Spinoza ✆ Gabi Gleichmann |
La clase obrera, como actor político, al igual que el pueblo para Hobbes, solo existe en tanto que representada. Laclau no es el único pensador de la izquierda consciente de la necesidad de romper con el determinismo esencialista que dominaba a los partidos marxistas. Ya Gramsci había saludado la revolución rusa como una "revolución contra el Capital", tal vez confundiendo la obra de Marx con la vulgata del marxismo y Castoriadis afirmó la necesidad de "dejar de ser marxista para seguir siendo revolucionario". La obra misma de Althusser, intenta salir de este mismo callejón sin salida pensando más allá del esencialismo y de una lógica de la expresión, una ontología de lo complejo que conduciría al esbozo de una teoría maquiaveliana de la política cercana en alguna de sus expresiones a la de Laclau.
2. Laclau escribe su primera gran obra, Hegemonía y estrategia socialista, en
1985, en plena debacle de las izquierdas, entre la convulsión del 68 y una
caída del bloque socialista que se produciría pocos años más tarde. Toma nota
del fin de un paradigma, del desdibujamiento en muchas sociedades de la figura
de la clase obrera, de la complejidad general en que se desenvuelve la acción
política socialista y la existencia de demandas múltiples que no pueden
traducirse de manera inmediata en el lenguaje del socialismo: feminismo,
ecologismo, movimientos culturales y nacionales, etc. El socialismo, en
efecto, pretendía expresar en su política la posición de clase de una clase
obrera cuya "esencia" está objetivamente definida por su posición en
las relaciones de producción y a la que solo faltaba que el propio partido la
unificase como un todo coherente aportándole una "conciencia de
clase". En estas condiciones, una auténtica política hegemónica -o,
simplemente una auténtica política, pues no hay estrictamente política al
margen de la hegemonía- se hace imposible, pues el esencialismo está reñido con
una idea de la articulación aleatoria de distintas fuerzas y demandas sociales.
La hegemonía es implica articulación de una pluralidad, no simple despliegue de
una esencia, ni de la potencia de una sola clase.
3. Pensar la política es, pues, volver a pensar el concepto
gramsciano de hegemonía liberándolo de sus residuos esencialistas. La hegemonía
no puede ya tener como sujeto una clase o una de sus expresiones organizativas,
sino un polo de articulación más abierto, despegado de una esencia fija. De ahí
la utilidad del término "significante" procedente de la lingüística
saussureana y central en el psicoanálisis de Lacan. El significante es, en el
signo lingüístico, la parte "material", los sonidos o las grafías
articulados que representan un significado que, para Saussure es una cosa, un fragmento
de la realidad. El significante es, por consiguiente, la parte material del
signo vaciada de su significado: un segmento sonoro o gráfico disponible para
significar múltiples cosas, esto es ponerse en el lugar de múltiples cosas. De
hecho, el psicoanálisis se vale de esta disponibilidad del significante para
situar en él una multiplicidad de sentidos, afirmando que el significante está,
en el sueño "sobredeterminado" (Freud). La hegemonía se constituye,
pues, según Laclau, mediante la sobredeterminación de un significante
disponible por una serie de demandas que este significante hace equivalentes.
El significante en cuestión (un partido, una persona, una idea, cualquier cosa
que cumpla las condiciones formales de un significante) está liberado de una
significación concreta y puede funcionar como equivalente general dentro de una
cadena de equivalencias. Cumple en cierto modo el papel del dinero en Marx, esa
mercancía (el oro, la moneda) separada por convención de todo valor de uso que
podía representar por ello a todas las demás.
4. Al no remitir a una esencia, el significante vacío
articula una pluralidad sin llegar nunca a representarla plenamente ni a
suturarla haciendo de ella un Uno. El uno es siempre provisional, nunca algo
cerrado, sin lo cual la lógica hegemónica se encierra en una nueva esencia, en
un nuevo saber y la hegemonía se convierte en nueva dominación: "ninguna
lógica hegemónica puede dar cuenta de la totalidad de lo social y constituir su
centro, ya que en tal caso se habría producido una nueva sutura y el concepto
mismo de hegemonía se habría autoeliminado. La apertura de lo social es, por
consiguiente, la precondición de toda práctica hegemónica."(Ernesto
Laclau, Hegemonía y estrategia
socialista, p. 241). Ninguna dirección política puede, en nombre de una
esencia, convertirse en donadora unidireccional de sentido. Toda su entidad es
la de un mediador evanescente, que produce la equivalencia de lo
irreductiblemente plural: "Si la hegemonía es un tipo de relación política
y no un concepto topográfico, está claro que tampoco puede ser concebida como
una irradiación de efectos a partir de un punto privilegiado. Podríamos decir,
en tal sentido, que la hegemonía es esencialmente metonímica: sus efectos
surgen siempre a partir de un exceso de sentido resultante de una operación de
desplazamiento." (Laclau, op.cit. 241).
