lugares de trabajo de alta densidad, en comunidades
estrechamente unidas, sólo que con niveles de vida más elevados que los que
habían tenido antes.
Como consecuencia de ello, la ciudad se embarcó en un enorme
programa de construcción – levantó 64.000 pisos en menos de 10 años, que
albergaban a cerca de un cuarto de millón de personas – subvencionado gracias a
los elevados impuestos a los ricos y, sobre todo, a los caseros, que, por
supuesto, se vieron absolutamente despojados por el programa y que se
convirtieron más tarde en los principales partidarios del fascismo austriaco.
Con la municipalidad construyendo en los barrios del centro,
los arquitectos de la “Viena roja” estaban perfectamente ubicados para darle el
rostro adecuado, orgulloso, monumental, un poco melodramático. Cada uno de las
docenas de Hofe (patios) que salpican el anillo de circunvalación
interior de Viena sigue el trazado histórico de las calles, y se
niega a romper con la disposición tradicional respecto al peatón.
Pero la diferencia está dentro. Sus grandes arcadas no
llevan, como en la vivienda del siglo XIX, a sub-apartamentos cada vez más
lóbregos y miserables sino a espacios a modo de parques, llenos de edificios
sociales, árboles y campos de juego. Los detalles decorativos, como esculturas,
murales, azulejos de mayólica, se añadieron como forma de mantener empleados a
los artesanos durante un periodo de enorme paro.
En lugar del rechazo total del siglo XIX que se estaba
convirtiendo en norma en Berlín, Rotterdam, Paris o Moscú, se trataba de una
adaptación de la pompa, centralización y planificación concentrada en las
calles de la ciudad imperial para fines políticos muy diferentes. Aquí la pompa
y la centralización eran un medio de homenajear no al emperador sino al
proletariado.
Estos edificios gritaban desde los tejados que los
trabajadores vieneses y sus representantes electos estaban transformando la
ciudad de acuerdo con sus intereses, y así lo hicieron en lugares en los que no
se les podía evitar.
Fuera de Viena, el Partido Social Cristiano, antisemita y
nacionalista, dominaba Austria y consideraba estos edificios literalmente como
fortalezas de un movimiento urbano hostil y ajeno; su imputación de que se
habían construido con fines militares se puso a prueba en febrero de 1934,
cuando una crisis constitucional condujo a enviar a los paramilitares
derechistas y al ejército al Karl Marx Hof, Engelshof, Bebelhof, George Washington
Hof y demás para aplastar la ciudad.
La ciudad se defendió luchando, pero se encontraba mal
armada y escasamente preparada. El mismo Karl Marx Hof fue objeto de un fuerte
bombardeado. Fueron cientos los muertos de este breve conflicto.
Después del Anschluss,
y acabada la guerra, la ciudad de Viena volvería a construir y dispone hoy del
mayor programa de vivienda social – y el mejor, se podría decir - de cualquier
capital de Europa. De manera que, en cierto sentido, terminaron por ganar.
Owen Hatherley, afilado crítico de arquitectura
y urbanismo, es autor de Militant Modernism (Zero Books, 2009); A
Guide to the New Ruins of Great Britain (Verso, Londres, 2010) y Uncommon (Zero
Books, 2011) sobre el grupo "pop" británico Pulp.
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