El porqué, el cómo y
la historia del tema elegido.
Mi pequeña hija Daniela, con sus recién cumplidos seis
añitos, me hizo regresar a uno de mis juegos favoritos de la infancia y primera
adolescencia: el Ajedrez. Excelente oportunidad para analizar las enseñanzas
simbólicas que este juego nos puede dejar. La partida se desarrolla sobre un mosaico, de 8 filas y
columnas: o sea, 2 elevado a la tercera potencia. A la derecha de cada jugador,
va un cuadradito blanco. Al igual que nuestro Mosaico, la identificación viene
a través de la luz.
¿Qué ha llevado a que el denominado juego ciencia haya
permanecido cautivando a los seres humanos durante siglos? Al igual que la
Masonería, sobre una base milenaria, la adaptación ha llevado a su permanencia.
Dos ejércitos idénticos, que ocupan la mitad del tablero entre ambos, deben
dirimir su supremacía, pudiendo haber empate (denominado tablas) entre ellos.
La partida acaba cuando uno de los ejércitos no puede detener el avance de su
contrincante, en su intento de eliminar al Monarca (modernamente denominado
“Rey”). El famoso “Jaque Mate”.
Cuenta una extendida leyenda, que hace algunos milenios en
la India, se presentó un novedoso juego a un Sultán. Cuando preguntó cuánto
saldría adquirir la propiedad de tan fascinante entretenimiento, la respuesta
fue que había que colocar un grano de arroz sobre el primer cuadradito, dos
sobre el segundo, cuatro sobre el tercero, ocho sobre el cuarto, y así
sucesivamente. El Sultán aceptó gustoso tal pichincha, sin percatarse que en el
último cuadradito debía colocar dos elevado a la 63ª potencia granos de arroz.
Con lo cual no sólo perdió la última cosecha de arroz, sino el Sultanato.
Otra visión nos indica que este juego nos enseña que todo el
poder de un monarca no vale nada si no sabe conducir a sus huestes. Como
indicaba nuestro Past S:. G:. M:., Q:. H:. Rolando Moya, “un hombre solo, sólo
es, un hombre solo”. Esta máxima, que nuestro H:. aplicaba a su cargo en la
Oficialidad de la Obediencia, es enseñada por el Ajedrez. Un Rey sólo, casi
ineludiblemente termina pereciendo en el fragor de la lucha y, en el mejor y
poco probable de los casos, puede aspirar a las tablas.
Al igual que en una Logia o una Obediencia, la clave está en
el juego de equipo, donde desde la primera pieza hasta la última tiene su valor
y debe ser defendida. Poca utilidad tiene un V:. M:. “brillante”, o con “gran
conocimiento”, si no existe un magnífico equipo que le acompañe: desde los
Vigilantes hasta quienes lavan las copas tras un ágape. Nuestra construcción
tiene sentido y toma brillantez si cada una de las piezas realiza adecuadamente
su labor. Al igual que una orquesta, podemos identificar la magia de su sonido,
como conjunto, sin que sobresalga instrumento alguno. Pero si un instrumento no
hace bien labor, se perjudica el colectivo.
¿Qué nos dicen las
piezas?
Al igual que la Masonería, la estructura de las piezas es
piramidal. La base de la Pirámide la componen los ocho peones (dos elevado a la
tercera potencia), que representan la mitad de las piezas de cada ejército.
Podemos identificar un segundo grupo, compuesto por cuatro piezas (dos elevado
a la segunda potencia): dos caballos y dos alfiles. Un tercer lugar en la
escala jerárquica la componen las dos torres. En cuarto lugar, la Reina o Dama.
Y en el vértice de la Pirámide, el Rey.
Los nombres y disposición de las piezas nos muestran una
cultura que, instintivamente, van pautando el inconsciente colectivo. Vamos a
realizar varias lecturas que las piezas del ajedrez moderno nos pueden dejar.
Cada ejército está compuesto de dos filas: la primera de
ellas (que combate en primer lugar y más proclive al sacrificio) corresponde a
los peones. Como se percibe, la estrategia de sacrificar una primera fila en un
combate, con las piezas “menos valiosas”, con el fin de rematar la batalla con
lo más graneado del ejército, es antiquísima. Aún hoy día, son las tropas que
van delante, dejando al generalato a buen resguardo.
Si bien es frecuente que asociemos al peón a su definición
de “jornalero que trabaja en cosas materiales que no requieren arte ni
habilidad”, es conveniente tener presente que peón también significa “infante o
soldado de a pie”. En el ajedrez, este infante que anda de pie, moviendo de un
casillero o escaque por vez y sólo en un sentido, es la pieza que menos
habilidades y destreza tiene. En el juego de las Damas, tenemos dos tipos de
piezas: las comunes, llamadas peones y las de habilidades especiales, que se
obtienen cuando éstos llegan al borde del tablero correspondiente al
adversario.
