Mural dedicado a Deng Xiao Ping en la ciudad de Shenzen |
La historia de la República Popular China debe dividirse en
dos etapas notablemente diferenciadas. La primera estuvo dominada por la figura
del Mao Zedong, quien desde una visión derivada de la ortodoxia ideológica
comunista implementó su catecismo en todos los ámbitos de la sociedad; mientras
la segunda, tras su muerte en 1976 y una corta sucesión por parte de Hua
Guofeng, que desembocó en el ascenso de Den Xiaoping al poder en 1981, marcó el
punto de inflexión a partir del cual se pondrá fin a las políticas
implementadas bajo el “socialismo real” maoísta, e iniciará una serie de
reformas que desembocaron en un proceso de intenso crecimiento económico que
convertiría a la República Popular China en una gran potencial económica
inmersa en el capitalismo global.
Antecedentes históricos
A lo largo de las décadas de 1930 y 1940, durante la
ocupación japonesa y la guerra civil china, el ejército de campesino de Mao
Zedong soportó graves penurias, incluyendo la Larga Marcha de 12.400
kilómetros. Sus fuerzas sufrieron diversas derrotas como la de Yan´an, hasta
que a partir de 1947 comenzaron a ganar territorio, apoderándose posteriormente
de Manchuria y la toma de Pekín, actual Beijing.
El triunfo revolucionario campesino comunista de 1949 puso
fin a décadas de guerras internas, teniendo que enfrentar el nuevo gobierno la
reconstrucción del país. El nuevo Estado quedó bajo en total control del
Partido Comunista Chino a través de sus organizaciones regionales coordinadas
por un Comité Central establecido bajo las pautas de un “centralismo democrático”
de corte leninista. Al nacimiento de la República Popular -octubre de 1949-, el
Partido Comunista contaba con 4.5 millones de miembros, de los cuales nueve de
cada diez tenían antecedentes campesinos. En la búsqueda de las verdaderas
fuentes del socialismo, Mao Zedong creía en “las ventajas del atraso” –cuanto
más atrasada la economía, más fácil es la transición-, lo que le llevó a buscar
sus bases en aquellos sectores de la sociedad menos influenciados por el
capitalismo, es decir, un campesinado mayormente al margen de las relaciones
capitalistas y una intelligentsia no corrompida por la ideología
burguesa.
Los primeros años del gobierno de Mao Zedong vinieron
marcados por la reconstrucción masiva de China, donde la nueva prosperidad y
estabilidad del país contrastaba con los tumultos y calamidades de las décadas
anteriores.
Desde los primeros años de comunismo, el gobierno chino se
convirtió de una forma u otra en el propietario de toda la tierra en China. La
revolución puso fin a un sistema de propiedad de la tierra que se remontaba a
muchos siglos atrás y que se conformó bajo una lógica feudal y esclavista.
La reforma agraria llegó en 1950, lo que abolió el derecho
individual a poseer tierras. Lo primero y principal fue proceder con la
incautación de tierras a los viejos terratenientes chinos, los cuales poseían
gigantescas extensiones de terreno, otorgándose el usufructo de dichas parcelas
a quienes anteriormente eran sus arrendatarios. La reforma sirvió para poner la
tierra en manos de los campesinos que la trabajaban, aunque paralelamente se
les arrebató la propiedad a millones de pequeños agricultores que eran
propietarios de pequeños terrenos rurales. Se estima que antes de la
promulgación de la Ley de Reforma Agraria en China, el 60% de su población
rural -por lo general familias muy empobrecidas-, poseían algo de tierra aunque
con escasez de medios y condiciones apropiadas para su explotación.
Tras el final de la Guerra de Corea (1950-1953) la
colaboración con la Unión Soviética se vio muy reforzada, decidiendo el Comité
Central del Partido Comunista Chino apostar por el modelo soviético de desarrollo:
economía planificada, centrada en la industria pesada y en la producción
agrícola. La ruptura y el conflicto con la extinta URSS llegaría unos años
después con el declive del estalinismo.
La apuesta se concretó en un plan quinquenal que estableció
objetivos de crecimiento para los años comprendidos entre 1953 y 1957, aunque
la falta de expertise por parte de la nueva burocracia china retrasaría su
aplicación hasta febrero de 1955. Es a partir de entonces cuando se pasa del
uso individual de la tierra al modelo soviético de colectivización.
