El rechazo al bombardeo fue contundente dentro de Estados Unidos. Las encuestas ilustraron el descreimiento de la población, luego de la estafa sufrida con las armas de destrucción masiva de Irak. Tampoco funcionaron las imágenes del sufrimiento sirio que difundieron los medios.
Ya es sabido que las incursiones de “protección humanitaria” no se circunscriben a objetivos militares y afectan a la población civil. Hay cierto desgaste del discurso hipócrita que propaga el principal proveedor mundial de sustancias químicas. Estados Unidos encubrió recientemente el uso de fósforo blanco por parte de Israel en Gaza y es culpable de Hiroshima y de los mutilados de Vietnam.
Obama tampoco logró la cobertura de Naciones
Unidas para disfrazar su matanza con normas de derecho internacional. Las
invasiones que ampara ese organismo nunca son resueltas por la “comunidad
internacional”. Invariablemente emergen
de algún contubernio entre las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo
de Seguridad.
Los socios tradicionales del sheriff global se
negaron esta vez a repetir el acompañamiento aportado a las invasiones de Irak,
Afganistán y Libia. En el G 20, Estados Unidos sólo obtuvo el apoyo de Francia,
Turquía y Arabia Saudita, frente al llamativo rechazo de Alemania y el
repliegue de Inglaterra.
Pero la suspensión del bombardeo constituye
tan sólo un episodio de la contraofensiva imperial en Medio Oriente. Debe
lidiar con la pérdida de varios dictadores y el deterioro de gobiernos
adversarios que garantizaban la estabilidad regional. Estados Unidos busca
contener a sus rivales, aplastando al mismo tiempo todas las expresiones de
resistencia popular.
En una región explosiva se han intensificado
las disputas entre los imperios, los sub-imperios, los emiratos y las castas
militares por la apropiación del petróleo y el control de las rutas
estratégicas. Pero las potencias occidentales, el islamismo reaccionario y los
ejércitos represivos están conjuntamente embarcados en el entierro de la
primavera árabe. Siria concentra estas múltiples dimensiones del problema.
Multitud
de conflictos geopolíticos
En Siria se registró una sublevación con
demandas democráticas semejantes a Egipto o Túnez y se formaron comités
populares para exigir reformas políticas. Pero la respuesta oficial fue brutal
y el conflicto derivó en una guerra civil con rasgos inter-comunitarios. Los
yihadistas que se sumaron a la oposición elevaron el nivel de crueldad y el
país quedó desgarrado en un mar de víctimas.
Este conflicto se agravó por el papel central
de Siria en la región. Su gobierno es un aliado tradicional de Rusia, está
asociado con Irán y se opone a Israel-Estados Unidos. Obama apoya a un sector
de la oposición armada (ELS), pero maneja con cautela la entrega de armas, para
evitar su captura por los yihadistas (Al Nusra, EIIL).
El presidente del imperio busca disciplinar a
la enorme variedad de grupos opositores mediante un juego maquiavélico. No
quiere repetir lo ocurrido en Afganistán, alimentando una fuerza de talibanes
bajo la protección norteamericana. Destruir a un régimen adversario sin
alumbrar otro Bin Laden es la gran dificultad que enfrenta Obama.
Para equilibrar ambos objetivos sostiene a la
oposición cuando pierden terreno y la abandona cuando acumulan victorias. Es la
política del desangre que ha explicitado un conocido estratega[2].
Obama justamente decidió el bombardeo luego de varios triunfos militares
del gobierno. Ese resultado y no el uso de armas químicas fue “línea roja” que
alarmó al imperialismo.
Pero la intervención fue también concebida
como una advertencia a Rusia, que maneja una base naval en Siria y provee de
pertrechos al gobierno. Se buscó retomar la ofensiva iniciada hace una década
con el ataque a Serbia y el despliegue de misiles en Europa Oriental. Estados
Unidos está empeñado en impedir el resurgimiento de su principal rival de la
guerra fría.
Esta pulseada geopolítica tiene correlatos
económicos directos. Rusia proyecta un gasoducto desde sus yacimientos hasta el
Mediterráneo (South Stream), en competencia con el conducto promovido por
Estados Unidos y los emiratos del Golfo (Nabucco). Siria está ubicada en el
medio de estas redes, como un centro de pasaje y almacenamiento de combustible.
Además, Rusia está directamente interesada en impedir la expansión de los
islamistas en las ex repúblicas soviéticas que rodean sus fronteras[3].
También Turquía afronta serios dilemas frente
al estallido de Siria. Actúa como la principal sub-potencia de la zona, alberga
bases de la OTAN y promueve el debilitamiento de su vecino. Pero al mismo
tiempo comparte con Siria la oposición a la independencia de los kurdos que
habitan en ambos territorios. La guerra de Irak ya abrió el camino para el
surgimiento del temido Kurdistán.
El bombardeo a Damasco constituía, además, un
sustituto del postergado ataque a Irán, que continúa desarrollando una política
nuclear independiente. Estados Unidos e Israel han saboteado esa economía,
asesinado científicos y desplegado presiones diplomáticas para frenar el
procesamiento del uranio. Pero no están en condiciones políticas de concretar
el bombardeo a Teherán. El frustrado ataque a Siria era una advertencia a los
Ayathollas
Obama se disponía a repetir la “zona área de
exclusión” que instauró en Libia para preparar la caída de Gadafi. Pero existen
significativas diferencias con ese precedente, puesto que Libia no es un centro
del ajedrez geopolítico internacional. Allí prevaleció la unanimidad
imperialista, Rusia jugó un papel secundario, Irán no fue determinante y las
potencias que financiaron a la oposición se repartieron amigablemente el
petróleo. Las tensiones tribales al interior del estado libio nunca alcanzaron
relevancia y los yihadistas no lograron prosperar frente al control impuesto
por la OTAN.
El laberinto sirio induce a Estados Unidos a
una intervención más cuidadosa. Esa cautela genera vacilaciones en las elites
republicanas y demócratas que definen la política exterior e indecisiones en el
Ejecutivo. Por eso el Congreso resistía el bombardeo, repitiendo el escollo que
enfrentó Cameron en el Parlamento inglés.
El margen de acción norteamericano está
recortado luego de la caída de los mandatarios fieles a Occidente (Mubarak, Ben
Alí) y el colapso de sus sustitutos (Morsi). No es fácil restaurar el manejo
imperial frente al eje de Irán-Rusia-Chiitas. Medio Oriente se está incendiando
más que de costumbre y predomina el descontrol sobre sucesos imprevisibles[4].
Frente a estas restricciones Estados Unidos
retomó las negociaciones con Rusia, para consumar una “transición” parecida al
cambio de fachada concertado en Yemen, mediante el desplazamiento del
presidente Saleh.
