A pesar del número creciente de manifestaciones de
descontento en las calles de Grecia, España, Francia, Italia, los gobiernos
europeos siguen convencidos de que la única manera de salvar al euro y a la
Unión Europea (UE) es imponiendo medidas de austeridad irreversibles. ¿Pero a
qué precio, y en beneficio de quién? Nos dicen que las conquistas sociales como
la seguridad social, las jubilaciones, los servicios públicos, grandes logros
del siglo XX, son hoy el mal absoluto y que la única salvación es la destrucción
programada del modelo social europeo para garantizar un mínimo de
estabilidad macroeconómica.
Hasta la caída del Muro de Berlín, el proyecto europeo se
construyó combinando el libre mercado con políticas sociales, lo que hizo de la
construcción europea un modelo exitoso muy original. Las políticas sociales
eran de la competencia de cada Estado y los menos ricos recibieron importantes
subsidios por medio de mecanismos de solidaridad como los fondos de cohesión
social (Fondo Social Europeo, Fondo de desarrollo regional FEDER). Los logros
fueron muy concretos en todos los países de la Comunidad Europea de 1957 a
1990.
Con el fin de la guerra fría dos acontecimientos
modificaron totalmente la naturaleza del proyecto europeo: la reunificación de
Alemania y la ampliación al este de la Unión Europea. En primer lugar la
Alemania reunificada se volvió el gigante económico de Europa. Con el fin de
evitar que el marco alemán se impusiera como moneda de referencia en Europa se
decidió con el Tratado de Maastricht en 1992 la creación del euro como moneda
única europea. Kohl aceptó, pero puso como condición la autonomía del Banco
Central Europeo y se opuso a la creación de un gobierno económico europeo. Hoy
vemos las consecuencias de este acuerdo, que deja a Alemania las manos libres
para imponer su política a todo el continente, con el apoyo de Francia. En
segundo lugar, la ampliación precipitada de la Comunidad Europea al este, bajo
las presiones de Estados Unidos, cambió radicalmente la esencia del proyecto
europeo. Estados Unidos tenía prisa para consolidar su ventaja frente a Rusia.
Los países ex comunistas fueron invitados a incorporarse de inmediato a la OTAN
en los años 90, y en seguida a la UE en los años 2000: seguridad militar y
estabilidad económica eran los dos pilares de esta estrategia trasatlántica
concebida en Washington. En este contexto, la incorporación de nuevos miembros
en un gran mercado, sin límites geográficos o históricos y sin un verdadero
contenido social, marca una ruptura definitiva con la idea original de la
integración europea.
La cumbre europea del 9 de diciembre pasado tomó decisiones
históricas en este sentido. Las medidas técnicas que se venían discutiendo
desde que empezó la crisis de la deuda soberana, en 2008, se encuentran en dos
nuevos tratados europeos aprobados en esta cumbre: el Mecanismo europeo de
estabilidad, entre los 17 países de la zona euro, y el Tratado de estabilidad,
coordinación y gobernancia de la Unión Económica y Monetaria, entre los
miembros de la UE menos Gran Bretaña y la República Checa. Estos tratados,
firmados el 2 de febrero y el primero de marzo, se incorporarán al Tratado de
Lisboa a partir de 2013. Todos los países tendrán que modificar su Constitución
para incorporar la regla de oro, disposición que prohíbe un déficit
público estructural superior a 0.5 por ciento del PIB, y que de hecho
obligará a los gobiernos a someter a la Comisión Europea, al Banco Central
Europeo y al Fondo Monetario sus proyectos de presupuesto anual antes de
mandarlo a discusión a sus respectivos parlamentos. Además, la Comisión Europea
podrá pedir a la Corte de Justicia Europea fuertes castigos a los países que no
cumplan con estas reglas. Jamás en la historia de la UE hubo tal pérdida de
soberanía de sus miembros. Con estas reglas inscritas en sus constituciones los
gobiernos y parlamentos no podrán salir nunca de las políticas de austeridad y
de recesión impuestas desde el exterior y no tendrán margen para promover
políticas sociales y servicios públicos. Es la negación de la política. Por lo
tanto, la crisis financiera tiene como consecuencia un retroceso vertiginoso de
la democracia, la imposibilidad de un verdadero debate político
derecha/izquierda y la capitulación de los estados frente a mercados
financieros anónimos, voraces y cortoplacistas.
Veremos en los próximos meses, con la entrada en vigor de
estos tratados, si los ciudadanos europeos están dispuestos a sacrificar en el
altar de la ideología ultraliberal las conquistas políticas, económicas y
sociales que lograron en siglos de lucha. Muchos economistas piensan que
existen otras opciones en beneficio de los ciudadanos y que la austeridad
anunciada es el peor de los remedios.
http://www.jornada.unam.mx/2012/04/13/opinion/018a2pol |