La libre y muy accesible "hipertraducción" del
clásico platónico que ofrece Alain Badiou [en su nuevo libro “La República de
Platón], defiende algunas nociones que van a contrapelo de las dominantes en el
pensamiento actual y aspira a plantear como alternativa las virtudes humanas
del comunitarismo
José Fernández
Vega | El famoso comentario de Alfred Whitehead según el cual la
filosofía occidental consiste apenas en una serie de notas a pie de página a la
obra de Platón acaso suene exagerado aunque nadie lo desechó por falso. Platón
asentó el significado de la palabra filosofía y aportó a ella su más antiguo
personaje conceptual, Sócrates, carismático, discutidor y mártir. Junto con su
díscolo y genial discípulo Aristóteles, presidió el pensamiento europeo durante
al menos dos milenios. Enemigo nominal del arte, Platón legó una impresionante
obra a la vez teórica y lírica, cuyos ecos resuenan aún en el pensamiento y la
literatura contemporáneos. Legiones de intérpretes vienen discutiendo sus
nociones desde el fondo de los tiempos.
República es posiblemente su diálogo más influyente y
difundido, quizá no el más encantador (Banquete, por caso, compite con
ventaja). Allí intentó forjar un diseño político ideal por cuya realización
práctica es factible que ni siquiera estuviera muy decidido. En su accesible -a
veces trabajosa y otras divertida- versión de ese extenso diálogo, Alain Badiou
intenta arrancarlo de las usuales manos conservadoras y expropiárselo a los
filólogos devocionales que cristalizan unas ideas o las vuelven demasiado técnicas.
En contraste, las primeras reacciones de algunos destacados
platonistas franceses resultaron favorables. Estimaron este original proyecto
como una iniciativa vivificante, si bien es obvio que los juegos nocturnos de
un filósofo parisino del siglo XXI de ningún modo reemplazan las amenas y
sofisticadas polémicas griegas escenificadas a pleno sol hace dos milenios y
medio.
¿Una remake marxista?
La apuesta de Badiou es también audaz. En las propias filas
radicales difícilmente encontrará aliados que demuestren mucho entusiasmo por
una empresa como la que se propuso. Desde el flanco izquierdista, en Platón se
reconoce un hito cultural indiscutible aunque, alguna eminente excepción
aparte, se lo margina como inasimilable para una política emancipadora. Incluso
liberales tan distintos entre sí como Bertrand Russell o Karl Popper abominaron
de su pensamiento político porque lo asociaban a un rancio autoritarismo
elitista, cuando no precursor del fascismo.
Los custodios de la tradición, por su parte, repudiarán que
alguien ose poner sus sucias manos sobre el texto del venerable ateniense, al
que se puede adorar y estudiar a distancia, pero nunca manipular. En oposición
a unos y otros, Badiou trata de aprovechar el peculiar "comunismo"
propuesto por Platón en su diálogo para volver a dramatizar una amplia
discusión acerca del papel de la filosofía, su relación con la política y los
motivos críticos y programáticos de su personal posición, que llamó
"hipótesis comunista".
Esta "hipertraducción" de República, como la
denominó su autor, le ocupó seis largos años. La inversión multiplica sus
réditos. Una adaptación pronto subirá a escena en París y, según informa la
edición francesa de Vanity Fair, ahora Badiou prepara un guión sobre cierto
texto platónico que se filmará en Hollywood protagonizado por Brad Pitt. Para
alivio de la ortodoxia, aclaró que ninguna frase de Platón se mantendrá en los
diálogos del film, como tampoco ocurre en su República.
La libre versión de Platón que ofrece su libro está dirigida
a defender algunas nociones que van a contrapelo de las predominantes en el
pensamiento actual. Si hoy prevalece el relativismo posmoderno, se recurre a
Platón para reivindicar lo universal. Si la esfera pública vigente se basa en
un abundante tráfico de meras opiniones, Badiou aspira a establecer en ella una
fuerte noción de verdad, algo que en el discurso político de nuestros días
parece insostenible. ¿Quién hablaría en nombre de la verdad sin exponerse al
usual reproche de considerarse dueño absoluto de ella, o a ser acusado de
dogmático y prepotente? Badiou rompe lanzas por la verdad en política al tiempo
que repudia a los sofistas contemporáneos para quienes "toda opinión es
válida".
Fieles infidelidades
Claramente transgresora, otra cosa es que esta iniciativa
que conjuga imaginación teórica y trabajo literario (como su modelo de la
Antigüedad) sea meritoria en sí misma. En la nueva República, Sócrates cita a
Mao, a Freud, a Spinoza. Estos anacronismos no sólo agregan notas graciosas,
siempre oportunas y penetrantes, sino que asimismo buscan consolidar una
plataforma desde la cual lanzar ácidas críticas a la cultura y la política
contemporáneas. Ésta es otra manera de mantenerse fiel al espíritu de la vieja
República, si bien nunca a la letra.
También se respeta la sucesión temática del original. El
autor se ocupa de puntualizar algunos de sus procedimientos y apostasías en un
prefacio. Allí escribe que decidió instalar el famoso mito de la caverna en una
sala de cine (de hecho, Platón casi anticipó esa posibilidad en su célebre
mito) y transformar muchos conceptos (alma se vuelve sujeto, tiranía se
traslada a fascismo, ciudad ideal se dice comunismo). Entre otras innovaciones,
Badiou introduce un irreverente personaje femenino, Amaranta, que contrasta con
los antagonistas (masculinos) casi siempre demasiado asertivos de Platón.
