Nikolai Roerich (Rusia) Padma Sambhava y la doma del gigante |
Con lágrimas en los ojos –que un asesor rápidamente achacó al “viento del Este” con el fin de no perjudicar su calculada imagen mediática de Macho Alfa–,[1] Vladímir Putin celebró su triunfo en las elecciones presidenciales rusas el pasado 4 marzo en un multitudinario acto cerca de la Plaza Roja de Moscú. Lejos de prometer conciliar un país crecientemente dividido, aprovechó el momento para arengar a los asistentes: «hemos ganado en una batalla abierta y honesta.» Las elecciones no fueron limpias y las denuncias de manipulación no se hicieron esperar: los observadores internacionales de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) consideraron que el proceso electoral había sido «claramente distorsionado» en favor del candidato de Rusia Unida, quien «recibió un trato de favor en términos de presencia en los medios con respecto a sus competidores.
Además, recursos gubernamentales fueron utilizados
en su favor. El coordinador de los observadores europeos, Tonino Picula,
declaró que «el resultado de todas elecciones es incierto. No fue éste el caso.
No hubo una competición real y el abuso de recursos del gobierno garantizó que
nunca estuviera en duda quién sería el vencedor.»