Ernesto Cardenal por Molina |
Este jueves 3 de mayo el escritor nicaragüense recibió con
humilde asombro y agrado la noticia que lo nombró como nuevo Premio Reina Sofía
de Poesía Iberoamericana, uno de los más importantes de la lengua española.
Así, se rompe la ley silenciosa de alternar un poeta latinoamericano y otro
ibérico, pues en 2011 fue de la cubana Fina García Marruz el
reconocido galardón. Resulta, además, el primer centroamericano que se
distingue con tal reconocimiento.
Bien cumple la obra de Cardenal la condición de entregar
relevantes aportes al patrimonio cultural de Iberoamérica y España. Por ello ha
sido propuesto también para Premio Nobel de Literatura 2010, ha sido finalista
del Premio Cervantes y mereció el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo
Neruda. Pero, según ha declarado en múltiples entrevistas, nada de esto le molesta
ni le quita el sueño. Más bien, no va con su carácter.
Nacido en Granada, Nicaragua, en 1925, Cardenal supo
conjugar con coherencia sus tres vocaciones: la poesía, la fe religiosa y
el espíritu revolucionario. “En realidad para mí las tres han sido como una
sola. Mi vocación natural ha sido la de poeta, pues con ella nací, y hacía
versos desde mi infancia. En mi juventud fui muy enamorado, amaba muchísimo a
las muchachas, y mi sed insaciable de amor y de belleza fue lo que me llevó a
Dios. Mi conversión a la vida religiosa fue a los 31 años y mi sacerdocio hasta
algo después. Entré a un monasterio trapense en Estados Unidos, donde dio la
casualidad que mi Maestro de Novicios fue el místico norteamericano Thomas
Merton. En la formación religiosa que él me dio me hizo ver que el
contemplativo no debía ser indiferente a los problemas sociales y políticos de
su pueblo. Y así fue que la conversión a Dios me llevo después a una conversión
a la revolución. Después que salí del monasterio, cuando visité Cuba en 1970
tuve lo que yo he llamado mi segunda conversión, la conversión a la revolución.
Primero fue el descubrimiento de que el marxismo era bueno, por las grandes
transformaciones que había hecho en Cuba, aunque pensaba que yo no podía ser
marxista porque el marxismo era ateo. Poco después surgió la teología de la
liberación que me hizo ver que el ateísmo no era elemento indispensable del
marxismo, y que se podía ser marxista sin ser ateo, y que no había
contradicción entre el marxismo y cristianismo”, declaró en una entrevista
publicada en 2004.
Su primer poema lo escribió a los siete años y desde
entonces la creación ha fluido ininterrumpida. Estudió literatura en México y
en Nueva York y luego se ordenó como sacerdote, en 1965. Todo esto unido a las
ideas políticas que lo hicieron parte de la resistencia contra la dictadura de
los Somoza (1937-1979) y miembro del Frente Sandinista de Liberación Farabundo
Martí.
En la actualidad su principal ocupación es escribir, “cuando
llega la inspiración”, aclara. Mientras tanto lee y apadrina un taller de
poesía para niños con cáncer, y ya no frecuenta con la misma asiduidad los
lugares públicos.
Sus obras han sido publicadas en 20 idiomas y en más de 200
ediciones y guardan la magia de saber unir la mística y la épica, la
cotidianidad y la denuncia social, retratar los misterios espirituales de la
vida moderna.
Con Cuba lo une una relación de amistad cultivada a través
de los años, pues según ha revelado luego de su viaje a la Isla en 1970 acendró
su espíritu de revolucionario, porque la revolución es sobre todo una cuestión
de amor.
“Siempre he creído que
estamos hechos de los mismos elementos que las estrellas. Nuestro cuerpo está
hecho de átomos, igual que el corazón de las estrellas. Venimos de ellas y
nosotros somos las mismas estrellas con conciencia y amor en el universo”, confesó
en una entrevista para La Jiribilla.
http://www.lajiribilla.cu/2012/n574_05/574_33.html |