Arenas bituminosas del Canadá |
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Michael T. Klare
Los precios del petróleo son ahora más altos que nunca,
exceptuando varios momentos frenéticos que se produjeron antes del colapso
económico mundial de 2008. Muchos factores inmediatos están contribuyendo a ese
incremento de los precios, incluidas las amenazas de Irán de bloquear el
transporte marítimo del petróleo en el Golfo Pérsico, los temores a una nueva
guerra en el Oriente Medio y la agitación que vive Nigeria, un país rico en
petróleo.
Algunas de estas presiones podrían debilitarse en los próximos meses,
proporcionando un alivio temporal a los surtidores de las gasolineras. Pero la
causa principal de los altos precios –una transformación fundamental en la
estructura de la industria petrolera- no pueden cambiarse y por esa razón los
precios del petróleo están condenados a seguir siendo altos durante un largo
tiempo.
La Faja Petrolífera del Orinoco |
Petróleo en la Faja del Orinoco |
En términos energéticos, estamos entrando ahora en un mundo
cuya aciaga naturaleza todavía no comprendemos bien. Este cambio fundamental ha
venido dado por la desaparición del petróleo relativamente accesible y barato,
el “petróleo fácil”, en la terminología utilizada por los analistas de la
industria; es decir, el tipo de petróleo que permitió una expansión
sorprendente de la riqueza global durante los últimos 65 años y la creación de
innumerables comunidades suburbanas basadas en el automóvil. Ese petróleo casi
ha desaparecido.
El mundo alberga aún grandes reservas de petróleo, pero
resultan difíciles de alcanzar, difíciles de refinar, porque pertenecen a la
variedad “petróleo difícil”. A partir de ahora, cada barril que consumamos será
aún más costoso de extraer, más costoso de refinar y mucho más caro en las
gasolineras.
Todos esos que afirman que el mundo sigue estando “inundado”
de petróleo tienen razón a nivel técnico: el planeta alberga todavía reservas
inmensas de petróleo. Pero a los propagandistas de la industria petrolera se
les olvida subrayar que no todas las reservas de petróleo son iguales: algunas
están situadas cerca de la superficie o cerca de la costa y se encuentran en
rocas porosas y blandas; otras están situadas en el profundo subsuelo, lejos de
la costa o atrapadas en duras formaciones rocosas. Los primeros lugares son
fáciles de explotar y producen un combustible líquido que puede fácilmente
refinarse en líquidos utilizables; las segundas reservas solo pueden explotarse
mediante técnicas costosas y medioambientalmente arriesgadas y, a menudo,
acaban convirtiéndose en un producto que debe procesarse de forma compleja
antes de poder empezar a refinarlo. La sencilla verdad es esta: la mayor parte
de las reservas fáciles de petróleo del mundo están ya agotadas, excepto las
que se encuentran en países asolados por la guerra como Iraq.
Prácticamente todo el petróleo que queda se halla en
reservas sólidas difíciles de alcanzar. Entre estas últimas podríamos incluir
el petróleo que se encuentra en las profundidades marinas lejos de la costa, el
petróleo del Ártico y el petróleo de esquisto bituminoso, además de las “arenas
petrolíferas” de Canadá, que no están compuestas en absoluto de petróleo, sino
de fango, arena y betún parecido al alquitrán. Las llamadas reservas no
convencionales de ese tipo pueden explotarse pero a un precio a menudo
escandaloso, no solo en dólares sino también en daños al medio ambiente.
En el negocio petrolero, el presidente y director ejecutivo
de Chevron, David O’Reilly, fue el primero en reconocer esta realidad en una
carta publicada en 2005 en muchos periódicos estadounidenses. “Una cosa está
clara”, escribió, “que la era del petróleo fácil se ha acabado”. No solo están
agotándose muchos de los campos petrolíferos, señalaba, sino que “los nuevos
descubrimientos energéticos se están produciendo principalmente en lugares
donde los recursos son difíciles de extraer a nivel tanto físico como económico
e incluso políticamente”.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) proporcionó en
2010 nuevas pruebas de este cambio en una revisión de las prospecciones
petrolíferas mundiales. Al preparar el informe, la Agencia examinó las reservas
históricas en los mayores campos productivos del mundo: el “petróleo fácil” del
que el mundo aún depende para la mayor parte de sus necesidades energéticas.
Los resultados fueron impactantes: se esperaba que esos campos perdieran las
tres cuartas partes de su capacidad productiva en los próximos 25 años,
perdiéndose 52 millones de barriles al día de los suministros petrolíferos del
planeta, es decir, alrededor del 75% de la actual producción mundial de crudo.
