El jueves 14 de marzo, varias decenas de trabajadores de la
metalurgia Arcelor-Mittal, situada en la Lorena, llegaron a París en
cuatro autobuses. Venían a ratificar sus reclamos y a manifestar su cólera al
presidente-candidato Nicolas Sarkozy. Este había anunciado recientemente nuevas
inversiones –17 millones de euros en la planta de Florange– y el
compromiso de que la empresa, uno de los bastiones de la siderurgia francesa,
se mantenga. “Estará en funcionamiento en
el segundo semestre 2012”, les aseguró en un discurso radial reciente.
Apenas 24 horas después, la dirección del grupo decía todo lo contrario. En una
reunión del consejo de administración, quedó flotando la amenaza de no
reactivación de la planta. El último alto horno de la siderurgia integrada en
Francia no parece tener porvenir.
No fue el discurso demagógico de Sarkozy el que salió
ganando, sino la estrategia impuesta por el poderoso grupo siderúrgico. Al
cuartel general del candidato-presidente se dirigieron, pues, los 200 obreros
metalúrgicos. Allí los esperaban, pero no Sarkozy, sino la Guardia Republicana
(CRS). Fueron dispersados a bastonazos y gases lacrimógenos. Uno de los
delegados sindicales dijo: “vinimos
pacíficamente a reclamar nuestros derechos, la próxima no será así”.
En resumen, después de un largo conflicto, con el 90% de los
3.000 asalariados en paro parcial, los trabajadores de Arcelor-Mittal (más
otros cientos de empresas subsidiarias) se enfrentan al probable cierre
definitivo de su lugar de trabajo. El caso ya tenía sus antecedentes, vale
recordar, entre otros con el cierre de la acería del mismo grupo en
España, así como en otros países. Si la crisis profunda del capitalismo no toma
en Francia, por ahora, los aspectos dramáticos de Grecia, Irlanda, España,
Italia. Los síntomas no escasean. La linterna roja también se alumbra en este
país, como en toda la Europa neoliberal. En realidad, son estas luces las que
están en rojo. Ese es el mensaje que hacen llegar los trabajadores de la
Lorena. (Esa región, otrora floreciente, está devastada por el cierre de la industria
textil y de la minería).
Una reciente evaluación del INSEE (el instituto nacional de
estadísticas) contabiliza 2.861.700 desocupados (aumento de 13.400 en un mes,
6,2 % desde comienzos del año). Y hay que tener siempre presente que son cifras
basadas en las agencias del “Polo Empleo”, donde se registran los candidatos,
sin tener en cuenta, vaya, los que ya no lo hacen, fueron “borrados”, perdida
toda esperanza de recuperar un puesto de trabajo. No solo hay sombras en este
escenario, sino una nube negra. Es una catástrofe que penetra en todos los
poros de la sociedad. Sus consecuencias afectan en particular los sectores más
vulnerables: la juventud, las mujeres, los inmigrantes, las personas de mayor
edad. (Una estupenda descripción puede encontrarse, entre otras, en el trabajo
de Florence Aubenas, Le quai de Ouistreham, Seuil, 2011).
En este contexto, se preparan las elecciones presidenciales
del 22 de abril, con una segunda vuelta el 6 de mayo. Las elecciones
representan, como es sabido, el momento institucional y político de renovación
de la “clase política”. Un sector se afirma, otro lo cuestiona, siempre en los
marcos del sistema. Pero de lo que se trata es de asegurar la dominación. Sin
embargo, no dejan de ser un momento, un espacio mínimo, pero espacio al fin, de
expresión democrática. El problema mayor sigue siendo cómo aprovechar esos
espacios para afirmar una posible alternativa al sistema vigente. No solo en el
plano político y económico, sino social, ético, cultural. Quizá lo fundamental
es corregir el daltonismo, tan frecuente en nuestras izquierdas, identificando
con la mayor claridad posible al enemigo.
