El largo período de contra-reforma liberal que se inició en
los años 1980 en Francia, su aceleración tras el estallido de la crisis en
2008, las políticas de austeridad y la demolición social emprendida por el
gobierno socialista de Hollande han deconstruido y desmantelado el contenido de
esta "excepcionalidad francesa". No se trata de un hundimiento, sino
de una deconstrucción, de un desmantelamiento progresivo.
Los cambios socio-económicos
Las políticas de austeridad impulsadas estos últimos años no
son unas políticas de austeridad al uso, sino que tienen una dimensión mucho
mayor. Su objetivo es doble: el primero, liquidar lo que aún queda del
"modelo social francés", que las clases dominantes consideran como
uno de los principales obstáculos para la competitividad francesa. El segundo,
reorganizar la sociedad, pasando de la "generalización de la economía de
mercado a la sociedad de mercado", privatizando, desregulando y
precarizando la vida económica y social. De ahí que la "reforma del
mercado laboral", con la modificación de la legislación laboral, se sitúe
en el centro de la desregulación de las relaciones sociales, con el objetivo de
debilitar la fuerza de los asalariados y asalariadas y reforzar a la patronal.
Estas políticas se dan en un contexto de desempleo masivo (prácticamente el 20%
de la población activa), de una reducción del poder adquisitivo en base a la
congelación de los salarios y de las pensiones, un incremento significativo de
los impuestos y la explosión de la precariedad.
Las políticas de recorte de gastos sociales, de las
dotaciones a las colectividades territoriales (municipios, mancomunidades…), de
recortes en la sanidad y en la educación pública agravan las condiciones de
vida de las clases populares. La política de ayudas y subvenciones fiscales a
la patronal configuran una transferencia de las rentas salariales a las rentas
de capital de decenas de miles de millones. Cierto, los efectos de la crisis no
son tan graves como en Grecia, Portugal o España. Francia continúa siendo la 6ª
potencia mundial, y mantiene una posición importante en el mercado mundial y
dispone de colchones para amortiguar los efectos de la crisis, pero los efectos
de las políticas de austeridad son devastadores. La recuperación económica que
conoce Europa y Francia no se traduce en creación de empleo ni en incremento
del poder adquisitivo. En determinados suburbios y barrios, las clases
populares viven un proceso de empobrecimiento e incluso de descomposición
social. A las políticas de austeridad se le suman las derivas autoritarias: en
nombre de la política antiterrorista, se ponen en cuestión derechos democráticos
fundamentales. Asistimos a una situación en la que la izquierda [en el poder]
atenta contra libertadas como no se conocía en Francia desde la guerra de
Argelia.
A esta crisis económica y social se le añade la crisis
política, porque es la izquierda (el Partido Socialista-PS) quien agrede a los
trabajadores y trabajadoras, con una pérdida importante de su base social, y su
apoyo político y social es muy estrecho.
La transformación burguesa del Partido Socialista
El año 2012, los socialistas llegaron a ocupar todos los
poderes institucionales: Presidencia de la República, mayoría en la Asamblea
Nacional, en el Senado y en las principales ciudades y departamentos, así como
en todos los gobiernos regionales. Hoy en día lo han perdido todo o casi todo.
En las últimas elecciones departamentales, en las que la abstención se ha
situado casi en el 50%, el PS, con el 21 % de votos, ha quedado relegado a
tercera fuera, tras el Front National
(FN) con el 25 % y la derecha conservadora con el 29 %. De los 280 000
adherentes que tenían en el año 2006 ha pasado a 130 000 en 2014. Y de cara al
último congreso sólo han votado 70 000. Pero el PS no está en proceso de pasokización. [Se refiere al PASOK, siglas del Partido Socialista griego] Aún
cuenta con más del 20 % de sufragios. No se ha hundido. Francia no es Grecia.