El régimen sirio navega en esta tormenta con
su pragmatismo habitual. Choca con Estados Unidos pero participó en la primera
guerra del Golfo. Confronta con Israel pero disciplina a los palestinos.
Rivaliza con Turquía pero obstruye el Kurdistán. Durante mucho tiempo acantonó
tropas en el Líbano para ordenar las fracciones en conflicto. Pero esta vez
enfrenta una dislocación sin precedentes.
Yihadistas
e islamistas
Arabia Saudita y Qatar financian a los
batallones más activos de la oposición siria (FILS) y probablemente apuesten a
una ocupación extranjera, siguiendo el modelo aplicado en el Líbano durante los
años 80. Tienen intereses geopolíticos propios, influyen a través de Al Jazeera
en la formación de la opinión pública y operan a través de vastísimas redes de
caridad islámicas.
Las monarquías del Golfo intervienen, además,
con un ojo puesto en sus propios países. Han reprimido todas las protestas,
golpeando especialmente a los inmigrantes. Arabia Saudita despachó directamente
tropas para aplastar a la mayoría chiita de Bahrein.
Pero las columnas yihadistas que desembarcaron
en Siria (Jabat al Nusrah, EIL) recurren a una intimidación mucho más extrema,
especialmente contra otras confesiones. Los cristianos -que ya abandonaron en
masa Irak- ahora se escapan de Siria.
Los fundamentalistas son reclutados por todo
el mundo árabe y conforman un tejido transfronterizo que se financia con diversos
negocios. Se jactan de los asesinatos perpetrados en Afganistán, Bosnia,
Chechenia e Irak y han decretado una guerra santa contra el laicismo, la acción
sindical, los derechos de las mujeres y las conquistas democráticas. En las
zonas bajo su control restauran códigos medievales de regulación de la vida
social.
Los yihadistas cumplen una función semejante
al fascismo de Europa. Conforman una
fuerza internacional de terror que utiliza la religión para restablecer
retrógradas jerarquías. Este rol fue visible por primera vez en los años 80 con
la irrupción de los talibanes, que Estados Unidos financió en Afganistán para
destruir un régimen progresista asociado a la URSS.
Con el auxilio directo del estado pakistaní,
esos grupos destrozaron todos los logros de educación, transformación agraria y
modernización cultural, que había introducido un gobierno de izquierda. Los
talibanes se afianzaron posteriormente en Pakistán, creando una gran plataforma
de islamización reaccionaria. De esta red surgió Al Qaeda[5].
Los yihadistas no sólo trasladan a Siria la
guerra sectaria entre sunitas y chiitas que ya desgarró a Irak. También se
perfilan como una atroz amenaza para la clase obrera. Basta registrar sus
acciones en Túnez para notar la magnitud del peligro. Allí declararon una
guerra abierta a la central sindical y asesinaron a un dirigente histórico de
la izquierda (Chukri Belaid). Ese crimen retrató como ambicionan reconstruir el
Califato sobre las cenizas de la organización obrera.
Túnez está en la mira de estas falanges por la
vitalidad del sindicalismo y la izquierda. Allí se desarrolló la irrupción más
radical de la primavera, cuando una rebelión de jóvenes auto-organizados tumbó
el régimen policial de Ben Alí.
El islamismo reaccionario intenta destruir este
despertar político que persiste en Túnez, luego de la victoria electoral de una
variante moderada del islamismo neoliberal (Nahda). Esa corriente gobierna
Turquía y gestionó Egipto durante el breve mandato de Morsi. Rechaza el terror,
pero promueve una islamización incompatible con los anhelos democráticos de la
población[6].
.
Eclipse
palestino y auge fundamentalista
La gravitación de los yihadistas es paralela a
la tragedia de los palestinos, que sufren la consolidación de la expansión
colonial israelí. El gobierno sionista bombardeó varias localidades de Siria
pero se ha manejado con cautela. Mantiene un status quo con su detestado vecino
en la frontera del Golán, para taponar Gaza y extender la ocupación de
Cisjordania. Israel quiere fortalecer su predominio, sin afrontar una caótica
“libanización” de Siria. Está muy interesado en eliminar las armas químicas -que
su contrincante acumuló para contrapesar el poder atómico israelí- y que ahora
manejan los dos bandos de la guerra civil.
La estabilidad con Siria ha sido un
ingrediente clave para impedir el surgimiento de un estado palestino en los
últimos 20 años. Israel aprovecha los tratados con Egipto y Jordania (y la
cobertura brindada por los convenios de Oslo) para reforzar su extensión
territorial. Como no puede expulsar abiertamente a los palestinos, ni proceder
a su limpieza étnica, proclama su vocación de negociar mientras multiplica las
colonias.
Las áreas palestinas de Cisjordania se reducen
diariamente. Fueron recortadas por un serpenteo de muros, perdieron las fuentes
de agua y están sometidas a un hostigamiento militar que empuja a la
emigración. Esta “des-arabización” ya se ha consumado en los alrededores de
Jerusalén, mientras Gaza ha quedado convertida en un gueto de miseria y olvido[7].
La guerra civil en Siria permite legitimar
esta silenciosa desposesión. Israel afianza entre su población la presentación
de los árabes como “gente incivilizada”, que debe ser “tratada por la fuerza”.
Este terrible mensaje contribuye a contrapesar el descontento social que el año
pasado pusieron de relieve las marchas de 400.000 indignados[8].
Los palestinos no sólo sufren torturas,
encarcelamientos, asesinatos selectivos y el probable envenenamiento de sus
dirigentes (como Arafat). También están acorralados por los gobiernos militares
e islámicos que sucedieron a Mubarak. El encierro de Gaza por los gendarmes
egipcios es un atroz efecto de su sometimiento financiero y militar a Estados
Unidos.
Israel también actualiza sus conspiraciones
dentro del ámbito palestino. Incentivó primero a los islamistas contra OLP y
promovió posteriormente una autoridad fantasmal contra el Hamas. La guerra en
Siria induce a nuevas maniobras, puesto que Hamas abandonó su alianza
tradicional con ese país, aceptó financiación de Qatar y tomó partido a favor
de la oposición. En cambio Hezbolah apoya con acciones militares al régimen de
Assad. La pertenencia a la vertiente sunita y a la Hermandad Musulmana en el
primer caso, y la adscripción al eje chiita junto de Irán el segundo, han sido
determinantes de estos alineamientos.
La expansión de los yihadistas en Medio
Oriente está eclipsando la causa palestina como prioridad común del mundo
árabe. Frente a una oleada confesional ha perdido centralidad el gran
estandarte anticolonial de las últimas décadas. Este giro ilustra las
dificultades que afrontan en la región los proyectos progresistas.
