Foto: Leonardo Boff |
Hace más de veinte años que la Iglesia católica condenó a
Leonardo Boff a la misma hoguera por la que antes pasaron Giordano Bruno y
Galileo Galilei. El teólogo y filósofo brasileño decidió sobrevivir cambiando
de trinchera pero no de principios. Bajó su mirada y siguió fiel a sus
creencias: otros mundos y otra Iglesia son posibles. En Río de Janeiro fue
recibido como el salvador de la Tierra por los movimientos altermundistas en
torno a la Cumbre de los Pueblos.
La talla de Leonardo Boff no dista de la de cualquier
septuagenario: cabello canoso, gesto afable y cara de buena gente. Su holgada
silueta ronronea ya con la declinación propia de la edad. Los mismos años
colorean de blanco una barba que le otorga un toque ecléctico, a medio camino
entre Karl Marx y el dios Neptuno. Pero hay algo en su mirada que deja entrever
esa unicidad inusitada. Y ese algo es lo que más es Boff. Los ojos llanos de
este teólogo y filósofo brasileño transmiten protección. Su aura es profunda y
su presencia acogedora. Es la viva imagen de la sabiduría, un concepto hoy en
vías de extinción precisamente por la escasez de pensadores de su talla.
Boff ha hecho de la filosofía su espacio, lugar y método de
reflexión. Nacido, paradojas del destino, en Concórdia (Brasil), Genésio Darci
Boff mantiene el alias que adoptó como religioso: Leonardo. Su relación con la
religión es perenne desde entonces, según cómo se interprete. Fue en 1985
cuando la iglesia católica sentó al franciscano en la misma silla por la que
pasaron antes los astrónomos Giordano Bruno y Galileo Galilei.
Ahondando en el error bíblico que encontró Copérnico (la
Tierra no es el centro del sistema solar), Bruno insinuó la existencia de
múltiples estructuras estelares y la infinitud del universo. Eran tiempos en los
que la ciencia y la teología exigían una visión geocéntrica y finita. Los
inquisidores consideraron un atentado contra Dios el concepto de infinitud, así
que la curia romana le declaró herético impertinente, pertinaz y obstinado.
Ataviado ya con las ventajas de la mira telescópica, Galileo hurgó en la herida
al sugerir que el hombre no era el centro de los cielos, que se regirían por el
modelo heliocéntrico de la física copernicana. Demasiado para la Iglesia, que
condenó a Galileo a arresto domiciliario hasta su muerte en 1642. Dos
astrónomos y dos miradas demasiado peligrosas para la hegemonía y estabilidad
católicas.
Casi cuatro siglos después, Leonardo Boff se enfrentaba al
juicio del Santo Oficio (la otrora Inquisición), quien le pidió cuentas sobre
las ideas publicadas en Iglesia: carisma y poder (1982). Su pecado no fue posar
la mirada en el orden planetario, sino bajarla a la Tierra y a los pobres.
Encorajinó al catolicismo no desde la cosmología sino desde la propia teología.
Sus detractores le acusaron de fundar una iglesia desde las visiones de Marx, a
lo que respondió que su perspectiva no brotaba desde el marxismo sino desde el
grito de los oprimidos. De nada sirvió.
Foto: Leonardo Boff |
Leonardo perdió aquella batalla y fue condenado al silencio.
Le quitaron la licencia para enseñar teología católica durante el pontificado
de Juan Pablo II, en un proceso en el que el actual papa, Benedicto XVI,
desempeñó un papel clave desde el cargo que entonces ocupaba, el de prefecto de
la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Curiosamente, el mismo
Joseph Ratzinger que subvencionó la publicación de la tesis doctoral de Boff,
su alumno aventajado en la Universidad de Múnich. Boff recurrió a un verso del
poeta y músico argentino Atahualpa Yupanqui para aceptar su sino: “La voz no la necesito, sé cantar en
silencio”.