Ni el nivel de la crisis es igual en ambos países. Pero asistimos a un
debilitamiento considerable del PS y, sobre todo, a un profundo cambio de
naturaleza de este partido. Se da lo que podríamos llamar una aceleración en la
transformación burguesa de la socialdemocracia. Un proceso que viene de lejos,
pero que ahora se acelera. Esta transformación se manifiesta a través de una
integración sin precedentes del aparato de la socialdemocracia en las cúpulas
del Estado y de la economía global. Los partidos socialistas han pasado de ser
"cada vez menos obreros" y cada vez "más burgueses". La
brutalidad de las políticas neoliberales impulsadas por la socialdemocracia
socava sus bases sociales y políticas.
Al respecto, algunos teóricos del PS en Francia -quienes
animan el "Think tank" Terra
Nova- han concluido que es necesario modificar los objetivos sociales de la
socialdemocracia. Los obreros, los empleados y los técnicos deberían ser
reemplazados por los cuadros, los profesionales liberales y las capas
superiores del proletariado. Es decir, habría que "cambiar de
pueblo". La composición de sus órganos de dirección también ha sufrido
cambios: los enseñantes, los burócratas sindicales, los abogados (los "taberneros"
que decía Trotsky) han cedido la plaza a los diplomados en la Escuela Nacional
de la Administración, a tecnócratas y a financieros. Hasta el punto que los
partidos socialistas padecen una especie de pérdida de vitalidad, una ruptura
con partes enteras de su historia. Los adherentes son reemplazados por
profesionales de la política: electos y asistentes de electos. Las políticas de
la Unión Europea (UE) han agravado esta transformación cualitativa. Bajo
diferentes formas, los partidos socialistas se transforman en partidos
burgueses. ¿Quiere esto decir que se convierten en partidos burgueses
asimilables a los existentes? De ninguna manera: la existencia de la
alternancia [en el gobierno] exige que los PS definan sus diferencias con el
resto de partidos burgueses. Por su origen histórico, continúan vinculados al
movimiento obrero, pero estos vínculos ya no son más que trazos que se van
borrando en la memoria de los militantes. No obstante, este hecho hace que
surjan contradicciones y oposiciones en el seno de esos partidos que pueden
guardar cierta relación con el "pueblo de izquierda", aún cuando cada
vez sean más distendidas. Si esta transformación cualitativa va hasta el final,
transformará a estos partidos en "partidos demócratas a la
americana".
Esta transformación burguesa neoliberal -neoliberal es más
correcto que social-liberal, porque ya no queda casi nada de social en esta
evolución de la socialdemocracia- ya ha cristalizados, pero las corrientes más
a la derecha de los Partidos socialistas la consideran aún insuficiente. Por
ejemplo, en Francia Manuel Valls (Primer ministro del Presidente François
Hollande) ha declarado en varias ocasiones que "es preciso acabar con todas las referencias
social-demócratas". Emmanuel Macron, banquero y Ministro de Finanzas
de Hollande, ha ido más allá llamando, también, al "abandono de todas las veleidades de izquierda". Lo que
quieren es transformar el proceso actual en una tendencia definitiva que acabe
con el Partido socialista. Es una hipótesis que se puede confirmar en el PS en
caso de una nueva debacle en las presidenciales del 2017. Actualmente, las alas
derecha del PS están a la ofensiva y es necesario constatar que frente a
quienes desean ir a marchas forzadas hacia una transformación neoliberal, los
distintos sectores que se les oponen no renuevan los lazos con un reformismo
clásico ni, mucho menos, con las ideas de las corrientes históricas de
izquierda de la social-democracia. Sólo corrigen las aristas más áridas de las
políticas neoliberales. Los dirigentes de la oposición interna en el PS votaron
a favor del "Pactos presupuestario europeo" (el Tratado para la
estabilidad y la gobernanza en Europa, de marzo de 2012). También votaron a
favor del ANI (Acuerdo sobre la competitividad y el empleo) - desregulación del
código laboral-, así como la prolongación de la edad de jubilación. Los años de
contrarreforma neoliberal y retroceso que ha conocido el movimiento obrero en
Europa se deben a ello. El horizonte de quienes en el seno de los partidos
socialistas se oponen a las "traiciones" más flagrantes respeta el
marco fundamental de las políticas neoliberales.