Durante el primer plan quinquenal se introdujo el sistema de
cooperativas en el mundo rural, mediante el cual extensiones de cultivo hasta
entonces divididas en pequeñas parcelas pasaban a estar agrupadas para compartir
recursos. El cambio más radical se produjo en 1956, cuando se colectivizó toda
la tierra y todas las propiedades, incluyendo los animales y las herramientas
agrícolas. Las medidas más extremas desplazaron a la población fuera de sus
hogares y territorios, en búsqueda de la eficiencia productiva, conformándose
grupos compuestos por centenares de familias que pasaron a trabajar en común la
tierra. La fuerza de trabajo agrario en China se mantuvo junto a las tierras en
donde pudiera ejercer su función de “ejército de reserva”, al que el partido
pudiera llamar a la acción para sus proyectos de industrialización cuando fuera
necesario. Se trataba de usar el excedente agrícola y parte de la mano de obra
agraria para financiar y empujar un programa de industrialización patrocinado
desde el mismo Estado.
El triunfo de la revolución trajo consigo también el control
de la propiedad privada por parte del Estado, eliminándose millares de pequeños
negocios que servían al comercio cotidiano en las zonas rurales del país. Las
familias que poseían estos pequeños comercios los perdieron, viéndose obligados
a volcarse sobre el trabajo agrario a tiempo completo. En 1956, el gobierno
promulgó un edicto que prohibía que las fábricas, las minas, las empresas de
construcción y los medios de transporte contrataran a nadie que procediera de
las explotaciones agrarias salvo autorización expresa del Estado.
Los importantes cambios sociales y culturales impulsados por
el gobierno revolucionario de Mao Zedong fueron acompañados en un primer
momento por una economía en continuo crecimiento. El éxito del primer plan
quinquenal llevó a la burocracia comunista china a implementar un segundo plan,
mucho más ambicioso para el período comprendido entre 1958 y 1962, el cual se
convertiría a la postre en el mayor fracaso económico de la época maoísta.
Durante un breve período de tiempo en 1959 y 1960, a través
de la implementación de un plan de industrialización adscrito al Gran Salto
Adelante, se permitió que los agricultores abandonaran el campo y se
incorporaran a explotaciones urbanas, transformando a parte del campesinado en
clase obrera. Según Mao Zedong, había llegado el turno de una gran revolución
tecnológica, en la que el esfuerzo de la población debía dedicarse al
incremento de la producción agrícola e industrial. Se reclutó para las ciudades
a 19 millones de campesinos, pero emigraron en torno a 50 millones fruto de la
falta de perspectivas existentes en el ámbito rural. En aquel momento el
crecimiento estaba concentrado en la costa del este alrededor de los centros de
negocios importantes como Sanghai, Beijing y Guangzhou.
El Partido Comunista Chino se vio obligado a tomar medidas
de protección a sus trabajadores urbanos, deportando a gran parte de la
población de emigrantes rurales nuevamente hacia el campo. El sistema hukou fue
concebido inicialmente como un medio para controlar el aumento de los
inmigrantes provenientes de las zonas rurales a las urbanas, y aquellos cuyo
pasaporte delataba su origen rural y viajaban a las ciudades sin las
autorizaciones correspondientes eran deportados de nuevo a sus granjas. Así el
Estado predestinaba a los hijos de los agricultores a que se quedaran en las
granjas en base a la planificación productiva realizada por el Estado.
Para impulsar el crecimiento de la producción agrícola el
régimen consideró la creación del sistema de “comunas populares”, fusionando
las 740.000 cooperativas entonces existentes en las zonas rurales en tan solo
26.000 comunas. El sistema de comunas conllevó la incorporación de la mujer al
trabajo agrario, cubriendo las vacantes dejadas por la población masculina
movilizada para trabajar en fábricas y proyectos de infraestructuras. En
resumen, bajo un criterio que busca la eficiencia en la explotación agraria y
el desarrollo industrial y tecnológico del país, se alteró la formas de vida
tradicional en el medio rural y se desestructuró a gran parte de las familias.
Los resultados finales fueron nefastos.
La exigencia de que las explotaciones colectivas cumplieran
con determinados objetivos de producción sin incentivo alguno, el enorme tamaño
de las comunas en las cuales se diluían responsabilidades y una serie de
desastres naturales que se concadenaron en esa época, desembocó en el hecho de
que los agricultores campesinos que cultivaban el alimento del país pasaran
hambre. Aunque existe mucha discrepancia respecto a los datos, se estima
alrededor de 30 millones de muertes por hambruna entre 1958 y 1962.
