Foto: Zigmunt Bauman |
Al igual que con las estrellas de rock y los poetas, existen
dos tipos de pensadores: los que se ganan la fama casi al finalizar la
adolescencia y los que la alcanzan tras un largo proceso de maduración. Jim
Morrison, Rimbaud, Hume e incluso Foucault pertenecen al primer grupo. Sus
vidas suelen ser como un relámpago. Acaban pronto y además lastiman a todo
aquél que se acerca demasiado. Van Morrison, Kant, Hessel, Saramago o, por
supuesto, Zigmunt Bauman se corresponden con el segundo tipo. Mas un largo proceso
de maduración no implica una vida sin sobresaltos ni exilios, sobre todo la de
un judío nacido en Polonia el 29’. Una biografía siempre es la historia de una
herida, y Bauman posee varias cicatrices, entre ellas las del nazismo y el
estalinismo.
Zigmunt Bauman saltó al estrellato intelectual a la edad de
69 años con la publicación de Holocausto y modernidad, ya en el 89’. En este
libro, siguiendo la estela frankfurtiana de crítica a la Ilustración, analizaba
el nexo no accidental entre nazismo y modernidad. Anteriormente, durante su
periodo “precrítico” se había dedicado, desde una posición netamente marxista,
a analizar los movimientos sociales y laborales. Pero tras el repentino éxito
de finales de los ochenta comienza a preocuparse por cuestiones más globales y
a desarrollar la metáfora líquida por la que actualmente se lo conoce.
Quizás inspirado por el adagio marxista según el cual en la
era del Capital todo lo sólido se desvanece en el aire, Bauman comienza a
vislumbrar la licuefacción producida por una modernidad. El arte, la ética, el
amor, la guerra, el miedo y hasta la educación son analizados por Bauman desde
la perspectiva líquida. Panta rei, todo fluye, había sentenciado uno de los
primeros filósofos con los que comienza nuestra tradición. Que todo sea líquido
significa en boca de Bauman que las estructuras sociales, los Estados, los
lazos de amistad, familiares y hasta los vínculos que forjan la identidad
personal se encuentran erosionados por un torrente que liquida todo tipo de
estabilidad tranquilizadora. En la modernidad líquida todo fluye y muta, nada
permanece.
Bauman, sociólogo de vocación, pero filósofo por necesidad,
no ha permanecido en un plano meramente descriptivo, sino también, y sobre todo
en los últimos años, prescriptivo. La modernidad líquida, según este
intelectual, produce demasiados parias. Que el arte sea líquido no implica en
principio ningún desastre, salvo para el que compra una obra derretida, a no
ser que la ponga en el baño de su casa. Pero que el mundo y sus estructuras se
hayan disuelto implica necesariamente que los sistemas de protección del
individuo se han venido abajo produciendo una avalancha de seres precarios, de
wasted lives, de vidas devastadas, vaciadas, desperdiciadas. Y es que el mundo
actual es líquido, pero mientras algunos flotan alegremente otros han tocado
fondo…
Esta semana vamos a tener la enorme oportunidad de compartir
parte de nuestro tiempo no coagulado con este viejo rockero del pensamiento en
la Universidad Europea de Madrid. En su último libro, Sobre la educación en
tiempos líquidos, trata de pensar el papel de la educación en las sociedades
por él descritas desde hace ya dos décadas, y sobre ello nos hablará en lo que
se espera un diálogo muy fluido.
Julio Díaz, profesor de
Filosofía en la Universidad Europea de Madrid
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