La ofensiva de la derecha y de la extrema derecha
Esta política le condujo a la derrota electoral al PS. Ahora
mismo son la derecha y la extrema derecha quienes están a la cabeza. Siempre es
arriesgado embarcarse en predicciones, pero lo más probable es que para las
próxima elecciones presidenciales de 2017, el segundo turno se dispute entre el
candidato de la derecha y Marie Le Pen [extrema derecha]. El candidato
socialista será eliminado en el primer turno. Sólo puede confiar en que Sarkozy
caiga víctima de los "procesamientos judiciales" o que la derecha se
divida y no llegue al segundo turno. Estas divisiones son un problema real para
la derecha francesa. Como en casi todos los países europeos, está creciendo,
pero en Francia se topa con un Front National que pesa mucho -25%- sobre la
derecha tradicional y la divide. Esta derecha está atravesada por grandes
corrientes. Una de ellas es la encarnada por Sarkozy, que busca votos en el
espacio político del FN "para contenerle y recuperar electores". Por
otra parte, en una serie de regiones asistimos a una porosidad real entre el
electorado de la derecha y de la extrema derecha. La derecha retoma las
temáticas racistas y autoritarias de la extrema derecha. También existe una
corriente de derechas y del centro que mantiene sus distancias con los temas
del FN. Ambas corrientes, a diferencia del FN, se sitúan en el marco de la UE.
Hasta ahora, la derecha ha logrado contener el avance de la extrema derecha,
pero ¿hasta cuándo?
El Front Nacional, por su parte, ocupa ya un lugar central
en la vida política. Con el 25 % de votos, está enraizado. Actualmente cuenta
con un electorado popular. A fecha de hoy, la cuestión es cuáles serán las
consecuencias de la crisis en su dirección y en la familia [referencia al
conflicto abierto entre el fundador Jean-Marie Le Pen y su líder actual, Marie
Le Pen], ya que en estos momentos la crisis política global afecta también al
FN. Una crisis que deja al descubierto intereses de clanes, de camarillas,
conflictos financieros, etc., pero que también es la expresión de un conflicto
político interno. El FN no es un partido fascista asimilable a los de los años
30. No estamos en los años 30. Su dirección tiene un origen fascista, sus
temática nacional-socialistas retoman los temas tradicionales de la extrema
derecha: la preferencia nacional y racismo anti-inmigración y anti-musulmán
constituyen el núcleo duro de su política. Pero no es un partido fascista. De
la misma forma que no es un partido burgués como los otros. Con el 25 % se ve
confrontado al problema del poder. Y todo indica que en su seno asistimos a un
debate violento: por una parte, está el viejo Jean-Marie Le Pen, para quien el
acceso al poder está relacionado con el hundimiento del sistema y su
sustitución por un movimiento nacionalista- y, por otra, tenemos una
estrategia, actualmente mayoritaria en el FN, en torno a Marie Le Pen, cuyo
objetivo es conquistar posiciones en el marco del sistema para hacer explotar a
la derecha tradicional y así poder subordinar a una parte importante de la
misma. Pero no se trata de un proyecto a lo Gianfranco Fini, (que salido del
Movimiento social italiano y creador de la Alianza Nacional en 1995, se sumó al
partido de Berlusconi -de quien fue ministro en su segundo y tercer gobierno-,
El Pueblo de la Libertad, antes de romper con el en 2010).
