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Foto: Cheikh Nimr al-Nimr |
El Reino de los Saud —cliente militar de los Estados Unidos,
Francia, Canadá o Gran Bretaña y apoyo de la dictadura de Sissi en Egipto—
bombardea Yemen desde el 26 de marzo de 2015, con un nombre militar clave que
se diría inventado en el Pentágono:
“Tempestad
decisiva”. Más exactamente, las bombas reales -de precios suntuosos- debían
lanzarse contra las posiciones de las tribus Hutis, asimiladas muy rápidamente
al poder de Teherán. Un Irán que es la competencia del Reino en esta región en
la que los libros sagrados huelen a petróleo. Y un área que constituye una
articulación geopolítica de primera importancia igual que, en los tiempos
presentes, una zona de guerras impulsadas por numerosas potencias imperialistas
así como subpotencias imperialistas regionales en un Medio Oriente en el que
los Estados Unidos ya no son lo que eran.
El tipo de coalición formada para la “Tempestad decisiva” -que ha provocado miles de muertos civiles,
destruido ciudades históricas y provocada una de las llamadas crisis
humanitarias más terribles, por retomar el lenguaje orwelliano de la ONU- habla
por si misma: 30 aviones de combate proporcionados (inicialmente) por los
Emiratos Unidos; 15 por Bahréin, donde la mayoría chiíta es reprimida con
firmeza, 15 por Kuwait y 10 por Qatar. Bombardeos gestionados por las firmas
que los vendieron que aseguran el servicio “técnico”.