Ludwig van Beethoven ✆ Zenitram |
- “Beethoven es amigo y contemporáneo de la Revolución Francesa, y continuó fiel a ella incluso cuando, durante la dictadura jacobina, los humanitarios de nervios débiles del tipo de Schiller le dieron la espalda prefiriendo destruir tiranos en el escenario teatral con la ayuda de espadas de cartón. Beethoven, ese genio plebeyo, quien orgulloso despreció a emperadores, príncipes y magnates -éste es el Beethoven que nosotros amamos: por su optimismo inquebrantable, su tristeza viril, por la inspirada pasión de su lucha y por su voluntad de hierro que le permitió agarrar al destino por la garganta” / Igor Stravinski
Alan Woods
Si algún compositor merece el nombre de revolucionario ése
es Beethoven. La palabra revolución deriva históricamente de los
descubrimientos de Copérnico, quien estableció que la tierra gira alrededor del
sol, transformando así la manera en que vemos el universo y nuestro lugar en
él. De forma semejante, Beethoven llevó a cabo lo que fue, probablemente, la
revolución más grande de la música moderna. Su producción fue extensa -incluye
nueve sinfonías, cinco conciertos de piano y otros para el violín, cuartetos
para cuerdas, sonatas para piano, canciones y una ópera-.
Al final, video de Anne-Sophie Mutter & Lambert Orkis, interpretando magistralmente la Sonata N° 9, Op. 47 para violín & piano, llamada “Sonata a Kreutzer”
Cambió la manera en que la música era compuesta y apreciada. Hasta el final, nunca dejó de empujar la música hasta sus límites. Después de Beethoven era imposible volver a los viejos tiempos en que la música era considerada como un somnífero para los patrocinadores ricos, los cuales podían dormitar durante una sinfonía y a continuación se iban a casa a dormir tranquilamente en la cama. Después de Beethoven, ya nadie regresaba de un concierto tarareando agradables melodías. La suya es música que no calma, sino que conmociona y perturba. Es música que hace pensar y sentir.
Infancia
Marx señaló que la diferencia entre Francia y Alemania es
que, mientras que los franceses realmente hicieron revoluciones, los alemanes
simplemente especularon sobre ellas. El idealismo filosófico prosperó en
Alemania a finales del siglo XVIII y principios del XIX por la misma razón. En
Inglaterra la burguesía efectuaba una gran revolución de relevancia
histórico-mundial en la producción, mientras que, al otro lado del Canal de la
Mancha, los franceses realizaban una revolución igualmente grande en política.
En la Alemania atrasada, donde las relaciones sociales quedaron rezagadas
frente a las de Francia e Inglaterra, la única revolución posible era una
revolución en las mentes de los hombres. Kant, Fichte, Schelling y Hegel
argumentaron sobre la naturaleza del mundo y de las ideas, al tiempo que otra
gente en otras tierras comenzó efectivamente a revolucionar el mundo y las
mentes de hombres y mujeres. El movimiento Sturm und Drang fue una expresión de
este fenómeno típicamente alemán. Goethe fue influenciado por la filosofía
idealista alemana, especialmente por Kant. Aquí podemos detectar los ecos de la
Revolución Francesa, pero son lejanos y difusos, estrictamente confinados al
mundo abstracto de la poesía, de la música y de la filosofía. El movimiento
Sturm und Drang en Alemania reflejó la naturaleza revolucionaria de la época de
finales del siglo XVIII. Era un período de fermento intelectual enorme. Les
philosophes franceses anticiparon los acontecimientos revolucionarios de 1789
con su asalto a la ideología del viejo régimen. Como Engels escribió en el
Anti-Dühring: “Los grandes hombres que iluminaron en Francia las cabezas para
la revolución en puertas obraron ellos mismos de un modo sumamente
revolucionario. No reconocieron ninguna autoridad externa, del tipo que fuera.
Lo sometieron todo a la crítica más despiadada: religión, concepción de la
naturaleza, sociedad, orden estatal; todo tenía que justificar su existencia
ante el tribunal de la razón, o renunciar a esa existencia. El entendimiento
que piensa se aplicó como única escala a todo. Era la época en la que, como
dice Hegel, el mundo se puso a descansar sobre la cabeza, primero en el sentido
de que la cabeza humana y las proposiciones descubiertas por su pensamiento
pretendieron valer como fundamento de toda acción y toda asociación humanas;
pero luego también en el sentido, más amplio, de invertir de arriba abajo en el
terreno de los hechos la realidad que contradecía a esas proposiciones”.
