Fidel Castro por José Luis Fariñas |
Como dice Katiuska Blanco en la introducción a Fidel Castro
Ruz: Guerrillero del Tiempo, cuando ella se acercó a él, ni su estatura física
ni su apariencia era lo que más le impresionaba. “Prefiero el viejo reloj, los
viejos espejuelos, las viejas botas, y en política, todo lo nuevo.” Hablaba en
susurro, tanto, que daba la impresión de que todo era confidencial. Y lo era. Katiuska
ha tenido el privilegio de compartir parte de esas confidencias que cualquier
escritor, cualquier periodista hubiera querido poseer, aunque fuera por unas
horas.
¿Será verdad, se pregunta la escritora, que más de una
semana después del triunfo de enero dormía con las botas puestas? Nadie puede
cuestionar lo inverosímil de tantas historias contadas; tantas aventuras,
tantas disquisiciones filosóficas y tantas y tantas escenas de intimidad en la
vida del héroe. Este ha sido el desvelo de la escritora quién nos ha entregado
sendos volúmenes con entrevistas que revelan al guerrillero en su más luminosa
imagen, en su estatura de hombre sencillo, familiar, amable en la voz, y dueño
de un poder coloquial que cambió el estilo del discurso político
latinoamericano.
Su pensamiento, como expresa la autora con certeza, es
integrador. Es una simbiosis de experiencias vividas, sueños y reflexiones de
futuro que se conjugan armónicamente.
Cuesta mucho creer que el hombre que en poco más de medio
siglo vió realizada tantas quimeras, tenga aun en su carcaj personal un arsenal
de ideas tan caudaloso y rico.
Fidel no descansa. Su cabeza no cesa en organizar mundos, en
hacer crecer en la imaginación de los otros historias vividas, sueños
compartidos, juicios certeros que revelan un pensamiento joven y un carácter
inmarcesible.
Un cuestionario muy completo y abarcador propicia el
acercamiento más profundo y sensible al jefe de la Revolución. Dos tomos que
contienen los temas más disímiles de la vida de Fidel, de los avatares de la
Revolución Cubana, de la América Nuestra proclamada por José Martí, de héroes
del pasado y del futuro de la isla sostenidos sobre nobles causas de justicia y
creación. Un cuestionario inteligente y sondeador, que cataliza las
experiencias más controvertidas, los acontecimientos más extraordinarios que
haya podido experimentar un líder político y que al final revelan la sensibilidad
cincelada por los golpes de la vida.
Gala de una memoria prodigiosa, con detalles insólitos que
van desde la edad de dos años cuando aún no tenía idea de la muerte, y había
presenciado el triste velorio de un tío hasta los hechos más recientes contados
con precisión y vuelo imaginativo.
Fuerza de carácter, espíritu alerta, comprensión hacia
aquellos familiares que, imbuidos de ideas contrarias, no pensaban como él;
todo eso nos lo muestra Katiuska en un prontuario que revela, además, el íntimo
y profundo diálogo entre la escritora y Fidel. Ella supo incitarlo a contar, él
se sintió motivado por la inteligencia y perspicacia de ella. Cuando faltaba un
dato ella lo proporcionaba, cuando un motivo no era suficiente para estimularlo
ella utilizaba el recurso psicológico y la habilidad periodística para que él
reaccionara al momento.
Una lucidez deslumbrante y una proyección dirigida a la
colectividad, a los cambios sociales y al futuro. Una pupila que ve al ser
humano en su devenir, sin menoscabo del pasado y sus leyes; esa manera de
enfocar a la sociedad desde un humanismo profundo singulariza su filosofía y
los postulados martianos desde los cuales percibió el mundo.
El tomo 2 de esta obra tan abarcadora, cubre un diapasón muy
amplio que va, desde el golpe de estado de Batista, hasta la ofensiva, la
contraofensiva y el triunfo revolucionario.
Cada uno de estos capítulos va develando el desarrollo
creciente de una mentalidad que en medio del fragor de los hechos políticos y
las contradicciones va incubando el más sólido pensamiento revolucionario; el
que daría al traste con la dictadura y el capitalismo dependiente que vivía
Cuba.
La universidad y la fragua de ideas revolucionarias que
chocaron frente al dogmatismo o la improvisación, la génesis del Partido Ortodoxo,
la decadencia del Partido Autentico de Grau; en fín, las turbulencias
características de un mundo al revés; donde mostraban su oreja peluda el
oportunismo y la corrupción republicana.
