Bajo la lluvia @ Leonid Afremov |
El doctor Heinz Levi no era un clásico
sobreviviente del holocausto. Nada de
campos de exterminio, nada de número tatuado en el brazo. Incluso nada de campo de concentración.
El doctor Levi era un refugiado, y era mi padre.
Me parece que la mayor parte de su vida la vivió
en su carácter de refugiado, a pesar de que por supuesto él lo negaba. Sesenta años vivió en Israel, y a Israel
nunca vino. Nunca vino de verdad. Es cierto que en el día de la independencia
sacaba cuidadosamente la bandera del armario y la colgaba en el balcón. Es cierto que su vida acá fue bastante
buena. Pero en retrospectiva me parece
que nunca encontró acá su lugar. Él
incluso no trataba de revivir acá la Europa que dejó atrás, y dudo de que le
haya encontrado acá un reemplazo.
El traje y la corbata los guardó en el armario. Los reemplazó por los abultados pantalones
cortos en el agobiante verano. También
el latín que aprendió dejó atrás, con la excepción de un proverbio que solía siempre
repetirnos. Incluso el doctorado en
Leyes de la Universidad de Praga se quedó acá sin uso alguno.
Cuando llegó acá solo, luego de un terrible traqueteo
en el mar que se extendió por largos meses en un desvencijado barco de
inmigrantes ilegales, incluyendo encarcelamiento en Beirut, él se vio obligado
a arrastrar sus piernas de casa en casa en la ciudad de Hertzlyía ofertando sus
mercancías: pasteles centro-europeos, que horneaba en una pastelería suya y de
su hermano, los cuales cargaba en su bicicleta.
Guapo y habilidoso, y con título de Doctor. Pero seguramente no era lo que se proponía
cuando tejió sus sueños.
Hoy, que recordamos el Holocausto, es necesario
recordar a aquellos, que si bien no sufrieron todas sus atrocidades, el
Holocausto sin embargo cambió sus vidas hasta dejarlos irreconocibles; tal vez
hasta arruinarlos completamente.
El Holocausto produjo la creación del Estado de
Israel y el agrupamiento de una gran parte de sus sobrevivientes en él.
Pero no todos encontraron en Israel su lugar en
el mundo; algunos fueron sentenciados a una vida en exilio en su nueva
patria. Así lo fue mi padre.
Mi padre nació en la aldea de Satz, en la región
de los Sudetes. (Región europea que
abarcaba parte de Alemania, Polonia y la actual República Checa. N. del T.). Un total y absoluto“ieke” (judío de origen alemán; puntilloso y
ordenado. N. del T.). Dejó atrás de sí Europa, sus padres, su
prometida y su futuro promisorio como fiscal de distrito; “landes gerichtrat”, como estaba escrito en sus papeles de la
pensión que recibió de Alemania muchos años después de llegar acá.
De la casa de sus padres alcanzó a rescatar solamente una alfombra persa que se fue desmoronando con los años, y una pintura al óleo de un jarrón con flores que cuelga en una pared de mi casa hasta el día de hoy.
De la casa de sus padres alcanzó a rescatar solamente una alfombra persa que se fue desmoronando con los años, y una pintura al óleo de un jarrón con flores que cuelga en una pared de mi casa hasta el día de hoy.
En Israel le dieron el nombre hebreo Tzví, y luego de algunos años de
repartir pasteles y también diarios, se incorporó como funcionario en la
empresa “Jerut”, propiedad de la confederación israelí de trabajadores, la
Histadrut, en la que trabajó hasta su jubilación. Allí lo llamaban “Doctor Levi”, en una mezcla
de reconocimiento, distanciamiento y burla.
Todos sus colegas eran de Europa Oriental, y a él le resultaba difícil relacionarse
con ellos.
Luego de largos años de escasez llegó la indemnización de Alemania, lo que nos permitió una relativa prosperidad. A los 53 años de edad comenzó mi padre a manejar su primer automóvil, que era por supuesto de fabricación alemana, y lo cuidaba como si cuidara a un niño.
A su ciudad natal nunca regresó. Se negaba a hacerlo, en una actitud que por ese entonces me parecía incomprensible. Siempre explicaba que nada había quedado allí. Que no había a qué o a quién regresar. La aldea alemana luego se volvió checa. Él rehusaba hablar acerca de lo que dejó y lo que tuvo que atravesar, y yo no preguntaba. Hoy, que tengo la comezón de saber (y no sé casi nada), ya es tarde.
Luego de largos años de escasez llegó la indemnización de Alemania, lo que nos permitió una relativa prosperidad. A los 53 años de edad comenzó mi padre a manejar su primer automóvil, que era por supuesto de fabricación alemana, y lo cuidaba como si cuidara a un niño.
A su ciudad natal nunca regresó. Se negaba a hacerlo, en una actitud que por ese entonces me parecía incomprensible. Siempre explicaba que nada había quedado allí. Que no había a qué o a quién regresar. La aldea alemana luego se volvió checa. Él rehusaba hablar acerca de lo que dejó y lo que tuvo que atravesar, y yo no preguntaba. Hoy, que tengo la comezón de saber (y no sé casi nada), ya es tarde.
Hacia acá llegó mi padre casi como un judío
asimilado, y al judaísmo raramente trató de conectarse tampoco en Israel. Dudo que haya conocido la diferencia entre Shavuót
y Sucót (Fiestas religiosas judías. N.
del T.). Tampoco trató de conectarse a
su israelidad. Dudo que haya conocido la
diferencia entre jumus y tejina. (Manjares típicos de medio oriente. N. del
T.). Nunca los probó.
Incluso su apellido escribía distinto a lo normalmente aceptado: Loewy. Leía el Jerusalem Post. Votaba por MAPAI (Partido Laborista de centro-derecha. N. del T.) y permaneció extranjero. Una vez al año viajaba con mi madre de vacaciones…a Alemania, por supuesto.
¿Qué quedó en mí de su extranjerismo? ¿En qué me modeló su carácter de refugiado, y cómo influenció mi visión del mundo? ¿Hijo de refugiado como yo? Ese es un tema para otro artículo.
Hoy solamente voy a recordar al Doctor Levi, quien fue mi querido padre, y a quien el Holocausto invirtió el curso de su vida, e incluso la atrofió, sin remedio.
Incluso su apellido escribía distinto a lo normalmente aceptado: Loewy. Leía el Jerusalem Post. Votaba por MAPAI (Partido Laborista de centro-derecha. N. del T.) y permaneció extranjero. Una vez al año viajaba con mi madre de vacaciones…a Alemania, por supuesto.
¿Qué quedó en mí de su extranjerismo? ¿En qué me modeló su carácter de refugiado, y cómo influenció mi visión del mundo? ¿Hijo de refugiado como yo? Ese es un tema para otro artículo.
Hoy solamente voy a recordar al Doctor Levi, quien fue mi querido padre, y a quien el Holocausto invirtió el curso de su vida, e incluso la atrofió, sin remedio.
Traducción del hebreo: Rolando “El Negro" Gómez / Especial para La Página |