Alan Moore ✆ Neil Davidson |
La creación no solo nos equipara a los dioses, sino que nos
convierte en ellos. Moore rescata las viejas e inevitables pretensiones humanas
de inmortalidad y de trascendencia para plasmarlas en sus obras a través de sus
personajes, valiéndose de recursos que a menudo han sido marginados o ignorados
por buena parte de la filosofía occidental.
La inmateria de Promethea, el cielo azul de La Cosa del pantano o el erotismo mágico de Lost girls, son solo algunos ejemplos de los intentos de Moore por acercarnos a otros planos de la realidad a través del arte, de la imaginación o de nuestras propias pulsiones y deseos, elementos repudiados en gran medida por el academicismo tradicional como elementos portadores de conocimiento sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea.
La inmateria de Promethea, el cielo azul de La Cosa del pantano o el erotismo mágico de Lost girls, son solo algunos ejemplos de los intentos de Moore por acercarnos a otros planos de la realidad a través del arte, de la imaginación o de nuestras propias pulsiones y deseos, elementos repudiados en gran medida por el academicismo tradicional como elementos portadores de conocimiento sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea.
Nietzsche
Son muchos los que han señalado la influencia de Nietzsche
en la construcción de los personajes y situaciones desarrolladas en la obra de
Moore. Los conceptos nietzscheanos de superhombre o de voluntad
de poder, así como la preeminencia en muchas ocasiones del nihilismo o
las posiciones que se sitúan más allá del bien y del mal, están presentes
en muchos de sus personajes más emblemáticos.
El Doctor Manhatan es una personificación de aquel nuevo
hombre que ha sido capaz de llevar a cabo la transmutación de valores de la que
habla Nietzsche, superando la decadencia propia de los principios occidentales
transmitidos por la tradición; Rorschach oscila entre la ambivalencia propia de
los dos tipos de nihilismo estudiados por Nietzsche, poniendo de manifiesto
problemáticas filosóficas actuales como el concepto de máscara, analizado por
otra parte, por estudiosos de Nietzsche de renombre como el postmoderno Gianni
Vattimo, o cuestiones como la construcción del artificio, la vía hacia la
deshumanización o el malestar ante la cultura y la civilización edificadas,
problemas analizados desde el estructuralismo, el psicoanálisis o la
postmodernidad, entre otras corrientes de pensamiento; y la Cosa del Pantano se
ubica más allá del bien y del mal, en un plano donde el Ser es
fruto de una interacción perfecta entre conciencia vital y naturaleza.
Pero a pesar de todos estos paralelismos existentes entre
los conceptos fundamentales de la filosofía de Nietzsche y algunos de los
personajes de Moore, puestos de relieve por muchos expertos, es poco
habitual referirse a la relación que guardan entre sí las ideas (de digno
calado filosófico) que nuestro autor plasma a través de sus obras, y la
auténtica visión de la filosofía que defiende Nietzsche.
No en vano, el filósofo alemán critica duramente el llamado paso
del mito al logos, didáctica expresión a través de la cual se nos explica de
manera superficial en demasiadas ocasiones, el inicio de la filosofía
occidental. Y denuncia precisamente todo lo que encierra esta célebre expresión
porque el logos hace referencia habitualmente a un modelo determinado
de filosofía, concretamente a la occidental, cuyos parámetros para identificar
qué pensamientos o ideas son dignas de calificarse como filosóficas, desprecian
por lo general, facultades o cualidades humanas que nos conducen legítimamente
al filosofar, pero que desgraciadamente no forman parte del corpus
doctrinal que la tradición ha considerado auténtica filosofía.
Para Nietzsche, la verdadera filosofía, aquella connatural
al ser humano, aquella que no se aprehende a través de los libros y los
manuales, aquella que forma parte de nosotros mismos, de nuestra consciencia y
de nuestra inconsciencia, poco tiene que ver con el concepto que encierra el logos y
con la sistematización que ha hecho Occidente del pensar.
