Traducción: Juan
Vivanco
- Rendimos homenaje a la épica batalla y a la épica lucha de clases de Stalingrado con un extracto de: ‘La lotta di classe. Una storia politica e filosofica’, Laterza, Roma-Bari, próxima aparición el 7 de marzo.
[...] Ahora podemos comprender bien el significado del
Tercer Reich. En 1935 demuestra haberlo entendido ya la Internacional
Comunista: el fascismo (del Tercer Reich y del Imperio del Sol Naciente)
propugna la «esclavización de los pueblos débiles», la «guerra imperialista de
saqueo» contra la Unión Soviética, la «esclavización» de China (Dimitrov 1976,
pp. 96 y 144). En nuestros días se ha observado acertadamente que «la guerra de
Hitler por el Lebensraum [espacio vital] fue la mayor guerra colonial de la
historia»
(Olusoga, Erichsen 2011, p. 327); es una guerra para reducir a pueblos enteros a una masa de esclavos o semiesclavos al servicio de la supuesta raza de los señores. En su alocución del 27 de enero de 1932 a los industriales de Düsseldorf (y de Alemania), con la que se granjea definitivamente su respaldo para la conquista del poder, Hitler (1965. pp. 75-77) explica su visión de la historia y la política. Durante todo el siglo XIX los «pueblos blancos» han adquirido una posición de dominio indiscutible, al término de un proceso iniciado con la conquista de América y culminado merced al «absoluto, innato sentido señorial de la raza blanca». El bolchevismo, al cuestionar el sistema colonial y provocar y agravar la «confusión del pensamiento blanco europeo», es un peligro mortal para la civilización. Si se quiere enfrentar esta amenaza hay que reafirmar la «convicción de la superioridad y por lo tanto del derecho [superior] de la raza blanca», defender «la posición de dominio de la raza blanca frente al resto del mundo»: un programa de contrarrevolución colonialista y esclavista, enunciado con claridad. Si se quiere reafirmar el dominio planetario de la raza blanca es preciso aprender la lección que nos da la historia del expansionismo colonial de Occidente: no vacilar cuando haya que recurrir a la «falta de escrúpulos más brutal», ejercer «un derecho señorial (Herrenrecht) sumamente brutal». ¿Qué es este «derecho señorial sumamente brutal» sino una sustancial esclavitud? En julio de 1942 Hitler marca una directriz para la colonización de la Unión Soviética y Europa del Este:
(Olusoga, Erichsen 2011, p. 327); es una guerra para reducir a pueblos enteros a una masa de esclavos o semiesclavos al servicio de la supuesta raza de los señores. En su alocución del 27 de enero de 1932 a los industriales de Düsseldorf (y de Alemania), con la que se granjea definitivamente su respaldo para la conquista del poder, Hitler (1965. pp. 75-77) explica su visión de la historia y la política. Durante todo el siglo XIX los «pueblos blancos» han adquirido una posición de dominio indiscutible, al término de un proceso iniciado con la conquista de América y culminado merced al «absoluto, innato sentido señorial de la raza blanca». El bolchevismo, al cuestionar el sistema colonial y provocar y agravar la «confusión del pensamiento blanco europeo», es un peligro mortal para la civilización. Si se quiere enfrentar esta amenaza hay que reafirmar la «convicción de la superioridad y por lo tanto del derecho [superior] de la raza blanca», defender «la posición de dominio de la raza blanca frente al resto del mundo»: un programa de contrarrevolución colonialista y esclavista, enunciado con claridad. Si se quiere reafirmar el dominio planetario de la raza blanca es preciso aprender la lección que nos da la historia del expansionismo colonial de Occidente: no vacilar cuando haya que recurrir a la «falta de escrúpulos más brutal», ejercer «un derecho señorial (Herrenrecht) sumamente brutal». ¿Qué es este «derecho señorial sumamente brutal» sino una sustancial esclavitud? En julio de 1942 Hitler marca una directriz para la colonización de la Unión Soviética y Europa del Este:
«Los eslavos tienen que trabajar para nosotros. Si ya no los
necesitamos, dejemos que se mueran […] La instrucción es peligrosa. Basta con
que sepan contar hasta cien. Sólo está permitida la instrucción que nos
proporcione braceros útiles […] Nosotros somos los amos» (en Piper 2005, p.