(Engels, Anti-Dühring, Introducción.) El impacto de este fermento
pre-revolucionario en Francia se hizo sentir mucho más allá de las fronteras de
ese país: en Alemania, en Inglaterra e, incluso, en Rusia. En literatura, las
viejas formas cortesanas estaban desapareciendo gradualmente. Esto se reflejó
en la poesía de Wolfgang Goethe -el poeta más grande que Alemania haya
producido-. Su gran obra maestra, Fausto, está llena de un espíritu dialéctico.
Mefistófeles es el espíritu vivo de la negación que lo penetra todo. Este
espíritu revolucionario encontró un eco en los trabajos posteriores de Mozart,
particularmente en Don Giovanni, que entre otras cosas contiene un conmovedor
estribillo con las palabras: “¡Viva la libertad!” Pero es solamente con
Beethoven que el espíritu de la Revolución Francesa encuentra su expresión
verdadera en música. Ludwig Van Beethoven nació en Bonn el 16 de noviembre de
1770; fue hijo de un músico de origen flamenco, Johann, quien fue empleado de
la corte del Arzobispo. Su padre puede ser considerado como un hombre áspero,
brutal y disoluto. Su madre, María Magdalena, sobrevivió su martirio con
silenciosa resignación. Los primeros años de Beethoven no fueron felices. Esto
probablemente explica el carácter introvertido y algo hosco del compositor, así
como su espíritu rebelde. La educación temprana de Beethoven fue, en el mejor
de los casos, incompleta. Dejó la escuela a la edad de once años. La primera
persona en reconocer el potencial enorme del chico fue el organista de la
corte, Gottlob Neffe, quién le mostró los trabajos de Bach, especialmente el
Clave bien temperado. Observando el talento precoz de su hijo, Johann intentó
convertirlo en un niño prodigio -un nuevo Mozart-. A la edad de cinco años fue
presentado en un concierto público. Pero Johann estaba condenado a la
decepción: Ludwig no era ningún pequeño Mozart. Asombrosamente, no tenía
ninguna disposición natural para la música y tuvo que ser obligado. Fue así que
su padre lo envió a varios profesores para que le metieran la música en la
cabeza.
Beethoven en Viena
En esta época, Bonn, capital del Electorado de Colonia, era
un remanso provinciano y tranquilo. Para avanzar, el joven músico tuvo que ir a
estudiar música en Viena. Su familia no era rica, pero en 1787 el joven
Beethoven fue enviado a la capital por el arzobispo. Allí conoció a Mozart al
cual dejó impresionado. Más tarde, uno de sus profesores sería Haydn. Pero
después de solamente dos meses tuvo que volver a Bonn porque su madre estaba
gravemente enferma. Ella murió poco tiempo después. Ésta sería la primera de
muchas tragedias personales y familiares que persiguieron a Beethoven toda su
vida. En 1792, el año en que Louis XVI fue decapitado, Beethoven finalmente se
trasladó de Bonn a Viena, donde viviría hasta su muerte. Los retratos que han
llegado a nosotros muestran a un joven introvertido y sombrío, con una
expresión que transmite una sensación de tensión interna y de naturaleza
apasionada. Físicamente no era hermoso: una cabeza grande con una nariz
aguileña; una cara marcada por la viruela, y pelo grueso y espeso que nunca
parecía estar peinado. Su tez oscura le ganó el apodo de “el español”. Bajo,
rechoncho y bastante torpe, tenía el porte y las maneras de un plebeyo -un
hecho que no podía disimular con la ropa elegante que usaba cuando joven-. Este
rebelde nato se presentó en la aristocrática y refinada Viena desaliñado,
pobremente vestido y malhumorado, con ninguno de los aires y gracias cortesanos
que se pudieron haber esperado de él. Como cualquier otro compositor de la
época, Beethoven fue obligado a depender de concesiones y comisiones de
patrones ricos y aristocráticos. Pero éstos nunca llegaron a poseerle. Él no
era un músico cortesano -como Haydn, quien estaba en la corte de la familia
Esterházy. Qué pensaban de este hombre extraño no se sabe, pero la grandeza de
su música le garantizó encargos y, por lo tanto, un sustento económico. Él, que
desdeñaba el convencionalismo y la ortodoxia, debió haberse sentido totalmente
fuera de lugar. No estaba interesado en lo más mínimo en su aspecto personal o
en su ambiente. Beethoven era un hombre que respiraba y vivía para su música y
era indiferente a las comodidades mundanas. Su vida personal era caótica e
inestable, y se le podía describir como un bohemio. Vivió en la miseria más
extrema. Su casa era siempre un desastre, con restos de comida por todos lados
e incluso orinales sin vaciar. Su actitud respecto a los príncipes y a los
nobles que le pagaban fue capturada en una pintura famosa. En ella se muestra
al compositor durante un paseo con el poeta Goethe, el archiduque Rodolfo y la
emperatriz. Mientras que Goethe, respetuoso, se quita cortésmente su sombrero y
cede el paso a la pareja real, Beethoven los ignora completamente y continúa
caminando sin mostrar ningún respeto a la familia imperial. Esta pintura
contiene el espíritu entero del hombre, un espíritu audaz, revolucionario,
intransigente. Sofocándose en la atmósfera burguesa de Viena, escribió este
comentario desesperado: “Mientras que los austriacos tengan su cerveza oscura y
sus pequeñas salchichas, nunca se rebelarán”.
