Mario Bunge ✆ Bob Row |
- (…) el socialismo se propone poner en práctica la hermosa consigna de la Revolución Francesa de 1789, que hasta ahora no ha pasado de ser aspiración: Liberté, égalité, fraternité
Los plurales que figuran en el título nos recuerdan que hay
más de un socialismo y más de una filosofía. En efecto, los idearios y
movimientos llamados socialistas van del socialismo libertario al dictatorial.
Con la filosofías ocurre otro tanto: las hay claras y serias como la
aristotélica, claras y vacías como la de Wittgenstein, confusas pero con un
grano de verdad, como el materialismo dialéctico, y herméticas y ridículas como
el existencialismo.
El título de esta nota plantea un segundo interrogante: ¿qué
relación puede haber entre un movimiento
político, con su ideología concomitante, y una doctrina que trata de ideas más
bien abstractas, como las de ser y devenir, argumento válido y falacia, conocimiento
y error, bien y mal? El liberal clásico y el socialista libertario negarán que
haya tal relación, mientras que el
socialista autoritario exigirá la subordinación de la filosofía a su ideología.
El típico profesor de filosofía, que no se arriesga pensando
ni actuando, se pronunciará por la
neutralidad cuando goce de libertad, y por el partidismo más servil cuando así
se lo exija quien le paga. En cambio, el filósofo auténtico, el que prefiere abordar problemas nuevos a enseñar soluciones envejecidas, se atreverá
a pensar en la relación entre filosofías y políticas, porque es un problema tan descuidado como
importante para ambos términos de la relación de marras.
Entre nosotros, sólo
José Ingenieros se
atrevió a abordar
este problema: lo
hizo en Emilio Boutroux y la filosofía universitaria
en Francia (Buenos Aires: Cooperativa Editorial
Limitada, 1923). Este libro, que lo convirtió en el precursor mundial de
la sociología de la filosofía, apareció al mismo tiempo que emergió la reacción antipositivista , encabezada en
Buenos Aires por Coriolano Alberini,
discípulo del neohegeliano
Giovanni Gentile, colaborador
de Mussolini y ministro de su gobierno.
(En realidad, se llamó antipositivismo a la reacción contra
el cientificismo, o sea, el programa de Condorcet y otros ilustrados, de
abordar todos los problemas del conocimiento con ayuda del método científico.
Desde 1960, el anti-cientificismo es parte no sólo de las ideologías
derechistas como la de Hayek, sino también del pseudo-izquierdismo que nos
llega de París, el que no entiende que la política sin ciencia social es
improvisada y por tanto irresponsable y condenada al fracaso. Esto lo mostraron tanto la trágica aventura boliviana del Che como las costosas revoluciones
de Mao en el poder.)
Por algo, Ingenieros fue uno de los primeros socialistas
argentinos y el fundador de la Revista de filosofía, así como el primer expositor en francés y
español de la psicología científica (biológica y experimental) y uno de los
críticos más elocuentes de la psicología acéfala y especulativa que aun
predomina en el país bajo la protección de las filosofías anticientíficas y
pseudofilosofías que se enseñan en nuestras facultades de humanidades y
ciencias sociales.
Quedamos, pues, en que la política y la filosofía están
relacionadas entre sí. Esta no es novedad para un marxista, quien ve intereses
económicos y contradicciones dialécticas hasta en la sopa. Y debiera ser obvia
para quienquiera que se ponga a pensar en los supuestos filosóficos de la
acción política, sea contenciosa o administrativa.
Se practica una
filosofía realista, y
no irrealista, cuando
se admite que
lo que se
aspira a construir, cambiar
o gobernar existe
o puede existir
realmente; se es
materialista, y no espiritualista, cuando se sobre-entiende
que no hay ideas fuera de cerebros, y cuando se admite que lo primero que hay
que hacer para sobrevivir es obtener medios de sustento y protección; y se
es humanista y
no nihilista, deontologista
ni utilitarista, cuando
se procura el
bien ajeno además del propio.
Con los valores sucede otro tanto: Los valores filosóficos
como la verdad, el bien y la justicia, son los más sensibles a la política.
Baste recordar la mentira noble o razón de Estado ; el nihilismo moral que
preconizaba Nietzsche; la equiparación
utilitaria de verdad con eficacia y del bien con la utilidad; y la afirmación
de Hayek, de que la justicia social es un espejismo.