La presión internacional logró levantar el castigo
(suspensión a divinis) y meses después Boff recupera la palabra. Pero en 1992
sintió nuevamente el aliento inquisidor de la Iglesia, que pretendía evitar su
presencia en la Eco-92 de Río de Janeiro (la Conferencia de la ONU sobre el
Medio Ambiente y el Desarrollo), así que decidió “cambiar de trinchera para
continuar en la lucha”. Renunció a sus actividades sacerdotales y abrazó el
estado laico.
Desde aquel día Boff ha edificado su pensamiento y sus actos
en torno a dos ejes: los oprimidos y la Tierra, ésta vista como la casa común
de los seres humanos. A los más indefensos va dirigida la teología de la
liberación, la corriente teológica nacida en el seno de la iglesia católica y
de la que Boff es el principal exponente. “Pone
a la vida en el centro. Es elaborada con la mira puesta en la liberación
histórico-social de los oprimidos, y no sólo en la edificación interna de la
galaxia eclesial”, explica. Dios aparece entonces más interesado por la
justicia que por el rito, queda más cerca del llanto del oprimido que de las
alabanzas de los piadosos. Cuentan las prácticas y no las prédicas.
La teología de la
ecología
Pero el Boff teólogo no se acercó a Río para tratar de Dios
sino de la Tierra. Es imposible entenderle sin hablar de la Amazonia, que corre
por sus venas. En la Amazonia predicó y de la Amazonia aprendió su respeto por
la Madre Naturaleza (nótese el uso de la mayúscula, pues pocas veces antes un
matiz revistió de tanta importancia). Y es igualmente imposible entenderle sin
hablar del agua, la morada del dios Neptuno, a quien tanto recuerda su imagen.
Por eso Boff es hoy el profeta de la teología de la ecología, una ampliación –según
explica- de la teología de la liberación.
La Naturaleza y la naturaleza. Los dos conceptos se
saludaron en Río de Janeiro, a finales de junio, con un simple hasta luego. La
Naturaleza con mayúsculas centró los debates propuestos desde el seno de la Cúpula
dos Povos, la cita que los movimientos altermundistas organizaron precisamente
para contrarrestar la fuerza de Naciones Unidas y cerca de doscientas
delegaciones gubernamentales, que a base de golpes en la mesa (y por cierto, de
las presiones del Vaticano) han usurpado a la naturaleza su majestuosidad. La
venden con formato verde en un discurso que habla de progreso, lo que es
duramente criticado por figuras como los sociólogos Edgardo Lander y Boaventura
de Sousa Santos, el economista Joan Martínez-Alier y, por supuesto, Leonardo
Boff, cuya aura brilló sobre todos ellos. Explica el filósofo:
“El documento de la ONU es rehén del viejo paradigma de la dominación de la naturaleza para extraer de ella los mayores beneficios posibles para los negocios y para el mercado. La economía verde radicaliza esta tendencia, pues busca no sólo mercantilizar la madera de la selva sino también su capacidad de absorción de dióxido carbono. El texto se revela definitivamente antropocéntrico, como si todo se destinase al uso exclusivo de los humanos y la Tierra los hubiese creado sólo a ellos. En resumen, el futuro que queremos, lema central del documento de Naciones Unidas, no es otra cosa que la prolongación del presente”
El agua es el elemento central de la Madre Naturaleza. El
agua es vida. Y el agua es futuro. Quizá el único futuro, si acaso es que
queremos un futuro, apunta Boff. “Es uno de los bienes más escasos del mundo,
más que el petróleo. Siento que es un imperativo moral hablar de estas cosas,
que son incómodas. Y sé que la solución no cabe dentro del sistema actual y por
eso nos enfrentamos a profundas modificaciones civilizacionales. Si no
cambiamos, podemos conocer el camino ya recorrido por los dinosaurios. ¿Por qué
esa carrera mundial, en la que están metidas las grandes empresas, para la
privatización del agua? Está dominando la visión que reduce al agua a una
mercancía como cualquier otra. Pero no lo es. Es un bien natural vital, común,
insustituible, no un bien económico”, escribe en El agua, factor ecológico de
la humanidad, de espiritualidad y de cooperación (2008).