Como resultado del desastre ocasionado por el Gran Salto
Adelante, Mao Zedong abandonaría la jefatura del Estado, aunque que conservaría
su puesto como presidente del Partido Comunista Chino y de máximo referente
ideológico. Algo más tarde, través de la llamada Gran Revolución Cultural
Proletaria y el IX Congreso del Partido Comunista Chino, Mao Zedong
reconfirmaría su liderazgo absoluto.
Pero el maoísmo, aunque tuvo éxito como una ideología
revolucionaria, eventualmente resultó ser desastroso en la era
posrevolucionaria. La tragedia del Gran Salto Adelante y el caos de la
Revolución Cultural fueron el resultado del intento por revivir el maoísmo de
los años revolucionarios. Esta expresión política fue precisamente la que más
radicalmente se apartó de la tradición marxista: rechazo al capitalismo basado
en la simpleza de considerarlo simplemente malvado, ignorándolo como una etapa
progresiva en el desarrollo histórico de un país atrasado; la asunción del
campesinado como el sujeto revolucionario y motor de la “transición al
comunismo” –durante la Revolución Cultural los trabajadores urbanos eran
enviados al campo para aprender virtudes proletarias por parte del
campesinado-; y una visión exaltada de las “ventajas del atraso”, donde la
“pobreza y desnudez” fue considerado positivo. En palabras del propio Mao
Zedong, “en una hoja de papel en blanco, desnuda, se pueden escribir las
palabras más nuevas y más hermosas y pintar los cuadros más originales y
bellos”.
La escasez que vivió China en su ámbito rural durante las
décadas de 1960 y 1970 y la desacreditación, fruto del fracaso, de la misma
idea de socialismo en las mentes de muchos chinos, estimuló clandestinas
tentativas reformadoras por parte de sectores del campesinado. Algunos
agricultores practicaron pequeños sobornos para ganarse el privilegio de poder
vender sus cosechas. Los funcionarios provinciales permitieron pequeños
experimentos ilegales, los cuales fueron posteriormente autorizados por Deng
Xiaoping aludiendo al pacto de Xiaogang –punto de partida de la reforma rural
de 1978, que nace a raíz de un acuerdo de campesinos locales que decidieron
dividir voluntariamente las tierras garantizando el tributo agrícola al Estado-
como “un sistema de contratos responsable con beneficios vinculados a la
producción”. La aldea de Xiaogang, conocida en toda la provincia por su elevado
nivel de pobreza, generó en ese mismo año una producción local equivalente a la
cosecha global de los últimos 20 años.
China: nueva potencia capitalista
Para la transición hacia la segunda etapa, en este caso
capitalista, en que hoy se enmarca el desarrollo chino, ha sido fundamental la
transformación en la visión del Estado respecto a la propiedad privada y las
empresas.
De esta manera y con Deng Xiaoping como administrador
económico de China y en la cúpula del Partido Comunista Chino, se inauguró la
era más pragmática del país. Al cabo de un año del pacto de Xiaogang la mayor
parte de los agricultores de Anhui, una provincia rural de 50 millones de
habitantes, estaban ya actuando bajo una versión de lo que acabaría
conociéndose como el Sistema de Responsabilidad Familiar. Dicho sistema
autorizaba a las familias a lucrarse con el cultivo y la venta de sus cosechas,
siempre que cumplieran con sus responsabilidades alícuotas con el Estado. La
economía de mercado actualmente existente en China despegó, de hecho, gracias a
aquellos agricultores conceptualizados por el maoísmo como motor revolucionario
para la transformación social y la transición hacia el socialismo.
Una vez que los agricultores empezaron a ganar algún dinero
buscaron nuevas formas de rentabilizar sus pequeños capitales, lo cual ha
derivado en muchas pequeñas empresas posteriores que se configuraron a partir
de los ahorros acumulados en zonas atrasadas. Entre ellas se encuentran las
cooperativas y empresas colectivas que no son propiedad del gobierno central,
sino de miembros de las comunidades locales o de los gobierno locales bajo la
modalidad de inversiones privadas, las llamadas en terminología académica
estadounidense “township and village
enterprises”.
Paradójicamente, las campañas de colectivización maoísta
realizadas en el campo y la ciudad forjaron una masa trabajadora dócil y
maleable que posteriormente fueron utilizadas por transnacionales extranjeras
para la ampliación barata de sus procesos de producción. Fueron esas mismas
empresas estadounidenses y europeas quienes enseñaron al nuevo capitalismo
chino cómo utilizar esa misma fuerza de trabajo para obtener ventajas
competitivas frente a ellos en el mercado global.