La cuestión de la justicia, tema central de República, se
halla en esta versión atravesada por la crisis de legitimidad de las repúblicas
realmente existentes. Interviniendo sobre la clasificación de Platón, se
distinguen cinco tipos de política. Una buena, el comunismo, y cuatro malas:
timocracia, oligarquía, democracia y fascismo (o tiranía). A cada una le
corresponde un tipo humano particular, dominado por una pasión. El comunismo
orienta a los hombres hacia las ideas, mientras que las otras privilegian el
honor militar, la riqueza, la libertad de las opiniones (es decir, un mercado
renuente a la búsqueda de la verdad) o el deseo de uno solo (el déspota).
Especialmente agudas son las referencias
"socráticas" a Lacan, en las que Badiou busca apoyos para su anatomía
de lo que llama el "hombre democrático": individuo patético, inmerso
en la tontería, angustiado, sometido a la ley social de la diversión a toda cosa
y al imperativo del consumo incesante. Un auténtico esclavo o, dicho según su
jerga teórica, alguien incapacitado para "devenir sujeto". Frente a
los muchos padecimientos innecesarios que genera el individualismo extremo de
nuestra época, la nueva República plantea como alternativa las virtudes humanas
del comunitarismo. Con ello se cumple la función social específica de la
filosofía: contribuir a la reorientación de la existencia.
Filosofías y
dictaduras
Entusiasta de la comunidad platónica de los bienes, Badiou
elude con elegancia definiciones mayores sobre la comunidad social de niños y
mujeres propuesta por la vieja República. A ellas, en un gesto raro para su
época, Platón las equipara con los hombres, y de los niños afirma que deben ser
criados por la sociedad entera, no por las familias. Se trata de asuntos que
decidirá alguna forma de comunidad futura; es demasiado temprano para hablar
del tema, arguye un Sócrates redivivo ante la insistencia de una Amaranta
finalmente decepcionada.
Con menos reparos, sin falsa modestia, Badiou sostuvo en un
artículo que es el último exponente de la gran corriente de pensamiento francés
que proyectó una vasta influencia global desde el final de la Segunda Guerra
hasta algún momento de la última década del siglo pasado. Habrá quien lamente
este desenlace, pero no quien lo discuta. En el ambiente contemporáneo,
representa un caso único. Porque este pensador, declarado marxista y militante
de origen maoísta, se dejó seducir por el amor platónico a las ideas y las
matemáticas (amor no es aquí una simple metáfora, puesto que determina muchas
cosas en su personal filosofía).
Badiou reivindica el pensamiento metafísico dentro una
atmósfera cultural hostil, que se autodefine como posmetafísica. Así, el autor
va en busca de una tradición lejana, cuyo potencial para la crítica del
presente considera enorme si se la reelabora políticamente. Por cierto, las
relaciones de la filosofía con la política, sin duda íntimas, fueron asimismo
complejas.
En su saludo a Martin Heidegger por sus ochenta años, Hannah
Arendt aseguró que desde Platón la filosofía se dejaba atraer por las tiranías.
Arendt ensayaba en realidad una disculpa por la ¿episódica? adhesión al nazismo
de su (amado) maestro Heidegger. Astuta, trató de jerarquizarla, o más bien
difuminarla, inscribiéndola en una larga tradición cuya única excepción
reconocía en Kant. Badiou añadió su nombre a la penosa, platónica serie
señalada por Arendt debido a sus expresiones de apoyo al atroz régimen de Pol
Pot en Camboya, que ahora lamenta.
¿Qué hacer con los
clásicos?
La República de Badiou defiende una visión de la práctica
política basada en el desprecio del poder y del Estado. Ella se combina con una
concepción bastante tradicional de la filosofía, aunque traspasada por motivos
militantes que la convierten no sólo en un instrumento crítico sino también en
una fuente de proposiciones. Su obsesión, compartida con Platón, consiste en
identificar criterios que permitan definir la vida buena orientada por una idea
de justicia que se aplique por igual a los individuos y a las organizaciones
políticas.
La literatura argentina, sólo por referirse a ella, se
encuentra habituada a experimentos de reescritura. De Estanislao del Campo a
Pablo Katchadjan, pasando por Pierre Menard, las versiones de los clásicos con
serios fines irónicos resultan algo común. La filosofía, en comparación, perdió
esa costumbre. La nueva República, a su manera, se suma a la lista de anónimos
diálogos apócrifos que circularon en la historia bajo el nombre de Platón. Sólo
que, al revelar su autoría, Badiou es más sincero que sus precursores (o ya no
tiene cómo esconderse).
Alternando digresiones personales, fórmulas matemáticas,
citas poéticas y referencias a la historia reciente con reformulaciones
teóricas creativas y feroces repudios a la condición social de nuestros días,
Badiou rinde un peculiar homenaje a Platón. En el mismo movimiento, intenta
radicalizar su clásico texto y con ello beneficia, de modo indirecto, su
comprensión.
Se dice que cada generación está impulsada a releer a los
clásicos a la luz de sus propios problemas. Badiou simplemente replicaría: ¿y
por qué no también a reescribirlos?
Título original: “Cuando Sócrates cita a Spinoza, Mao y
Freud”