A todas esas situaciones apela Katiuska Blanco para provocar
la memoria de Fidel y hacerlo juzgar la historia de Cuba antes del triunfo
revolucionario que él propició.
Particularmente dramáticas son las declaraciones de Fidel,
un joven entonces de poco más de veinte años, cuando tiene lugar la muerte de
Eduardo Chibás, precedida por un cúmulo de calumnias a su persona que
contribuían a debilitar al Partido Ortodoxo, único frente entonces que clamaba
por la honradez y las virtudes martianas.
¨El gesto heroico de Chibás, sacrificándose voluntariamente
en la cruz, es un inmenso honor entre espinas de infamia e insultos fariseos…”,
expreso Fidel después de la muerte del candidato a Presidente por la Ortodoxia
y prosiguió citando a José Martí: “Si hay
muchos hombres sin decoro, hay otros que llevan en sí el decoro de muchos
hombres¨. Hacía mucho rato ya que Fidel soñaba con la consecución de los
grandes destinos y los ideales de una Cuba soberana.
Hacía mucho rato que esbozaba desde sus cuarteles de
reflexión, una estrategia para la toma del poder, que no podría contar en lo
absoluto con los restos, que como hilos deshilachados, quedaban del Partido
Ortodoxo; como eran Roberto Agramonte y José Pardo Llada.
La experiencia de lo vivido lo ayudó siempre como expresa en
el segundo tomo a una comprensión precoz de la realidad social y política de la
isla. Conocía bien al pueblo, su psicología y sus más puras aspiraciones. Y no
tenía compromisos con el pasado. He ahí la diferencia con los políticos de
turno en los promiscuos y convulsos años que precedieron al triunfo de la
Revolución.
Con pocos recursos mediáticos, sin dinero, pero con la
habilidad de un político de sangre se sumergió en lo más genuino de la clase
trabajadora y llevó a cabo una violenta campaña contra todas las banderas de la
seudorepública, el gobierno de Carlos Prio, primero y su francachela de
sobornos, latrocinio y vicios políticos. Y más tarde la dictadura de Fulgencio
Batista a la cual a partir del golpe de estado de 1952, que vislumbró
sagazmente, le hizo una radiografía que dejaba sin aliento al más agudo de los
analistas de la época.
Conmovedoras las páginas en que se cuentan las horas de
sobresalto que siguieron al golpe de estado de Batista, totalmente inéditas y
reveladoras de la valentía de Fidel, en momentos de caos, cuando denuncia el
zarpazo, con un primer manifiesto público que encabezó con la frase "Revolución
no, zarpazo" y lo firmaba con su nombre. Fue, a mi juicio, como una luz que
alumbraba un nuevo destino para Cuba y el nacimiento de un guía indiscutible.
A lo largo de estas páginas de historia viva de Cuba,
anclada en lo más hondo de sus raíces y latiendo con el pulso de los tiempos,
Fidel Castro va desgranando hechos y acontecimientos vistos desde una óptica
cóncava y objetiva. Nos da una visión que invita a una reescritura de la
historia a partir de puntos de vista personales que ponen en solfa esquemas
tradicionales y enfoques parciales que la han distorsionado.
Abundan también en estas páginas los choques y las
consecuentes decepciones de Fidel y los verdaderos revolucionarios que le
siguieron en los primeros momentos como Abel Santamaría y Jesús Montané
Oropesa, entre otros, frente a figuras de respeto que no estaban dispuestas a
tomar las armas.
Embrión del asalto al cuartel Moncada y al de Bayamo, los
primeros meses de 1953 consolidaron a un grupo de revolucionarios superior a
todos los otros y marcaron el inicio de una etapa donde la generación histórica
se iba fraguando. Fidel Castro en el centro de los acontecimientos es la única
fuerza, con sus hombres, que hará algo que cambie la historia definitivamente.
El Moncada, en su propia voz, resurge con nuevos destellos ante los ojos del
lector.
Aun sin las llamadas condiciones objetivas o subjetivas pero
sí con un ejercito del pueblo y como expresa Fidel a partir del patriotismo, la
dignidad, las tradiciones y las rebeldías de las masas y desde luego el odio a
la tiranía se pudo iniciar la verdadera lucha que llevó finalmente a la
victoria.
