Especial para La Página |
Marx, como otros autores clásicos, consideraba que las
reglas de juego del capitalismo, y en particular el motor de la competencia, obligarían
a las empresas a luchar entre sí incrementando la explotación sobre sus
trabajadores. Al fin y al cabo el objetivo de las empresas es mantener o
ampliar espacios de rentabilidad, para lo cual es necesario sobrevivir en la
selva de la guerra competitiva.
Alberto Garzón Espinoza |
Si una determinada empresa se despista y se
muestra menos belicosa en esa tarea, por ejemplo subiendo salarios, las empresas
rivales pueden tomar la delantera y aprovechar para rebajar sus costes en
relación a la empresa en cuestión. Esos menores costes se traducirán en mayores
ventas y en consecuencia en mayores beneficios, asumiendo que los compradores
prefieren el producto más barato al más caro. Sabedora de este hecho, la
empresa tendrá que reaccionar tratando de reducir sus costes al nivel de sus
rivales. Es decir, volviendo a bajar los salarios. La amenaza es desaparecer en
tanto que empresa.
Por estas razones apuntadas, Marx y los clásicos
consideraban que la tendencia del salario era a alcanzar un nivel de mera
subsistencia. La coerción de la competencia llevaría a todas las empresas a
alcanzar equilibrios de mercado donde el salario estuviera totalmente deprimido
y con ello se mantuvieran condiciones de precariedad absoluta para los
trabajadores. Dado que además la coerción de la competencia también obligaba a
reinvertir los beneficios empresariales, Marx sumaba a la predicción de los
salarios de subsistencia la famosa advertencia de que el capitalismo estaba
cavando su propia tumba al aplicarse la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia.
Pero el desarrollo del sistema capitalista, bajo la
tendencia de la concentración y centralización (empresas cada vez más grandes
formando monopolios u oligopolios), junto con el ascenso al poder de partidos
socialdemócratas y la aplicación de reformas que tenían como objetivo paliar
las consecuencias de dicho desarrollo, mostraron una realidad histórica bien
diferente a la que Marx había predicho. Las tesis de los revisionistas como
Bernstein aparecían triunfantes en la creencia, aparentemente demostrada, de
que el capitalismo podía domesticarse para evitar el negro oscuro que predecía
el marxismo original.
Lo cierto es que la emergencia de las grandes empresas
formando monopolios consiguió neutralizar la dinámica competitiva que, según
Marx, debería haber conducido a salarios de subsistencia para los trabajadores.
En un entorno de monopolio no es necesario luchar por reducir los costes
laborales y en consecuencia se pueden compartir ciertos espacios de ganancia
con los trabajadores si las instituciones, como el Estado, presionan para que
así sea. El problema que puede emerger tiene más que ver, como apuntaron los autores
neomarxistas (Sweezy, Foster, Magdoff), con la acumulación de ganancias por
parte del capital que no puedan encontrar espacios de inversión (tesis del
subconsumo). En cualquier caso, en ese marco de falta de competencia, los
salarios no tienden hacia niveles de subsistencia. La socialdemocracia y el
Estado del Bienestar pueden sobrevivir, si bien a costa de la sobrexplotación
de recursos naturales y de los países en desarrollo.
Sin embargo, entre los ochenta y los noventa la caída del
llamado socialismo real y la crisis de las organizaciones de izquierdas condujeron
a la hegemonía neoliberal y a la puesta en marcha de políticas económicas que
promovían la libre circulación de capitales por todo el mundo. Estaba en marcha
un nuevo estadio de globalización financiera y productiva, donde la competencia
volvía a tener un lugar central en la actividad económica.
Las empresas de todos los países desarrollados, incluso
aquellas que habían mantenido por mucho tiempo sus monopolios, tuvieron que
entrar de nuevo en el tablero de la lucha competitiva. Y ese nuevo marco
condujo de nuevo a la vigencia de la dinámica propia del capitalismo y, en
consecuencia, a la validez de la predicción original de Marx. En todas partes
las empresas luchaban por reducir sus costes laborales para poder vencer en una
competición que ahora les enfrentaba con empresas de todo el mundo. Este sigue
siendo nuestro contexto actual. El llamado capitalismo salvaje o capitalismo
sin máscara.
Este marco de libre competencia mundial trasciende a los
Estados y, en consecuencia, anula de facto la capacidad de la socialdemocracia
de poder enfrentar esa dinámica a través de la actividad parlamentaria. Es
decir, incapacita a las instituciones estatales para domesticar el capitalismo.
Cualquier intento de alcanzar a nivel estatal políticas reformistas conduce
necesariamente a una pérdida de competitividad de las empresas nacionales, lo
que se traduce en mayores tasas de desempleo. He ahí el actual drama teórico y
la confusión ideológica de los partidos políticos socialdemócratas en toda
Europa, más allá de sus resultados electorales, al tener que enfrentar el
dilema de precariedad o paro. Es decir, salarios de subsistencia o desempleo.
La socialdemocracia tiene que elegir entre aspirar a vencer
en la lucha competitiva, aceptando un modelo de sociedad basado en salarios de
subsistencia, o mantener nichos reformistas construyendo de nuevo monopolios,
bien porque temporalmente domina tecnológicamente a partir de una determinada
estructura productiva (modelo alemán) o bien porque introducen medidas
proteccionistas que le aíslan de la lucha competitiva (modelo de capitalismo
occidental de posguerra).
En un contexto de globalización financiera y productiva,
estadio al que tiende siempre el capitalismo, Marx recupera su vigencia y sus
tesis se reafirman. Al capitalismo le sobran, en este contexto, todos aquellos
elementos que obstaculizan la posible victoria en una lucha competitiva. Dicho
de otra forma, al capitalismo le sobran actualmente los servicios públicos y
los derechos laborales. Y ante eso reaparece el viejo dilema de escoger entre
un modelo de sociedad bárbaro y un modelo de sociedad alternativo. Y ese modelo
alternativo sólo puede constituirse fuera del espacio capitalista, fuera del
capitalismo.