La mayoría del FN no es partidaria de alianzas en las que
estaría en una posición subordinada. Sus dirigentes quieren quebrar a la
derecha y ocupar su lugar. Debido a ello se encuentran en un impasse, porque
sin alianzas no pueden traspasar un determinado umbral a no ser que la crisis
se agrave y que la derecha tradicional explote. Por el momento, la derecha
contiene esa presión, pero ¿hasta cuando? Más allá de estos fenómenos
electorales, lo preocupante es la profunda modificación que sufre la sociedad
francesa. Todo un sistema de representación social, cultural, ideológico está
en vías de explotar: el individualismo a ultranza, el rechazo a la solidaridad,
el racismo, la islamofobia, el antisemitismo, la guerra de los pobres contra
los pobres y la denuncia histérica de las políticas "asistenciales".
Hace algunos años el PCF utilizó una fórmula para calificar el ascenso del los
fenómenos reaccionarios: "la sociedad gira a la derecha". Se puede
discutir lo acertado de la fórmula, pero asistimos a un movimiento de ese tipo.
Por ello, si las manifestaciones del 15 de enero [tras los atentados de Paris
contra "Charlie" del 7 de enero] suscitaron una reacción democrática
y humanista de varios millones de personas en las calles del país, eso no se ha
traducido en un descenso del racismo. Las reacciones ante la gente migrante,
favorecidas por la actitud de los gobiernos y de la Unión Europea, que nos
muestran los sondeos de opinión son bastante preocupantes. Ponen de manifiesto
el grado de "inhumanidad" que afecta a sectores completos de la
población.
Pistas para una alternativa anticapitalista
"¿No queréis
clases, ni su lucha? Tendréis plebes y las multitudes desorganizadas. ¿No
queréis pueblos? Tendréis jaurías y tribus. ¿No queréis partidos? ¡Tendréis el
despotismo de la opinión!" – Daniel
Bensaïd, Elogio de la política profana.
Es en este contexto en el que se encuentra el movimiento obrero: el de una degradación de la relación de fuerzas. Los índices de la lucha de clases van hacia abajo. En Francia nos encontramos en uno de los puntos más bajos desde los años 1960. Los efectivos de los sindicatos y de los partidos de izquierda -de todas las tendencias, sin exclusión- descienden. La CGT (Confédération Générale du travail), primer sindicato del país, está inmersa en una profunda crisis de dirección debido a problemas de corrupción. A pesar de ello, la resistencia social continúa existiendo: se dan conflictos en defensa de los salarios, del empleo, manifestaciones en la enseñanza, en el sector de cuidados, movilizaciones ecologistas… Pero hasta el presente, no han logrado poner freno a las contrarreformas neoliberales y a los ataques patronales. Ahora bien, en un contexto en el que todas las vías políticas es institucionales están bloqueadas, se pueden dar explosiones sociales. Pero, como señala la cita de Daniel Bensaïd, el problema es en qué dirección se van a dar esas explosiones. La lucha de clases continúa existiendo, pero quien la impulsa es la patronal. Esto da lugar a resistencias elementales y puede dar lugar a irrupciones sociales de envergadura. El problema es en qué se traducen políticamente en términos de conciencia y de organización. Y en ese terreno, actualmente en Francia tenemos un grave problema.