Filosofía es ante todo, libertad, es despliegue de nuestro
espíritu, de nuestro interior, a través del mundo, a través de lo que nos
sorprende, lo que admiramos, lo que nos conmueve. Por eso para Nietzsche, la
filosofía es arte, es poesía, es instinto, es deseo, es locura, es imaginación,
y no podemos limitarla por la palabra, por el lenguaje, en cuya trampa estamos
todos habitualmente abocados a caer.
La filosofía necesita expresarse a través de los medios que
tradicionalmente han sido vetados por la tradición, quizás demasiado temerosa
de descubrir a la humanidad el auténtico potencial de nuestra mente, de nuestra
conciencia, de nuestro mundo interior.
La filosofía, y con ella la metafísica, su más alta
expresión, han estado relegadas a un sistema de categorías, de
principios, de primeros principios, sobre los que solo unos cuantos
privilegiados a lo largo de su historia en Occidente, han podido reflexionar
construyendo, a su vez, otros sistemas, encerrando las ideas bajo nuevos
conceptos, ciñéndose al paradigma determinado, con las matizaciones propias de
cada etapa y corriente filosófica, desde sus inicios occidentales en la Grecia
clásica.
Filosofía de la sospecha
Nietzsche rompe en cierto modo con esa tendencia
sistematizadora y explora otros mecanismos para acercarse al Ser, como diría Heidegger,
distintos de los empleados por las doctrinas que nos habían enseñado. Y no solo
con Nietzsche la filosofía adopta nuevas perspectivas, abriéndose al mundo
real, sino que también Marx y Freud contribuyen a esta labor, cada uno desde su
campo de estudio y sus intereses, conformando lo que conocemos como Filosofía de la sospecha, sospechas y
recelos que se vierten sobre esas tradiciones de las que hablamos y el modo en
que nos han sido transmitidas.
Gracias a estos pensadores que cuestionaron tanto el
concepto de filosofía tradicional como el papel que esta había jugado hasta
entonces en nuestra historia, la filosofía comienza un nuevo camino en
que el puede expresarse a través del arte, de la literatura, de la música (1),
y de las actitudes que nos conducen a manifestar nuestro mundo interior a
través de ellas.
Alan Moore se sirve de todos estos elementos que el
pensamiento occidental había marginado, para expresar a través de ellos las
inquietudes y reflexiones que han acompañado al ser humano desde sus orígenes.
Adopta el concepto de filosofía defendido por Nietzsche, y
la identificación de la misma con la pasión, con la locura, con la magia,
como diría el propio Moore, para manifestarla a través de la imaginación, de lo
inmaterial, como ocurre con Promethea,
a través del mundo del inconsciente, o de lo transconsciente podríamos decir,
como también queda de manifiesto a lo largo de la saga La cosa del pantano,
e incluso explora el instinto de libertad del que muchos pensadores aseguran
está dotado el ser humano, en V de
Vendetta, donde analiza desde una óptica crítica los sistemas de poder que
de un modo más o menos explícito invaden nuestro mundo actual, para poner de
manifiesto la necesidad natural de la ciudadanía de rebelarse contra la
opresión, haciéndolo en este caso a través de un personaje cuyo poder no es el
de los más emblemáticos superhéroes de los cómics clásicos, sino uno más
importante si cabe que el que poseen todos ellos: devolver al pueblo la
consciencia de sí mismo que el sistema se encargó de arrebatarle (2).
V de Vendetta representa
en este caso, a esa filosofía de la
sospecha más crítica con el orden establecido, pero también a otras
corrientes de pensamiento que siguieron esa estela en el S.XX, como la Escuela
de Frankfurt, cuyos principales representantes se esforzaron por transmitir a
la ciudadanía un espíritu crítico que el capitalismo se estaba encargando de
hacer desaparecer a través de diferentes mecanismos (3). Y esa tarea enlaza con
la que lleva a cabo el personaje de V en la obra de Moore, quien encarna
algunos de los más importantes principios anarquistas en su búsqueda de la
libertad individual y colectiva, dotándolos de un carácter épico y romántico,
propio del período decimonónico en el que dicho movimiento se gesta con
relevancia.