259).
Himmler (1974, pp. 156 y 159), en sus discursos reservados y
no destinados al público, habla explícitamente de esclavitud: hay una necesidad
absoluta de «esclavos de raza extranjera» (fremdvölkische Sklaven) ante quienes
la «raza de los señores» (Herrenrasse) nunca debe perder su «aura señorial»
(Herrentum) y con quienes nunca debe mezclarse o confundirse. «Si no llenamos
nuestros campos de trabajo de esclavos ―en esta sala puedo definir las cosas de
un modo claro y directo―, de obreros esclavos que construyan nuestras ciudades,
nuestros pueblos, nuestras fábricas, sin reparar en pérdidas», el programa de
colonización y germanización de los territorios conquistados en Europa oriental
no podrá llevarse a cabo. El Tercer Reich se convierte así en el protagonista
de una trata de esclavos realizada en un plazo mucho más corto y por lo tanto
con métodos más brutales que la trata de esclavos propiamente dicha (Mazower
2009, pp. 309 y 299).
Este poder, que implica reducir a condiciones de esclavitud
o semiesclavitud no sólo al proletariado sino a naciones enteras, es a lo que
debe enfrentarse el nuevo poder soviético. Se perfila ya en el horizonte la
«Gran Guerra Patriótica» que alcanza su momento más crucial y más épico en
Stalingrado. La lucha de un pueblo entero por librarse del destino de
esclavización al que ha sido condenado sólo puede verse como una lucha de
clases; pero se trata de una lucha de clases que asume la forma de guerra de
resistencia nacional y anticolonial.
Lo mismo se puede decir de un país como Polonia. Al igual
que en la Unión Soviética, el Tercer Reich se propone aquí eliminar en bloque
la intelectualidad, los sectores sociales capaces de articular la vida social y
política, de mantener viva la conciencia nacional y la continuidad histórica de
la nación; es así como los países sometidos, las nuevas colonias, podrán
proporcionar fuerza de trabajo servil en gran cantidad sin que nadie ponga
obstáculos a este proceso. Un elemento de esa intelectualidad aniquilable son,
en la URSS, los comunistas, mientras que en Polonia desempeña un papel
importante el clero católico; común a los dos países es la presencia de judíos,
que para Hitler son intelectuales incurablemente subversivos, de modo que la
única solución para con ellos es la «final». Tales son las condiciones para
crear en Europa central y oriental las Indias alemanas, reserva inagotable de
tierra, materias primas y esclavos al servicio de la raza de los señores: la
lucha contra este imperio, basado en una división internacional del trabajo que
prevé la vuelta de una esclavitud apenas disimulada, la lucha contra esta
contrarrevolución colonialista y esclavista, es una lucha de clases por
excelencia. […]
Cierto es que, mientras se desarrollan los acontecimientos
mencionados, también en la extrema izquierda no son pocos los que tienen
dificultad para interpretarlos a la luz de la teoría marxiana de la lucha de
clases. La prolongación imprevista e inaudita de la «guerra civil mundial»
produce desorientación. La política de frente unido, lanzada en 1935 por la
Internacional Comunista, intenta aislar a las potencias imperialistas a la
ofensiva, aquellas que, llegadas con retraso a la cita colonial, aspiran a
colmarlo recurriendo a un suplemento de brutalidad y sometiendo también pueblos
de antigua civilización al vasallaje e incluso a la esclavización. Pero esta
política de frente unido, que no parece cuestionar el capitalismo como tal y ni
siquiera el imperialismo como tal, es interpretada por Trotsky (1988, p. 903 =
Trotsky 1968, p. 185) como «el repudio de la lucha de clases». Lo mismo opinan
sus seguidores en China, que acusan a Mao y los comunistas chinos de haber
«abandonado sus posiciones de clase». La denuncia se encuentra en una carta
dirigida al grande y respetado escritor Lu Xun (2007, pp. 193 y 196), pero éste
contesta indignado que quiere seguir al lado de quienes «luchan y derraman su
sangre por la existencia de los chinos de hoy». Es una visión que poco después
se ve consagrada en la fórmula de Mao que identifica, en la China de la época,
lucha nacional y lucha de clases.
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