Fresco medieval sobre la crucifixión |
Especial para La Página |
En mi época de niña, para la Primera Comunión se
acostumbraba a regalarnos La imitación de
Cristo, del alemán Tomás Hemerken, nacido en 1379 en Kempis, lugar cercano
a Colonia, en Alemania. Comienza su libro recordándonos las palabras del Señor:
“El que me sigue no camina a oscuras” (Jn 8,12). Y agrega el autor: “Con estas palabras Cristo nos encomienda que imitemos su vida y sus costumbres si queremos estar iluminados y libres de toda ceguera interior. Por eso, nuestro mayor afán debe consistir en reflexionar sobre la vida de Jesús”
“El que me sigue no camina a oscuras” (Jn 8,12). Y agrega el autor: “Con estas palabras Cristo nos encomienda que imitemos su vida y sus costumbres si queremos estar iluminados y libres de toda ceguera interior. Por eso, nuestro mayor afán debe consistir en reflexionar sobre la vida de Jesús”
En contraposición, siempre me ha impresionado que solo
pensemos en Jesús cuando estamos en postración, pero poco o nada lo recordemos
para tomar ejemplo de Él.
Nunca, que yo sepa, dijo Jesús que debíamos acudir a Él para pedirle que, desde el cielo, nos otorgue favores. Lo que nos enseñó es que debemos imitarlo, a sabiendas de que pocos seres humanos han tenido el coraje que Él tuvo para romper prácticamente todos los “quistes psicológicos culturales” de su época.
Nunca, que yo sepa, dijo Jesús que debíamos acudir a Él para pedirle que, desde el cielo, nos otorgue favores. Lo que nos enseñó es que debemos imitarlo, a sabiendas de que pocos seres humanos han tenido el coraje que Él tuvo para romper prácticamente todos los “quistes psicológicos culturales” de su época.
Nos enseñó a sacar a los mercaderes del templo, a acercarnos a los leprosos, a defender a la mujer adúltera, a amar al prójimo como a nosotros mismos y nos indicó que “más fácilmente pasa un camello por el ojo de una aguja que un rico por las puertas del cielo”. Lo que equivale a decir en el presente que “el pueblo es superior a sus dirigentes, lo que hoy en día corresponde a derrotar a los banqueros, acercarnos a los drogadictos para buscar su rehabilitación, defender y proteger a la mujer que requiere un aborto, tratar con respeto la homosexualidad y toda diferencia y amar la causa del pueblo por encima de nosotros mismos. Su lucha es un ejemplo que debemos seguir. Nutrirnos en sus enseñanzas de vida es lo único que nos permite llamarnos cristianos, o jesucianos, para quienes siguen su camino sin, necesariamente, pertenecer a ninguna religión.
¿Cómo es posible que alguien diga “gracias a Dios que
salieron libres los secuestrados”? ¿Acaso es de suponer que Jesús se mantuvo
indiferente durante más de una década y sólo, pasados los años y bajo terribles
sufrimientos, decidió permitir que salieran en libertad? Es una injusticia
pretender que de Jesús depende que haya guerra o no en Colombia, que haya o no
seres humanos secuestrados. ¡No! Esa es una herejía.
¿Podemos acaso creer que de Jesús depende que las dolencias
del Presidente Chávez sean terminales? De ser cierto eso significaría que Dios
protege a los gringos, a los explotadores, a los oligarcas y permanece ciego e
indolente ante un mundo lleno de dolor, muerte, hambre y padecimientos. Eso no
es verdad. Sería pensar que Jesús quiere frenar la integración latinoamericana
que está llevando adelante el Presidente Chávez y eso no puede ser verdad. No podemos repetir aquel verso que dice: “Llegaron los sarracenos y nos molieron a
palo, que Dios protege a los malos cuando son más que lo buenos”.
Debemos ponerle fin a ese “quiste cultural” y, en lugar de
pedirle lo que no le está dado otorgarnos, empezar a reflexionar sobre la vida
de ese gran revolucionario que fue Jesús, que entregó su vida en defensa de los
explotados.
La última frase que pronunció en público mi padre, Jorge
Eliécer Gaitán, doce horas antes de que lo asesinaran fue: “Cristo fue un hombre honrado y sin embargo murió sacrificado por el
odio de sus perseguidores, sin que menguara el brillo de su vida consagrada a
la redención de los oprimidos”.
Imitemos a Cristo consagrando nuestras vidas a la redención
de los oprimidos, en lugar de estar, como menesterosos, pidiéndole favores,
convirtiéndolo, ya no en ejemplo, sino en nuestra lámpara de Aladino. Así le
daremos la verdadera y gigantesca dimensión que tiene, como paradigma del
luchador social que fue y sigue siendo.