Feminismo
Esta crítica a la sociedad desde diferentes
perspectivas, tanto a los sistemas de control y opresión como al abandono de
muchas de nuestras cualidades más primigenias, consecuencia, por otro lado, del
constructo edificado en torno a dichos sistemas, no podía excluir al feminismo
como movimiento y como filosofía impresecindible para la comprensión del
pensamiento crítico.
Por ello, especial atención requiere el tratamiento que de
la figura de la mujer hace Moore en sus obras, donde lleva a cabo una
pretendida revalorización de la misma. Consciente del poder mágico que encarna
lo femenino y sensible al yugo patriarcal al que las mujeres siguen sometidas
en muchos ámbitos de su vida, Moore recupera para sus personajes femeninos la
fuerza, el coraje, la lucha y el placer sexual que el sistema silenció y
eliminó en muchos casos para la mujer, identificándola exclusivamente con la
debilidad y la subordinación.
Una de las situaciones narradas por Moore que mejor expresa
esta condena a la que ha sido sometida la mujer durante milenios es la descrita
en "La maldición", el número 40 de la saga La cosa del pantano. En este caso, se vale de la simbología del
lobo y su relación con la Luna y lo femenino, para expresar la ira contenida de
una mujer que alberga dentro de sí toda una herencia de opresión, manifestada a
través de un inconsciente colectivo que la lleva a recuperar su lugar en el
mundo. La licantropía simboliza la transformación que la mujer lleva a cabo
para desprenderse de los arquetipos que el patriarcado ha creado para conformar
y después corromper el propio concepto de mujer; simboliza la recuperación de
lo que una vez fue la mujer; simboliza la liberación.
"Su rabia, envuelta en sombras, contenida, sin pronunciar. Su boca es una herida roja. Sus ojos, hambrientos... observan la luna..."
El papel de la mujer se magnifica en obras como Promethea, cuyo personaje es erigida en
diosa, heroína y salvadora del mundo, y convertida en puente entre la materia y
la inmateria; Evey Hammond recoge el legado revolucionario en V de Vendetta; Mina Murray es la
auténtica líder en el grupo que componen La liga de los hombres
extraordinarios; las víctimas de Jack el Destripador son tratadas
desde una perspectiva poco convencional en la recreación que Moore hace de
dicha historia en From Hell;
Janni, es digna sucesora de su padre, el capitán Nemo, luchadora, guerrera y
madre abnegada; y por último, por citar solo algunos ejemplos, las
protagonistas de Lost Girls,
invierten los papeles que tradicionalmente los cuentos de hadas y princesas han
asignado a la mujer. Los ya clásicos personajes de Alicia, Wendy y Dorothy
muestran en esta colección erótica la transformación que experimentan desde la
represión a la desinhibición, de la tristeza al disfrute, de la subordinación a
la liberación.
La mujer se convierte en la obra de Moore, en portadora de
todos aquellos elementos mágicos que hacen posible la creación, la
transformación, la conciencia y la inconsciencia que nos traslada a otros
planos de la realidad, y la trascendencia a la que todos aspiramos. Y al mismo
tiempo, encarna de nuevo la crítica a una sociedad, a un mundo que ha excluido
durante demasiado tiempo a sus mujeres de él, por lo que en la obra de Moore, a
través de sus análisis y del tratamiento que hace de las situaciones y los personajes,
se intuye la urgencia de transformación e inversión, incluso, de los valores,
principios, actitudes y comportamientos que han contribuido a crear el mundo
"moderno" que habitamos en la actualidad.
Magia
"En el principio era la magia. Los reinos de lo invisible y lo visible se fundían en una misma realidad. Bailaban un mismo vals: el vals de la totalidad. Todo pertenecía a un mismo conocimiento. Las estrellas habían descendido a la tierra y la tierra ascendido al confín de los cielos. Hombres y mujeres, a través de complejos sistemas de creencias, buscaban a su alrededor las claves para descifrar su propia existencia (...). Las deidades existían porque creían en ellas..." (4).
