►Italiano |
Tras el cierre sin acuerdo de la cumbre de la UE del 14 de
septiembre, se convocó otra de urgencia para el 22 de septiembre. El tiempo
presiona, en muy pocos días puede ocurrir cualquier cosa, incluyendo la
posibilidad de que los soldados de Orban comiencen a disparar contra los
refugiados que traten de evitar ser detenidos. Ya estamos más allá de lo que
era imaginable, cuando un país de la UE despliega a lo largo de la frontera un
sistema de tribunales de campo y jueces “de batalla” para ejercer una
“justicia” sumaria contra los migrantes.
Si un nacionalismo cada vez más abyecto reina en la mayoría
de las cuestionables “democracias post¬comunistas”, también en Occidente se
abren camino peligrosamente las prioridades y los intereses nacionales. La
“generosidad” del gobierno de Berlín, de repente celebrada como un renovado
liderazgo moral de Alemania, deja paso rápidamente a un proceso “ordenado” de
absorción acorde a los ritmos y necesidades de la máquina económica alemana.
Esto significa establecer controles estrictos en las fronteras y un amplio
sistema de filtrado en los países que tienen sus fronteras entre Europa y las
tierras de caos, sistema al que se ha dado el cautivador nombre de hotspot o “puntos calientes”.
Mientras que la UE retrocede hacia un mercado común, aunque
fuertemente desequilibrado, las autoridades soberanas nacionales se dedican a
construir sus muros legislativos y físicos, una tras otra, aunque con
diferentes instrumentos y retóricas
La oleada migratoria acabará con muchos mitos... |
Las barreras no se sitúan sólo en las fronteras de la UE.
Primero, la euroescéptica Gran Bretaña declaró su intención de reducir el
número de ciudadanos comunitarios que viven y trabajan allí; a continuación, el
Tribunal Europeo de Justicia autorizó a Alemania a negar beneficios y subsidios
a los llamados “turistas del bienestar” y a aquellos trabajadores precarios que
se muevan dentro del espacio Schengen hacia los países en los que la
intermitencia laboral no equivale a la pobreza absoluta. Pero Berlín no está
satisfecho con la sentencia favorable y le gustaría eliminar incluso las pocas
limitaciones que la Corte pone a esta exclusión del sistema de seguridad
social. Por último, están aquellos a los que les gustaría que los refugiados
fueran excluidos del salario mínimo para favorecer el empleo de los menos
cualificados.
Afortunadamente, tanto el SPD como la central sindical DGB
se oponen a ello, no tanto por su declarada intención igualitaria como por el
temor a una competencia a la baja en el mercado laboral. Pero es bien conocido
que el gobierno federal se propone desde hace tiempo conseguir que el sistema
de bienestar alemán sea “menos atractivo” para desincentivar a los migrantes,
comunitarios o extracoimunitarios.
Esto se puede hacer de dos maneras. O excluyendo a los
recién llegados de una serie de derechos y protecciones, instituyendo de hecho
una población de serie B, contra todos los principios y al precio de futuras
tensiones, o limitando las protecciones sociales para todos mediante una vuelta
de tuerca liberista más de la llamada “economía social de mercado”. Pero esa
solución encontraría una considerable resistencia interna. Todos estos crujidos
anuncian el fracaso estructural del proyecto europeo.
La crisis griega ya había asestado un duro golpe no sólo a
la Europa política, sino también a la propia capacidad económica y social de la
eurozona. Las modestas escaramuzas entre halcones y palomas, más propensas al
oportunismo que a los buenos sentimientos, no habían afectado al marco de una
Europa globalmente alineada tras la hegemonía de Berlín contra las pretensiones
incondicionalmente “europeístas” del gobierno de Atenas, condenado al
aislamiento. Pero aún no se había entrado en la etapa de guerra de todos contra
todos, de desconfianza mutua, de reflejo proteccionista, de cierre identitario,
esa etapa que parece haber sido desatada por la gran oleada de refugiados,
borrando en un abrir y cerrar de ojos las palabras edificantes de Angela Merkel.
El nacionalismo, como el cierre de fronteras, es un fenómeno altamente
contagioso.
Es altamente dudoso que Berlín o Bruselas conduzcan a Europa
hacia la imposición a los regímenes semidemocráticos del Este, en los que
Alemania cultiva importantes intereses económicos y financieros, de un
memorando político tan exigente como el memorando económico impuesto a Grecia,
aunque si no pueden ser expulsados del
euro sí habría otros instrumentos de presión disponibles.
Pero la presidenta Merkel se apresuró a señalar que en este
caso no estaba indicado hacer amenazas. Los defensores de las soberanías
nacionales, que desde derecha o izquierda guiñan un ojo a Victor Orbán, sin
duda se indignarían ante la posibilidad de un nuevo “diktat” europeo sobre
derecho de asilo. Quede claro, sin embargo, a qué torvos personajes, a qué
contenidos políticos, a qué infames ideologías, acompañan bajo la bandera de
las naciones y contra la integración europea. Que quienes concuerdan
implícitamente con la afirmación de Marine Le Pen de que la separación actual
“no es entre derecha e izquierda, sino entre nacionalistas y mundialistas” se
expresen con igual claridad. Así sabremos con quién estamos tratando.
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