Resulta claro que las viejas conquistas de dos siglos de
luchas sociales, están siendo avasalladas y destruídas como nunca, una tras
otra. Esa es una de las consecuencias de la victoria política y cultural del
neoliberalismo, como se le dió por llamar. La expansión irrefrenable del
capital devorando todo lo que encuentra a su paso. Nada de “destrucción
creativa”, sino explotación, saqueo, expoliación del planeta. Las guerras y los
peligros de toda naturaleza de una época sombría… Se escuchan y se sienten
actualmente propósitos y olores nauseabundos, como aquellos, imposibles de
olvidar, que invadieron los años 30 del siglo pasado.
En Francia, concretamente, se afirmó el Frente Nacional
(FN), nacionalista, xenófobo y racista, heredero ideológico y cultural de la
extrema derecha fascista. Los sondajes acreditan al partido de Marine Le Pen
entre 15 y 18% de votos. Se calcula que uno de cada tres franceses está de
acuerdo con sus propósitos, aún sin compartir completamente el proyecto. Los
grupúsculos de la extrema derecha, reducida durante décadas, en particular
después de la guerra y la Liberación, encontraron una audiencia insólita. Pero
lo grave, en sí mismo, no es la amenaza del FN, sino la “lepenización” de la
derecha republicana tradicional.
La existencia organizada en el seno del partido
gubernamental -la UMP de Sarkozy- de una fracción que defiende ideas
muy próximas a las del partido de Le Pen. Más importante aún, la banda que
compone el “círculo próximo” del sarkozismo, figuras formadas política e
ideológicamente en aquellos grupúsculos aludidos. Sus nombres ocupan puestos
fundamentales en los ministerios, comenzando por Claude Le Guéant, ministro del
interior, o Gérard Longuet, ministro de la defensa, para no citar sino los más
conocidos. Esta banda reaviva con sus propósitos lo peor de la derecha. Esa
derecha reaccionaria y autoritaria ensalza “la Francia” como un mito, en desmedro
de lo mejor del pueblo francés. Aquel que supo afirmar, desde la Gran
Revolución, los principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad. O sea, los
fundamentos de la República social y democrática.
No es casual, pues, sino una consecuencia directa, la ruptura
con aquellos viejos valores. En su primera presentación, el
presidente-candidato Nicolas Sarkozy los reemplazó alegremente por otros
nuevos: “Trabajo, Responsabilidad, Autoridad” (entrevista en Le Figaro
Magazine, 11 de febrero 2012). Poco antes, el 6 de enero, Sarkozy rendía
homenaje a Jeanne d’Arc, acto simbólico significativo. Mientras el tema de la
“identidad nacional” (entiéndase la estigmatización del extranjero) reaparecía
en el lenguaje de sus principales colaboradores. Hasta el ministro del interior
Le Guéant se permitió afirmar, con desparpajo, la “superioridad de unas
civilizaciones sobre otras”. La búsqueda desesperada de los votos que van al
FN, esta derecha los quiere recuperar utilizando los mismos propósitos, el
mismo discurso. Las fronteras, estas sí, se hacen cada vez más porosas. Y
parecen olvidar el viejo precepto que siempre es preferible el original a la
copia. Los aprendices de brujo juegan peligrosamente con el fuego.
A un mes para las elecciones, el 22 de abril, el horizonte político,
social y electoral aparece bastante confuso. Sin duda que lo primero que puede
señalarse es el descrédito del actual presidente. Los sondajes regulares varian
en algunos puntos, acordando más o menos diferencias entre los candidatos,
en particular entre Sarkozy y su principal rival, el socialista François
Hollande. Pero el rechazo a Sarkozy se mantiene constante. Sus piruetas
políticas y la enorme campaña publicitaria a su favor, incluso abusando de su
función presidencial, no han mejorado la imagen: más del 70% de los electores
mantienen su descontento. Es cierto que en un mes mucho puede cambiar. No hay
pronóstico previamente garantizado. Por ahora, Hollande lleva la delantera
(aproximadamente el 28% de las intenciones de voto en el primer turno, y se
afirma como ganador en la segunda vuelta, el 6 de mayo, con más de 50%;
mientras Sarkozy obtendría 26% en abril y menos del 40% en mayo). Sin aventurar
hipótesis, pareciera que se está llegando, muy probablemente, al final del
efímero reinado de Sarkozy.
