Luciano Monteagudo
A
comienzos de 1972, Rainer Werner Fassbinder tenía apenas 26 años y en sólo tres
había filmado quince largometrajes, que finalmente empezaban a ser reconocidos
por la crítica y los principales festivales internacionales, a pesar del
rechazo inicial que había provocado –aquí mismo en la Berlinale– su opera prima
El amor es más frío que la muerte
(1969). Pero Fassbinder era plenamente consciente de que su cine -formalmente
tan austero como sus presupuestos– era apreciado sólo por una élite: la misma
burguesía a la que él no dejaba de cuestionar. Por eso, cuando la cadena de
televisión Westdeutscher Rundfunk (WDR) le ofreció escribir y dirigir una
miniserie para su catálogo de producciones familiares, tan populares en la TV
alemana de la época, Fassbinder no dudó en aceptar la propuesta. El resultado
fue Acht Stunden sind kein Tag (Ocho horas no hacen un día), una
experiencia crucial y a todas luces insólita que en estos días, en una flamante
versión restaurada, se ha convertido en el gran acontecimiento cinéfilo del
Festival de Berlín.