Salvador Allende ✆ Mural en una callejuela de Roma, Italia |
Lo excepcional del gobierno de Salvador Allende fue el hecho
de que por primera vez los más pobres sabían que ese médico, socialista de
verdad, los representaba y no buscaba abusar de su esperanza. Esa fe nacía de
una marginación centenaria, de sueños eternamente postergados. Salvador Allende dejó latiendo un pulso histórico que ha tardado en ser
entendido en su cabal mensaje y compromiso: el honor, la lealtad, la fidelidad
a la palabra empeñada, el sentido de coherencia.
El triunfo de Salvador Allende representa un momento único e
irrepetible. Inaugura mil días en que cada uno pareció ser el primero, pero
también el último. Y sería el pueblo allendista, el marginado, el explotado, el
hombre y la mujer sin futuro, quienes entendieron mejor su profundidad
revolucionaria. Pero la victoria de Salvador Allende detonó el odio más
profundo de los poderosos. Movió rencores y prejuicios anidados en quienes toda
medida es riqueza, y todo valor tiene un precio.
Esa noche heroica e irrepetible notificó al imperialismo
norteamericano, el enemigo de todos los pueblos, que en este pequeño país
comenzaba un proceso que trascendería la geografía y la historia y que por su
impronta popular y el despliegue inusual y original de su optimismo, se alzaba
como un peligroso ejemplo. La victoria del 4 de septiembre de 1970 fue ante
todo la victoria de los más desposeídos.
Desde su ejemplo Allende sigue exponiendo en su vergüenza la
cobardía de militares traidores y rastreros que sucumbieron a potencias
extranjeras, al dinero de la oligarquía y al odio de clase.
En estos días hemos visto la irrupción de empresarios del
transporte en un intento de provocar al gobierno aprovechando su debilidad y
vacilaciones. No olvidamos el rol de esos sectores en el derrocamiento del
gobierno popular, financiados por la CIA y con apoyo de políticos que hoy lucen
vestimentas democráticas.
El pueblo jamás abandonó a Salvador Allende. Sí lo hicieron
algunos de los que se dijeron sus compañeros. Y lo siguen haciendo con singular
entusiasmo. Es que el ejemplo de Salvador Allende se transformó en una valla
difícil de sortear para quienes lo olvidaron al amparo de los goces del poder.
Allende es para la memoria de algunos un recuerdo incómodo, un destello que
molesta. Para muchos es solo una estatua. No para el pueblo. Para la gente
humilde es un ejemplo que impulsa, un recuerdo que emociona, un muerto
imbatible.
A cuarenta y cinco años de aquel triunfo de la gente pobre,
vivimos el contraste inimaginable entre el Programa Popular y el país que la
mayoría sufre, y que ha sido perfeccionado con el concurso de quienes se
dijeron sus camaradas. Las riquezas que fueron rescatadas para beneficio del
país, hoy son propiedad de capitales extranjeros que dejan un hoyo estéril
donde estuvo la viga maestra de nuestra economía. Se depreda el mar para goce
de un puñado de familias que arrasan con sus riquezas. Destazaron la incipiente
industrialización del país, dejando que en otras latitudes se fabrique lo que
se podría hacer aquí. Se carcomió la tierra, se envenenó el aire, el agua y
destruyeron los glaciares.
La “cultura” que se entronizó con apoyo de algunos
allendistas conversos, pulverizó todo intento por restituir los derechos
humanos que hacen de la existencia algo grato de vivir.
Se destina a los viejos a sufrir la última parte de sus vidas
en la pobreza más indigna para que de su trabajo disfruten empresarios
abotagados de riqueza levantada sobre la base de pensiones de horror.
La infancia no es lo que fue en el ideario de Allende. Los
niños ya no nacen para ser felices, sino para ser considerados clientes del
consumo y la estulticia, cuando no de la droga y otras lacras hijas del
desprecio y la pobreza.
Se privatizó la educación, la salud, las carreteras, los
puertos, las cárceles y todo cuanto genere beneficios a los que lo controlan todo.
Las ciudades se han transformado en una geografía anárquica, a expensas del
clima, de edificaciones que asfixian a los habitantes, creando guetos
abominables donde van a parar los más pobres de los pobres. El negocio
inmobiliario rompe todas las reglas de la civilización.
El país se ha poblado de industrias tóxicas que generan
medioambientes sucios, contaminados, trasminados de olor a mierda, de residuos
sobre los cuales se construyen casas, escuelas y calles.