Mutaciones
regresivas en Siria
El gobierno sirio reaccionó en forma brutal
frente a los reclamos de su población. Estas demandas tienen la misma legitimidad
que las exigencias del pueblo egipcio o tunecino. Son los mismos derechos
enarbolados contra tiranos prohijados por Estados Unidos o enemistados con la
primera potencia.
En Siria no se logró el triunfo alcanzado en
los dos países que iniciaron la primavera. La represión fue más sangrienta.
Incluyó disparos a mansalva, bombardeos de aldeas y asesinatos de familias. Los
100.000 muertos y millones de refugiados ilustran, además, el perfil
intercomunitario que asumió el conflicto (aluitas, sunitas, chiitas,
cristianos).
No es la primera vez que el país sufre este
tipo de tragedias. En 1982 se perpetró una masacre contra las protestas en la
región de Homs. Esos desangres también se registraron en el Líbano. Son
represalias en gran escala que aparecen cuando los choques políticos-sociales
se entremezclan con tensiones étnico-religiosas. Estos desgarramientos forman
parte de la historia regional desde que Turquía masacró a los armenios a
principio del siglo XX.
La conversión de una lucha democrática en una
guerra sectaria -con sectores laicos dispersados a ambos lados de la trinchera-
ha distorsionado el sentido inicial de la sublevación. También acentuó la
dependencia de cada contrincante de su proveedor bélico externo. Esta
injerencia obedece a intereses geopolíticos totalmente ajenos a las exigencias
populares[9].
El régimen actual de Assad no guarda el menor
parentesco con el viejo partido del Baath, que confrontó con el poder religioso
para forjar un estado nacional aglutinante de todas las comunidades. Ese
propósito se desvaneció con la degeneración dinástica, la corrupción de
camarillas y el enriquecimiento de una burguesía que impuso el giro neoliberal
de las últimas décadas[10].
Esta involución se asemeja a lo ocurrido con el
régimen de Sadam Hussein. Compartieron originalmente el mismo tipo de partido
político y desembocaron en la misma criminalidad de estado
La comparación podría extenderse también a Gadafi,
que debutó con proyectos de reformas sociales y concluyó comandando un gobierno
de clanes mafiosos. Se arrepintió de su pasado panarabista, persiguió
militantes, detuvo inmigrantes africanos y hostilizó a los palestinos. También
buscó congraciarse con Occidente para asegurar los negocios de las compañías
petroleras.
Pero el mayor antecedente de masacres
perpetrado por un régimen de origen antiimperialista se localiza en Argelia
durante la década pasada. Ese sistema político destruyó un legado de historia
anticolonial sin parangón en el mundo árabe, a partir de un triunfo del FLN comparable
a las victorias revolucionarias de China y Vietnam.
La prolongada gestión de clanes militares que
usufructuaron del poder para su propio beneficio demolió esa herencia. Cuando
en la década pasada fueron sorpresivamente derrotados en las elecciones por los
islamistas del FIS, desconocieron los comicios y desataron una guerra con
infernales masacres en ambos bandos[11].
La conducta del régimen sirio no constituye,
por lo tanto, una particularidad de ese país. Repite la trayectoria seguida por
procesos que tuvieron un origen semejante y registraron involuciones del mismo
tipo.
Destrucciones
combinadas, reorganización imperial
La población siria ha quedado entrampada en
una confrontación entre un régimen represivo y una oposición plagada de
yihadistas y solventada por Estados Unidos y los emiratos. Esta combinación de
actores reaccionarios multiplica la tragedia, anulando los impulsos de lucha
por la democracia y las mejoras sociales.
Lo ocurrido en el Líbano y Argelia brinda una
pauta de esta perspectiva. Al cabo de muchos de años de confrontaciones entre
bandos regresivos, la población quedó agotada y sin disposición para participar
en la primavera.
Irak ofrece otro categórico retrato de esta
combinación de sucesiones destructivas. La primera demolición del país fue
realizada por Sadam con matanzas de kurdos y aventuras externas contra Irán
instigadas por Estados Unidos. La segunda devastación fue consumada por Bush,
que legó un dantesco escenario de aniquilamiento social. Nadie sabe el número
de víctimas, pero algunas estimaciones indican 600.000 muertos, cuatro millones
desplazados y dos millones exiliados.
La tercera destrucción está en curso a través
de una guerra sectario-confesional que genera decenas de muertos diarios.
Chiitas y sunitas dirimen supremacía en un laberinto de disputas clientelares,
que se procesa con voladuras de edificios y diseminación de coches-bomba[12].
Si en Siria prevalece cualquiera de estas
variantes del desangre reaccionario, el país perderá su rol geopolítico
internacional y ningún contrincante propiciará el mantenimiento del estado
nacional unificado. En ese caso se afianzará la misma fractura en tres partes
que se observa en Irak. Estas divisiones en micro-estados confesionales
resucitarían la cirugía colonial que padeció de Siria, cuando su territorio fue
repartido entre Francia e Inglaterra[13].
El colapso de países bajo el doble efecto de
agresiones imperialistas e invasiones fundamentalistas es una tendencia que
también salió a flote recientemente en Mali. Varias columnas yihdistas llegadas
desde Libia derrotaron al ejército local e intentaron capturar todo el
territorio. Francia reactivó sus reflejos coloniales y despachó tropas para
auxiliar a los asediados gendarmes. Frenó a veteranos brigadistas de Afganistán
y Argelia, pero no ha ganado la partida.
Todos esperan el próximo round en una región
africana plagada de hambrunas y con cuantiosas riquezas minerales. Francia
controla el uranio que utiliza para abastecer su sistema energético, pero hay
un gran botín en disputa[14].
Algunos analistas estiman que en este
escenario las grandes potencias pierden peso, frente a nuevos jugadores
económicos y actores multipolares. El retroceso de Estados Unidos es visto como
el principal resultado de este cambio. Pero habrá que ver cuán prologando será
el repliegue de la única potencia con capacidad militar para ordenar el
funcionamiento del capitalismo global.
Estados Unidos fracasó en su intento colonial
de apoderarse del petróleo iraquí. Pero dejó una sociedad descalabrada y sin
recursos para gestionar ese recurso. El país ha perdido autonomía en todos los
terrenos.
El sheriff del planeta aprovecha la coyuntura
actual para reorganizar su intervención militar. Busca reemplazar la acción de
los marines por la utilización de drones y misiles. Jerarquiza otras regiones
(Asia, el Pacífico), privatiza la acción bélica, incrementa el espionaje y
privilegia las operaciones encubiertas[15].
Mediante este reajuste Washington reordena su
guerra perpetua contra el mundo árabe. Tiene recortados sus márgenes de intervención,
pero no sufrió una derrota comparable a Vietnam. No es lo mismo retroceder
frente a una revolución socialista, que replegarse ante los escenarios caóticos
y sin horizontes progresistas que se observan en Irak[16].