Al igual que en las fortalezas, los vértices se corresponden
a las torres, vigías que cuidan la estructura a lo largo y a lo ancho. Como en
las antiguas batallas, la caballería salta entre los combatientes. El caballo,
es la única pieza que puede saltar sobre otra.
Al lado de los caballos se encuentran los alfiles. El alfil
es una pieza cuyo nombre, a priori, nos dice poco, por lo cual debemos
profundizar en su origen. Etimológicamente, la palabra proviene del persa y
significa elefante. Si repasamos la historia, recordaremos la importancia de
los elefantes en las antiguas batallas. Anecdóticamente, digamos que se le
llama “victoria a lo Pirro o pírrica” a aquel triunfo donde sufre más daño el
vencedor que el vencido. El General cartaginés Pirro, dentro de otros, perdió
la mayor parte de sus elefantes en esa batalla. Volveremos sobre la definición
de alfil más adelante. También sobre las piezas mayores: Rey y reina, conocida
como Dama.
El Rey del Ajedrez y
el V:. M:. de una Logia
Resulta de interés analizar las similitudes y diferencias
entre uno y otro. Ninguno de los dos tiene habilidades y destrezas
excepcionales. El Rey del ajedrez no puede dominar una fila, una columna o una
diagonal, como lo hacen la torre, el alfil o la dama, conjunción de ambas
piezas. Ni siquiera puede saltar, como su caballo. Apenas su destreza supera a
la del peón. Mientras esta pieza avanza de a un escaque, y puede comer en los
casilleros correspondientes a sus dos diagonales cuando avanza, el movimiento
del Rey (y sus posibilidades de comer) se verifica en los ocho casilleros que
le rodean (nuevamente el número 8). En una Logia – y la nuestra no es una
excepción – el V:. M:. dista de ser el H:. con más destrezas y habilidades. No
es electo para que haga alarde o demuestre su “brillantez”, sino para
administrar la Logia y conducirla – junto a la Cámara del Medio – a futuros más
venturosos.
Ni el Rey ni el V:. M:. están en la primera fila,
exponiéndose y ejecutando directamente. El Rey es la pieza más rodeada, por
delante su fila de peones y a sus costados las demás piezas. Al igual que el
V:. M:.está alerta y cuidando a los suyos, pero no actuando en primerísimo
lugar. Tanto en el ajedrez como en una Logia, cada integrante realiza su labor
y en ello no sólo es insustituible, sino que no es deseable ni bueno que otros
Hermanos hagan lo que un Oficial corresponde.
Como tercer similitud, como habíamos señalado, ni el Rey ni
un V:. M:., solos y por si mismos, significan nada, ni obtienen ninguna meta.
La importancia real recae en el colectivo que ayudan a construir.
Pero Rey y V:. M:. tienen también sus diferencias. Mientras
el poder del Rey es absoluto, el de un V:. M:.es – muy - relativo. En Ten:.
tenemos a la Oratoria como contrapeso. Recordemos que una Logia nadie puede
hablar después del Orador, quien tiene la última palabra. A su vez, en una
Logia, las líneas de acción no son definidas y controladas por la Veneratura en
forma individual y omnímoda, sino que es una labor colectiva que compete a la
Cámara del Medio.
Mientras el poder del Rey es a perpetuidad y hereditario, el
de un VM es variable, por un corto y definido período. A su vez, es electo por
sus hermanos.
Con su poder atemporal, el Rey muere en tal condición. En
nuestra Escuela Iniciática, el V:. M:. está en el extremo oriental del Templo.
Pero debe saber diferenciar lo real de lo ilusorio, ya que en un brevísimo
lapso estará en el extremo opuesto, como G:. T:..
Los roles de cada
sexo
Vamos a hacer ahora una pequeña encuesta. Les pido a los QQ:.
HH:. que piensen en tres ajedrecistas, actuales o pasados. Ahora les pido que
levanten la mano quienes pusieron, dentro de los tres ajedrecistas escogidos, a
una mujer. Siendo un juego para el cual, a priori, no debieran existir
diferencias de género, al igual que los conductores de taxi, la amplia mayoría
de los profesionales son masculinos.
Estrategia e inteligencia son necesarias para conducir una
partida de ajedrez. Atributos que pareciera se corresponden al género
masculino. Todos los generales que conozco son hombres, desconociendo si alguna
sociedad ha llevado ya a las mujeres al generalato.
Si ubicamos al ajedrez moderno en el medioevo, esta
diferenciación por sexos tiene sentido. En los campos de batalla combatían los
hombres. La estructura del juego es militar. Como en una fortaleza, los
vértices se corresponden a las torres. En la primer fila de la lucha, los
peones o piezas de “menor valor”. Rompiendo las filas del enemigo, la
caballería. Cubriendo el campo, los elefantes (luego daremos otro significado
al alfil). Y al lado de cada gran hombre - en quien recae el poder - una gran
mujer: la dama.
