1. Vía Crucis
Especial para La Página |
que junto a Helmut Frenz, un pastor luterano expulsado por la dictadura en 1975, representan lo mejor de la tradición cristiana entre nosotros.
Álvaro Cuadra |
En muchas poblaciones de las grandes
ciudades crecía un movimiento cristiano en el seno de la cultura popular. Los
llamados curas obreros compartieron la suerte de los desposeídos y atropellados
por el régimen. Los nombres de Pierre Dubois y André Jarlan quedarán inscritos
en nuestra memoria como sacerdotes consecuentes con el mensaje de los
evangelios, símbolos de la población La Victoria. En el Chile de Pinochet, el
rostro doliente del crucificado estuvo en las esquinas de nuestras ciudades y
en las mazmorras de la dictadura. El Vía Crucis de un pueblo entero quedó
salpicado de sangre de varios sacerdotes asesinados por la DINA, la
organización criminal creada por el dictador, entre ellos Joan Alsina, Miguel
Woodward, Antonio Llidó, Gerardo Poblete.
En el Chile actual, donde el olvido y la
frivolidad parecen prevalecer, es necesario volver nuestra mirada a aquellos
tiempos de dolor. Recordar los rostros y las palabras de quienes hablaron de
paz en medio de tanta penuria. No se
trata de una mórbida delectación en la tragedia y la muerte sino, muy por el
contrario, de un aprendizaje moral para todos los chilenos de hoy. Es nuestra
memoria de aquellos días lo que nos constituye como nación, una parte de lo que
somos. Hacer presente ese otrora en el aquí y ahora es también un sutil
ejercicio de sanación y redención.
2. Los años oscuros
Los sectores populares, en aquellos aciagos
días de terror y muerte, tuvieron que aprender a lidiar con la represión, el
secuestro y el asesinato. En las paredes de la “ciudad ocupada” se leían graffitis
donde el Director General, verdadero innombrable, era reconocido como “Pin-8”,
una manera de decir sin decirlo: Pinochet. Se multiplicaban los chistes sobre
la dictadura, una suerte de terapia social para sobrevivir en medio de una
realidad oprobiosa, pues nadie sabía si aquella noche llegarían los carros de
carabineros a allanar la población en busca de panfletos o sospechosos de
pertenecer a alguna organización popular. Todos eran llevados a la medianoche a
los sitios baldíos mientras sus escasos enseres eran destrozados, sus vidas
ultrajadas.
Todas las ciudades del país debieron vivir
durante años bajo un implacable “toque de queda”, cuyo inicio y término diario
se indicaba con tiros al aire. Hacia comienzos de la década de los ochenta
comenzaron las protestas populares, con una elevada cesantía y sueldos
miserables. Era la estrategia del “Schock” ideada por los tecnócratas
neoliberales que imponían su ideología a todo Chile por la fuerza de las armas.
Durante una de aquellas noches de protesta, más de cuarenta cadáveres amanecían
dispersos en diversos rincones de la capital, mientras el ministro del
interior, Sergio Onofre Jarpa hablaba de la institucionalidad del país.
Nombres como el “Estadio Nacional” o el
“Estadio Chile” donde asesinaron a Víctor Jara quedarán grabados en el alma de
nuestro país como lugares de tortura y crimen. Ni odio ni rencor, dolor. Esos y
tantos lugares son nuestro equivalente de Auschwitzy Dachau, lugares en que
nuestra humanidad ha descendido varios escalones hacia la barbarie. Los muertos
de Chile esperan su redención, su paz, en medio de una sociedad más justa y más
humana, donde sea la justicia la que presida nuestra vida social. Como cantó
Pablo Neruda: “Aunque los pasos toquen mil veces este sitio / No borrarán la
sangre de los que aquí cayeron/ Y no se extinguirá la hora en que caíste/
Aunque miles de voces crucen este silencio”
Desde aquel 11 de septiembre, la soldadesca
golpista asedió a las poblaciones más pobres del país, cumpliendo así el
mandato de los poderosos que anhelaban un pueblo dócil, obediente, esclavo.