El pueblo mapuche sigue con sus tierras militarizadas,
lamentando de tarde en tarde el asesinato de sus jóvenes.
Y cada una de estas desgracias que pagan día a día los más
desposeídos, es la forma que adquiere en su proyección histórica la venganza de
los poderosos por esos tres años tan lejanos y sin embargo tan cerca en el
recuerdo.
Y en ese tránsito hacia un país diseñado para una oligarquía, encabezando un proyecto antipopular, burlando los derechos más elementales de la gente y mediante represión, se sitúan algunos que un día dijeron ser compañeros del presidente Allende.
Y en ese tránsito hacia un país diseñado para una oligarquía, encabezando un proyecto antipopular, burlando los derechos más elementales de la gente y mediante represión, se sitúan algunos que un día dijeron ser compañeros del presidente Allende.
En el fondo, la trenza de poderosos que ha instalado esta
cultura inhumana y ajena, intenta imponer la certeza de que no es posible un
intento siquiera parecido al que ganó aquella noche del 4 de septiembre de
1970.
A cuarenta y cinco años de ese día heroico, las esporas de aquella Izquierda compañera y decidida se debaten en la nada, sin atinar a generar una idea que permita un nuevo horizonte. Peor aún, sin entender este mundo en que vivimos. Entregados en cuerpo y alma al sistema, los otrora combativos partidos que conformaron la Unidad Popular trastocaron la trinchera por el directorio y el puño en alto por el traje de marca. Y de lo que hubo, no queda sino algún afiche desteñido.
A cuarenta y cinco años de ese día heroico, las esporas de aquella Izquierda compañera y decidida se debaten en la nada, sin atinar a generar una idea que permita un nuevo horizonte. Peor aún, sin entender este mundo en que vivimos. Entregados en cuerpo y alma al sistema, los otrora combativos partidos que conformaron la Unidad Popular trastocaron la trinchera por el directorio y el puño en alto por el traje de marca. Y de lo que hubo, no queda sino algún afiche desteñido.
De esas maquinarias electorales ávidas de poder jamás va a
salir una opción que retome las antiguas banderas y sume las contemporáneas.
Serán otros quienes demuestren que nada es eterno, que ningún sistema es capaz
de aplastar a un pueblo provisto de una idea y de una decisión de futuro.
Late fuerte la esperanza en las nuevas generaciones que hacen sus primeras armas en la lucha social y política, opuestas a un destino que parece inevitable. La juventud chilena que fue vanguardia en esa gran batalla de los 70, según dijera el mismo Salvador Allende, ha hecho bastante por desnudar esta cultura avasalladora y miserable. Pero no todo lo necesario.
Late fuerte la esperanza en las nuevas generaciones que hacen sus primeras armas en la lucha social y política, opuestas a un destino que parece inevitable. La juventud chilena que fue vanguardia en esa gran batalla de los 70, según dijera el mismo Salvador Allende, ha hecho bastante por desnudar esta cultura avasalladora y miserable. Pero no todo lo necesario.
Con las organizaciones de trabajadores en el atolladero de
la politiquería, cooptadas sus organizaciones, sus dirigentes y estructuras,
son los jóvenes los llamados a empujar la historia y ofrecer un camino de lucha
a este presente que a veces parece irremediable y definitivo. Innumerables
colectivos, agrupaciones, frentes, iniciativas y coordinadoras de Izquierda
pululan en escuelas, Facultades, poblaciones y sindicatos sin que se logre un
lenguaje común y un camino a compartir.
Y olvidado de casi todo, a la espera de su hora, está el
pueblo. En este extravío que a veces abruma, la figura de Allende y su porfía
trascendente es un buen punto de partida. Su decisión por cambiar un destino
que parecía inmodificable lo hizo un campeón de la unidad, capaz de comprender
las diferencias como propias de la riqueza humana, más que como insalvables
fronteras. Supo que la unidad requería de una alta dosis de generosidad, de
voluntad y decisión y por sobre todo, de una especial preocupación por el que
nunca es tomado en cuenta: el pueblo.
http://www.puntofinal.cl/ |
En tiempos de brumas e incertidumbres haría muy bien el
ejercicio de sentirse allendistas, no solo para reivindicar un heroísmo que
transciende nuestro tiempo, sino como un imperativo que urge considerar: que el
pueblo de Chile es el legatario indiscutible del inmortal ejemplo de Salvador
Allende.
Nota del
Editor: El texto
anterior es el editorial de la revista chilena “Punto Final”, edición Nº 836, 4
de septiembre de 2015