La
centralidad de Egipto
Afortunadamente el mundo árabe no sólo genera
noticias sombrías. La primavera recobra vitalidad en países como Egipto, que
pueden definir la tónica general. El epicentro inicial de las rebeliones
democráticas mantiene una incidencia decisiva sobre el resto de la región. La gravitación
de la clase obrera puede aportar, además, otro perfil social a esa batalla.
En Egipto se registró el principal triunfo de
la primavera con la movilización que enterró al tirano Mubarak. El ejército
asumió inmediatamente el gobierno para preservar los intereses de las clases
dominantes. Actúa como un emporio económico estrechamente asociado al
Pentágono, pero mantiene el prestigio logrado durante las guerras contra
Israel.
Ese protagonismo político le permitió a las
fuerzas armadas expropiar la sublevación popular y embarcarse en maniobras
gatopardistas, para impedir cambios significativos en el régimen político.
Después de muchas vacilaciones convocaron a elecciones y aceptaron el triunfo
de los Hermanos Musulmanes.
Esa congregación emergió como la única fuerza
política organizada, a partir del extendido arraigo de sus redes de asistencia
social. El presidente Morsi intentó copiar el modelo turco de islamismo
neoliberal, manteniendo la impunidad represiva y el encarcelamiento de opositores.
También ratificó los acuerdos con el FMI y los pactos con Israel. Resistió
cualquier democratización del estado y preparó un borrador de Constitución
repleto de ingredientes totalitarios. Se prohibía incluso a la justicia
contradecir cualquier medida gubernamental.
Pero lo gota que rebalsó el vaso fue la
islamización compulsiva mediante leyes oscurantistas. Los sectores más extremos
(salafistas) emprendieron provocaciones sangrientas contra la minoría de los coptos.
La legitimidad del gobierno se esfumó en forma vertiginosa.
En la simbólica plaza Tahir se repitió el
estallido de una gran sublevación. El ejército desplazó a Morsi y prometió una
nueva transición para atemperar la belicosidad popular. Nuevamente confiscó un
gran movimiento de masas para evitar el colapso del estado. Derrocó a un
gobierno surgido del sufragio mediante un golpe, disfrazando el perfil clásico
de la asonada reaccionaria. Repitieron el libreto de la intervención anterior
bajo la presión de un inmenso clamor democrático. Los militares tomaron el
gobierno para impedir la concreción de las demandas democráticas desde abajo.
Pero esta vez fueron más allá y descargaron
una feroz represión contra los Hermanos Musulmanes. Dispararon contra
manifestantes desarmados y asesinaron a1000 personas. El freno de la
islamización forzosa -que exigía un vasto conglomerado de progresistas y
laicos- quedó totalmente ensombrecido por esta abominable masacre[17].
Lo ocurrido brindó un nuevo ejemplo del
comportamiento reaccionario que tienen los gendarmes enfrentados con el
islamismo. En Egipto abrieron el camino para repetir el desangre consumado en
Argelia y Siria. Pero hasta ahora gozan de una gran protección diplomática
internacional. Como todas las potencias necesitan la estabilidad de Egipto, Estados
Unidos hizo la vista gorda, Europa y Rusia se mantuvieron en silencio y Arabia
Saudita, Qatar e Israel aprobaron enfáticamente al ejército.
Sólo Turquía levantó la voz y no sólo por el
debilitamiento de su proyecto poder regional junto a los Hermanos Musulmanes.
El mismo movimiento democrático que congregó a millones de manifestantes en El
Cairo irrumpió en Estambul.
La
sorpresa en Turquía
La reacción contra la islamización convirtió
en mayo pasado a la Plaza Taksim, en un espejo de la Plaza Tahir. Una marea de
manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las restricciones
religiosas. La movilización estuvo precedida por luchas contra la brutalidad
usual de la policía. Contingentes de trabajadores precarizados confluyeron con
los jóvenes de clase media opuestos a las prohibiciones confesionales.
A diferencia de Egipto los recortes al
laicismo no fueron una improvisación de líderes recién llegados al gobierno.
Desde hace once años Turquía padece una administración islámica conservadora.
Asumieron con promesas de renovar el viejo estatismo nacionalista,
desprestigiado por décadas de autoritarismo y corrupción (Kemalismo). Pero implementaron un viraje
neoliberal que acrecentó la desigualdad social.
La gran movilización modificó la realidad de
un país agobiado por agresiones sociales y retrocesos democráticos. El contagio
de Egipto ilustró cómo se transmiten los anhelos populares en un espacio del
Mediterráneo que desborda al mundo árabe
En Turquía no se lograron las victorias
obtenidas en Egipto o Túnez, pero el gobierno de Erdogan quedó muy debilitado.
Ya no puede presentarse como un ganador de la primavera, ni continuar con tanta
displicencia sus peregrinajes para disputar hegemonía regional con Arabia
Saudita y las monarquías del Golfo.
La clase dominante turca tantea sus
posibilidades sub-imperiales. Ha lucrado con el alto crecimiento de los últimos
veinte años y ya forjó fuertes lazos con la Unión Europea y las economías
árabes. Pero la inesperada irrupción popular amenaza sus proyectos. Turquía es
parte de las revueltas y no un modelo para superarlas. El usurpador potencial
de las protestas ha quedado contagiado por la oleada que pensaba desactivar[18].
El gobierno afronta un efecto adicional más
severo de esta convulsión. La confluencia de guerras circundantes y demandas
democráticas ha potenciado las posibilidades de independencia de los kurdos.
Los derechos nacionales de esta comunidad son negados por todos los países de
la región. Pero los kurdos han logrado establecer una región autónoma en Irak y
están consumando esta misma construcción en Siria. Allí batallan en forma
simultánea contra los gendarmes de Assad y los batallones yihadistas.
El paso siguiente sería la extensión de esa
conquista a zonas kurdas de Turquía. Al cabo de treinta años de heroicas luchas
están forzando una negociación con el gobierno. Esas tratativas son favorecidas
por la conmoción que sacude a la región[19].
Las respuestas democráticas contra la
islamización forzosa se perfilan en varios países como un camino de prolongación
de la primavera. El otro sendero es la resistencia a los crímenes del yihadismo. Túnez ocupa un
lugar central en esa batalla. La manifestación de repudio al asesinato del
líder de la izquierda congregó un millón de personas y rompió todas las
restricciones a la presencia de mujeres. En medio de una huelga general dio
lugar a la movilización más imponente de la historia de ese país[20].
Comparaciones
con América Latina
Cualquier acontecimiento político- social en
un lugar del mundo árabe tiene un rápido impacto sobre otra localidad. Así
ocurrió con la primavera y con la ofensiva posterior para sepultarla. Estos
efectos confirman la existencia de un universo común, resultante de condiciones
históricas similares. Como en América Latina sucede lo mismo, ciertas
comparaciones son pertinentes.