Una época
revolucionaria
El mundo en el que nació Beethoven era un mundo turbulento,
un mundo en transición, un mundo de guerras, revolución y contrarrevolución: un
mundo como el nuestro. En 1776, los colonos americanos ganaron su libertad con
una revolución que tomó la forma de una guerra de liberación nacional contra
Gran Bretaña. Éste fue el primer acto de un gran drama histórico. La Revolución
Americana proclamó los ideales de la libertad individual que se derivaban de la
Ilustración Francesa. Apenas una década después, las ideas de los Derechos del
Hombre volvieron a Francia de una manera aún más explosiva. La toma de la
Bastilla marcó, en julio de 1789, un momento decisivo en la historia mundial.
En su periodo de ascenso, la Revolución Francesa erradicó toda la basura
acumulada del feudalismo, puso a una nación entera a sus pies y se enfrentó a
toda Europa con valor y determinación. El espíritu de liberación de la
Revolución en Francia se extendió por Europa como un fuego arrasador. Tal
período exigió nuevas formas de arte y nuevas maneras de expresión. Esto fue
logrado con la música de Beethoven, que expresa el espíritu de su tiempo mejor
que cualquier otra cosa. En 1793, los jacobinos ejecutaron al rey Luís XVI de
Francia. Una ola de conmoción y miedo se extendió por todas las cortes de
Europa. La actitud hacia la Francia revolucionaria se endureció. Aquellos “liberales”
que inicialmente habían saludado la revolución con entusiasmo, ahora se
escabulleron al rincón de la reacción. El antagonismo de las clases acaudaladas
hacia Francia fue expresado por Edmund Burke en su obra Reflexiones sobre la
revolución francesa. Por todas partes, los partidarios de la revolución fueron
vistos con suspicacia y además perseguidos. Ya no era seguro ser un amigo de la
Revolución Francesa. Éstos eran tiempos tempestuosos. Los ejércitos
revolucionarios de la joven República Francesa derrotaron a los ejércitos de la
Europa monárquico-feudal y estaban contraatacando en todos los frentes. El
joven compositor fue desde el principio un ardiente admirador de la Revolución
Francesa y estaba horrorizado por el hecho de que Austria fuera la fuerza
principal en la coalición contrarrevolucionaria contra Francia. La capital del
imperio estaba infectada de un ambiente de terror. El aire estaba enrarecido
por la sospecha; los espías aparecían por todas partes y la libre expresión fue
sofocada por la censura. Pero lo que no podía expresarse con la palabra escrita
encontraría su expresión en música grandiosa. Sus estudios con Haydn no iban
muy bien. Beethoven ya estaba desarrollando ideas originales sobre la música,
lo cual no era del agrado de su viejo maestro, aferrado firmemente con el
antiguo estilo cortés y aristocrático de la música clásica. Era un choque de lo
viejo con lo nuevo. El joven compositor se estaba haciendo famoso como
pianista. Su estilo era violento, como la edad que lo produjo. Se dice que
golpeaba las teclas tan fuerte que rompía las cuerdas a menudo. Comenzaba a ser
reconocido como un compositor nuevo y original. Tomó Viena por asalto. Se
convirtió en todo un éxito. La vida, empero, puede jugar las bromas más crueles
sobre hombres y mujeres. En el caso de Beethoven, el destino le preparaba un
final particularmente cruel. En 1796-97 Beethoven cayó enfermo, posiblemente
con un tipo de meningitis que le afectó su sentido del oído. Tenía 28 años y
estaba en la cima de su fama… pero estaba volviéndose sordo. Hacia 1800,
experimentó los primeros signos de sordera. Aunque no se volvió totalmente
sordo hasta los últimos años, tener conciencia de que su condición se
deterioraba debió haber sido una tortura terrible. Se volvió una persona deprimida
e incluso suicida. Escribió acerca de su tormento interno y de cómo solamente
su música lo contuvo de quitarse la vida. Esta experiencia de intenso
sufrimiento y la lucha por superarlo, tiñe su música y la imbuye de un espíritu
profundamente humano. En su vida personal nunca fue feliz. Tenía el hábito de
enamorarse de las hijas (y las esposas) de sus ricos patrones, y sus relaciones