En suma, todo político filosofa, aunque casi siempre lo hace
tácitamente y a veces toma meras tonterías
por verdades profundas,
como mi primo
Manolito quien, a
la edad de
diez años, anunció que cierto
oscuro escriba catalán [Eugenio D Ors], que publicaba bajo el
pseudónimo Xenius, era más inteligente que Platón
porque él, Manolito, lo entendía
a Platón pero
no a Xenius.
Pero no divaguemos:
vayamos derecho al
grano, que es
el problema de
la relación entre socialismo y filosofía. Por lo pronto
¿de qué clase de socialismo estamos hablando?
De todo ideario o movimiento que se proponga favorecer a los de abajo,
reemplazado la explotación por la cooperación, el privilegio por la justicia
social y la opresión por la participación.
Irónicamente, el socialismo se propone poner en práctica la
hermosa consigna de la Revolución Francesa de 1789, que hasta ahora no ha
pasado de ser aspiración: Liberté, égalité, fraternité. Los socialistas tibios
o nominales, al igual que los liberales, han destacado el primer miembro de
esta admirable tríada,
como si la
libertad pudiera reinar
entre desiguales; los
comunistas destacan la igualdad, como si ésta pudiera coexistir
con el despotismo; sólo los anarquistas aprecian por igual a los
tres miembros de la célebre triada; pero, al proponerse abolir el Estado,
preconizan tácitamente un retorno al estado salvaje. Y la fraternidad o solidaridad no puede darse
entre los de arriba y los de abajo, ni
puede imponerse, ni debiera confundirse
con la caridad.
En suma, cada de los tres miembros de la triada
libertad-igualdad-fraternidad depende
de los otros dos, al modo en que
los lados de un triángulo se dan a la vez. Más aun, el triángulo político no es
autónomo, sino que descansa sobre el cuadrado
trabajo-salud-educación-seguridad. El diagrama siguiente
sugiere el socialismo
como democracia integral,
o sea, expansión
de la democracia, del terreno
político a todos los demás campos de la acción humana.
Suponiendo que se haya convenido en los objetivos, ¿cómo
lograrlos? La respuesta clásica es que hay dos medios: el pacífico o
democrático, que proponen los socialistas democráticos, y el violento o
revolucionario, que procuran imponer los socialistas autoritarios. Nótese que en el primer caso se
trata de proponer, y en el segundo de imponer. Y quien propone está dispuesto a
discutir, mientras que quien impone clausura el debate. De aquí
que la filosofía asociada al
comunismo el marxismo
dogmático haya suprimido
muchas más ideas
que las que ha
generado o prohijado. En efecto, los
marxistas dogmáticos han pretendido imponer sus ideas, casi todas
anticuadas, tanto por su admiración por Hegel el proto-post-moderno como por su
descuido de la matemática.
Esto explica el que
los marxistas rechazaran por burguesas todas las grandes innovaciones científicas del siglo XX, con
excepción de las que generó la
investigación del pasado. En efecto, ha
habido eminentes estudiosos
marxistas o semi-marxistas del pasado
social, pero no ha
habido matemática, física,
química, biología, psicología,
sociología, politología, ni
siquiera economía, que fuesen a la vez marxistas, rigurosas y
originales.
Por su parte, aunque el socialismo democrático ha sido tolerante,
no ha creado muchas ideas. Esto ha ocurrido, ya porque se ha empeñado en
permanecer filosóficamente neutral, ya porque no ha abrazado con
entusiasmo a la
ciencia. Es así
que muchos famosos
charlatanes postmodernos se han autodenominado socialistas. No debieran
quitarnos el sueño, porque son pocos
e incomprensibles. De
hecho, en las
ciencias propiamente dichas
no abundan los dogmáticos, porque la investigación
original requiere libertad de búsqueda y de expresión, así como la búsqueda de
pruebas de algún tipo.
La tabla siguiente es un resumen muy simplificado de la
cuestión que nos ocupa:
Nótese la distinción privado/público, inexistente bajo el
totalitarismo, que todo lo incluye en el
Estado. La diferencia entre el totalitarismo de izquierda y el de derecha es
que el primero tiende a favorecer a los trabajadores, mientras que el de
derecha actúa en defensa de los explotadores, de modo que lleva eventualmente a
la agresión militar.
Lamentablemente, los marxistas han solido confundir
socialización con estatización. Esto les ha llevado a despreciar el
cooperativismo, que es socialista porque auna la propiedad colectiva con el
autogobierno. Este es el núcleo del socialismo cooperativo que preconizó Louis
Blanc en su exitoso libro L organisation du travail (París: Société de l
Industrie Fraternelle, 1839).