Las implicaciones eran sorprendentes: o se encontraba petróleo nuevo para
sustituir esos 52 millones de barriles o la Edad del Petróleo llegaría pronto a
su fin y la economía mundial se vendría abajo.
Desde luego, como dejó claro la AIE en 2010, habrá petróleo
nuevo, pero solo de la variedad difícil que nos hará pagar un duro precio a
todos nosotros y también al planeta. Para comprender bien las implicaciones de
nuestra creciente dependencia del petróleo difícil, merece la pena hacer una
gira relámpago por algunos de los lugares más espeluznantes y dañados de la
Tierra. Así pues, abróchense los cinturones: primero, salimos hacia el mar
–allá vamos - para investigar el “prometedor” nuevo mundo del petróleo del
siglo XXI.
Petróleo en aguas
profundas
Las compañías petroleras han estado durante un tiempo
llevando a cabo perforaciones en zonas de alta mar, especialmente en el Golfo
de México y el Mar Caspio. Sin embargo, hasta hace poco, esos esfuerzos tenían
lugar invariablemente en aguas relativamente poco profundas –a lo sumo, varios
cientos de pies- lo que permitía que las compañías petroleras utilizaran
perforadoras montadas sobre embarcaderos extendidos. Pero la perforación en
aguas profundas, en profundidades que superan los 1.000 pies, es un tema muy
distinto. Necesita plataformas de perforación especializadas, sofisticadas e
inmensamente costosas cuya preparación puede alcanzar miles de millones de
dólares.
El Deepwater Horizon, que quedó destruido en el Golfo de
México en abril de 2010 como consecuencia de una explosión, es un ejemplo
bastante típico de este fenómeno. El navío fue construido en 2001 y costó
alrededor de 500 millones de dólares y un millón de dólares al día en equipo y
mantenimiento. En parte como consecuencia de estos altos costes, BP tenía prisa
en acabar de trabajar en su malhadado pozo de Macondo y mover el Deepwater
Horizon a otro lugar de perforación. Muchos analistas creen que esas
consideraciones financieras explican la prisa con la que la tripulación del
navío selló el pozo, provocando una fuga de gases que produjeron la
consiguiente explosión. BP tendrá ahora que pagar alrededor de 30.000 millones
de dólares más para satisfacer todas las reclamaciones por el daño causado por
el derrame masivo de petróleo.
Tras el desastre, la administración Obama impuso una
prohibición temporal a las perforaciones mar adentro. Pero apenas dos años
después, las perforaciones en las aguas profundas del Golfo han vuelto de nuevo
a los niveles anteriores al desastre. El Presidente Obama ha firmado también un
acuerdo con México para que permita las perforaciones en la parte más profunda
del Golfo, a lo largo de la frontera marítima entre EEUU y México.
Mientras tanto, en otros lugares las perforaciones en aguas
profundas se aceleran a toda marcha. Por ejemplo, Brasil se está moviendo para
explotar sus campos “pre-sal” (denominados así porque se encuentran bajo una
capa de sal movediza) en las aguas del Océano Atlántico, lejos de la costa de Río
de Janeiro. Nuevos campos mar adentro están también desarrollándose de forma
parecida en las aguas profundas frente a Gana, Sierra Leona y Liberia.
El analista de la energía John Westwood dice que, en 2020,
esos campos situados en aguas profundas suministrarán el 10% del petróleo del
mundo, desde solo el 1% en 1955. Pero esa producción añadida no será barata:
desarrollar la mayor parte de esos campos nuevos costará decenas o cientos de
miles de millones de dólares, y solo serán rentables mientras el petróleo se
siga vendiendo a 90$ o más el barril.
Los campos situados en las aguas profundas de Brasil,
considerados por algunos expertos el más prometedor descubrimiento de este
siglo, serán especialmente caros porque se encuentran por debajo de una milla y
media de agua y dos millas y media de arena, roca y sal. Será necesario el más
avanzado y costoso equipamiento de perforación, parte del cual todavía está
pendiente de desarrollarse. Petrobras, la firma energética bajo control
estatal, ha comprometido ya 53.000 millones de dólares en el proyecto para el
período 2011-2015, y la mayoría de los analistas creen que tan solo supondrá un
modesto pago inicial en el sorprendente coste final.