siempre terminaron malamente y con nuevos arranques de depresión. Después de
uno de estos momentos escribió:¡El arte, y solamente el arte, me ha salvado! Me
parece imposible dejar este mundo sin haber dado todo lo que he sentido nacer
dentro de mí. Al principio de 1801 sufrió una severa crisis personal. Según El
testamento de Heiligenstadt, se encontraba al borde del suicidio. Pero
habiéndose recuperado de su depresión, Beethoven se lanzó con vigor renovado al
trabajo de la creación musical. Estos incidentes hubieran destruido a un hombre
más débil. No obstante, Beethoven convirtió su sordera -una discapacidad
paralizante para cualquier persona, pero una catástrofe para un compositor- en
una ventaja. Su oído interno le proveyó de todo lo que era necesario para
componer música grandiosa; y en el mismo año de su crisis más devastadora
(1802) compuso su gran sinfonía Eroica.
La dialéctica de la
sonata
La dinámica de la música de Beethoven era enteramente nueva.
Compositores anteriores escribieron piezas tranquilas y piezas ruidosas, pero
ambas estaban totalmente separadas. Con Beethoven, por el contrario, pasamos
rápidamente de una a la otra. Esta música contiene una tensión interna, una
contradicción que exige una urgente resolución. Es la música de la lucha. La
forma de la sonata es una manera de elaborar y de estructurar la materia
musical. Se basa en una visión dinámica de la forma musical y es dialéctica en
esencia. La música se desarrolla a través de una serie de elementos en
oposición. A finales del siglo XVIII la forma de la sonata dominó mucha de la
música compuesta. Aunque no era nueva, la forma de la sonata fue desarrollada y
consolidada por Haydn y Mozart. Pero en las composiciones del siglo XVIII
tenemos la forma de sonata solamente de una forma potencial y no su contenido
verdadero. En parte (pero solamente en parte) ésta es una cuestión de técnica.
La forma que Beethoven utilizó no era nueva, pero sí lo era la manera en que la
utilizó. La forma de la sonata comienza con un primer movimiento rápido,
seguida de un segundo movimiento más lento, un tercer movimiento que es más
alegre en el carácter (originalmente un minueto, más adelante un scherzo, que
literalmente significa “broma”) y termina como comenzó, con un movimiento
rápido. Básicamente, la forma de la sonata se basa en la línea de desarrollo
A-B-A. Vuelve al principio, pero a un nivel superior. Esto es un concepto
puramente dialéctico: movimiento mediante contradicción, la negación de la
negación. Es un tipo de silogismo musical:
exposición-desarrollo-recapitulación, o, expresado en otros términos,
tesis-antítesis-síntesis. Esta clase de desarrollo está presente en cada uno de
los movimientos. Pero hay también un desarrollo global en el que temas
conflictivos terminan reconciliándose en un “final feliz”. En la coda final
volvemos a la tonalidad inicial, creando la sensación de una apoteosis
triunfal. Esta forma contiene el germen de una idea profunda y tiene el
potencial para un desarrollo serio. Puede también ser expresada por una amplia
gama de combinaciones instrumentales: piano solo, piano y violín, cuarteto de
cuerdas, sinfonía… El éxito de la forma de la sonata fue facilitado por la
invención de un nuevo instrumento musical: el pianoforte. Éste podía expresar
la dinámica completa del romanticismo, mientras que el órgano y el clavicordio
estaban restringidos para tocar la música escrita según los principios de la
polifonía y del contrapunto. El desarrollo de la forma de la sonata estaba ya
bien avanzado a finales del siglo XVIII. Alcanzó su punto álgido en las
sinfonías de Mozart y de Haydn y, en cierto sentido, podría decirse que las
sinfonías de Beethoven son solamente una continuación de esta tradición. Pero,
en realidad, la identidad formal encubre una diferencia fundamental. En sus
orígenes, la forma de la sonata predominó sobre su contenido real. Los
compositores clásicos del siglo XVIII estaban principalmente preocupados por
conseguir la corrección de la forma (aunque Mozart es una excepción). Pero con
Beethoven el contenido verdadero de la forma de la sonata emerge finalmente.