Ya en 2003 firmó,
junto con otros intelectuales, la Carta de la Tierra, donde alertaba de que
estamos en un “momento crítico en el cual la humanidad debe escoger su futuro.
Y la elección es ésta: o se promueve una alianza global para cuidar a los otros
y la Tierra o arriesgamos nuestra destrucción y la devastación de la diversidad
de la vida”. Sostiene que la actual crisis del capitalismo es más que
coyuntural y estructural. Es terminal. Primero, porque nos hemos saltado los
límites de la Tierra. Y segundo, porque el capitalismo ha generado una crisis
que ya no es periférica sino global.
El geocidio que viene
todavía puede ser evitado, confía el brasileño. El cambio radical de rumbo pasa
por los cuatro ejes que explicó durante su conferencia en la Cúpula dos Povos:
el respeto a todos los seres, la ética del cuidado (“esa relación amorosa, generosa
y amigable con la realidad”), la responsabilidad universal (“debemos tener
siempre presentes las consecuencias de nuestras acciones”) y el binomio
cooperación-solidaridad (“porque el problema es hoy global”).
Cuatro ejes para cuatro virtudes: hospitalidad (“pues todos
somos hijos de la Tierra”), convivencia (“para superar los conflictos éticos e
ideológicos”), tolerancia (“que busca converger en la diversidad para no ser
presa de los fundamentalismos de todos los órdenes”) y la comensalidad (“el
sentarse a comer y beber juntos alrededor de la misma mesa es una de las
referencias más ancestrales de la familiaridad humana y está ligada a la propia
esencia del ser humano en cuanto que humano”).
“Los cuatro principios y las cuatro virtudes nos son tan próximos, están tan ligados a procesos de vida, que no es necesario enseñarlos, basta con concienciarlos. Están ligados al proceso de vida”, nos dijo en Río, no sin antes aclarar el rol vital de las religiones, en plural, en este proceso: “Su papel pedagógico es fundamental porque enseñan el respeto. Desgraciadamente, la mayoría, incluida la iglesia católica, padecen una enfermedad llamada fundamentalismo”.
Se despide con dos abrazos y una recomendación en forma de
lectura: La creación: salvemos la vida en la Tierra, del biólogo Edward O.
Wilson. Así es este sabio, el teólogo de la Tierra que recomienda la lectura
atenta de un científico, pues “propone la alianza sagrada entre los dos poderes
que considera más fuertes: la tecnociencia, que transforma el mundo; y las
religiones, que transforman a las personas. Las religiones tienen que exigir
que la ciencia se haga con conciencia y no para el mercado. Y la ciencia tiene
que exigir a las religiones que superen el fundamentalismo, que enseñen lo básico
del respeto. Si unimos las dos podremos salvar la vida”.
Su figura se diluye a lo lejos por entre la gente, mientras
sus palabras rebotan arremolinadas unas junto a otras, sin importar el orden,
invitando a pensar que la humanidad se merece que exista alguien como él, la
quintaesencia del teólogo, el filósofo que rompe los moldes restrictivos del
presente para darnos la esencia de la metafísica. El hombre que confía en que
otros mundos y otra iglesia son posibles. Quien entiende la vida como un respeto
absoluto hacia la Naturaleza, una bucólica oda a la casa común, un canto de
sirena en estos tiempos tan apresuradamente progresistas.
Máster en
globalización y desarrollo, Mª Ángeles Fernández es una periodista freelance
experta en temas internacionales. En FronteraD ha publicado El agua embotellada
seca la sed de México. J. Marcos es un fotoperiodista freelance especializado
en temática internacional, labor que ejerce para medios nacionales y
extranjeros. En FronteraD ha publicado Adoptados en China: españoles de ojos
rasgados y El agua embotellada seca la sed de México. Ambos mantienen abierta
la ventana virtual www.desplazados.org