Foto: Elizabeth Shön |
Especial para La Página |
Elizabeth Columba Shön, poetisa, dramaturga y cuentista,
conocida como Elizabeth Shön, nace el 30 de noviembre de 1921, en la ciudad
capital Caracas.
Una mujer de mirada clara y sostenida. Realiza cursos de literatura en el Instituto Pedagógico de Caracas, estudia Filosofía en la Universidad Central de Venezuela y un curso sobre Historia de la Música en la Escuela Nacional de Música.
Una mujer de mirada clara y sostenida. Realiza cursos de literatura en el Instituto Pedagógico de Caracas, estudia Filosofía en la Universidad Central de Venezuela y un curso sobre Historia de la Música en la Escuela Nacional de Música.
Colabora en varias publicaciones periódicas como el Papel
Literario de El Nacional, en Poesía de
Venezuela, la Cruz del Sur, el Árbol del Fuego y Haoma.
> Segundo premio con su obra Intervalo, en un concurso
patrocinado por el Ateneo de Caracas.
> Segundo premio en el concurso literario realizado por la
Universidad del Zulia en 1966.
> Premio Municipal de poesía de Caracas en 1971 con el
poemario La cisterna insondable.
> Premio Nacional de
Literatura por toda la Obra en 1994.
Nos proponemos en este ensayo llevar al lector extractos del
aparte Hay Miedo del poemario Oír la vertiente.
Sus obras de teatro son escasas comparadas con las de poesía
ya en prosa, ya en verso, en registros desde el abstraccionismo, la geometría,
hasta largos textos poéticos, sin apartar la efusión lírica, la subjetividad
femenina y la intuición sobre lo desconocido, optando por una expresión
vivencial, directa y subjetiva, ahondando en el enigma del miedo.
Irrumpe Elizabeth entre los poetas que se inician en la
década de los cuarenta y los poetas de la década de los sesenta.
Numerosas publicaciones enriquecen su fructífera vida de
poetisa.
Su primera publicación La gruta venidera (1953) libro en el
que la poetisa abre su mirada al mundo, lo saborea y lo colma con su asombro.
Le sigue En el allá disparado desde ningún comienzo (1962) donde predomina el
verso auxiliado constantemente por el adjetivo, desechando el referente y
escrito en un abstraccionismo puro y conceptual. Su tercer libro poético El
abuelo la cesta y el mar (1965) en la se relaciona con el mundo en el
encantamiento de los ritos de iniciación, un bálsamo contra la ruindad del
mundo. La cisterna insondable (1971) nos asoma de frente a su primer poemario,
las ataduras alma y la naturaleza, de corte abstraccionista. Mi aroma de lumbre (1971), una indagación
sobre la palabra y la naturaleza y algunos estados del alma: envidia, falsedad,
rencores, irrespeto. Oír la vertiente (1973) que trataremos en este ensayo,
Incesante aparecer (1977), Encendido esparcimiento (1981) en el que investiga
sobre el Ser, el Yo y la Nada. Del antiguo labrador (1983) en el que la palabra
descubre la deslumbrante relación del hombre con la tierra en las milenarias
faenas agrícolas; y finalmente, sus últimas cinco obras Concavidad del
horizonte (1986), Árbol de oscuro acercamiento
(1992), Ropaje de ceniza (1993), Aún el que no llega (1993) y Campo de resurrección (1994), La
flor, el barco, el alma (1995), completan su extensa obra poética.
Sus estudios de filosofía la acercan a la abstracción,
buscando la esencia del miedo a través de las tenebrosas rutas del alma
impregnadas de este sentir que es parte de la naturaleza, de todo ser que
sobrevive en la tierra:
Aguarda,
hasta que nunca más
se sienta el cansancio y escalando
como si sólo existiese
el ascenso del vuelo que deshace
hasta que nunca más
se sienta el cansancio y escalando
como si sólo existiese
el ascenso del vuelo que deshace
Sus miedos, sus enclaustramientos por el temor asemejan a
las olas del mar que se acercan y se alejan de la orilla como ella de lo
temido.
No existe tiempo humano más proclive al miedo como el
transcurrido a partir de la edad moderna.
Afirma el filósofo alemán Martin Heidegger que la angustia y
el miedo parten del “ser-ahí”, que todo “ser-ahí” queda subsumido, en su propia
tradición que es historia e historiografía, en otros términos que arraiga y
desarraiga:
Hay miedo.
Ya el árbol se achica
en tanto va angostándose la luz
hasta cerrar la última hendija.
Y caen los dinteles,
destémplanse los sabores.
El espacio se hace ínfimo.
La distancia se acorta tanto
que llega a contener la dimensión
de la yema del dedo
hasta que no hay más distancia ni espacio,
quedando reducido el mundo
al latido oculto
de germen herrando ciegamente.
Ya el árbol se achica
en tanto va angostándose la luz
hasta cerrar la última hendija.
Y caen los dinteles,
destémplanse los sabores.
El espacio se hace ínfimo.
La distancia se acorta tanto
que llega a contener la dimensión
de la yema del dedo
hasta que no hay más distancia ni espacio,
quedando reducido el mundo
al latido oculto
de germen herrando ciegamente.