Sus sinfonías provocan un sentimiento incontenible de un proceso de lucha y de
su desarrollo a través de contradicciones. Aquí tenemos el ejemplo más sublime
de la unidad dialéctica entre forma y contenido. Éste es el secreto por
excelencia de todo arte. Tales alturas se han alcanzado raramente en la
historia de la música.
La oscura larga noche
El optimismo revolucionario de Beethoven estaba a punto de
experimentar su prueba más seria. A pesar de que Napoleón había restaurado
todas las formas exteriores del Ancien Régime, el miedo y la repugnancia hacia
la Francia napoleónica por parte de la Europa monárquica no era menos que
antes. Los monarcas europeos temían la revolución incluso en la forma
degenerada y torcida del Bonapartismo, igual que más tarde temieron y odiaron
la caricatura burocrática estalinista de Octubre. Conspiraron contra él,
pusieron en marcha ataques contra él, intentaron por todos los medios de
estrangularlo y de sofocarlo. El avance de los ejércitos de Napoleón en cada
frente dio contenido material a estos sentimientos de alarma. Los regímenes
reaccionarios de la Europa monárquica, liderados por Inglaterra con sus
suministros ilimitados de oro, tensaron cada nervio y tendón para enfrentar la
amenaza desde Francia. Nosotros entramos en un convulsivo período de guerra,
conquista extranjera y luchas de liberación nacional, que, con alzas y bajas,
duraron más de una década. El Grande Armée de Napoleón casi conquistó el
conjunto de la Europa continental antes de, finalmente, sufrir una derrota
grave en las congeladas tierras de Rusia en 1812. Debilitado por este duro golpe,
una fuerza Anglo-Prusiana derrotó finalmente a Napoleón en los fangosos campos
de Waterloo. Para Beethoven el año 1815 fue marcado por dos desastres: uno en
la escena internacional, el otro de carácter personal: la derrota de Francia en
Waterloo y la muerte del querido hermano del compositor, Kasper. Afectado
profundamente por la pérdida de su hermano, Beethoven insistió en hacerse cargo
de la educación de su hijo, Karl. Esto llevó a una disputa larga y amarga con
la madre de Karl sobre la custodia. El período después de 1815 fue uno de
reacción negra. La contrarrevolución monárquico-feudal triunfó en toda regla.
El congreso de Viena (1814-15) reinstaló el dominio de los borbones en Francia.
Metternich y el Zar de Rusia pusieron en marcha una verdadera cruzada para
derrocar regímenes progresistas por todas partes. Revolucionarios, liberales y
progresistas fueron encarcelados y ejecutados. Se impuso una ideología
reaccionaria basada en la religión y en el principio monárquico. Las
monárquicas Austria y Prusia dominaron Europa, apoyadas por las bayonetas de la
Rusia zarista. Es verdad que la guerra contra Francia contenía elementos de una
guerra de liberación nacional en países como Alemania, pero el resultado fue
enteramente reaccionario. El caso más claro de esto era España. El dominio
extranjero fue derrocado por un movimiento nacional, cuyo componente principal
eran las “masas oscuras” -un campesinado pisoteado y analfabeto bajo la
influencia de un clero fanático y reaccionario-. Bajo el reinado de Fernando
VII, la reacción reinó en España, donde el experimento de una constitución
liberal fue aplastado. Las magníficas y tortuosas pinturas de los últimos años
de Goya reflejan la esencia de este período turbulento. Las pinturas y
aguafuertes de Goya son una reflexión gráfica del mundo que él vio a su
alrededor. Como la música de Beethoven, estas pinturas son más que arte. Son
una declaración política. Son una furiosa protesta contra el espíritu
prevaleciente de la reacción y el oscurantismo. Así, para subrayar su protesta,
Goya eligió el camino voluntario del exilio fuera del régimen represivo del rey
traidor Fernando VII, su viejo protector. Goya no estaba solo en su odio hacia
el monarca español -Beethoven rehusó enviarle sus obras-. Hacia 1814 -la fecha
del congreso de Viena- Beethoven estaba en el pináculo de su carrera. Pero la
