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Fernando Bogado
Uno de los mitos más intrigantes de la historia del siglo XX
es, precisamente, el nacimiento de una doctrina que pone en duda cualquier
mito. Bien digo doctrina: metodología, en síntesis, forma de ver las cosas,
cosmovisión, forma de hacerlas… El psicoanálisis
emergió en el mismo momento en que las condiciones de producción de
conocimiento viraban cada vez más hacia un aspecto del saber concentrado en el
detalle, en lo mínimo que condicionaba y alteraba al todo del cual esa parte es
apenas un componente. Y si revisamos la situación, las cosas eran bastante
claras en ese momento: psiquiatría, frenología, la propia psicología como
práctica que se desprende tarde de la filosofía, todos estos saberes de las
ciencias blandas, humanas, comienzan a obsesionarse por el detalle (¿o acaso la
locura no emerge, precisamente, del elemento mínimo que determina el todo? Por
algo está el viejo mito/práctica de la extracción de la “piedra de la locura”).
Que el cine encuentre interesante narrar este mito no nos
debe sorprender: lo que nos debe sorprender es que haya sido David Crononeberg
el que se haya encargado de poner todos los reflectores sobre la historia de
Carl C. Jung y Sigmund Freud y que, basándose en el libro del cual la reciente
“A Dangerous Method” es una adaptación, dramatice precisamente los comienzos de
un saber que marcaría a fuego todo el siglo pasado, todo lo que va del actual
y, encima, lo haga desde una perspectiva ascética, para nada melodramática (o,
al menos, no con el clásico dramatismo al cual nos tienen acostumbrados los
norteamericanos con sus “historias interesantes de hombres interesantes”).
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Tenemos, si se quiere, el grado de dramatismo justo como
para que la historia funcione y nos muestre el conflicto medular: Jung, hombre
apasionado por la así denominada “talking cure” de Freud empieza a tener
sentimientos encontrados con respecto a una de sus pacientes, una tal Sabina,
interpretada por una notable Keira Knightley. Jung finalmente se entrega a sus
deseos en el medio del comienzo y posterior declive de su relación con el
inventor del nuevo método: un Freud personificado de manera magistral por Viggo
Mortensen.
La película es una cinta medida, con altos contenidos de
diálogo entre los personajes e, inclusive, una notable presencia de términos
específicos de la práctica psicoanalítica, pero — a diferencia de los
comentarios de algunos críticos que he oído en mi país — no es una cinta
aburrida: muy por el contrario, es uno de esos trabajos que exigen al espectador
un grado de atención superior, para luego gratificarlo con una notable cinta de
un cada vez más imprescindible director.
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