He aquí un Fidel Castro sin amarras y desinhibido que a
partir de preguntas inteligentes y oportunas emite juicios de valor sobre
momentos cruciales de su vida, y sobre personajes de la política de Cuba que
nunca como ahora se ven sometidos al tribunal de la historia.
Haber tenido el privilegio de una larga vida y de una
memoria impecable, así como el de contar con un interlocutor de la talla de
Katiuska Blanco hacen de este libro un documento único por su valor
testimonial.
No voy a relatar los incidentes del asalto al Moncada. Lo
dejo a la discreción y suspenso de los lectores pero sin dudas es uno de los
capítulos más intensos nítidos y estremecedores de aquella heroica acción.
Merece, sin embargo, destacar el papel no sólo de Fidel y
Raúl en la misma si no el de todos y cada uno de los asaltantes ya que, sin
dudas, aquella gesta fue una de las páginas más dramáticas de la epopeya
revolucionaria.
“Sentíamos infinita
amargura e irritación, luego del duro revés”, confiesa Fidel, pero la
decisión de seguir luchando era inquebrantable.
El ejercito mambí resurgía, entonces, con nuevos bríos e
ideas libertarias. Fidel recuerda la integridad del teniente Pedro Sarría
cuando le dice a los soldados batistianos ¨Las ideas no se matan¨ como quien
enarbola un principio o una bandera. Sarría fue un ángel de la guarda bajado
del cielo. Capitulo estremecedor digno de un filme que espera su realización.
La íntima correspondencia que el Comandante en Jefe,
entonces sencillamente el joven abogado Fidel Castro, le envía a sus padres ya
en la prisión es también una prueba de su entereza moral y sus convicciones
filosóficas.
“Tengo la más completa seguridad, escribe, de que sabrán comprenderme y tendrán presente que en la tranquilidad y conformidad de ustedes está siempre nuestro mejor consuelo”.
Y refiriéndose a la idea de la patria, añade: “Cuando nos trae en el presente horas de
amargura, es porque nos reserva para el futuro sus mejores dones”.
Poder sentir la vibración del relato del juicio del Moncada,
con todos sus matices y calibrar el coraje de Fidel y su intransigencia que lo
hacían desafiar todos los obstáculos, es otro privilegio que nos da este
segundo tomo de Guerrillero del Tiempo.
“La justicia está enferma”, expresó el Comandante aquel 16
de octubre de 1953 en una sala pequeñita, casi sin público, donde pronunció su
alegato "La historia me absolverá" ajeno a dogmas y doctrinas abstractas. El
juicio parecía algo irreal. Quince años de privación de libertad pero la
convicción de que su lucha abriría nuevos caminos lo llevó a pronunciar
aquellas palabras inscritas en las páginas más gloriosas de nuestra historia.
A la sazón escribe: en cuanto a mí, se que la cárcel será
dura como no la sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde
ensañamiento, pero no le temo, como no temo la furia del tirano miserable que
arrancó la vida a 70 hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me
absolverá¨.
La cárcel en Boniato, en noches sin luz, en una cama
estrecha, escribiendo con zumo de limón, negándose a comer, desafiando a los
carceleros… y luego el traslado a Isla de Pinos plagado también de
humillaciones, victima de bajezas y mezquindades como aquella de las cartas de
amor con destinatarios equívocos para crear un conflicto que tuvo serias
consecuencias. Cartas de amor que encierran una espiritualidad que lejos de
quebrantarse se hacia más fuerte en la medida en que afrontaba todo tipo de
contingencias.
Guerrillero del Tiempo, tomo dos, muestra la estatura moral
de un ser humano cuya dimensión como ha dicho Wilfredo Lames imposible de
medir. En la última carta que escribió a su hermana Lidia en mayo de 1955,
desde la cárcel, confiesa:
“Valdré menos cada vez que me vaya acostumbrando a necesitar más cosas para vivir, cuando olvide que es posible estar privado de todo sin sentirse infeliz. Así he aprendido a vivir, y eso me hace tanto más temible como apasionado defensor de un ideal que se ha reafirmado y fortalecido en el sacrificio. Podré predicar con el ejemplo que es la mejor elocuencia..."
Libros solo he necesitado y los libros los tengo
considerados como bienes espirituales…”
La autora de esta larga entrevista al Comandante luego de
esta confesión expresa “siento hermosa y espartana la actitud que guió sus
luchas hasta hoy”. Nosotros, desde luego, compartimos ese sentimiento.