Esta concepción machista no nos debe sorprender, pues se
mantiene hoy en día en varios estratos de nuestra sociedad. La estructura de la
iglesia dominante en el medioevo occidental mantenía el predominio absoluto de
un género sobre el otro. La trilogía esencial que promueve se compone
exclusivamente de género masculino. Los doce apóstoles, que debían reproducir
las enseñanzas de Jesús y crear su Iglesia, eran hombres. Aún hoy día, en su
vertiente mayoritaria, no se admiten las mujeres al sacerdocio, ni muchos menos
pueden llegar a ser cardenales o papas.
Al señalar esto, no veamos la paja en el ojo ajeno pero
omitamos visualizar la viga en el propio. La Masonería actual, en su vertiente
mayoritaria, tampoco admite a la mujer en sus trabajos. Si por obvias razones
sociales o culturales, ello era admisible para evolucionar la sociedad
medioeval a una estructura más justa y solidaria, carece de justificaciones en
nuestra sociedad actual. Recordemos que los antiguos linderos, que reconocemos
y apreciamos como parte de nuestra historia, fueron desarrollados por un pastor
anglicano en la primera mitad del Siglo XVIII. Es hora de revisar este
paradigma, válido para su época, pero no para la eternidad. Y muy
fraternalmente estamos abocados a esa tarea.
Los linajes
En su versión moderna, el ajedrez recoge los linajes o
diferenciaciones de la estructura de clases del medioevo. En el último lugar de
la escala, los peones. Y según lo alejado que se encontraban del rey, quienes
cuidan las torres, seguidos de la caballería. ¿Pero quiénes son los adláteres
del todopoderoso monarca? El alfil y la reina.
La reina es la única mujer del juego, con seguridad por ser
la esposa del rey. Su lugar jerárquico no le es propio, ganado por su esfuerzo,
sino relativo al que corresponde a su esposo. En el ajedrez moderno, a la reina
se le denomina Dama. Según el diccionario, a esta se la define como “mujer
noble o de calidad distinguida”. Tal vez por ser la esposa del Rey, la Dama es
la pieza más valiosa y de mayor movilidad del juego.
Según el diccionario inglés, alfil es bishop, expresión que
también significa obispo, al cual define como “clérigo cristiano de alto rango
que organiza el trabajo de la Iglesia en una ciudad o distrito”. O reinado, nos
preguntamos. La concepción dominante en el medioevo ponía a los representantes
del poder celestial al servicio del poder terrenal. En el ajedrez, lo ladean y
cuidan las diagonales.
La identificación del
Rey
De todas las piezas, los peones son los de menor tamaño,
correspondiendo la máxima altura a la familia real (incluso son más grandes que
los caballos o torres). La Reina, atributo que parece se le asocia a la mujer,
demuestra su coquetería a través de su llamativa corona, con sus graciosas
formas y llena de diamantes y piedras preciosas.
El Rey, en cambio, más circunspecto, tiene una cruz sobre su
corona. ¿Y que simboliza esa cruz? Según se decía en la época, los reyes
adquirían su calidad de tales por “la gracia de Dios”. Por tanto, en el Rey
confluye el poder divino y el poder terrenal. No se lo podía desafiar, puesto
que sería hacerlo con el propio dios. Esta asociación llevó al ascenso social
del clero, clase privilegiada por excelencia del Medioevo, al punto que se
indicaba que una familia de alcurnia, que se preciara de tal, debía tener un
hijo sacerdote.
La concepción religiosa de la época implicaba la existencia
de los preferidos, representados por la realeza y los títulos nobiliarios, en
contraposición al vulgo o plebe, que se sometía a los dictados de la religión
imperante y la estructura social que sostenía.
En ese marco, los clérigos eran portadores del conocimiento,
al saber leer, escribir, y tener acceso a los textos de la época.
Afortunadamente para el avance de la sociedad occidental, existieron gremios y
logias, primero operativas y luego especulativas, que habilitaron a mantener y
difundir un saber propio, no impuesto y cuyos objetivos no tendía a promover
una estructura social injusta. Es comprensible entonces que quienes detentaban
el poder, en sus vertientes terrenales o religiosas, se opusieran con fuerza al
tríptico fundamental de Libertad, Igualdad y Fraternidad que acabaría con sus
privilegios.
Nos rendimos ante la magia y enseñanzas del denominado juego
ciencia. Más allá que hemos identificado algunas ideas – fuerza que son
transmitidos en el inconsciente colectivo – por lo que hemos denominado ajedrez
moderno - contra el cual combatimos, como el predominio del género masculino
sobre el femenino, de una clase social minoritaria sobre las mayorías, la
concentración en una persona o clase del poder divino con el terrenal, etc. ,
ello no se vincula al juego en sí.
Como nos enseñan las escuelas iniciáticas, la casualidad no
existe. Y en el ajedrez nunca gana el peor, ya que el azar no tiene lugar. Y si
buscamos nuestro perfeccionamiento individual para alcanzar una sociedad más
justa y solidaria, mediante el estudio de la ciencia y la cultura, invito a los
Hermanos a desarrollar su inteligencia y estrategias, a través de la práctica
de uno de los más excelsos juegos que haya creado el ser humano.