Los ‘mugshots’ son los clásicos retratos policiales
Entre el par de fotos de la izquierda y las dos de la
derecha hay casi un siglo de distancia temporal. Vladimir Ilich Lenin fue retratado en un
cuartel de la policía zarista de San Petersburgo en 1895. David Bowie, en un
comisaría policial de Rochester (Nueva York-EE UU) en 1976. Los delitos son distintos, casi discrepantes. El del soviet,
ejercer la agitación escribiendo y publicando panfletos peligrosos para el
estatus del imperio, con títulos tan manifiestos como Quiénes son los “amigos
del pueblo” y cómo luchan contra los socialdemócratas. El del músico, llevar
encima casi tres kilos de marihuana.
Los castigos tampoco guardan semejanza: Lenin fue condenado
en 1896 a tres años de destierro en la tundra siberiana, mientras que Bowie,
tras una retención de unas horas en el cuartelillo, pagó una multa de 2.000
dólares y se fue a su hotel de lujo sin cargos judiciales.
¿Es improcedente colocar una imagen al lado de la otra? No
desde el punto de vista fotográfico: ambas pertenecen al género de las mugshots
o retratos policiales y, como tal, responden al mismo objetivo (ser añadidas
como complemento gráfico al atestado policial) y, pese a los 81 años
transcurridos, están realizadas con la misma metodología (retratos frontal y de
perfil, iluminados con luz directa y con corte de plano medio).
No hay nada artístico en las mugshots, ningún artificio.
Todo es sometimiento al imperativo del género y la utilidad. El retratado debe
ser identificable y dejar ver sus dimensiones antropométricas. El modelo ha de
mostrarse ante la cámara manejada por un funcionario policial que hace su
trabajo con disculpable rutina.
En los retratos policiales hay otra constante: el retratado
sabe y asume que la foto es la prueba gráfica de su detención y debe decidir,
en un espacio de tiempo ínfimo, habitualmente 1/125 de segundo, y bajo una
tremenda presión, qué imagen, rastro o reflejo quiere dejar de sí mismo ante
quienes le han capturado y le juzgarán.
Al Capone, que llegó a ser el enemigo público número uno,
todavía lucía saludable cuando fue detenido en 1929 por llevar encima armas de
fuego sin licencia. Su mirada es clara en la mugshot, de fiera pero también de
hombre de negocios. Tiene el don de saber ocultar el miedo que padecía a los
atentados de las familias enemigas que deseaban asesinarle y el dolor de la
sífilis que sufría desde adolescente (y que le mató a los 48 años).
Tampoco opta por el mimetismo o el enclaustramiento el
mariscal nazi Hermann Göring, detenido en Austria en mayo de 1945. El ego
descomunal del que había sido designado por Hitler como sucesor es patente en
las fotos, en las que posa con descarada pedantería, la misma que le hacía
llevar toga sobre el uniforme y que demostró en los juicios de Nuremberg por
crímenes contra la humanidad (se suicidó con una píldora de veneno el día antes
del señalado para su ahorcamiento).
Algunas sentencias judiciales en los EE UU no han admitido
como prueba las mugshots porque “criminalizan” a los acusados e influyen en los
jurados al estar basadas en el mismo código visual de los carteles de se busca.
Otros fallos judiciales, en sentido contrario, indican que las fotos son
especialmente apropiadas cuando se trata de demostrar la “carrera criminal” de
una persona.
Sean cuales sean el lugar o el tiempo, la circunstancia o la
causa de la detención, la actitud altanera o derrotada del modelo, la
tecnología análogica o digital utilizada en los retratos policiales -que
pueblan por millones los archivos nacionales y los vericuetos de Internet (aquí
hay un buscador y aquí una colección de celebrities en apuros), el carácter del
subgénero no se ha transformado: el supuesto culpable, casi siempre sumiso,
posa ante el sistema represivo de frente y de perfil.
Las excepciones son contadas. La foto de la izquierda,
tomada en una comisaria de Nueva York en 1940, muestra a un grupo de cuatro
acusados de pertenecer a una pandilla organizada de delincuentes. ¿Por qué la
imagen en grupo, que rompe todos los cánones del trabajo y no tiene ningún fin
aparente que no pueda ser suplido por las fotos individuales? ¿El deber
inesperado del fotógrafo por ser documentalista, casi reportero?
En otras ocasiones, muy pocas, la ideología se infiltra de
manera muy burda en el hábito y la mugshot expande su significado.
El 23 de febrero de 1956 casi 60 activistas en pro de los
derechos civiles de los negros estadounidenses fueron detenidos en Montgomery
(Alabama) tras una manifestación contra la segregación racial en los autobuses
públicos.
Uno de los detenidos fue Martin Luther King. El funcionario
policial encargado de las mugshots descuidó bastante el marco de la foto y
lanzó al activista hacia la izquierda y hacia abajo. ¿Cansancio por tener que
retratar a tanto negro beligerante? ¿Puro deseo primario de acabar con aquel
joven carismático sacándolo del cuadro?
Pasados unos años, el 4 de abril de 1968, alguien anotó a
mano alzada en la foto que King estaba muerto. La palabra dead aparece dos
veces: sobre el vientre y encima de la cabeza del asesinado. Las fotos casi
nunca mienten.