La frase más citada de Deng Xiaoping, “gato negro, gato
blanco… lo importante es que cace ratones”, fue acuñada durante los debates
políticos de la década de 1960, pero se invocó posteriormente para referirse al
fracaso de la antigua economía comunista, que “no cazaba ratones”, y a la que
se conformó después, según la cual la población recibió autorización para
centrarse en los fines sin dedicar ni un segundo a pensar en los medios.
La burocracia del Partido Comunista Chino supo desde el
inicio que las primeras etapas de acumulación de capital en una economía de
mercado incipiente estaban destinadas a ser desordenadas. Un ejemplo de eso
habían sido las economías de su entorno regional, Japón y Corea con sus zaibatsus y chaebols, el acogedor conglomerado entrelazado de bancos,
industria, políticos y militares, todos ellos deseando coordinarse entre ellos
y esconder conjuntamente sus pecados. El trenzado de intereses del empresario
privado y el funcionario en el poder se convirtió en un lugar común en China.
Este proceso contribuyó a vincular a grupos de China cuyos
intereses no estaban alineados históricamente en el mismo bando. De un lado
estaba una clase media y empresarial con aspiraciones que necesitaba dinero y
derechos de propiedad para dirigir negocios. De otro estaba el Estado y los
funcionarios del partido que tenían una predisposición ideológica negativa
hacia los negocios y la propiedad privada. Hoy en día ya es inexistente la
separación entre ambos.
Una de las facetas más sorprendentes del desarrollo
económico de China fue el surgimiento de tantos recursos financieros por todo
el país. Con el paso del tiempo parece como si una multitud de empresarios
imitadores en China se hubieran hecho cargo de casi cualquier sector industrial
del mundo, aprovechando de una mano de obra barata y casi ilimitada
destinada a ponerse a trabajar en cualquier tipo de fábrica productiva. El
inicial desarrollo de una rápida producción de baja calidad desbordó a la
competencia mundial.
En 1987, ante una delegación de la extinta Yugoslavia, Deng
Xiaoping diría:
“Nuestras reformas rurales han avanzado muy deprisa, y los agricultores se han mostrado entusiasmados. El desarrollo de las empresas de poblados y aldeas nos pilló completamente por sorpresa. Fue como si en el campo apareciera un ejército extraño fabricando y vendiendo una inmensa diversidad de artículos. Este no es un logro de nuestro gobierno central (…), fue una sorpresa.”
Entre la década de 1950 y 1970 dos terceras partes de las
provincias de China dependían de sus redes industriales para abastecer a sus
ciudades de casi todo lo que consumían. Se esperaba que las industrias produjeran
artículos a bajo precio asequibles para la población. Sin embargo, en la
práctica la diseminación de la industria estatal china agravaba su ineficiencia
y cuando llegaron las reformas del mercado estas se debilitaron, volviéndose
muy vulnerables ante el empuje de las nuevas empresas que se afincaban en el
país. Cuando la inversión comenzó a llegar a las ciudades del litoral chino, la
industria comenzó a concentrarse de nuevo allí, obligando a las anticuadas y ya
ineficientes empresas estatales a abandonar sus mercados locales a favor de los
mejores productos del este del país. La economía de mercado introdujo una cuña
entre el pasado y el presente, que convirtió en aún más ricas y seductoras a
las ciudades orientales.
El nuevo capitalismo chino ha vivido una era de Goldilocks economy o “economía de
hadas” similar a la que disfrutó EEUU en la década de 1990, aunque con un
crecimiento mucho más rápido y a escala planetaria. Aunque se intentó aplicar
medidas de corrección en diferentes momentos, la burocracia china entonó el
cántico del éxito veloz y duradero con un optimismo indiscriminado. Pero el
espejismo comienza a caer en base a las leyes básicas de la gravedad económica,
lo cual está devolviendo a la tierra a China y a otros tantos grandes mercados
emergentes.
La República Popular China sigue un modelo de crecimiento
basado en las exportaciones similar al adoptado por Japón, Corea del Sur y
Taiwán después de la Segunda Guerra Mundial. Todas estas economías de alza
bajaron del 9 o 10% a alrededor del 5 o 6% cuando sus rentas per cápita
alcanzaron un nivel medio-alto. Japón tocó ese máximo a mediados de la década
de 1970; Taiwán y Corea del Sur lo hicieron en las dos décadas subsiguientes.