Medio Oriente ha padecido el demoledor impacto
del neoliberalismo. Las presiones por privatizar, abrir los mercados, reducir
el gasto social y eliminar subsidios a los alimentos masificaron el desempleo y
la precarización del trabajo. Como en Latinoamérica millones de jóvenes fueron
empujados al desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la
emigración a Europa, en un marco de elevada presión demográfica. Estos
desposeídos encendieron la mecha de la primavera, cuando un vendedor tunecino
se inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta callejera [21].
Las demandas democráticas contra los regímenes
semi-dictatoriales han sido el elemento unificador de las movilizaciones. Como
en América Latina la exigencia de nuevas Constituciones irrumpe en todas
partes.
Estados Unidos le asigna al Medio Oriente una
importancia estratégica semejante al sur del hemisferio americano. Depreda el
petróleo y los recursos naturales de ambas regiones con la misma impunidad. Las
dos zonas han padecido históricamente un trato colonial de patio trasero. El
canal de Suez estuvo sometido a un control imperial similar al canal de Panamá.
Las bases militares del Pentágono en Arabia Saudita cumplen la misma función
que las instalaciones en Colombia y las amenazas de bombardeo a Irán son
semejantes al chantaje que soporta Venezuela.
Por estas razones en Medio Oriente predomina
la misma hostilidad popular hacia el imperialismo que se observa en América
Latina. Algunas comparaciones que se establecieron inicialmente entre la
primavera y las revoluciones de terciopelo en Europa Oriental omitieron este
dato. Aunque la clase media liberal comparte los valores norteamericanos, la
sublevación árabe no irrumpió para copiar a Occidente. Estuvo motivada por el
rechazo a las tiranías que amparó el imperio.
Estados Unidos conoce esa animadversión.
Celebró la caída del muro de Berlín, pero no el derrumbe de sus títeres de
Egipto o Túnez. Ha vivido el desplome de Mubarak con el mismo pesar que el
destronamiento del Shá de Irán.
Pero los procesos políticos de América Latina
han seguido un rumbo muy diferente. La región no sufrió destrucciones bélicas,
ni desangres internos. Las tragedias de Irak, Argelia o Siria son vistas como acontecimientos
lejanos.
Esta diferencia obedece a muchas razones, pero
un aspecto central ha sido el dispar destino de las tradiciones nacionalistas,
progresistas y de izquierda, que se reconstituyeron en Latinoamérica y
declinaron en los países árabes. La expectativa de una recuperación de ese
legado bajo el impulso de la primavera no se verificado. Al contrario, las
organizaciones político-religiosas conservadoras han consolidado su predominio,
en desmedro del laicismo antiimperialista[22]..
En América Latina la derecha actúa a través de
los medios de comunicación, los partidos y el dinero. La iglesia católica ha
perdido fieles y compite con una multitud de sectas evangélicas. No existe
ninguna fuerza regresiva a escala regional comparable con el enraizamiento logrado
por la Hermandad Musulmana[23].
Esta disparidad de caminos se expresa en la
pujanza de los ideales de unidad latinoamericana, en contraste con el retroceso
que afronta el panarabismo. Esta meta quedó inicialmente golpeada por el
fracasado ensayo de una República Árabe Unida (1957-61), por las derrotas de
Palestina frente a Israel y por la decadencia del Baath. La guerra actual en
Siria refuerza esta regresión. Existen algunos síntomas de resurgimiento del
nasserismo, pero todavía no indican una tendencia y están muy lejos de
cualquier proceso latinoamericano conectado al ALBA.
Ciertamente las experiencias nacionalistas de
la segunda mitad del siglo XX legaron más frustraciones que realizaciones en
América Latina. Pero en ningún país se registró la degradación que tuvieron los
regímenes de Argelia, Irak, Libia o Siria.
Esta diferencia se extiende también a la
presencia de la izquierda, que en América Latina logró permanencia a través la
revolución cubana. Esta continuidad ha sido retomada por Bolivia y Venezuela.
La izquierda árabe protagonizó experiencias de gobierno (Yemen) y alcanzó
arraigo (Irak, Siria), pero sufrió traumáticas derrotas y no pudo conservar su
influencia.
En última instancia las diferencias entre
ambas regiones obedecen a condicionamientos históricos muy dispares. La
secularización que conquistó América Latina con las revoluciones de la
Independencia del siglo XIX, nunca fue lograda por el mundo árabe.
Ese proceso permitió forjar estados nacionales
con rasgos modernos de laicismo y relativa separación de la iglesia y el
estado. Las revoluciones burguesas fueron incompletas pero facilitaron una
tradición democrática, que se proyectó a las luchas sociales y a los
movimientos populares de la última centuria. Por el contrario en los países
árabes subsistió la tutela teocrática y los privilegios religiosos-educativos
de los clérigos del Islam. Esta carga torna más compleja la batalla de los
movimientos progresistas[24].
Una
respuesta desde la izquierda
Los debates en la izquierda han sido muy dispares
desde el comienzo de la primavera. Las posturas actuales en torno a Siria
reproducen lo ya discutido frente a Libia. No es sencillo tomar posición frente
a situaciones alejadas de un campo progresista visible.
En Medio Oriente proliferan los grises y existen
formaciones de derecha e izquierda en los bandos en pugna. También abundan las
paradojas y las coincidencias de opuestos. Los nazis de Europa apoyan a Assad
porque son islamofóbicos y varios partidos comunistas lo sostienen, como un
dique de contención de los Estados Unidos.
Pero frente a la inminencia de un bombardeo
hubo total unanimidad en el rechazo a la intervención imperialista. Todas las
corrientes subrayaron que el pueblo sirio debe adoptar sus propias decisiones
sin ninguna interferencia externa. Si Estados Unidos bombardea las
consecuencias serán más adversas para la población. No hay que repetir lo
ocurrido con Noriega en Panamá o con Sadam en Irak. Son los ciudadanos de cada
país y no los marines, quiénes deben juzgar a los tiranos.
Las caracterizaciones acertadas de la
situación siria subrayan que hubo un legítimo levantamiento democrático,
reprimido por el gobierno y copado por los agentes de Estados Unidos y las
milicias yihadistas. Esa usurpación acentuó las tensiones intercomunitarias y
desembocó en una guerra civil sin resultados progresistas a la vista. En estas
condiciones el triunfo de uno u otro, no abriría horizontes de independencia
nacional, democratización o mejoras sociales.
Libia ofrece un antecedente cercano de esta
misma encerrona. Una rebelión inspirada en demandas democráticas fue dominada
por clanes serviles del imperialismo y las empresas petroleras. Gadafi no cayó
como Mubarak o Ben Ali por el descontento popular. Fue tumbado mediante una
operación militar controlada por la OTAN[25].