Como un capítulo más de nuestra “Historia nacional de la infamia”, mientras
todavía no se apagaban las cenizas del bombardeo a la Moneda, aquella noche el
Canal 13 transmitía la celebración de la derecha, puesta en escena para todo el
país, fiesta animada por Los Huasos Quincheros que cantaban “El patito
chiquito” con burlas soeces a los
derrotados.Lo que sobrevive en el recuerdo es, precisamente, aquello que ha
causado más dolor. Para contar una verdad no se requiere militancia alguna sino
un corazón bien puesto y una pizca de decencia, nada más. Es cierto, han pasado
cuarenta años, pero el sufrimiento de tantos está allí, en el corazón de muchos
que no encuentran sosiego en los mallsque hoy se multiplican por las ciudades
de Chile.
Una herida que no ha cesado de sangrar, una
herida que impide la paz de tantos sobrevivientes y de tantos muertos. Esta es
la otra historia de Chile, aquella que apenas comienza a ser contada. No la
historia oficial, ni siquiera los informes de organismos especializados sino
aquella que arranca las lágrimas de quienes tienen la valentía y el privilegio
de recordar. Una historia que, hasta aquí, ningún candidato a algún puesto ha
tenido la valentía siquiera de balbucir. Las nuevas generaciones merecen
conocer toda la verdad por vergonzante y lamentable que sea, porque es parte de
nuestra historia. Ni odio ni rencor, dolor.
3. Cuarenta
años después: El lugar sin límites
Entre las mucha metáfora de nuestro país,
está aquella imaginada por José Donoso en su novela El lugar son límites (1967).
Un sórdido espacio prostibulario presidido por el travestismo. A cuarenta años
de distancia, nuestro país parece, en efecto, sumergido en un clima político,
moral y cultural lamentable. Digámoslo claro, distamos mucho de ser una sociedad
mínimamente justa, mínimamente digna, mínimamente democrática. Estamos cada día
más lejos de cualquier “reino”, lo “fino y espiritual” está proscrito por una
retahíla de medios de comunicación que adormecen nuestros sentidos y domestican
la amnesia generalizada. Habitamos el lugar sin límites de la mediocridad, la
corrupción, la codicia, la impunidad y la estupidez. La mercantilización de la
vida - bajo la forma de una sociedad de
consumidores de segunda o tercera categoría - ha sumido a Chile en un
materialismo ramplónque justifica la existencia de millones con baratijas,
ilusiones y mentiras.
El moralismo fariseo de algunos medios
cuela el mosquito y deja pasar enormes camellos. Grandes empresas lucran con la
salud de los chilenos, con la educación de los chilenos y con las pensiones de
vejez de los chilenos, en el límite de lo legal y de lo moral. Preocupados por
el penúltimo escándalo de algún futbolista no vemos la complicidad de farmacias
que estafan a millones con los precios de medicamentos, tampoco vemos la
impunidad de civiles y militares que siguen ocupando cargos como si en este
país no hubiese pasado nada.
La herencia del dictador es una sociedad
hecha a la medida de los sinvergüenzas que han hecho grandes fortunas gracias a
una legalidad neoliberal espuria que legitima el abuso. Es la derecha de hoy,
travestida en “centro derecha”, nombre de fantasía que no alcanza a disimular
el burdel en que habita. Son los mismos rostros, los mismos nombres los que
aparecen en la banca, en las empresas, en el gobierno, en los principales
partidos políticos y los grandes escándalos financieros. Hasta el presente,
nuestra sociedad muestra los costurones de un mundo oligárquico y neoliberal,
donde los empresarios, como antaño, llegan al parlamento y, a veces, a la
presidencia. Chile: El lugar sin límites.