El petróleo del
Ártico
Se espera que el Ártico proporcione una porción importante
del suministro de petróleo del mundo futuro. Hasta muy recientemente, la
producción que se podía obtener en el lejano norte era muy limitada. Aparte del
área de la Bahía de Prudhoe, en Alaska, y una serie de campos en Siberia, las
compañías más importantes habían dado bastante de lado la región. Pero ahora,
al ver las escasas opciones existentes, están preparándose para incursiones más
importantes en un Ártico en deshielo.
Desde cualquier perspectiva, el Ártico es el último lugar
donde alguien querría ir a perforar para obtener petróleo. Las tormentas son
frecuentes y las temperaturas en invierno terroríficas. Los equipos normales no
pueden trabajar en esas condiciones. Es necesario sustituirlos por materiales
muy especializados y costosos. Los equipos de trabajadores no pueden vivir
mucho tiempo allí. Y es preciso traer desde muy lejos, desde miles de
kilómetros y a un coste desorbitado, los más básicos suministros de alimento,
combustible y materiales de construcción.
Pero el Ártico tiene también su atractivo: para ser exactos,
miles de millones de barriles de petróleo sin explorar. Según US Geological
Survey (USGS), el área norte del Círculo Ártico, con solo el 6% de la
superficie del planeta, contiene alrededor del 13% del petróleo que queda (y
una porción aún mayor de gas natural sin desarrollar, cifras que ninguna otra
región puede igualar).
Con muy pocos lugares a donde ir, las principales compañías
energéticas están ahora preparandose para hacer acopio de energía y explotar
las riquezas del Ártico. Se espera que este verano la Royal Dutch Shell empiece
a hacer perforaciones en zonas de los Mares de Beaufort y Chukchi, adyacentes
al norte de Alaska. (La administración Obama debe aún concederles los últimos
permisos para llevar a cabo esas actividades, pero se espera que finalmente dé
el visto bueno).
Al mismo tiempo, Statoil y otras firmas están planeando
extensas perforaciones en el Mar de Baring, al norte de Noruega.
Con todos esos escenarios energéticos extremos, incrementar
la producción en el Ártico encarecerá los costes operativos de las compañías
petroleras. Shell, por ejemplo, ha gastado ya 4.000 millones de dólares solo en
los preparativos para pruebas de perforación en aguas de Alaska sin haber
producido ni un solo barril de petróleo. El desarrollo a escala total de esa
región, tan ecológicamente frágil, al que se oponen ferozmente los ecologistas
y los pueblos nativos, multiplicará esa cifra muchas veces.
Las arenas de
alquitrán y el petróleo difícil
Se espera que otra porción importante de los futuros
suministros mundiales de petróleo venga de las arenas de alquitrán canadiense
(también llamadas “arenas bituminosas”) y el petróleo extrapesado de Venezuela.
Nada de eso es petróleo según lo que normalmente entendemos por tal. Al no ser
el estado líquido su estado natural, no puede extraerse por los métodos
tradicionales de perforación aunque existe de forma abundante. Según USGS, las
arenas bituminosas de Canadá contienen el equivalente a 1.700 billones de
barriles de petróleo convencional (líquido), mientras se dice que los depósitos
de petróleo pesado de Venezuela albergan otro billón de barriles de petróleo
equivalente, aunque no todo este material es “recuperable” con la tecnología
existente.
Quienes afirman que la Edad del Petróleo está lejos de
acabarse, señalan a menudo hacia estas reservas como prueba de que el mundo
puede aún aprovechar inmensos suministros de combustibles fósiles sin explotar.
Y puede ciertamente concebirse que, con la aplicación de tecnologías avanzadas
y con la más absoluta de las indiferencias ante las consecuencias
medioambientales, podrán cosecharse en efecto tales recursos. Pero no se trata
ya de petróleo fácil.
Hasta ahora se habían obtenido las arenas bituminosas de
Canadá a través de un proceso parecido a la minería a cielo abierto, utilizando
excavadoras monstruosas para obtener tales arenas en la rica provincia de
Alberta, arenas que ya están agotadas, lo que significa que todas las futuras
extracciones requerirán de procesos mucho más complejos y costosos.
Se hará necesario inyectar vapor en las concentraciones
profundas para derretir el betún y que pueda extraerse mediante bombas enormes.
Esto requiere de una inversión colosal en infraestructuras y energía, así como
la construcción de instalaciones para el tratamiento de todos los deshechos
tóxicos resultantes. Según el Instituto de la Investigación de la Energía de
Canadá, el desarrollo total de las arenas bituminosas de Alberta necesitará de
una inversión mínima de 218.000 millones de dólares durante los próximos 25
años, y ahí no se incluiría el coste de la construcción de oleoductos hasta
EEUU (como el propuesto Keystone XL) para su procesamiento en los refinerías
estadounidenses.