Una forma de evitar la repetición de ese
desenlace o su opuesto (masacres de la oposición como en Argelia) sería el fin
de las hostilidades, gestado a partir de tratativas concretadas por los
sectores progresistas. Es la propuesta promovida por algunas personalidades y
movimientos sociales embarcados en la campaña por la “Paz con Justicia”.
Trabajan con sectores de ambos campos para alcanzar un alto el fuego y la
apertura de negociaciones. Denuncian la intervención del imperialismo y el peligro
de un desmantelamiento colonial de Siria[26].
Esta iniciativa es totalmente ajena a las
negociaciones que desarrollan Obama y Putin y a las propuestas de la Liga Árabe
o los gobiernos europeos. La paz debe discutirse por abajo, retomando las
demandas democráticas que originaron la crisis actual y reconociendo los
reclamos nacionales kurdos.
Una propuesta de ese tipo fue impulsada por
dirigentes latinoamericanos del ALBA durante guerra en Libia. Denunciaron el
cerco imperial, la zona de exclusión de la OTAN y la acción del espionaje
norteamericano. Promovieron una mediación entre ambas partes, que hubiera sido más
progresiva que el derrocamiento de Gadafi por los agentes del Pentágono.
Frente a Siria estas propuestas han sido
acompañadas en ciertos casos por categóricas actitudes de apoyo al gobierno de
Assad. Especialmente el gobierno de Venezuela realiza visitas de solidaridad y
explicita ese sostén. Esta actitud se explica por la percepción de una amenaza
imperial semejante.
Existen abrumadoras pruebas de las
conspiraciones que impulsan la CIA y el Departamento de Estado, para repetir en
Sudamérica las agresiones de Medio Oriente. Frente a este peligro los gobiernos
del ALBA construyen alianzas internacionales con los adversarios de Estados
Unidos (Rusia, China, Irán), para asegurarse protección defensiva.
Esta estrategia es totalmente comprensible y
legitima, pero no obliga a ningún elogio de Assad. Existen numerosos
antecedentes de alianzas militares y convergencias diplomáticas, que eluden
opiniones sobre los gobiernos involucrados en los acuerdos. Esta omisión sería
particularmente pertinente, frente a un régimen que acumula tantas acusaciones.
Los movimientos sociales, las organizaciones
populares y los intelectuales de izquierda no cargan con las obligaciones que
afrontan los funcionarios de cualquier estado. Tienen la posibilidad de exponer
abiertamente su opinión sobre Siria. Decir la verdad es indispensable para
actuar como militantes solidarios con los sufrimientos de cualquier pueblo.
Pero esta responsabilidad debería extenderse
también a muchos críticos de Evo, Maduro y Fidel, que exigen pronunciamientos
reñidos con las necesidades de defensa que afrontan los procesos
revolucionarios o radicales. Olvidan que no es lo mismo escribir un manifiesto
que confrontar diariamente con alguna amenaza del Pentágono. Si la revolución
cubana ha logrado resistir durante 50 años y Venezuela o Bolivia evitaron la
sangría que padece Medio Oriente, es porque alguien supo actuar con la
inteligencia que no demuestran los objetores.
Dos
posturas erróneas
Algunas corrientes de izquierda estiman que el
levantamiento democrático inicial en Siria se ha profundizado y radicalizado,
hasta convertirse en una revolución popular que tiende a tumbar al régimen.
Asignan un carácter progresista a la dirección de este movimiento, desestiman
la influencia norteamericana y consideran que los yihadistas cumplen un rol
secundario.
Partiendo de esta caracterización promueven la
victoria de la oposición, desechan las convocatorias al diálogo, reclaman el
reconocimiento internacional de los rebeldes como fuerza beligerante y exigen
la entrega de armas a este sector[27].
Pero esta postura es contradictoria con el
rechazo de un bombardeo norteamericano que debilitaría al enemigo a vencer. El
Pentágono es el gran proveedor de las armas pesadas que se solicitan y el
Departamento de Estado es el principal interlocutor, para jerarquizar la
relevancia internacional de la oposición. Varios sectores del establishment
estadounidense toman en cuenta ese rol para motorizar una política más activa contra
Assad.
Se podría alegar que esta coincidencia con el
imperialismo tiende precedentes históricos en movimientos populares, que
concertaron compromisos con las potencias para sostener sus luchas nacionales.
Los irlandeses del IRA aceptaban armas del Kaiser y los maquis franceses
recibían pertrechos de los norteamericanos. ¿Pero la derrota de Assad
equivaldría al desmoronamiento de Hitler? ¿Los marines y los yihadistas se
asemejan a las resistencias europeas en las guerras mundiales?
Es más sensato comparar al grueso de las
milicias de la oposición siria con los kosovares de Europa Oriental, que se
transformaron en agentes OTAN o con los afganos que devinieron en talibanes. La
escalada bélica aumentó la subordinación de esos sectores a sus sponsors
imperiales. Hay muchas discusiones sobre la gravitación de los yihadistas, pero
actúan como fascistas y nunca podrían integrar un campo progresista.
El antecedente libio es muy esclarecedor,
puesto que allí se extinguió la progresividad de los opositores cuando se
situaron bajo la egida de OTAN. Visto retrospectivamente es evidente la
distorsionada idealización que hicieron algunas vertientes de la izquierda de
los denominados “rebeldes”. No sólo fue erróneo reclamar armas para un sector
que ya recibía un arsenal desde Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos, sino
también aprobar la “zona de exclusión” que establecieron las potencias
occidentales sobre el espacio aéreo de ese país[28].
La victoria de la oposición no fue un “triunfo
popular”. Una coalición de fuerzas reaccionarias ganó la partida y reforzó la
gravitación del imperialismo en la zona. Este balance es evidente para
cualquier observador. No lo pueden registrar quiénes adoptan una actitud de
celebración ingenua de cualquier revuelta. Suelen omitir quién sostiene los
levantamientos y cuáles son los propósitos e intereses de su dirección[29].
La postura opuesta considera que la guerra en
Siria es un resultado unívoco de conspiraciones imperiales perpetradas a través
de mercenarios, para socavar a un gobierno tolerante, laico y embarcado en la
continuidad del proyecto panárabe[30].
Otras variantes más atenuadas de esta visión
silencian el problema. Suelen denunciar la intervención del imperialismo,
evitando cualquier mención de Assad, como si se librará una batalla abstracta
sin protagonistas de carne y hueso.
Estas miradas cierran los ojos ante el horror
creado por las masacres de familias indefensas. Al omitir la existencia de
estos hechos o atribuirlos a infiltrados externos se reproduce un viejo vicio
de negación. Esa actitud condujo durante décadas a ignorar los crímenes de
Stalin y propinó un terrible daño a la causa del socialismo.
