Augusto Pinochet ✆ Osmar |
Especial
para La Página
|
Frente a delitos imprescriptibles de tal naturaleza se debieron pronunciar organizaciones de escala planetaria como la ONU, el Europarlamento o Amnesty International. En suma, si bien Pinochet no enfrentó un tribunal IRL (in Real Life), lo cierto es que sí fue juzgado por una humanidad frente a la pantalla de su televisor o a través de las redes digitales, diríase que se escenificó un “juicio virtual”.
Es interesante hacer notar cómo el gobierno
chileno de la época, encabezado por Eduardo Frei Ruiz-Tagle y su canciller José
Miguel Insulza, pusieron todo el aparato del estado para rescatar al dictador,
lo que a la postre lograron en secretas negociaciones.Los argumentos esgrimidos
atendían a la soberanía de la justicia chilena y a la territorialidad de la
causa, tales falacias ocultaban el hecho de que se trataba de crímenes contra
la humanidad y que la noción de territorio resulta inaplicable en estos casos
como lo han demostrado juicios posteriores en La Haya. En una trágica ironía,
el dictador que había dictaminado la muerte de Eduardo Frei padre, había sido
salvado por Eduardo Frei, hijo. Apenas tocó suelo nacional, el enfermo
imaginario se puso de pie ante el país, sumando otra mentira a su longeva satrapía.
Puesto en perspectiva, el “affaire
Pinochet” pone en evidencia la tremenda injerencia de los llamados poderes
fácticos, empresariales y castrenses, en un país con una institucionalidad
hecha a la medida de la impunidad. Tras cuarenta años, seguimos sumidos en la
misma atmósfera moral contaminada que favorece a un puñado de civiles y
uniformados que actuaron como autores o cómplices de crímenes atroces contra
compatriotas. Hasta el presente siguen muchos personeros de extrema derecha
manipulando los destinos del país, enriquecidos e impunes tal como el criminal
al cual sirvieron por años.
El
Icono Pinochet
Tras su muerte, el icono cultural sobrevive.
La extrema derecha ha encontrado en el Icono Pinochet una “Marca Registrada”
que permite justificar y lucrar a una serie de organizaciones fantasmas
integrada por ex militares nostálgicos y colaboradores de la dictadura. Su
insolencia ha llegado al punto de exhibir un documental sobre la figura de
Pinochet, una provocación que realiza una apología del genocidio y una celebración
del crimen y la violencia en lo que se llama una “democracia”
El pinochetismo sigue presente entre
nosotros, insolente e impune. En medio de la capital se clava como un
vergonzante cuchillo la Avenida 11 de septiembre en una comuna cuya alcaldía
estuvo, hasta hace muy poco, en manos de un “ex boina negra” y agente de la
DINA,. La Armada Nacional bautiza un navío con el nombre de Almirante Merino,
honrando la memoria de uno de los artífices del golpe de estado. Todos hechos
que serían inaceptables en cualquier democracia mínimamente digna de tal
nombre.
El Icono Pinochet encubre los antecedentes
históricos comprobados de un dictador que utilizando un discurso pseudo
patriótico y el asesinato sistemático de opositores entregó su país a los
capitales transnacionales, enriqueciéndose él mismo y sus cómplices. Augusto
Pinochet sigue presente en Chile, no solo en su institucionalidad sino en el
imaginario profundo de una derecha autoritaria que defiende la “obra” del
general, la misma que le ha permitido vivir una “Edad Dorada” de grandes
dividendos, en medio de su clima óptimo caracterizado por la paz y el orden,
como en los cementerios.
A cuarenta años del golpe de estado, el
Estadio Nacional ha vuelto a ser escenario de partidos de fútbol y muy pocos
recuerdan que ese mismo lugar fue la escenografía de pesadilla de un campo de
concentración. A cuatro décadas de la ignominia, la ciudad retoma cada mañana
su ritmo frenético, mientras los titulares de prensa nos informan del último
escándalo de un amnésico mundo político que ha sido degradado al nivel de una
patética farándula. Es el hedor nauseabundo de una falsa democracia que
persiste obstinada entre nosotros, recordándonos que los muertos siguen allí,
esperando desde la eternidad su redención en la historia.