Desde la prisión Fidel y sus compañeros dirigían la batalla
y el movimiento creció. Mensajes, denuncias, instrucciones emanaban desde lo
más sórdido de la cárcel y el apoyo a la causa se hizo mayor, a pesar del confinamiento
y el velo de silencio impuesto por Batista a los moncadistas. Finalmente el
tirano se vió obligado a decretar la amnistía para normalizar el país e ir
seguro a las elecciones convocadas.
Fidel vencedor de múltiples reveses, tuvo paciencia pero no
aceptó la condición impuesta de abandonar la lucha. Por el contrario se opuso a
la amnistía y en una carta pública reveladora también del carácter que iba a
imprimirle a la revolución triunfante escribió: “! No queremos amnistía al
precio de la deshonra. “Mil años de cárcel antes que la humillación” .
Principio indoblegable que ha marcado los más de 50 años de revolución frente
al bloqueo norteamericano. “De todas las barbaridades humanas, escribió también
desde la cárcel, lo que menos concibo es el absurdo”
Y es precisamente el absurdo de la política norteamericana
hacia Cuba el que ha intentado demonizar a su persona y subestimar las
condiciones morales de nuestro pueblo.
Fidel jamás se amedrentó, jamás tuvo siquiera un instante de
vacilación o pesimismo. Ese temple de estoicismo y confianza lo ha impregnado a
su pueblo y estoy seguro que ha sido un baluarte de moral y espiritualidad que
nos ha sostenido frente al oprobio de las campañas más denigrantes y el
aislamiento mayor.
El mundo podrá juzgarlo por actitudes que no alcancen una
cabal comprensión, o por errores que él mismo se ha señalado, pero nadie tendrá
el valor de dudar sobre su inteligencia humana y su probado coraje ante todo
los riesgos que le ha tocado compartir con sus contemporáneos.
La lucha en Cuba no ofrece garantía alguna para sus planes.
Y al primero que envió a México fue a su hermano Raúl. México era el país donde
siempre se habían refugiado los revolucionarios cubanos y Katiuska recordaba
que José Martí escribió, “México es la tierra de refugio donde todo peregrino
ha hallado hermano”.
Y allí tuvo que viajar pero antes declaró a la prensa “De
viajes como este no se regresa, o se regresa con la tiranía descabezada a los
pies”
Y el ocho de enero de 1959 entró en La Habana como lo había anunciado,
con la tiranía descabezada y con el pueblo de Cuba junto a él.
Victor Hugo habló una vez de una tempestad bajo el cráneo,
“nosotros confiesa el Comandante en Jefe, cuando llegamos a México llevábamos
la revolución bajo el cráneo”. México recibió a los combatientes con simpatía y
ellos actuaban con cautela en la ciudad azteca. Describe aquí el Comandante las
dificultades y penurias que atravesaron en la ciudad capital, los lugares donde
se hospedaron, la mítica casa de María Antonia y otras no menos hospitalarias,
el encuentro con el Che de carácter afable, modesto y noble, “nadie sabía
entonces que iba a hacer después lo que hizo y convertirse en lo que es hoy: un
símbolo universal”, le cuenta a su entrevistadora.
Afianza los lazos entrañables con Montané, “jefe de
veteranos” como lo llamó, con Melba Hernández, con Cándido González y Chuchú
Reyes, con todos los que iban de Cuba a la gran hazaña del Granma denominada
por el Che como la Aventura del Siglo.
Entrenamiento diario baja la dirección del legendario
Alberto Bayo, combatiente de la república española, la inapreciable ayuda de
Antonio Conde, el Conde, dueño de una armería y experto en municiones y armas
de mirillas telescópicas.
Luego, el acoso de los espías de Batista radicados en México
y de la policía secreta, la prisión temporal y los azares y contingencias
propias de un grupo de hombres que vivían clandestinos en un país que no era el
suyo.
Admirable la conducta del expresidente Lázaro Cárdenas quien
sin vacilación intercedió por los futuros expedicionarios y ayudó a neutralizar
la hostilidad hacia ellos.