No tiene sentido edulcorar la imagen de Assad
con fantasiosos supuestos de progresismo. Encabeza un régimen opresivo que
enterró todos los vestigios del nacionalismo antiimperialista. La demonización
norteamericana no debe conducir a reivindicar lo indefendible.
Con esta misma actitud algunos autores
presentaron a Gadafi como un coronel patriótico, que antes de su asesinato
preparaba la radicalización revolucionaria de su régimen[31].
Esta imagen invierte la realidad. El coronel transitaba por un carril opuesto
de compromisos con las empresas petroleras occidentales, para reforzar políticas
neoliberales al servicio de los clanes privilegiados.
La defensa de Asad como reacción a la barbarie
que despliega el imperialismo constituye una inadmisible simplificación. Una
gran variedad de criminales pululan por la escena contemporánea. Los maxi-genocidas
del Pentágono coexisten con los mini-genocidas del mundo árabe.
La reducción de complejos procesos políticos a
una simple oposición entre dos campos impide entender lo que está ocurriendo.
El ultimátum de “estar con uno u otro” termina generado el desprestigio de la
izquierda. Es la mirada binaria que condujo a aceptar la invasión rusa a
Checoslovaquia o la represión de Tian An Men. La acción criminal de los
talibanes enfrentados con Washington demuestra que algunos adversarios
coyunturales de Estados Unidos no son mejores que el imperio.
La izquierda no debe callar. Cuando se resigna
a la “Realpolítik” olvida su compromiso con la defensa del derecho básico a la
vida. Con esa renuncia empieza la sutil adaptación a lo que siempre ha
combatido.
Principios,
tácticas y posibilidades
En Medio Oriente las fuerzas reaccionarias
están ubicadas en varios bandos. Actúan con el imperialismo, con ejércitos
represivos y con islamistas conservadores. En ciertas oportunidades predomina
la asociación entre estas vertientes y en otros casos el conflicto. No hay
someterse al chantaje de optar por alguno de ellos.
Este problema apareció recientemente en
Egipto, cuando los militares se hicieron eco de una demanda democrática y
masacraron posteriormente a los islamistas. No es admisible que la izquierda se
ubique en uno u otro bando. Es tan desacertado defender a un impugnado en las
calles, como avalar los asesinatos de los Hermanos Musulmanes. Este problema ha
generado una fuerte discusión en ese país[32].
Otra falsa opción se planteó en Mali frente a
la intervención francesa. Algunas justificaciones del operativo alertaron
contra los yihadistas y resaltaron la conveniencia de un contrapeso geopolítico
a la presencia norteamericana.
Pero también aquí rige el principio de
respetar el derecho de cada pueblo a resolver sus conflictos sin injerencia
externa. Los yihadistas y franceses son agresores y no artífices de un mal
menor. El secesionismo y las ambiciones imperiales son igualmente nefastos y la
izquierda no tiene porque resignarse a elegir entre opciones regresivas[33].
Ciertamente no alcanzan los enunciados
generales y en cada circunstancia se plantean formulaciones tácticas que
priorizan uno u otro peligro. Frente al inminente bombardeo norteamericano a
Siria tiene evidente primacía la denuncia de esa intervención. En ese momento
la crítica al régimen de Assad debe quedar inscripta en la batalla central
contra el imperialismo.
Conviene recordar que cuando el criminal
Hitler invadió la URSS gobernada por el criminal Stalin, la izquierda se colocó
en el campo soviético, sabiendo que la derrota del nazismo era indispensable
para cualquier proyecto democrático. Lo mismo vale para el ataque de Thatcher
contra Malvinas bajo la dictadura de Galtieri o la invasión norteamericana a
Irak bajo la tiranía de Sadam. Las abstracciones neutralistas son
particularmente inconvenientes en estos casos.
Los tres principios que guían a la izquierda -rechazo
de las intervenciones imperialistas, oposición a los dictadores y solidaridad
con los pueblos sublevados- adoptan formas muy diversas en cada circunstancia.
Estos debates seguramente continuarán, puesto
que el mundo árabe atraviesa una conmoción sin precedentes. Todos los mitos
sobre la pasividad de ciertos pueblos han quedado desmentidos por los
acontecimientos de Medio Oriente.
Se obtuvieron grandes victorias en Egipto y
Túnez, pero el desenlace de Libia marcó un giro hacia la contraofensiva
derechista. Esta arremetida se ha extendido a Siria y la reacción ensaya varios
caminos para sepultar los anhelos populares. Pero El Cairo y Estambul han
demostrado que la batalla continúa.
Medio Oriente afronta un contradictorio
escenario de luchas y tragedias. La primavera ha devenido en un duro otoño y
puede desembocar en un invierno imperial o talibán. Pero el resultado permanece
abierto y en muchos lugares se avizoran despuntes de un verano democrático. Hay
esperanzas y posibilidades de alcanzar esa estación.
Resumen
La suspensión del bombardeo a Siria ilustró la
oposición que enfrentan las agresiones imperialistas. Pero Estados Unidos
mantiene su propósito de destruir a un régimen adversario, impedir el
resurgimiento de Rusia y frenar el desarrollo nuclear de Irán. No puede repetir
Libia en una región que concentra complejas disputas geopolíticas.
Arabia Saudita y Qatar sostienen otro eje
reaccionario, mientras Israel consolida la desposesión del pueblo palestino.
Los yihadistas cumplen un papel análogo al fascismo y son enemigos de la unidad
antiimperialista árabe.
La revuelta democrática en Siria se ha
transformado en un desangre manipulado por potencias rivales. Esta involución
tiende a repetir lo ocurrido en Irak o Argelia. Las destrucciones imperiales,
confesionales y estatal-militares permiten remodelar la estrategia
norteamericana. Pero la primavera recobra vitalidad en la oposición a la
islamización forzosa que ha irrumpido en Egipto, Turquía y Túnez.
Existen semejanzas con América Latina en los
efectos del neoliberalismo, las dictaduras y la dominación extranjera. Pero el
predominio confesional y el declive del nacionalismo radical y la izquierda
reflejan experiencias políticas y condicionamientos históricos muy diferentes.
La guerra en Siria carece de horizontes
progresistas y las campañas por una “Paz con Justicia” aportan una salida. Las
obligaciones diplomáticas que enfrentan los gobiernos no se extienden a los
movimientos sociales.
El antecedente de Libia demuestra cuán erróneo
es el apoyo a los “rebeldes” o al régimen. No existen sólo dos campos en
disputa. La primavera ya ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un
invierno imperial. Pero también despuntan perspectivas de un verano
democrático.