En 1993, al cumplir cuarenta años de edad, Alan Moore
declara su intención de convertirse en mago, hecho que produjo asombro y
desconcierto en buena parte de sus seguidores, especialmente para aquellos no
familiarizados con el concepto de magia en su sentido más primitivo y
ancestral, tal y como es empleado por Moore.
Para muchos otros, tal declaración solo vino a constatar la
coherencia interna de la relación existente entre un creador y su obra. Así lo
demuestran algunos de sus trabajos anteriores a su conversión definitiva a
la magia, como La cosa del pantano,
donde explora la trascendencia a través del poder de la conciencia vegetal,
identificando a su protagonista con el propio Dios al asumir las cualidades
propias que tradicionalmente le han sido asignadas, como la inmortalidad, la
bondad o la omnisciencia. Pero tales atributos divinos culminan en el poder de
la creación, representado de manera magistral en el número 56 de la saga
titulado Mi cielo azul, donde
movido por un acto de amor infinito, construye un mundo para su amada, a quien
crea a partir de sus propios recuerdos.
Más cercano al Demiurgo platónico en su condición de arquitecto
del mundo, que al Dios bíblico con su creatio
ex nihilo, La cosa del pantano reproduce
en este número el acto mágico por excelencia: la creación, la manifestación del
mundo interior, para acabar padeciendo el horror y la desesperación divina de
la soledad, por lo que su salto al vacío del abismo le acerca de nuevo a una
condición humana de la que ha quedado imbuido, manifestando divinidad y
humanidad en una misma figura.
Y precisamente en la fluctuación entre lo humano y lo divino
se sitúa el número 48 de esta saga, Un nido de cuervos, donde se pone de
manifiesto otra de las grandes influencias en la obra de Moore, inspirándose en
ella para dar forma a la magia ancestral: Castañeda y sus Enseñanzas de Don Juan.
La exploración de otros planos de la realidad y de nuestra
propia consciencia que Don Juan lleva a cabo en las experiencias relatadas por
Castaneda, se reflejan con fuerza especialmente en este capítulo de La cosa del pantano, donde el propio ser
sufre las transformaciones adecuadas para percibir todo aquello que
habitualmente el mundo exterior no nos permite explorar.
Por otra parte, en 1993, el mismo año en que Moore declara
abiertamente su interés por la magia y su intención de dedicarse plenamente al
estudio de la misma, comienza a trabajar en la que sería una de sus obras más
complejas, From Hell, donde bajo
la recreación de los crímenes de Jack el Destripadorcomo trama principal,
subyace una temática repleta de ocultismo, simbología, masonería, toda una
suerte de filosofía y conocimiento solo para iniciados y un concepto
fundamental para intentar comprender nuestro vínculo inconsciente con
determinados lugares, lugares de poder y la energía que estos
desprenden, atrapándonos en ellos, donde no ha lugar para la lógica o la razón
tal como la conocemos y se nos ha transmitido: la psicogeografía.
From Hell representa
un claro ejemplo del camino seguido por Moore desde su conversión a
la magia y su interés por las ciencias ocultas y los conocimientos ancestrales
transmitidos a aquellos preparados para este fin. Y adentrarse en el concepto
de psicogeografía que Moore retoma de otros pensadores y adapta a sus
fines, supone acercarse a todos esos saberes que preservan y guardan los que
han tenido acceso a ellos.
El cuarto capítulo de From Hell hace honor a este fin, descubriendo los lugares de
poder de la ciudad de Londres, donde hace un recorrido por las grandes
iglesias, pilares, santuarios y obeliscos, reservando los grandes significados
a la majestuosa St. Paul, heredera del mismísimo templo de Salomón, y cuya
disposición y situación en absoluto resultan baladíes, sino que está colmada de
historia y de sentido.
Promethea es,
por excelencia, una de las obras que rinde culto con mayor intensidad al
concepto de magia defendido por Moore. Tarot, cábala, materia, inmateria,
demonios, diosas, imaginación, simbología, trascendencia, creación, se funden
en una misma obra, cuyas raíces argumentales se remontan a la ancestral lucha
entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, presentes en cada mito,
cada religión, cada cultura, cada civilización, revalorizando en este caso, el
poder de la mente humana para trascender, para explorar otros planos, para
percibir aquello que no nos es dado a través de nuestros sentidos.