5. Esta lógica del significante (vacío, valga la
redundancia: por definición todo significante es vacío) conduce a que la
política, la hegemonía, nunca pueda deducirse de ninguna esencia previa, de
ninguna "topología" -como la tópica marxista de la base y la
superestructura- pues según Laclau, la política no expresa un significado
preexistente, sino que lo funda. Esto, evidentemente, supone un riesgo teórico:
el de suponer que la hegemonía se funda a sí misma, que establece sus propias
condiciones de existencia. Algo que solo es insensato y contradictorio si la
hegemonía se entifica, se identifica de manera plena con una persona o una cosa
dotadas de sentido propio. La autofundación de la hegemonía solo es absurda si
el significante pierde su carácter vacío y se identifica con un significado
concreto, si la hegemonía se confunde con el control, con el fetichismo de la
organización. Es difícil conciliar el método de Laclau con una organización de
tipo leninista o estalinista. Este error Laclau no lo comete. Su sujeto
hegemónico no pierde nunca la condición de significante, su disponibilidad para
lo plural, no se cierra. Por ello mismo puede aplicarse la propiedad del Dios
de Spinoza, ponerse como causa sui, como causa de sí mismo. Y es que,
al igual que el Dios de Spinoza no es ni puede ser una cosa más de la
naturaleza. Si lo fuera, su autofundación sería tan absurda como la
autocausación de cualquier cosa por ella misma. El poder hegemónico es mera
relación política, pero no una imposible sustancia concreta.
6. Por otra parte, ese significante disponible, está
disponible para el encuentro y, en el encuentro, para crear un orden nuevo que
no responde al despliegue lógico o causal de ninguna esencia preexistente:
"El pasaje de una
formación hegemónica a otra, de una configuración popular a otra diferente,
siempre va a involucrar una ruptura radical, una creatio ex nihilo. Esto no
significa que todos los elementos de una configuración emergente tengan que ser
completamente nuevos, sino que el punto de articulación, el objeto parcial
alrededor del cual la formación hegemónica se reconstituye como una nueva
totalidad, no adquiere su rol central de ninguna lógica que haya operado en la
situación precedente." (Laclau, La razón populista, p.283)
7. En este sentido, Laclau reproduce la lógica de
equivalencias que describe Spinoza en el Tratado
teológico-político cuando expone la fundación aleatoria de la nación
hebrea por el encuentro aleatorio entre el profeta y su pueblo. No estaba
escrito que ese encuentro tuviera que producirse y que pudiese Moisés ser capaz
de representar la índole de su pueblo, su imaginación diversa, sus plurales,
haciéndose el lugar vacío donde estos devenían, en su multiplicidad,
equivalentes. Laclau está mucho más cerca de Spinoza que de Hobbes. A pesar de
que Laclau y Hobbes tienen tesis comunes, como el que el poder se genera
mediante la representación, Laclau no serializa lo plural, mantiene siempre
abiertas sus diferencias, su multiplicidad, sometiéndolas a una lógica de
equivalencia y no de identidad. El sujeto hegemónico de Laclau es democrático,
no es un Leviatán -como una lectura apresurada de su texto ha hecho decir a
muchos lectores que han -hemos- privilegiado una crítica genérica de la
representación a la comprensión de la matizada teorización de esta que propone
Laclau. El sujeto político de la hegemonía, resultante como es de un encuentro
aleatorio, no debería ser, por consiguiente, compatible con formas de organización
política tradicionales en la izquierda como el partido basado en el saber
supuesto de sus dirigentes, ni con supuestos gobiernos de "los
mejores". El sujeto político hegemónico solo es válido para un uso
plebeyo.
8. Es perfectamente posible discutir algunos aspectos del
planteamiento de Laclau, en concreto su formalismo aún cercano al
estructuralismo y su crítica algo apresurada de las teorías que radican la
política en la lucha de clases, incluso las que, como la de Louis Althusser,
son más consecuentemente antiesencialistas que la del propio Laclau. Es
perfectamente posible pensar la política como antagonismo basado en la lucha de
clases y, a la vez, contemplar la necesidad de construir el sujeto político de
la hegemonía, no solo en una dimensión simbólica y discursiva, sino en el
contexto de una sobredeterminación causal, ontológicamente radicada en el
cuerpo -escindido- de la sociedad y en la existencia material de esta. En otros
términos, es posible pensar la vida material de una sociedad como algo distinto
de una economía y ver la sociedad como una realidad siempre ya políticamente
determinada y atravesada en sus distintos niveles por una lucha -la lucha de
clases- que es siempre ya política. Esta politización de la economía y de la
sociedad fue el principal empeño de la crítica de la economía política de Marx,
algo que muchos marxistas e incluso postmarxistas no han sabido ver.
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