creciente reacción en Europa, la cual enterró las esperanzas de una generación,
tuvo un efecto desalentador sobre el espíritu de Beethoven. En 1812, cuando la
marcha del ejército de Napoleón fue detenida a las puertas de Moscú, Beethoven
trabajaba en su Séptima y Octava sinfonías. Y después de 1815, el silencio. Él
no escribió más sinfonías durante casi una década, cuando escribió su última y
más grandiosa sinfonía. La derrota final de lo que restaba de la Revolución
Francesa enterró todas las esperanzas y sofocó el impulso creativo. Durante los
años de 1815 a 1820 se observó una declinación aguda en la producción de
Beethoven comparada al enorme flujo de música del período anterior. Solamente
seis obras de importancia fueron producidas en tantos años. Estas incluyen el
ciclo de canciones An der fernte Geliebte (Al amado distante), las últimas
sonatas para violoncelo y piano, las sonatas para piano Opus 101 y la gran
sonata Hammerklavier -un trabajo lleno de contradicciones internas y discordia,
posiblemente reflejando la discordia en su vida personal-. Él estaba
profundamente sordo ahora. Leemos historias desgarradoras de su lucha para oír
algo de sus propias composiciones. Éstas tienen un carácter filosófico cada vez
más contemplativo e introvertido. El movimiento lento de la sonata de
Hammerklavier, por ejemplo, es abiertamente trágico, reflejando un sentido de
aceptación. La sordera de Beethoven lo condenó a una soledad agonizante, empeorada
por períodos frecuentes de carencia material. Se volvió más introvertido que
nunca, malhumorado y suspicaz, lo que sirvió solamente para aislarlo todavía
más de otra gente. Después de la muerte de su hermano, desarrolló una obsesión
con su sobrino Karl y se convenció de que él debía estar a cargo de la
educación del muchacho. Utilizó toda su influencia para conseguir la custodia
sobre su sobrino y después negar el acceso de la madre de Karl a su hijo. Sin
embargo, careciendo de cualquier experiencia de paternidad, trató a Karl con
una dureza y rigidez excesivas. Esto llevó eventualmente a Karl a intentar
suicidarse -un golpe devastador para Beethoven-. Más adelante se reconciliaron,
pero todo el asunto llevó solamente a una gran infelicidad y dolor para cada
implicado. ¿Cuál era la razón de esta obsesión extraña? A pesar de su
naturaleza apasionada, Beethoven nunca tuvo éxito en la formación de una
relación satisfactoria con una mujer y no tenía ningún hijo propio. Todas sus
emociones fueron vertidas en su música. El resultado fue un beneficio eterno
para la humanidad, pero dejó indudablemente un vacío en la vida personal de
Beethoven. Ya no un hombre joven, sordo, solo y enfrentado al naufragio de
todas sus esperanzas, intentaba desesperadamente llenar el vacío en su alma.
Frustrado en la esfera política, Beethoven se lanzó a lo que él se imaginaba
era la vida familiar que nunca había tenido. Esta clase de situación es bien
sabida por los revolucionarios. Considerando que en tiempos de auge revolucionario,
los asuntos personales y de la familia parecen palidecer en insignificancia, en
períodos de reacción tales cosas asumen una significación mucho mayor,
induciendo a cierta gente a separarse del movimiento y buscar refugio en el
seno de la familia. Es verdad que este asunto no muestra a Beethoven de la
forma más favorable, y alguna gente mezquina ha intentado utilizar el episodio
de Karl para ennegrecer el nombre de Beethoven. Tales acusaciones recuerdan la
observación de Hegel de que ningún hombre es héroe para su sirviente, quien ve
todas las faltas de su vida personal, sus excentricidades y vicios. Pero como
comenta Hegel, el sirviente puede criticar estos defectos. El alcance de su
visión no llega más allá de aquellos asuntos triviales y eso explica porqué él
no será más que un sirviente y no un gran hombre. Por todos sus defectos (y los
defectos son inevitables en todos los seres humanos), Beethoven fue uno de los
hombres más grandes que vivieron nunca.
