Foto: Domitila Chungara |
Revolucionaria, combativa, feminista... ayer abundaron los
adjetivos para definir a esta líder de las amas de casa mineras que a fines de
los 70 le doblegó el brazo al temido general Hugo Banzer Suárez. Después de una
larga lucha contra el cáncer de pulmón Domitila Barrios de Chungara falleció
este miércoles a los 75 años en su humilde casa en Cochabamba y el gobierno de
Evo Morales le estregó póstumamente el Cóndor de los Andes.
Chungara dejó su marca en el género testimonial: en 1976 la
educadora brasileña Moema Viezzer grabó sus experiencias y publicó “Si me
permiten hablar...", que terminó de proyectar a esta mujer invitada como
única representante de las trabajadoras a la Tribuna del Año Internacional de
la Mujer reunida en México en 1975. Por esos años, ya había vivido y resistido
la llamada masacre de San Juan en 1967, a manos del dictador René Barrientos,
el general que ordenó la muerte de Ernesto Che Guevara. Y poco después -en
1977- iniciará la emblemática huelga en el diario Presencia que se sumó a la
realizada por otras mujeres en el Arzobispado de La Paz en demanda de
elecciones y amnistía, que pronto se multiplicaría por miles y obligaría a
Banzer a irse del poder. Estuvo presa, desterrada y exiliada, la última vez
bajo la narcodictadura de Luis García Meza en el 80, el militar que publicó
hace unos años la autobiografía “Yo dictador”.
La vida de Domitila Chungara estuvo marcada por la minería:
nació en Siglo XX y se crió en Pulacayo, sitio famoso por las tesis trotskistas
que en los años 40 convocaban a organizar un gobierno obrero-campesino. Se
formó luchando contra los aumentos del azúcar o el arroz, y por el
abastecimiento de las pulperías mineras. Podía pelearse con las feministas
“ricas” del norte en la tribuna de Naciones Unidas defendiendo la agenda de las
mujeres obreras del sur. O desafiar a coroneles y generales desde los micrófonos
de la poderosa red de radios mineras hasta que los soldados venían a
destruirlas.
En 2005 la ex líder de las amas de casa denunciaba que “la burguesía siempre ha sido brutal,
mentirosa y ladrona” y que “aún es
posible hacer una revolución” porque
“las injusticias no van a ser para siempre”. A finales de ese año festejó
el triunfo de Evo Morales y el MAS en 2005, aunque puso dudas sobre su carácter
“revolucionario” y destacó la falta de formación de sus militantes. De hecho
tiempo antes había impulsado la Escuela Móvil de Formación Sindical y hasta
organizó un movimiento guevarista. Pero los tiempos habían cambiado. Quedaron
atrás los años de los mineros heroicos que discutían bajo tierra las tesis de
Trotsky y por las dudas, le ponían ofrendas al “Tío”, deidad andina encargada
de protegerlos de los accidentes. En 2007 fue condecorada por Evo Morales junto
a las otras cuatro mujeres mineras que encendieron la chispa que acabó con la
dictadura. Y finalmente su figura quedó no tanto en el panteón de la revolución
como en el de la conquista de las libertades democráticas que la izquierda
comenzó a revalorizar a fines de los años 70.
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