Promethea representa
un viaje hacia nosotros mismos, hacia nuestro propio interior, invitándonos a
descubrir lo que en él habita, lo que todavía perdura como herencia de nuestros
ancestros, de aquellos que aún no habían roto el vínculo con sus mundos.
Aunque sin duda, la obra que compendia de un modo más claro
la visión que Moore tiene de la magia, remontándola a sus orígenes chamánicos,
es Ángeles Fósiles, un estudio acerca del propio concepto de magia en su
sentido más primigenio, escrito en 2002 y publicado en castellano en 2014 por
La Felguera.
En dicha obra Alan Moore acude a los grandes magos y
ocultistas de la historia que de algún modo, han ejercido influencia sobre su
visión del mundo y de la realidad. John Dee, Edward Kelly, Austin Osman Spare,
McGregor Mathers, Eliphas Lévi, Madame Blavatsky o Aleister Crowley son solo
algunas de las referencias a las que se alude en la obra, en cuya estructura
interna no ha de faltar el análisis y la reflexión que Moore lleva a cabo en
torno a la cábala, la alquimia, gnosticismo, masonería, templarios, rosacruces
y toda una suerte de simbología adscrita a ello, solo cognoscible para los
iniciados.
Moore expone a lo largo de la obra la idiosincracia propia
de la magia y las razones por las que esta no debe ser equiparada a la religión
ni tampoco a la ciencia.
"La magia no puede ser nunca una ciencia tal como hoy en día se define "ciencia", es decir, como algo totalmente basado en unos resultados susceptibles de ser repetidos en el seno del mundo material y mensurable. Sin embargo, al confinar sus intereses por completo en el mundo de lo material, la ciencia automáticamente pierde toda posibilidad de hablar del mundo interior e inmaterial que de hecho constituye la mayor parte de nuestra experiencia humana. La ciencia es tal vez la herramienta más eficaz que la conciencia humana ha desarrollado nunca para explorar el universo exterior, y sin embargo ese pulido y sofisticado instrumento de escrutinio se ve lastrado por un mayúsculo punto ciego, que es el hecho de que no puede examinar la conciencia en sí" (5).
Pero sí hay un ámbito propio donde la magia se desenvuelve
con naturalidad, identificándose incluso con él: el arte y con este, la
creación. Volvemos así al inicio de estas líneas, donde hablábamos de la
frontera diluida entre lo humano y lo divino a través de la creación a la que
nos conduce el arte, erigiéndose en un acto mágico y trascendental.
En este punto, Moore retoma de nuevo la filosofía
nietzscheana y su concepción sobre el arte para aplicarla a su propia visión e
identificación de este con la magia. Nietzsche defiende la embriaguez del arte
y del artista, defiende la irracionalidad del arte, la pureza del arte cuando
recorre y exalta lo más profundo de nuestro ser; defiende la magia del arte y
su capacidad, a través de la creación, para acercarnos a lugares
desconocidos de nuestra propia mente; defiende el arte por el arte.
Pero ni siquiera Nietzsche o el propio Moore son pioneros en
esta concepción del arte y su vinculación a la magia, sino tan solo retomadores
y reivindicadores de una tendencia que ha estado presente a lo largo de la
historia desde nuestros orígenes. El arte, y sus manifestaciones primigenias a
través de la música y la danza, era concebido por nuestros ancestros como un
puente tendido entre la realidad física y lametafísica o supramental;
era el modo natural de trascender y explorar otros planos del mundo que
habitamos; era el elemento a través del cual nuestro espíritu quedaba al
descubierto para ser enriquecido mediante la catarsis, purificación o
liberación a las que ha estado siempre vinculado el arte en el proceso de la
creación y de la recreación en la contemplación de la obra.