El desarrollo del petróleo pesado de Venezuela requerirá de
inversiones a una escala comparable. Se cree que el cinturón del Orinoco, una
concentración especialmente densa de petróleo pesado contiguo al río Orinoco,
contiene reservas recuperables de 513.000 millones de barriles de petróleo,
quizá la mayor fuente de petróleo sin explotar en el planeta. Pero convertir
esta forma de betún, que parece melaza, en un líquido utilizable supera con
mucho la capacidad técnica o los recursos financieros de la compañía petrolera
estatal. En consecuencia, Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) está ahora
buscando socios extranjeros dispuestos a invertir los 10.000-20.000 millones de
dólares necesarios solo para construir las instalaciones básicas.
Los costes ocultos
Son esas reservas de petróleo difícil las que podrían
proporcionar la mayor parte del petróleo nuevo del mundo en los próximos años.
Pero hay una cosa muy clara: aunque esas reservas pudieran sustituir en
nuestras vidas al petróleo fácil, el coste de todo lo relativo al petróleo, ya
sea el bombeo de gas, los productos basados en el petróleo, los fertilizantes,
todo aquello en lo que se basa nuestra vida, subirá enormemente. Vayan
haciéndose a la idea. Si las cosas siguen discurriendo como se ha planeado
hasta ahora, estaremos endeudados con las grandes petroleras durante décadas.
Y esos son solo los costes más obvios en una situación en la
que abundan los costes ocultos, especialmente para el medio ambiente. Al igual
que en el desastre del Deepwater Horizon, la extracción de petróleo en aguas
profundas en mar abierto y otros lugares geográficamente extremos supondrá
mayores riesgos para el medio ambiente. Después de todo, en el Golfo de México
se vertieron cinco millones de galones de petróleo gracias a la negligencia de
BP, causando enormes daños en la fauna marina y en los habitats costeros.
Tengan en mente que, aún con todo lo catastrófico que fue,
la catástrofe se produjo en el Golfo de México, un espacio donde fue posible
movilizar amplias fuerzas para las labores de limpieza y donde la capacidad de
recuperación natural del ecosistema era fuerte. El Ártico y Groenlandia
representan ambos una historia muy diferente, dada la distancia en que se
hallan de las capacidades de recuperación establecidas y la vulnerabilidad
extrema de sus ecosistemas. Los esfuerzos para recuperar esas zonas en caso de
vertidos masivos de petróleo costarían muchas veces los 30.000-40.000 millones
de dólares que se espera que BP pague por los daños del Deepwater Horizon, y
sería mucho menos eficaz.
Además de todo lo anterior, muchos de los más prometedores
campos de petróleo difícil están en Rusia, en la cuenca del Mar Caspio y en
zonas conflictivas de África. Para poder operar en esas zonas, las compañías
petroleras tendrán que enfrentarse no solo a los previsibles altos costes de
extracción sino también a costes adicionales que supondrán sistemas locales de
soborno y extorsión, sabotajes por parte de grupos guerrilleros y consecuencias
de conflicto civil.
Y no olviden el coste final: Si todos esos barriles de
petróleo y de sustancias similares al petróleo se producen realmente en los
sitios menos atractivos del planeta, entonces, durante las próximas décadas
vamos a seguir quemando combustibles fósiles de forma masiva creando más gases
de efecto invernadero como si no existiera el mañana. Y aquí va ahora la triste
verdad: Si seguimos adelante por la senda del petróleo difícil en vez de
invertir masivamente en energías alternativas, ya podemos olvidarnos de evitar
las consecuencias más catastróficas en un planeta cada vez más cálido y
turbulento.
Así pues, sí, hay petróleo por ahí. Pero no lo vamos a
conseguir más barato, no importa cuánto haya. Y sí, las compañías petroleras
pueden obtenerlo, pero, si lo miramos de forma realista, ¿quién lo querría para
sí a ese coste?
Michael T.
Klare es profesor de estudios por la paz y la seguridad mundial en el Hampshire
College y colaborador habitual de TomDispatch. Acaba de
publicar The Race for What's Left: The Global
Scramble for the World's Last Resources (Metropolitan
Books).
Traducido del
inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
http://www.tomdispatch.com/why_high_gas_prices_are_here_to_stay |