En segundo lugar, vale la pena destacar el rol ascendente
del Frente de Izquierda de Jean-Luc Mélenchon. En apenas dos años de
existencia, y basándose en algunas pocas fuerzas -en particular de lo que queda
del PCF- este frente logró constituir una corriente importante. Permitió, en
resumen, la reorganización de una izquierda unificada favorable al cambio
social, opuesta claramente al proyecto neoliberal, una izquierda republicana y
social que no dejará de marcar el panorama cualquiera sean los resultados
electorales. El Frente de Izquierda se pronuncia, además, por una ruptura
institucional y política: la declaración en favor una VI República. Compuesta
por un verdadero arcoiris de sensibilidades, no caba duda que este Frente
encuentra un eco importante (últimos sondajes acreditan Mélenchon con más del
10%). En todo caso, es la única corriente que se presenta a la izquierda del
PS, cuyos compromisos con el socialiberalismo –conviene no olvidar– son muy
fuertes. Valga recordar que casi toda la actual dirección votó por el Sí al
proyecto de constitución europea, en 2005, incluso que Hollande excluyó de la
dirección a los pocos opositores a esta línea. La memoria ayuda a veces a ver
más claro los títeres y el titiritero.
El “centro” de François Bayrou, un hombre de la derecha
católica, no logra tampoco ampliar su espacio. Se le prevé un 15%, recogiendo
votos de un sector desilucionado del sarkozismo. La mitad, y quizá un poco más,
votará luego al candidato de la derecha y/o pasará a la abstención (otro dato
que no hay que minimizar). En cuanto al FN de Marine Le Pen, a pesar de sus
intentos de presentarse como candidata “anti-sistema”, con su discurso
nacionalista y poujadista tradicional (sin salirse nunca
de la xenofobia anti- inmigración) no parece superar tampoco el 15%, votos
recogidos en parte entre capas populares. En cuanto a los partidarios de
Europa-Ecología-Verdes, con Eva Joly como candidata, perdieron toda oportunidad
para obtener un mínimo decoroso. Finalmente, la extrema izquierda (o izquierda
anticapitalista, si se quiere llamarla así), el NPA y LO, que se
presentan cada uno por su cuenta, pagarán lamentablemente el precio del
daltonismo sectario.
El panorama político y social en Francia se presenta, pues,
con sombras y luces. Un eventual triunfo electoral de la izquierda socialista,
con la existencia autónoma de una fuerte corriente de izquierda radical, puede
abrir una perspectiva que permita, al menos, frenar la tremenda ofensiva de la
derecha conservadora y reaccionaria. Poner fin al reinado de Sarkozy
y de la banda que junto con él se apropió del poder del Estado, es un objetivo
que puede tener éxito en las elecciones del 22 de abril y del 6 de mayo
próximo. Los tiempos que vivimos, desgraciadamente, no permiten afirmar un
optimismo a toda prueba. Mucho dependerá, como siempre, de la capacidad de las
clases trabajadoras para afirmar su voluntad de cambio. No hay disyuntiva que
se resuelva sin lucha. El domingo 18 de marzo, recuerda aquel otro 18 de marzo
de 1871, cuando el pueblo de París, los dominados y humillados de siempre, se
volvieron a levantar. No tenían otra consigna que aquella acuñada en las
revoluciones del siglo XIX desde la Revolución de 1789: Libertad, Igualdad,
Fraternidad. Se equivocan los que piensan que ha perdido vigencia.
Hugo Moreno, docente-investigador universitario, es miembro
del Comité de Redacción de Sin Permiso.