Tragedia
Las tragedias históricas sobreviven a sus
protagonistas, pues ellas ponen en escena algo que trasciende los destinos
individuales y que marca a muchas generaciones. Es como si en las tragedias
irrumpiera otro tiempo, un tiempo presidido por la muerte y el dolor de muchos,
tiempo de víctimas y victimarios. Un tiempo, en fin, en que la barbarie y la
injusticia coexisten con toda dignidad pisoteada. Se puede analizar una
tragedia histórica y política desde el contexto que la hizo posible. Se puede
intentar una aproximación emocional, dimensionando el dolor que una tragedia
acarreó a tantas víctimas. Sin embargo, la más aguda inteligencia y la más
sutil inteligencia emocional no alcanzan para captar la “profundidad
espiritual” de una tragedia, es en su profundidad donde podemos barruntar un
sentido a tanto dolor.
Transcurridos cuarenta años desde aquella
tragedia, el golpe de estado en Chile sigue siendo una referencia obligada en
la historia política de América Latina y del mundo entero. Esto no se debe
solamente a que sea una triste evidencia más de la Guerra Fría o de la
dominación imperialista estadounidense en esta región del mundo. No se trata
tan solo de la barbarie desatada por una dictadura y su secuela de atroces
torturas, abusos y asesinatos. Hay algo más en lo acontecido que se nos escapa
y cuyos ecos resuenan en nuestra historia, por más que la televisión y la
publicidad quieran aturdir nuestro pensamiento.
El crimen de Augusto Pinochet y sus
cómplices civiles y uniformados es un intento radical por frustrar el anhelo de
dignidad de millones de chilenos. Su dictadura se estatuyó sobre el odio y el
miedo, mutilando el destino de muchos. Por decirlo así, su crimen abrió un
universo alterno presidido por la violencia, la codicia y el egoísmo de unos
pocos, inaugurando un mundo en que todo valor es degradado por la injusticia,
reduciendo la dignidad de la vida humana a la mercantilización de la vida.
Detrás de una pretendida modernización capitalista se esconde el más grave
retroceso espiritual y moral de una sociedad entera, salpicada por la sangre de
las víctimas.Referirse a una tragedia bien pudiera parecer una monótona
letanía, una obstinada insistencia. Es así, no hay otro modo de aproximarnos a
aquello que se juega en cada tragedia humana y que está más allá del tiempo. En
este sentido, sí, la voz del cronista no podría ser sino una y la misma cada
vez, voz tan serena como solemne.
El crimen cometido en Chile no atañe, tan
sólo a los dramáticos sucesos conocidos por todos. El verdadero Mal está
todavía con nosotros, en nuestra vida cotidiana, en la injusticia naturalizada
y aceptada como desesperanza. La verdadera traición a Chile es haber impedido
que, por vez primera, aquel hombre y aquella mujer humildes, hubiesen comenzado
a construir su propia dignidad en sus hijos, y en los hijos de sus hijos.
En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general asesinó a sus hermanos, ofendiendo la profundidad espiritual que late en el fondo de la historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos: generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para los muertos como tampoco la hay para los vivos.
En un sentido último, Augusto Pinochet Ugarte, fue la mano tiránica que interrumpió la maravillosa cadena de la vida. Como Caín, el general asesinó a sus hermanos, ofendiendo la profundidad espiritual que late en el fondo de la historia humana. Sus obras, su herencia lamentable ya la conocemos: generaciones de chilenos condenados al infierno de la ignorancia, la pobreza, el luto y la indignidad. En el Chile del presente no hay paz para los muertos como tampoco la hay para los vivos.
Más allá de las complicidades de la mentira
para ocultar la naturaleza de aquella tragedia; por mucho que se esfuercen
algunos falsos profetas en exorcizar las cenizas, enseñando la resignación; y
más allá de los demagogos de última hora que administran hoy el palacio: hay un
pueblo silencioso y paciente que encarna el advenimiento histórico de un mundo otro.