Aislamiento
A pesar de todo, en esta noche larga y oscura de la
reacción, Beethoven nunca perdió la fe en el futuro de la humanidad y en la
revolución. Ahora se ha vuelto normal referirse a su gran humanitarismo. Esto
es correcto hasta cierto punto, pero no va suficientemente lejos. Esto coloca a
Beethoven al mismo nivel que párrocos, pacifistas y señoras mayores
bienintencionadas que dedican su tiempo libre a las “causas dignas”. Es decir,
coloca a un gigante al mismo nivel que a un pigmeo. La perspectiva de Beethoven
no era apenas un humanitarismo vago que desea que el mundo sea un lugar mejor
pero nunca va más allá de impotentes y piadosas buenas intenciones. Beethoven
no era un humanista burgués sino un partidario republicano y un ardiente
militante de la Revolución Francesa. No estaba dispuesto a entregarse a la
reacción prevaleciente o al compromiso con el status quo. Este intransigente
espíritu revolucionario nunca lo abandonó hasta el final de sus días. Había
hierro en el alma de este hombre que lo sostuvo a través de todas sus
aflicciones y tribulaciones en la vida. Su sordera le duró los últimos nueve
años de su vida. Uno a uno, él había perdido a sus más íntimos amigos y estaba
completamente solo. En esta soledad desesperada, Beethoven se vio reducido a
comunicarse con la gente mediante la escritura. Descuidó su apariencia aún más
que antes, y daba el aspecto de un vagabundo cuando salía. Con todo, incluso en
tales circunstancias trágicas, él estaba trabajando en sus obras maestras más
grandes. Como Goya en su período negro, ahora componía no para el público sino
para él mismo, encontrando la expresión para sus pensamientos más íntimos. La
música de sus últimos años es el producto de la madurez de la edad avanzada. No
es música bella sino muy profunda. Trasciende el Romanticismo y señala el camino
adelante al tortuoso mundo de nuestra propia época. Lejos de ser populares en
esta época, los trabajos de Beethoven estaban totalmente fuera de moda. Estaban
contra el espíritu de los tiempos. En periodos de reacción, el público no
quiere ideas profundas. Así, después de la derrota de la Comuna de París, las
operetas ligeras frívolas de Offenbach hacían furor. La burguesía de París no
quería recordar los conflictos y las tensiones sino beber champán y mirar los
numeritos de las vedettes de las revistas. Las melodías felices pero
superficiales de Offenbach reflejaron este espíritu perfectamente. En este
período Beethoven escribió la Missa Solemnis, la Grosse Fuge y los últimos
cuartetos de cuerdas (1824-26), música muy por delante de su tiempo. Esta música
penetra mucho más hondamente en las profundidades del alma humana que casi
cualquier otra composición musical. Sin embargo, tan extraordinariamente
original era esta música que mucha gente realmente pensó que era signo de que
Beethoven se había vuelto loco. Beethoven no prestó absolutamente ninguna
atención a todo esto. No se interesó para nada en la opinión pública y nunca
fue discreto en cuanto a la expresión de sus opiniones. Esto era peligroso.
Solamente su estatus como compositor famoso le mantuvo fuera de la prisión.
Debemos considerar que en aquél tiempo Austria era uno de los principales
centros de la reacción europea. No sólo la política sino también la vida
cultural fueron sofocadas. Los espías de la policía del emperador estaban en
cada esquina. La censura vigilaba atentamente todas las actividades que podrían
considerarse, incluso, ligeramente subversivas. Bajo tales circunstancias, el
respetable burgués vienés no quería escuchar música compuesta para arengarlos a
luchar por un mundo mejor. Prefería que sus oídos fueran suavemente rozados por
las óperas cómicas de Rossini -el compositor en boga-. Por el contrario, la
gran Missa Solemnis de Beethoven fue un fracaso. El tormento en el alma de este
gran hombre encontró su reflejo en esa composición extraña conocida como la
Grosse Fuge. Es una música intensamente personal que indudablemente nos dice
mucho sobre el estado de ánimo de Beethoven en este tiempo (escuche aquí). Aquí
estamos en presencia de un mundo de conflicto, de disonancia y de contradicciones
sin resolver. No era lo que el público quería escuchar.
Sonata N° 9,
Op. 47 para violín & piano / “Sonata a Kreutzer”
Anne-Sophie Mutter & Lambert Orkis
Anne-Sophie Mutter & Lambert Orkis