Y así continúa siendo, a pesar de los intentos del sistema
artificial que hemos construido en torno a nuestro mundo actual, por ocultar o
silenciar esta capacidad mágica del arte, adaptándolo constantemente a unos
determinados patrones y convencionalismos, industrializándolo, sometiéndolo a
las directrices capitalistas de la oferta y la demanda, apartándolo de su
auténtica naturaleza (6).
Desde el estricto ámbito de la filosofía, no solo Nietzsche reclama al arte como salvador de nuestro mundo interior. Pensadores de la talla de Heidegger han hecho del arte y de su capacidad para conocer más allá de nuestra percepción sensible, tesis fundamental de su pensamiento. El arte, en su manifestación poética concretamente, es para Heidegger, un modo de acceder al Ser en su búsqueda constante del mismo.
Así lo expresan también muchos de los artistas que
representan los principales movimientos de vanguardia a comienzos del siglo XX,
donde la filosofía, especialmente en su vertiente metafísica y gnoseológica,
está ineludiblemente presente. Kandinsky, padre de la abstracción plástica, lo
hace en De lo espiritual en el arte, obra digna de incluirse entre los
grandes tratados de filosofía por las importantes aportaciones que lleva
acabo en la reflexión sobre el arte y su vínculo con la metafísica.
"Sus ojos abiertos deben mirar hacia su vida interior y su oído prestar siempre atención a la necesidad interior. Entonces sabrá utilizar con la misma facilidad los medios permitidos y los prohibidos.Este es el único camino para expresar la necesidad mística.Todos los medios son sagrados si son interiormente necesarios.Todos los medios son sacrílegos si no brotan de la fuente de la necesidad interior (...)En el arte todo es cuestión de intuición (...) Aun cuando la construcción general se puede lograr mediante la teoría pura, el elemento que constituye la verdadera esencia de la creación nunca se crea ni se encuentra a través de la teoría; es la intuición quien da vida a la creación" (7).
André Breton encauza al arte por senderos desconocidos hasta
entonces, como desconocidos eran y siguen siéndolo hoy, muchas regiones de
nuestra mente, donde se ampara precisamente el poder de la creación artística y
su vínculo con el inconsciente humano, donde reside todo lo irracional, lo
instintivo, lo incomprensible, lo místico, lo mágico.
“Amada imaginación, lo que más amo en vos es que jamás perdonas...”(8).El arte ha sido refugio legítimo para muchos escritores, literatos, poetas, músicos, pintores, escultores y artistas de toda índole, que ante la imposibilidad de afrontar el mundo real en toda su crudeza, acudieron al poder de la creación a modo de bálsamo. Pero en esa huida del hecho irrevocable de la muerte, sobre la que todos tomamos verdadera conciencia en un determinado momento de nuestra vida, el arte y la creación a la que este nos conlleva, en su intento de amparo y consuelo, nos descubre otras de sus cualidades, además de las curativas; nos conecta a la trascendencia que buscamos y nos concede, a través de la obra creada, la inmortalidad que añoramos. El arte se convierte en magia y nos muestra lo que somos en los diferentes planos de la realidad, en las diferentes realidades.
Lovecraft, Poe, Goethe, Borges, Blake, Wagner, Magritte,
Duchamp o Ernst son solo algunos ejemplos en nuestra historia contemporánea de
la manifestación de este sentido más desconocido y silenciado del arte y sin
embargo presente en todos los períodos históricos que ha vivido la humanidad.
Pero este empleo del
arte, de la creación y de sus facultades trascendentales y cuasidivinas, no
han sido competencia exclusiva de artistas, músicos y poetas, sino que incluso
aquellos que han ostentado el mayor rango de poder sobre la ciudadanía, han
sabido reconocer en el arte el sentido y significado ocultos tras la obra y la
capacidad de esta para imbuirnos de divinidad, para conectarnos con otras
esferas de la existencia, para convertirnos en dioses.
Hitler empleó todos los medios técnicos, económicos y
armamentísticos para encontrar la Lanza
sagrada de Longinos, creando incluso durante su mandato un ministerio
destinado a asuntos esotéricos y ocultistas. Sabemos del reconocido valor
espiritual que poseían para él ciertas obras de arte, de ahí el expolio que
llevó a cabo de muchas de ellas. Especialmente significativa era la música,
sobre todo la de Wagner, en quien se inspiraba para redactar sus discursos y
disponer las diferentes estrategias bélicas.
