El otoño del París Central (después Walter Benjamin) por R. B. Kitaj |
Benjamin, en el famoso ensayo sobre La Obra de Arte en la era de la reproducción mecánica de 1935, describió los cambios esenciales que experimentó el arte en el primer cuarto del siglo XX con el concepto de «pérdida del aura», tratando de explicarlos por el cambio en el campo de las técnicas de reproducción. Benjamin percibe la transformación radical inducida por el cambio tecnológico y la imposibilidad, a partir de 1859, de sostener cualquier estética normativa, de observancia no idealista, que prescinda de la manipulación mecánica de la imagen plástica.
Tal
imposibilidad la presenta a un doble nivel, disolviendo el mito clásico de la
“unicidad” de la obra de arte, merced a la depuración industrial de las
técnicas de reproducción, por una parte; e invalidando para siempre el carácter
de afirmación individual del “momento” creativo, por otra. Benjamin parte de un
determinado tipo de relación entre obra y receptor, que califica de «aurática».
Lo que llama aura puede traducirse en el concepto de inaccesibilidad: «la
manifestación irrepetible de una lejanía (por cercana que pueda estar)». Benjamin
explica el engarce existente entre el deterioro del aura y la crisis
generalizada de la experiencia originaria supuestamente transmitida como
tradición:
«La autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede trasmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica».En nuestros días, sin embargo, «la técnica reproductiva desvincula lo reproducido del ámbito de la tradición. Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible, y confiere actualidad a lo reproducido al permitirle salir, desde su situación respectiva, al encuentro de cada destinatario».
Esa aproximación aparece así como una suerte de profanación
técnica del espíritu puesto en manos de las masas:
«Es de decisiva importancia que el modo aurático de existencia de la obra de arte jamás se desligue de la función ritual. Con otras palabras: el valor único de la auténtica obra artística se funda en el ritual en el que tuvo su primer y original valor útil. Dicha fundamentación estará todo lo mediada que se quiera, pero incluso en las formas más profanas del servicio a la belleza resulta perceptible en cuanto ritual secularizado».El aura procede, pues, del rito del culto, pero Benjamin piensa que la esencia de la recepción aurática también caracteriza al arte desacralizado tal y como se ha desarrollado desde el Renacimiento. Lo decisivo no es la ruptura entre el arte sacro de la Edad Media y el profano del Renacimiento como resultado de la pérdida del aura. Esta ruptura se desprende de la transformación de las técnicas de reproducción. Para Benjamin, la recepción aurática depende de categorías como singularidad y autenticidad. Pero, precisamente, estas categorías se hacen superfluas frente a un arte (como el cine) que se apoya ya en los avances de la reproducción. La idea fundamental de Benjamin es que mediante la transformación de las técnicas de reproducción cambian los modos de recepción, pero también se ha de transformar el carácter completo del arte. Así, frente a ese primitivo «valor cultural», en la obra de arte predomina hoy su «valor exhibitivo», donde las cualidades estrictamente artísticas y espirituales no pueden sino quedar relegadas a un segundo plano. Se trata, en fin, de «la liquidación del valor de la tradición en la herencia cultural».
El mérito de Benjamin consiste en que con el concepto de
aura captó el tipo de relación entre obra y productor, que se da en el seno de
la institución arte regulada por el principio de autonomía. Así, apreció que
las obras de arte no influyen sencillamente por sí mismas, sino que su efecto
está determinado por la institución en la que funcionan; y que los modos de
recepción hay que fundamentarlos social e históricamente. Ello implica que la
periodicidad de la historia del arte no puede desprenderse sin más de las
periodicidades de la historia de las formaciones sociales y de sus fases de
desarrollo, que más bien la misión de las ciencias de la cultura consiste en
poner de relieve las grandes revoluciones en el desarrollo de sus objetos.
La «decadencia del aura» es una determinación correlativa de
la «pérdida de experiencia» que Benjamin apunta como rasgo distintivo de la
condición moderna: la conversión de la “experiencia objetiva” –Erfahrung– en “vivencia
subjetiva” –Erlebnis–. A este respecto, el deterioro de la experiencia enfática
del lenguaje como lugar de verdad y vehículo de la tradición, tiene su origen
en la teoría de la “pérdida del aura”. Sus observaciones acerca de la prensa y
del papel que desempeña en la formación de la barbarie moderna así lo muestran:
la prensa es «indicio» del empobrecimiento de la experiencia. Puesto que,
efectivamente, la sensación, la «vivencia» del shock, se erige así en criterio
supremo de la «información», en tanto que declina la «narración» como forma
tradicional de transmisión de la «experiencia».
El razonamiento de Benjamin se basa, pues, en una concepción
distintiva de la experiencia como incrustada en la tradición y, por tanto,
conectada con la memoria histórica. Si en El narrador, Benjamin traza semejante
concepción de la experiencia en relación con los modos históricos de
comunicación, distinguiendo entre la actividad del narrador de cuentos y las
nuevas formas de comunicación como la novela moderna o la información
periodística, en El autor como productor, la sustitución de la antigua
narración por la información refleja la atrofia en aumento de la experiencia.
En efecto, la intención de la información periodística es la de aislar lo que
ocurre de la esfera en que podría afectar a la experiencia del lector,
contribuyendo a ese proceso sus propios principios: brevedad, comprensibilidad
y falta de conexión entre las noticias individuales. De esta manera, el
individuo, cada vez más incapaz de asimilar los datos del mundo mediante la
experiencia, se ve obligado a aceptar información abstraída de la experiencia
concreta como sustitución o a buscar otras vías hacia la experiencia de
carácter privado y estéril. Es por esto que la modernidad busca la experiencia
interior «auténtica», por oposición a la que se manifiesta en la vida
uniformada y desnaturalizada de las masas civilizadas. La modernidad busca la
experiencia interior vivida individualmente, la vivencia subjetiva. La
experiencia conseguida colectivamente se ve sustituida por la experiencia
vivida individualmente: la experiencia aurática se ve sustituida por la
búsqueda de huellas.
Las teorías de Benjamin resumen con treinta años de
anticipación las propuestas de Jauss
sobre la recepción de las obras de arte y significan la refutación de la
recepción entendida como contemplación. Mientras que la actitud contemplativa
del espectador se orienta a la aparición de una lejanía por cercana que esté
(el aura), la actitud dialéctica de Benjamin busca hacerse con el «recuerdo» de
la cosa, apropiándose conscientemente de lo olvidado, y sin que sea suficiente
que lo actual vierta su luz sobre lo pasado. Por eso Benjamin vio en el cine el
arte específico de la era de la reproducción técnica, en el que se produce
definitivamente la destrucción del aura y la superación de la autonomía
estética. En el cine, la desritualización total del arte libera al
contemplador, hasta ahora aislado, en una recepción colectiva.