Con la crisis financiera volvió a ponerse de actualidad la conocida como Tasa Tobin. Este instrumento fiscal debe su nombre al economista James Tobin galardonado con el premio Nobel en 1981. Su idea -denominada después Tasa Tobin- consistía en gravar entre un 0,1% y un 0,25% los movimientos de divisas, con el objetivo de espantar a los especuladores. Nadie querría pagar esa cifra para una operación intradía (con poco rendimiento), pero no tendría inconveniente en hacerlo si su inversión era a más largo plazo. En palabras del propio Tobin, se trataba de “echar arena al aceitado mecanismo de las especulaciones que hacen viaje de ida y vuelta en días o pocas semanas“.
A partir de los años setenta y con la primera crisis del
petróleo comenzó la discusión de si convenía más tipos de cambios fijos o tipos
de cambio flexibles (flotantes), en un mundo con una creciente movilidad de
capitales y dónde la desregulación, las telecomunicaciones y los sistemas
informáticos hacían y hacen en cuestión de milésimas de segundo lo que antes
podía llevar varios días. En este contexto, las naciones debían optar por uno
de los dos modelos cambiarios básicos con sus consiguientes ventajas y
desventajas.
Por poner un ejemplo de las desventajas de tipo de cambio flotante
baste recordar los graves problemas que experimentó la industria norteamericana
en los años 80 (lo mismo que le está ocurriendo ahora), cuando el dólar
americano se apreció frente al yen. Ahora es frente al euro. Entonces puso en
peligro el apoyo de Estados Unidos a la liberalización multilateral del
comercio y ahora también.
Otro ejemplo es la apreciación del euro que se ha producido en los últimos años, y la consiguiente pérdida de competitividad de la industria europea. Pero los tipos de cambios fijos también han generado problemas. Algunos ejemplos ilustrativos lo constituyen las crisis del Sistema Monetario Europeo (1992 y 1993), la crisis de México en 1994, la de Asia en 1997, Brasil 1998 y Argentina 2001.
Otro ejemplo es la apreciación del euro que se ha producido en los últimos años, y la consiguiente pérdida de competitividad de la industria europea. Pero los tipos de cambios fijos también han generado problemas. Algunos ejemplos ilustrativos lo constituyen las crisis del Sistema Monetario Europeo (1992 y 1993), la crisis de México en 1994, la de Asia en 1997, Brasil 1998 y Argentina 2001.
Entonces, ¿no es lógico pensar que un sistema intermedio, un
tipo de cambio flexible con ciertas restricciones, puede ser una buena idea?
Por esta razón, el economista norteamericano James Tobin, apoyado en las tesis
de Keynes, sugirió la idea, de introducir un impuesto (tasa Tobin) en torno al
0,5% sobre los flujos internacionales de capital a corto plazo, para de esta
manera frenar los flujos de capitales con carácter especulativo y dotar a la
política macroeconómica interna de mayor eficacia, frenando los movimientos
especulativos de capital que tanto daño hacen a los tipos de cambio. Con esta
tasa se reduciría la volatilidad de los tipos de cambio y se frenaría la
especulación en los mercados financieros.
En la definición se especifica que se refiere a las
transacciones de capital especulativo. En este sentido, habría que diferenciar
lo que entendemos por capital especulativo y por capital productivo. La
definición clásica del capital especulativo en economía es el ejercicio de
cualquier tipo de actividad económica cuyo objeto es solo la obtención de ganancias,
sin mediar el aporte de algún producto o servicio que incremente la riqueza de
la sociedad. Sin embargo, dentro de esta definición encontramos inversiones que
a nadie se le pasaría por la cabeza gravar con ninguna tasa adicional. Estoy
pensando por ejemplo en la inversión en acciones de una compañía extranjera por
parte de un pequeño ahorrador. Nadie en su sano juicio querría desincentivar
que el pequeño ahorrador busque sacar algún rendimiento a sus ahorros. Parece
que a lo que nos querríamos dirigir serían a los productos comentados en
párrafos anteriores, pero la definición de la propia tasa incluiría otros
productos. Otra limitación es la posibilidad de transformar el capital
especulativo en capital productivo con la consiguiente elusión de la
tasa.
Pasemos ahora a comentar la recaudación y su destino. Con la
idea original de Tobin se pretendía gravar las transacciones con un 0.1 – 0.25
%. Por su parte, la Tasa Tobin 2.0 que estudia el G-20 gravaría con un 0.005 %
lo que llevaría a recaudar cada año 30.000 o 40.000 millones de euros. En
cuando al destino de la recaudación, en un primer momento se pensó en la
creación de un fondo de ayuda al desarrollo gestionado por el FMI. En la
propuesta que llegó al G-20 de la mano de los presidentes Zapatero y Sarkozy se
respetaba dicho destino.
Una vez analizada la definición, hay que hacer referencia a
los problemas que presentaría una hipotética implantación. Concretamente, la
tasa sólo funcionaría si se aplicara en todo el mundo. Si no es así, las
entidades se las apañarán para que las operaciones se realicen desde los países
donde no se cobra. Además, es muy complicado acordar quién recauda y gestiona
el dinero, quién y cómo se decide dónde destinarlo, a qué tipo de movimientos
se aplica para no castigar la recuperación económica e, incluso, en qué países
se implanta para no perjudicar a los más pobres.
Para concluir, se debe señalar que no sabemos si la
aplicación de la Tasa solventaría los problemas que ha evidenciado el mercado
financiero. Es cierto, que su implantación habría limitado el impacto de la
crisis que azota al sector. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la tasa
pone barreras al libre comercio y que es probable que su imperfecto
funcionamiento fuera aprovechado por los “tiburones” financieros para sacar
provecho. La consecuencia, sería que los países pobres serían los principales
perjudicados.