Napoleón insistió en pasar una noche encerrado en la gran
pirámide de Keops; Felipe II construyó El Escorial para erigirlo en el nuevo
Templo de Salomón e hizo colocar El jardín de las delicias en su
alcoba para acompañarle en el momento de su muerte, a modo de umbral a través
del cual acceder a la realidad trascendente; Pedro I intentó trasladar a su
residencia en el Alcázar de Sevilla una columna hecha de auténtico granito
egipcio, parte de un antiguo templo en época del emperador Adriano.
El arte y su capacidad para convertirse en portal hacia la
trascendencia, hacia el plano espiritual e inmaterial, ha sido empleado en este
sentido a lo largo de nuestra historia, aunque sus secretos, durante al menos
los cinco últimos milenios, han sido patrimonio de aquellos que ostentaban
el poder.
Alan Moore devuelve a la magia del arte y de la creación su
sentido más primigenio tal como lo entendieron nuestros ancestros, y defiende
su disfrute para todos, en un intento por despertar las conciencias al mismo
tiempo que reclama la libertad de la inconsciencia y de la irracionalidad, de
la intuición, de la magia que habita en nosotros y que lleva silenciada demasiado
tiempo. Ardua pero legítima tarea en un tiempo en el que el vínculo entre
nosotros y nuestro mundo interior, nuestras raíces, nuestro espíritu, se
encuentra roto casi por completo. Aunque "en el principio era la magia",
decía Servando Rocha, y esa magia no se agota...
Notas
1. Prueba de ello es la eclosión, especialmente a comienzos
del S.XX, de todo tipo de movimientos artísticos en sus diferentes
manifestaciones, liberados de las ataduras conceptuales y figurativas que se
les habían impuesto. La abstracción, el surrealismo o la música atonal, son
solo algunos ejemplos de ello.
2. Además de la filosofía de Nietzsche, el pensamiento
de la sospecha de Marx y Freud está claramente presente en estas
obras de Moore. Las cualidades propias del plano inconsciente que Freud
descubrió, aparecen de manera significativa en Promethea y en La
cosa del pantano, a través del poder de la imaginación, de lo irracional,
de lo inmaterial, de la magia, de la trascendencia. Y la filosofía crítica de
Marx, se manifiesta especialmente en la mencionada V de Vendetta, aunque el corte de la obra se ciña más al ámbito del
anarquismo, con el que se identifica el propio Moore, que al del marxismo.
3. Los pensadores de la Escuela de Frankfurt, cuyos inicios
se fijan en torno al año 1921, se centran especialmente en el poder de los
medios de comunicación (radio, publicidad, televisión, cine), como los
principales aliados del sistema capitalista imperante para adormecer las
conciencias de la ciudadanía, ofreciendo el disfrute y
entretenimiento necesarios para disuadir cualquier atisbo de disidencia o
rebelión ante el orden establecido.
4. Servando Rocha, prólogo a Ángeles Fósiles, de Alan Moore, La Felguera, Madrid, 2014.
5. Alan Moore, Ángeles
Fósiles, La Felguera, Madrid, 2014.
6. A este respecto, resultan de gran interés los análisis y
reflexiones que lleva a cabo en torno al arte W. Benjamin, quien habla de la
pérdida del aura del mismo. Incluso aquellas tendencias artísticas de
la Vanguardia que huían del orden establecido en aras de un arte libre que
defendiera de manera auténtica la creación y el mundo interior del artista, son
asumidas por ese sistema del que pretendían apartarse y sometidas a sus normas,
a sus leyes de mercado, al poder, bajo una apariencia o ilusión de libertad. El
arte pierde su aura y queda despojado de sus raíces, de sus orígenes, de su
razón de ser.
7. V. Kandinsky, De
lo espiritual en el arte, Paidós, Barcelona, 1996.
8. A. Breton, Primer
Manifiesto Surrealista, Argonauta, Argentina, 2001.