A diferencia de Grecia o España, y con todas las diferencias
políticas e históricas que existan entre ambas formaciones, aquí no existen ni
Syriza ni Podemos. Desde 1995, hemos asistido a tres experiencias electorales;
y remarco lo de experiencias electorales. En 1995 con Arlette Laguiller y Lutte
Ouvrière; en 2002 y 2007, con la LCR -después NPA- y Olivier Besancenot; y en
2010-2012, con el Front de Gauche y Jean-Luc Mélenchon, que en 2012 obtuvo más
de 4,5 millones de votos. Tres experiencias que nos muestran las
potencialidades de reorganización política a la izquierda de la izquierda (PS),
pero también sus límites y su fracaso. Esto también explica el espacio que ha
quedado libre para el FN. La izquierda radical está cuarteada, de retirada,
dividida en lo que respecta a las relaciones con el PS. El PCF [Partido Comunista francés] logró
recuperar terreno con el Front de Gauche, pero continúa su declive. Cuenta con
menos de 40 000 adherentes. Y, sobre todo, no acaba de romper con la dirección
del PS. Es cierto que rechaza el neoliberalismo de François Hollande y Valls,
pero continúa dispuesto a relanzar una "unión de izquierdas" con los
Verdes y las corrientes críticas del PS que votaron las principales
contrarreformas del gobierno. Mélenchon ocupa una posición más a la izquierda
del PS, más delimitada. Pero algunas de sus posiciones están impregnadas de una
nacionalismo anti-alemán o de simpatías por Putin -en el conflicto ucraniano-,
que complican las condiciones para discutir de una alternativa política. ¿Cómo
construir una alternativas social y política anticapitalista? Estamos
confrontados a la dificultad de evitar los tics sectarios y la adaptación a las
fuerzas reformistas de la izquierda dominante. Vamos a tratar de plantear
algunas pistas:
* Impulsar luchas y movilizaciones sociales, tratando de lograr victorias parciales en torno a problemas sociales; en concreto en torno a los salarios, terreno en el que en el último período asistimos a una serie de luchas. La lucha democrática contra todos los racismos como contra el FN -en particular contra los efectos de las políticas discriminatorias en los pueblos en los que controla la municipalidad- tiene que ser un marco de intervención militante. Participando en las nuevas configuraciones de los movimientos sociales: no sólo en las fábricas, sino en el espacio urbano, en las plazas, en las ocupaciones. En los años 1990, Daniel Bensaid, nos ponía en guardia contra la "ilusión social" que subestimaba las cuestiones políticas. Hoy en día, aún cuando busquemos puntos de apoyo en los espacios políticos e institucionales, hay que curarse de las "ilusiones político-electorales" y recordar que todo proceso de transformación radical se debe apoyar en la auto-emancipación y autoorganización de los trabajadores y trabajadoras, en su acción directa.* Desarrollar una política unitaria, tanto en las luchas como en la acción política para buscar la convergencia de todas las fuerzas que rompen con el PS. Es una cosa importante. En una situación de rechazo al PS confusa, es necesario avanzar al mismo tiempo tanto un programa de urgencia contra la austeridad en una perspectiva anticapitalista como definir una línea de ruptura clara con el PS, incluso aunque resulte difícil.* No tenemos experiencias del tipo de Syriza o Podemos -si bien, no hay que olvidar que estos dos fenómenos no son idénticos- pero hay una idea fuerte: la necesidad de reconstruir un movimiento social y político, nuevo, exterior a las viejas organizaciones tradicionales del movimiento obrero, una nueva representación política. Esto pasa por una serie de acciones y de debates unitarios a los que no siempre hemos estados atentos y que los sectarios los rechazan.
Para concluir…
La combinación de la larga marcha de la contra-reforma
neoliberal iniciada a finales de los años 1970 -agravada con la crisis de
2008-, los desastres del estalinismo, los efectos del "balance del
siglo" para el movimiento obrero (de todas sus tendencias), la
reorganización muy parcial de un nuevo movimiento, sus diferenciaciones, sus
fragmentaciones… todo ello conforma el final del movimiento obrero histórico.
Esto tiene relación con el fin de un tipo de capitalismo que modeló ese
movimiento obrero durante décadas y con el fin de una determinada época. No con
el fin de la lucha de clases, que continua, pero que producirá nuevas
expresiones, nuevas organizaciones, combinando lo viejo y lo nuevo. Por tanto,
en una coyuntura de degradación de la relación de fuerzas pero, sobre todo, en
un período histórico transitorio, inestable, entre una situación que "ya
no existe" (el capitalismo de la postguerra, el movimiento obrero del
siglo pasado) y otra "que aún no se ha configurado" de amplias luchas
con efectos políticos, es necesario participar en la reconstrucción y,
sobretodo formar parte de las nuevas experiencias de construcción de
movimientos sociales y políticos.
http://www.vientosur.info/ |