El socialismo concebido
como democracia integral
presupone la distinción
entre tres subsistemas en
toda sociedad: el
económico (producción, comercio
y finanzas), el cultural
(creación y difusión
de bienes culturales,
desde recetas culinarias
y planos de
viviendas a poemas y teoremas), y
el político (lucha por el poder y ejercicio del mismo en todos los grupos
sociales, de la familia y la empresa a la Nación).
La democracia integral preconiza la participación de todos
en el gobierno de los tres subsistemas mencionados, o sea, tanto la propiedad
como la administración de los mismos. Los socialismos escandinavos, que son tan
prósperos como estables, lo practican. En cambio, el economicismo, que privilegia
al subsistema económico,
tanto en su
versión neoliberal como
en su versión comunista, se ha hundido como un
buque escorado por mala distribución de su carga. Los tres subsistemas mencionados
existen e interactúan
en el mismo
nivel. (V. mi
Filosofía política (Gedisa,
2009.)
Finalmente, pasemos de la filosofía política a la filosofía
total, que incluye a la ontología (teorías del
ser y del
devenir), la gnoseología
(teorías del conocimiento), la
semántica (teorías del significado y de la verdad) y la
filosofía práctica teorías del valor,
de la acción, de la moral y de la política. La lógica fue absorbida hace tiempo
por la matemática.
La filosofía marxista ignora a la ciencia aunque profesa
amarla. Su ontología combina la confusa dialéctica hegeliana con un trozo del
materialismo decimonónico; su gnoseología es empirista y carece de metodología;
y su ética es utilitaria. Es tan escueta, tosca y anticuada, que ha dado de
comer a
un sinnúmero de
comentaristas, ninguno de
los cuales ha
hecho contribuciones originales
ni ha ayudado al nacimiento de
nuevas ciencias, como la microfísica, las biologías evolutiva y
molecular, la neurociencia cognitiva, o siquiera la sociología.
Evidentemente, un régimen socialista democrático no debe
imponer ninguna filosofía particular en
la esfera privada. Pero, en su calidad de buen administrador de los bienes culturales que debieran ser comunes, tiene la
obligación de favorecer el avance de todas las ramas del arte y del
conocimiento, el científico y el filosófico entre ellas. Ahora bien, la
filosofía avanza solamente cuando
investiga y cuando
interactúa con las
demás ramas del
conocimiento, desde la matemática y la física hasta la ingeniería
y la medicina. Estas, a su vez, no se desarrollan en un vacío filosófico,
sino que prosperan
al calor de
las filosofías ilustradas,
y se estancan
o retroceden ante los ataques de las oscurantistas. En mi Evaluating
Philosophies (Springer, 2012) he argüido que el conocimiento avanza a fuerza de
investigar dentro de la matriz esbozada en el diagrama siguiente:
El materialismo en cuestión no está contaminado por los
dislates de la dialéctica hegeliana y afirma
que lo material
se da a
varios niveles, del
físico al social;
el realismo concomitante coincide con el objetivismo; el
sistemismo afirma que cuanto existe es un sistema o parte de un sistema; el
cientificismo, que el
enfoque científico es el más
fértil; y el
humanismo, que el principio moral supremo es Disfruta de la
vida y ayuda a disfrutarla. Este principio se opone tanto al individualismo
como al globalismo, en particular el estatismo. Además de reemplazar el culto
de la muerte por el de la vida feliz y útil, implica al secularismo, aunque no
impone el ateísmo.
Lamentablemente,
las facultades de
humanidades, en particular
las nuestras, ignoran
el pentágono que empolla ideas nuevas, en particular las que resultan
más o menos verdaderas por ser realistas
y sistémicas, por cumplir el programa cientificista, y que no dañan por
ajustarse al humanismo. En efecto, en esas escuelas predominan hoy quienes
repiten o comentan textos herméticos o retrógrados, como los de Hegel,
Nietzsche, Heidegger y sus imitadores.
En resumen, el socialismo auténtico, a diferencia del
nominal y del dictatorial, combina la democracia con la cooperación y con la
libertad para pensar y actuar en provecho de todos excepto los parásitos.
Realiza así las aspiraciones de los filósofos más avanzados de la Ilustración:
Holbach, Diderot y Helvétius.
Mario Bunge es el más
importante e internacionalmente reconocido filósofo hispanoamericano del siglo
XX. Físico y filósofo de saberes enciclopédicos y permanentemente comprometido
con los valores del laicismo republicano, el socialismo democrático y los
derechos humanos, son memorables sus devastadoras críticas de las pretensiones
pseudocientíficas de la teoría económica neoclásica ortodoxa y del
psicoanálisis charlacanista.