“Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por los sufrimientos de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación” — Bertrand Russell

2/5/12

Los muy “british” cachacos bogotanos

Gloria Gaitán

Especial para La Página
En Colombia se les llama “cachacos” a quienes, con aire de gentlemen inglés, pertenecen a la clase alta bogotana. Son los herederos de los criollos neogranadinos que, deseando beneficiarse del poder y la riqueza de que disfrutaban los colonialistas españoles, buscaron la independencia de la Nueva Granada en un “quítese Ud. para ponerme yo”, porque su intención no era, ni mucho menos, que el país se encaminara por los canales de la justicia, la igualdad, la fraternidad y la libertad.

Aprovechando el ánimo independentista de esta estirpe criolla, Inglaterra se aprestó a apoyarlos, a fin de lucrarse de las grandes ganancias y riquezas que las explotadas colonias americanas le proporcionaban hasta entonces a España. Es así como los “criollos” neogranadinos sufrieron una fuerte mutación cultural, marcada por un dejo “british” que hasta el día de hoy los persigue.

Son inmensamente polite (bien educados) con modales y urbanidad a toda prueba, llegando hasta el uso de costumbres cortesanas, con la subsecuente hipocresía. “¡Qué alegría encontrarte! ¿Cuándo te dejas ver para atenderte?”, es la frase ritual de los encuentros callejeros. Si alguien no está familiarizado con el estilo solapado de la clase encopetada bogotana, se cree el cuento y se queda esperando, per secula seculorum, a que lo inviten y lo “atiendan”.

No oyeron que unos pasos más adelante, el que expresó “alegría” por verlo, le dirá a su acompañante: “Ala,  ¿viste lo bobo del tipo ése?”, soltando una gran carcajada y un chiste – casi siempre inteligente – burlándose de quien no pertenece a su clase social. Porque el humor cachaco también es smart, sutil y ácido, como el inglés.

La moda que usan los cachacos bogotanos ha ido mutando, pero no hay fiesta informal, en una de sus fincas, a la que los hombres no concurran con blazer y pañuelo de seda a guisa de corbata y las mujeres con mocasines y la infaltable pañoleta Hermes o Pertegas, de esas que usa la reina Isabel.

No sé, hoy en día, cómo es la decoración de sus casas, que también tiene que haber evolucionado. En mi época cuando, por ser muy joven y algo inocente, me los toleraba, me di cuenta que los muebles eran fabricados por Camacho Roldán, de estilo inglés, claro está, estilo que ha sobrevivido al paso del tiempo, así como siguen abundando los marcos dorados, con passepartout beige, bordeado igualmente de dorado, donde se exhiben escenas de cacería con sus consabidos galgos que rodean a los jinetes vestidos con chaquetas rojas y casco negro protector, en un material que imita el terciopelo.

El barrio bogotano icónico de los cachacos fue Teusaquillo y su extensión al sur del Parque Nacional. Casas copiadas de la arquitectura inglesa. Hoy viven en apartamentos modernos, más o menos lujosos, porque muchos han “venido a menos”, para darle paso a los nuevos ricos que desprecian pero toleran, por aquello de que business are business.

Juegan golf, claro está, pero no juegan póker, según han calumniado a Juan Manuel Santos. ¡No! Por supuesto que lo que juegan es bridge,  como lo hace nuestro Presidente, porque el póker es para casinos y mafiosos, mientras que el “bridge” responde a la idiosincrasia inglesa y, por tanto, “cachaca”.

Si Álvaro Uribe ataca a Santos,  la respuesta de  Santos es “paso”, como en el bridge y durante las fiestas navideñas jugará a “hablar y no contestar” o a “pajita en boca”, porque lo que a él y a su clase más los caracteriza – mucho más que hablar inglés british y ser amigos de Tony Blair y admiradores de la Corona inglesa es NO DEBATIR, no comentar, no contestar,  sino manejar el sesgo diplomático para poder manipular al contrincante. Así evitan lo que llaman “conflictos” o sea discusiones como las que adelantan los franceses. Los ingleses y los cachacos no hacen éso, porque debatir e intercambiar ideas con pasión es de mal gusto.

Añoran haber podido vivir en la India o en el África coloniales, en una de aquellas  grandes haciendas ganaderas, donde habrían podido deleitarse con los safaris y los five o clock tea servidos por adiestrados sirvientes.

Porque la servidumbre los fascina. Por eso al pueblo se le inferioriza tratándolo de “víctima”, para que pierda su dignidad y su autoestima y se les ofrecen casas regaladas a los más menesterosos, para que queden siempre agradecidos de esa clase dirigente que ha llevado a Colombia a contar con uno de los niveles de desigualdad más grande de Latinoamerica.

¡Populista! han llamado a Santos sus críticos. Están equivocados, porque el populismo, como lo definió el Diccionario de Política de Norberto Bobbio, publicado en 1976 por Siglo Veintiuno de España Editores S.A. son “aquellas fórmulas políticas por las cuales el pueblo, considerado como conjunto social homogéneo y como depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes, es fuente principal de inspiración y constante de referencia”, dando como ejemplo de populistas a Walt Whitman, a los muralistas mexicanos, y yo añadiría  a Jorge Eliécer Gaitán.

Veo a mi padre, ante la iniciativa del cachaco Juan Manuel Santos,  repitiendo lo que les dijera a los trabajadores de Barrancabermeja que se quejaban ante él, en su calidad de Ministro del Trabajo, por las múltiples carencias que tenían, rogándole al ministro que se las solucionara. Mi padre les respondió: 
No he venido aquí a escuchar lamentaciones de tangos argentinos. No quiero ver a un pueblo arrodillado llorando sus desgracias. Quiero ver a un pueblo de pie, luchando él mismo por alcanzar sus reivindicaciones”.
¿Casas regaladas? Jamás lo habría ofrecido Gaitán. Habría ideado un programa de autoconstrucción, donde el gobierno pusiera los materiales y el pueblo la mano de obra para que sintiera que su casa es el fruto de su propio trabajo y de su esfuerzo y no la dádiva de un mandatario.

El paternalismo y los donativos son rezagos del espíritu colonial, propio de los muy “british” descendientes del espíritu colonialista inglés,  que gobiernan en el altiplano andino con aires de superioridad, últimamente  “conmovidos” (no solidarios) con aquellos a quienes señalan como víctimas, cuando ellos mismos, los “cachacos bogotanos”, de una u otra manera,  han gestado su pobreza e indigencia.