El miedo se fundamenta en tres etapas interconexas entre sí:
el antes del miedo, el sentirlo y su porqué. Y de ellas el ante es temible y es
el amenazante el productor de la angustia su fiel compañera. Al sentir miedo,
con una mirada del espíritu, puede éste aclarar inmediatamente que es lo
temible; el peligro es la amenaza de estar inserto en el miedo. Es una
disposición afectiva que puede estar y casi siempre así lo es, vinculada hacia
“otro”, algo externo a uno mismo:
Resonante es el desmoronamiento de a tierra
si abriendo sus raíces
éstas se destrozan tanto
que llegamos a creer
que nunca han existido
ni siquiera en el fulgor del término.
si abriendo sus raíces
éstas se destrozan tanto
que llegamos a creer
que nunca han existido
ni siquiera en el fulgor del término.
Lo temible del miedo es no ser comprendido como una forma
extenuada del temer, surge en los momentos en los cuales algo interno o externo
irrumpe en la coexistencia de uno consigo mismo; asimismo, cuando el pavor o
miedo extremo conserva su repentinidad da lugar al terror:
No se retorna
porque el viento sacuda
el espacio abrace
con su inconfundible claridad.
Se retorna
y ni un gajo
ni un musgo
pueden ayudar.
Porque el silencio es absoluto
y plena la inmensidad,
podrá la semilla germinar
y el sol regresar al afluente
del lento crecimiento.
porque el viento sacuda
el espacio abrace
con su inconfundible claridad.
Se retorna
y ni un gajo
ni un musgo
pueden ayudar.
Porque el silencio es absoluto
y plena la inmensidad,
podrá la semilla germinar
y el sol regresar al afluente
del lento crecimiento.
El miedo y la consecuente angustia ante la muerte, ante la
desaparición, es el miedo a la nada, es una forma patente de la nada dejando al
ser humano suspendido en ella y la existencia flotando en el infierno de la
nada, supeditado a algo irrazonable que nos esforzamos por ahuyentar de la
vida. Definiendo la nada como el más terrible de los miedos si nos acogemos a
la definición de Heidegger “la absoluta negación de la universalidad del ente”
¿puede existir algo más temible?, nos causa pavor, espanto, angustia, es decir,
miedo, quisiéramos ignorarla, rechazarla
de la vida y nuestras vivencias y la
poetisa se empeña en cada poema de El Miedo, aparte del poemario Oír la
vertiente en describir ese miedo al que se siente atada con un hilo invisible,
ella no confunde la angustia ante la muerte o la desaparición de la tierra con
el miedo a dejar de existir la persona o ese algo:
Piérdese el pulso,
olvídase el ritmo,
en la piel sólo agotamiento
y sobre ella el aire,
el sol,
el agua,
el hombre,
la tierra,
e insistiendo como si dentro hubiese
el reposo requerido para soportarlos
olvídase el ritmo,
en la piel sólo agotamiento
y sobre ella el aire,
el sol,
el agua,
el hombre,
la tierra,
e insistiendo como si dentro hubiese
el reposo requerido para soportarlos
El miedo de Elizabeth se hace presente cuando se topa con la
destrucción y la nada, no es otra cosa que encuentros con esa mortífera nada.
En analogía con Heidegger y el filósofo francés Jean Paul
Sartre, para la poetisa en cada verso el
existencialismo es un humanismo, según su poética, la modernidad es lo
suficientemente melancólica:
Estamos cercados.
El espacio amordaza.
La altura desaparece.
Se ha perdido la inmensidad
permaneciendo un oscuro cascarón
que busca afanosamente
el borde final del cielo.
El espacio amordaza.
La altura desaparece.
Se ha perdido la inmensidad
permaneciendo un oscuro cascarón
que busca afanosamente
el borde final del cielo.
El desamparo y la desesperación que acompañan al miedo son
resultados de la conciencia que se tiene de la soledad que impregna el miedo,
por carecer de una opción de elección frente a él.
Entre el miedo la
angustia hay una permanente comunicación, un constante transitar entre uno y
otro. Sentimos angustia por lo que se avecina y se manifiesta a través de
nosotros y sentimos miedo y lo experimentamos por lo que llega de los otros,
por aquello que proviene fuera del ser:
Dice el psicoanalista austriaco Sigmund Freud: “Pienso que
la angustia se relaciona con el estado subjetivo abstraído de cualquier objeto,
mientras que en el miedo la atención está dirigida precisamente hacia un
objeto.
Fallece en Caracas a los 85 años de edad en el año 2007.
No se le conoce el rostro;
sabemos que golpea.
A veces, escuchamos su rumor
que parece proviniera
del rincón más oculto
y le tememos.
No es agradable
sentir sobre la piel
donde habita lo conocido,
un rostro distinto,
es más, un rostro que nos empuja
hacia sitios donde nunca
habíamos estado antes.
sabemos que golpea.
A veces, escuchamos su rumor
que parece proviniera
del rincón más oculto
y le tememos.
No es agradable
sentir sobre la piel
donde habita lo conocido,
un rostro distinto,
es más, un rostro que nos empuja
hacia sitios donde nunca
habíamos estado antes.
Referencias
Bibliográficas
Poemas tomados del aparte Hay Miedo del poemario Es oír la
vertiente. Elizabeth Shön. Colección Letras de Venezuela. Nº 31 Imprenta
Universitaria. Venezuela. 1973.