Pero el Granma estaba a punto de poner proa hacia Cuba y
nada iba a detener a los combatientes. En su casa de Birán, cuenta Katiuska, no
existía ninguna duda de que el retorno del hijo pródigo era inminente. Fidel se
crece como un gigante cuando haciendo un descomunal esfuerzo acude a Carlos
Prío en busca de fondos para la causa revolucionaria por encima de profundas
diferencias políticas y morales con el ex presidente derrocado por el más artero
golpe de estado de la historia cubana. Cruza a nado el río Bravo para llegar a
la otra orilla donde se encuentra con Prío, tras vencer obstáculos personales,
para cumplir con la promesa de seguir adelante. Aquel dinero, cuenta “nos
permitió cumplir con nuestra consigna, lo que fortaleció la confianza del
pueblo en la nueva generación revolucionaria”. "Prío, añade, no corría ningún
riesgo, me estaba esperando en un motel y era feliz de reunirse con aquel
jacobino que no quería tratos de ninguna clase con el gobierno anterior”.
Finalmente zarpa desde Tuxpan en medio de una adversidad sin
límites. Por un lado el desconcierto ante el desamparo en que podría quedar su
hijo y lo triste de la muerte de su padre en Birán dos meses antes.
El Granma se convierte en una bandera de lucha desde la
misma madrugada del 25 de noviembre en que los futuros héroes de Alegría de Pío
se embarcan en él. Se cruzan los destinos de la clandestinidad y el peligro en
un yate para 10 o 12 hombres que trasladó a 82. Luego de vencer múltiples
obstáculos y burlar la guardia marina el Granma entró en el mar. La tempestad
levantaba olas gigantescas, pero la alegría de los tripulantes fue mayor.
Cantaron el Himno Nacional, aun venciendo el mareo. La travesía fue infernal.
El ruido de los motores taladraba los oídos de los 82 hombres. El Jefe de la
Revolución convertido en mecánico se ocupaba de arreglar los desperfectos de
una nave, calificada por él mismo como una cáscara de nuez.
La ansiedad por llegar a las costas cubanas hizo que le
exclamara a Faustino Pérez “quisiera tener la facultad de volar” Tal era la
ansiedad de todos en llegar. Aquella exclamación de alegría, pese al tortuoso
desembarco calificado por el Che como un verdadero naufragio me recuerda las emotivas
palabras escritas en el diario de José Martí cuando llegó a Playitas de
Cajaguabo: Salto, dicha grande.
El 2 de diciembre la alegría de llegar a la isla, se
empañaba con la infernal aviación sobrevolando el barco. Pero la suerte estaba
echada. En el tomo dos de este Guerrillero del Tiempo, como en los diarios de
Raúl y del Che se palpa la historia que duele en la piel y agita el corazón con
emociones encontradas.
Arsenal de anécdotas dramáticas y festivas, de avatares
cercanos a la mística, de recuerdos personales y hechos que mostraban en las
peores circunstancias la profunda conciencia de los combatientes, este tomo es
no sólo un cuaderno de bitácora de la guerra, sino un ideario de los valores
más altos que acompañaron a cada uno de ellos en los días más difíciles de la
guerra en las montañas. Y una muestra de un conjunto de injusticias exorcizadas
que le dan un significado válido a la vida.
Fragmentos conmovedores del diario de Raúl, mensajes del
llano, signos de acción de Frank País y Celia Sánchez, de Vilma, Melba y
Haydée; la presencia oportuna de Guillermo García, en la Sierra, en fin, un
documento único avalado por el testimonio del Jefe de la Revolución. Una chispa
que encendió una llamarada invencible extendida, en el llano y en la Sierra Maestra,
la Sierra Cristal, el Escambray y toda Cuba.
Esta saga está acompañado de un pliego de fotografías que
van desde la década del 50 hasta el mismo triunfo de la Revolución y la entrada
victoriosa a La Habana el 8 de enero de 1959.
Los sueños imposibles se convertían en realidad. Y como dice
el propio Fidel “La historia abría sus puertas para siempre a una vida nueva y
digna para el pueblo de Cuba”.
Todo lo demás, añade, dependerá de nosotros mismos. La vida
nos otorgó el privilegio de que el protagonista de estos hechos, con su
proverbial lucidez y su memoria esté aún entre nosotros. Seamos dignos de él.
Gracias Fidel por haber dejado el tesoro de tu vida en estas páginas que son
una lección para futuras generaciones. Y la certidumbre de que un mundo nuevo
es posible.
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article33734 |