Especial para La Página |
Si bien las razones para no participar en una elección
municipal, parlamentaria o presidencial son variadas, la decisión de “no votar”
es una “conducta política” y que posee consecuencias políticas. Si una elección
es de suyo un evento político, su negación también lo es. La abstención es, de
algún modo, la más radical resistencia del ciudadano ante una realidad que no
le convoca, cualesquiera sean sus particulares fundamentos. Todo esto no puede
desconocer el papel “catalizador” que han tenido los distintos movimientos
sociales, especialmente, los estudiantes.
Si concebimos la inmensa mayoría abstencionista como una
suerte de “agujero negro” instalado en el centro de nuestra sociedad, caemos en
cuenta de que este “agujero” ha ido devorando de manera acelerada lo que solía
llamarse el “espíritu cívico” de la población, diluyéndolo en una “negación”
que se siente como un “malestar difuso” que va desde el simple desinterés a la
opción política consciente por la abstención. La tendencia que se constata es
hacia un crecimiento de este “agujero”, y no hay razones para pensar que ese
aumento se revierta en un plazo breve. Recordemos que la próxima elección se realizará
en algunos meses más.
El universo abstencionista, como buen “agujero negro”, no
deja escapar la luz; esto significa que es refractario a un análisis
sistemático. Podemos observar su totalidad que lo aproxima al 60% del
electorado, pero no es previsible en el futuro inmediato.
Es claro que el fenómeno no es nuevo y, pareciera, que se ha ido contagiando
por capas. Lo que comenzó como una actitud marginal y juvenil se ha
multiplicado hacia diversos sectores que
se suman a la apatía y el desencanto. De modo que aquello que era un universo
electoral relativamente estable y previsible se ha transformado en un universo
inestable e incierto.
Es claro que el abstencionismo obliga a un replanteamiento
fundamental en las estrategias políticas de los diversos partidos. Esto es así
porque, finalmente, se ha producido una “mutación del imaginario histórico,
social y político” en buena parte de la población. De suerte que los discursos
y promesas de otrora ya no resultan eficaces en este nuevo contexto, disociando
las estructuras partidarias de los fenómenos sociales y culturales en curso.
Lo que ha sido puesto en jaque es el “imaginario neoliberal”,
alimentado por los medios, los empresarios y una clase política elitista, como
promesa de convertir a Chile en un país desarrollado. Este discurso político
administrado como “democracia de baja intensidad” por cuatro gobiernos concertacionistas y por el actual
gobierno de derechas ha dejado de convocar a las mayorías. La abstención está
señalando el ocaso de una fantasía tecnocrática que excluye a los más y el
anhelo de que Chile sea un país democrático para todos.