Bibliografía
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Notas
[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro
del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz
[2] Luttwak Edward, “In Syria, America Loses if Either Side Wins,” New York Times, 24-8 2013. También: Alba
Rico Santiago, “La intervención soñada”,
www.cuartopoder.es,
31/8/2013.
[3]Almeyra Guillermo, “Antes que sea tarde”,
www.jornada.unam.mx, 01/09/2013.
Cinatti Claudia, “La primavera árabe” y el fin de la ilusión democrática
burguesa”, Izquierda n, 3, septiembre 2013.
[4] Ver: Achcar Gilbert, “Toda la región está en ebullición”
A l´Encontre kaosenlared.net,/ 09/02/2013. Achcar Gilbert, “Ou
en sont les revolutions”, Inprecor decembre 2011-janvier 2012. También Alba Rico Santiago, “A un año del
inicio de la revuelta. Todo es posible salvo la revolución”, www.rebelion.org, 18/03/2012.
[5]Ver: Rousset Pierre, “Le Pakistán, théatre de
guerres”, Inprecor 573-574, mai-juin 2013. Caillet Roman, “Relativizar la
importancia del fenómeno yihadista”, www.abacq.org,
20-11-2013
[6]Ver: Zoghlami Jalel Ben Brik, “Les
mobilisation peuvent affablir ou meme remettre en cause le gouvernement”,
Inprecor 590, fevrier 2013. Alba Rico Santiago, “Túnez: territorio yihadista”, www.aporrea.org/internacionales, 26/05/201.
[7]Ver: Pappé Ian, “La solución de dos estados
murió hace una década”, ariaenpalestina.wordpress.com,15/9/13.
Salinguer Julién, “Análisis de la situación”, A L´Encontre, 16-11-2012. Nuestra
visión en: Katz Claudio, “Argumentos pela palestina”, Revista Outubro, n
15, junio 2007, Sao Paulo.
[8] Assaf Adiv, “Israel mondialise”,
Warschawski Michel, “Faire Le lien”, Inprecor juillet, aout-septembre 2011.
[9]-Saadi Elias, “Elementos de análisis”,
Socialismo o Barbarie, 07/09/2013
www.sobhonduras.org/index.php
[10]-Naisse Ghayath,
“Une revolution en marche” Inprecor juillet, aout-septembre 2011.
[11]Almeyra Guillermo, “El Ben Bella revolucionario que conocí” www.jornada.unam.mx/ 15/04/2012
[12]Naba René, “Diez años
después de Irak”, www.vanguardiaps.com.ar, 11/09/2013
[13]García Gascón Eugenio, “Siria camino a la
partición”, brecha.com.uy,
1-9-2013
[14]Ver: Ramonet Ignacio “¿Qué hace Francia en
Mali?”, www.rebelion.org 02/02/2013. Amin
Samir “Mali, Janvier 2013” www.legrandsoir.info/
09/02/2013
[15]Ver: Gelman Juan, “Robotizando la guerra” www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/
09/02/2012. Engelhardt Tom, “Washington, capital de la guerra”, www.elpuercoespin.com.ar 30/07/2013.
[16] Nuestro enfoque general
en: Katz Claudio, Bajo el imperio del
capital. Edición argentina, Luxemburg, diciembre de 2011
[17] Amin Samir “Egipt
to day: the challenges for the democratic popular moviment”, 24-8-2013
samiramin1931.blogspot.com. Fuentes Pedro, “Triunfo o derrota de la
primavera árabe”,
www.redaccionpopular.com,
04/07/2013. Kahairy Chedid, “Coup de force des fréres musulmans et réactiones
popoulaires”, Inprecor 590, janvier 2013.
[18]Ver: Rodríguez Olga, “Turquía”, eldiario.es,
6-6-2013. Kurkcigil Masis, “Apres la revolte”, Inprecor 595-596.
[19]Ver: Mohamed Hasan, “Entrevista” responsable
de relaciones exteriores de PYD luchainternacionalista.org
08/05/2013
[20]Alba Rico, “Túnez funeral, resurrección,
peligro”, Rebelión www.rebelion.org,
09/02/2013.
[21]Ver: Petras James, “Las raíces de las
revueltas árabes y lo prematuro de sus celebraciones” www.rebelion.org, 06/03/2011.
[22]Ver: Tariq Ali, “Os movimentos dos jóvenes
indignados”, noviembre 2011 www.cubadebate.cu Noticias,
30/11/2011
[23]Ver: Guerrero Modesto, “La cruzada de un Papa
feliz y preventivo”, www.kaosenlared.net,
10/06/2013.
[24]Un análisis muy completo en: Amin Samir, El
mundo árabe: raíces y complejidades de la crisis, Ruth. La Habana, 2011.
[25] Matteuzzi Maurizzio, “La primavera murió en
Libia”, www.pagina12.com.ar, 22/10/2011
[26]Ver: Houtart Francois, “The Syrian conflicto: analysis and
reflections” www.iaen.edu.ec,
31/05/2013. También Armanian Nazanin, “Seis propuestas
para la paz”, www.aporrea.org/, 08/09/2013.
[27]Ver: Izquierda Socialista, “Repudiemos la intervención imperialista”, www.izquierdasocialista.org.ar/comunicados/db/332.htm 29/08/2013.
[28]Este balance en:
Selfa Lance, “Revolution, US intervention and the left”, socialistworker.org, 29/03/201
[29] Este problema en:
Castillo José, “El pueblo libio está terminando con la dictadura”, argentina.indymedia.org, 23/08/2011.
[30]Thierry Meyssant, www.voltairenet.org/article169438.html
15/04/2011. Gómez Abascal Ernesto, “Siria Continuación de
la guerra”, www.rebelion.org,
20/03/2012. Otoni
Pedro, “Doctrina Obama y la guerra en Siria” www.telesurtv.net
09/11/2012. Escobar Pepe, “Por quién doblan las campanas. Siria resiste
a Washington”, www.voltairenet.org/ 01/01/2013
[32] Ver: Cruz Alberto, “El suicidio de la
izquierda árabe” www.nodo50.org
15/08/2013
Alba
Rico Santiago, “Todos en contra de la democracia” ,www.aporrea.org/internacionales 09/09/2013.
[33] Ver debate entre; Amin Samir “Mali, Janvier
2013” www.legrandsoir.info/ 09/02/2013, -Amin Samir “Repond sur le Mali” www.m-pep.org 04/02/2013,
Drweski Bruno, Page Jean Pierre, “Mali gauche proguerre et
recolonisation”, www.legrandsoir.info/
09/02/2013 -Martial Paul, “Sobre el apoyo de Samir Amin a la
intervención francesa” www.kaosenlared.net/.
04/02/2013. También
CADTM África condena
la intervención Mali,
cadtm.org/L 31/01/2013