Después de que Deng Xiaoping empezara a implementar sus
reformas de libre mercado a principios de la década de 1980, China se preparó
para lanzar una reforma tipo “Big Bang” cada cinco años, y cada nueva medida
aperturista –primero la privatización de la agricultura, luego de los negocios,
después franquear la entrada de empresas extranjeras- precipitó una nueva racha
de crecimiento. Pero este ciclo ya toca a su fin.
Es un hecho bajo las leyes del capitalismo global que a lo
largo de cualquier década desde 1950, sólo una tercera parte de los mercados
emergentes han logrado crecer a una tasa anual del 5% o superior. Menos de un
cuarto han mantenido ese ritmo durante dos décadas y la décima parte durante
tres. Sólo seis países –Malasia, Singapur, Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y
Hong Kong- han mantenido esta tasa de crecimiento durante cuatro décadas y dos
de ellos –Corea del Sur y Taiwán- durante cinco. De hecho, en la última década,
con excepción de China e India, todos los demás países que consiguieron
mantener una tasa de crecimiento del 5%, desde Angola y Tanzania a Armenia y
Tayikistán, era la primera vez que lo hacían. Es de suponer entonces que en los
años venideros la nueva normalidad en mercados emergentes sea muy parecida a la
vieja normalidad existente en las décadas de 1950 y 1960, cuando el crecimiento
rondaba el 5% y la carrera por los primeros puestos siempre era apretada.
China empieza una nueva etapa en la que los costes de
proyectos y la opinión pública importan, y en la que el alcance de experimentos
faraónicos multimillonarios se reduce. Ya en 2008 el entonces primer ministro
Wen Jiabao calificó el crecimiento chino de “desequilibrado, descoordinado e
insostenible” y desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar. Su
deuda en relación al PIB crece con rapidez y la ventaja que suponía la mano de
obra barata en años anteriores, clave en el crecimiento chino, se está
esfumando dado que la demanda supera a la oferta, motivo por el cual los
trabajadores se han dotado de mecanismos sindicales para negociar mejoras en
las condiciones de contratación.
La China capitalista de hoy prosperó a la manera antigua,
construyendo carreteras para unir las fábricas a los puertos, desarrollando
redes de telecomunicaciones para conectar unos negocios con otros y ofreciendo
a los campesinos desempleados puestos de trabajo con mayor capacidad
adquisitiva en fábricas urbanas. Ahora todas estas medidas llegan a su fase de
madurez, a medida que la oferta de mano de obra procedente de zonas rurales se
agota el empleo en las fábricas alcanza su máxima capacidad y la red de autopistas
ya llegó a los 75.000 kilómetros, la segunda más larga del mundo después de
EEUU. La tendencia demográfica que en décadas recientes ha inclinado la balanza
de población hacia los trabajadores jóvenes y en activo pertenece ya al pasado
y una cada vez mayor clase social de pensionistas pronto empezará a hacer mella
sobre el presupuesto público, fenómeno novedoso para el gobierno chino. En
paralelo, la afluencia de campesinos a las ciudades en busca de empleos mejor
pagados está disminuyendo de forma acelerado. Según un estudio realizado hace
pocos años, de los habitantes de la China rural que ya no son necesarios para
las tareas agrícolas, 150 millones ya habían emigrado a las grandes ciudades,
84 millones habían encontrado trabajos no agrícolas en el sector rural y tan
sólo 15 millones permanecían como “ejército de reserva” o mano de obra
excedente. Las migraciones internas a los núcleos urbanos está descendiendo de
manera anual en unos cinco millones de personas.
En paralelo, la brecha existente entre los salarios de la
mano de obra migrada al sector industrial que realizan tareas manuales y los de
titulados universitarios se han acortado, mientras que los salarios agrícolas
han crecido más rápido que los ingresos que perciben los inmigrantes rurales en
las ciudades. Así pues, la afluencia a las ciudades y la matriculación en la
universidad –puesto que se supone que un título universitario se traduce en
mayores ingresos- han caído.
Cuanto más rico es un país, más duro es el reto de crecer y
es posible que en el marco del capitalismo global, hasta haya demasiados países
grandes para hacerlo. En 1998 China, para que su economía de un billón de
dólares creciera en un 10%, tuvo que expandir sus actividades económicas en
100.000 millones de dólares y consumir sólo el 10% de las materias primas
industriales mundiales. Ya en 2011, para que su economía de seis billones de
dólares creciera igual de rápido, necesitó expandirse en 600.000 millones de
dólares al año y absorber más del 30% de la producción global de materias
primas. Evidentemente China ahora está sufriendo el problema de
insostenibilidad en su modelo de crecimiento económico.
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