Para el estagirita, un pensador comprometido con la
resolución de los problemas ligados a realidad concreta, resolver el problema
del cambio era más que una tarea
apremiante. En principio, y a diferencia de su maestro, Aristóteles consideró el cambio como real, no como una mera ilusión provocada por la imperfección del mundo sensible. Sin embargo, todavía el cambio queda sin dilucidar.
apremiante. En principio, y a diferencia de su maestro, Aristóteles consideró el cambio como real, no como una mera ilusión provocada por la imperfección del mundo sensible. Sin embargo, todavía el cambio queda sin dilucidar.
Para explicarlo, el filósofo introduce su famosa doctrina de
la forma y la materia. Así, cada cosa en el mundo está compuesta por materia y
forma. Entonces, el cambio y la estabilidad se daban en paralelo porque
mientras un objeto cambia, lo que muta es su forma, mientras lo que permanece
es la materia. Los cambios de forma se dan entre pares contrarios: uno es la
forma que debe alcanzarse, la otra su privación. Por ejemplo, lo seco al
mojarse se vuelve húmedo y lo frío al calentarse se vuelve caliente.
Ahora bien, la filosofía parmenídea negaba la posibilidad de
que algo surja de la nada. En el caso del cambio de forma, lo nuevo, la forma
nueva, surgiría de la nada, del no ser. Lo caliente surgiría de lo no caliente.
Aristóteles enfrenta esta impugnación apelando a la doctrina
del acto y la potencia. El estagirita no podía aceptar que las dos únicas
posibilidades sean la de ser o no ser, ser frío y no ser caliente o ser
caliente y no ser frío. Por esta razón considera tres categorías para el ser:
no ser, ser en potencia, ser actual. Siguiendo esta línea, el cambio se daría
entre el ser en potencia y el ser en acto, no dejando lugar al no ser.
El ejemplo más clásico utilizado para dar cuenta de la
doctrina aristotélica del acto y la potencia es el de la semilla. Ella es
potencialmente el árbol pero no es el árbol en acto. Al crecer y hacerse un
árbol adulto se actualiza y lo que era potencialmente pasa a ser árbol en acto.
Siguiendo el esquema además, ese árbol en acto es potencialmente leño seco en
el bosque.
Con estas doctrinas, Aristóteles logra saldar las
problemáticas lógicas que planteaba la cuestión del cambio. Quedaría aún por
resolver la dilucidación de la causa del cambio.
El Estagirita intentará indagar la causa del cambio
encarando la cuestión de la naturaleza y la causalidad. Las cosas en el mundo,
según el genio de Estagira, se comportarían de un modo que le es natural. De no
intervenir ningún artificio, la cosa se desplegará siguiendo su propósito, ese
que le es natural. Esta “naturaleza” por supuesto no se aplica a los
artificios, a las cosas artificiales. Estos no poseen una naturaleza, un
atributo interno para el cambio; sólo sufren influencias externas.
En relación a la cuestión de la causa, Aristóteles
introducirá las conocidas cuatro causas tanto para comprender el cambio como
para entender la producción de un artefacto. La forma que recibe una cosa es la
primera de ellas; la materia que subyace a esta forma, la segunda; el agente
que produce el cambio, la tercera y la finalidad a la que fluye todo cambio, la
cuarta. Causa formal, material, eficiente y final respectivamente se han
denominado y así han resonado a lo largo de la extensa historia de la filosofía
occidental.
El ejemplo, también clásico, para graficar la cuatro causas
es el de la estatua de mármol. Ella tiene una forma introducida por un artista,
agente del cambio, que hace que la materia, el mármol, se transforme en esa
forma cuya finalidad es la de adornar un templo o una plaza pública.
De las cuatro causas, la eficiente se encuentra muy cerca de
la noción moderna de causa. Pero la causa final hace mucho ruido en la forma de
pensar de un investigador posterior al renacimiento y ni que hablar en la mente
de un científico contemporáneo. Final deriva del latínfinis que puede
traducirse como propósito o meta. Según Aristóteles, las cosas no podían ser
comprendidas correctamente sin dar cuenta de su finalidad, su propósito. Así,
la morfología de las aletas de los peces resulta clara si se entiende que son
para nadar.
El mundo aristotélico no era el mundo mecánico de los
modernos, era un mundo que tendía hacia una finalidad que le era natural. No
cabía en este mundo, azar o contingencia, sino un todo organizado pletórico de
propósitos donde las cosas se desarrollan hacia una finalidad.
La teleología aristotélica dominó el pensamiento científico
hasta los albores de la modernidad y en algunos campos, como la biología, hasta
avanzado el siglo XIX, cuando la teoría darwiniana de la evolución por
selección natural le da un golpe mortal al pensamiento finalista y a la idea de
que las especies se desarrollaban con un propósito fijado desde cierto origen.