Micaela Guas &
Laura Champeau
Adeline Virginia Stephen, la posterior autora de novelas
como Las olas y La señora Galloway y ensayos como Un cuarto propio y Tres
guineas, partirá en 1905 de su ciudad natal junto a su hermana Vanesa, luego de
la muerte de su padre Sir Leslie Stephen. Más tarde se unirán con un destacado
grupo de artistas, para formar lo que se llamaría el “Bloomsbury Set”.[1] Frente a un
mundo totalmente convulsionado por la decadencia de los valores burgueses y la
descomposición social cristalizada en el estallido de la primera guerra mundial
y por el esperanzador levantamiento de las masas que enfrentaban y derribaban
regímenes autoritarios como en la Revolución Rusa de 1917, los artistas e
intelectuales de la época supieron que ya no podrían reflejar con las mismas
palabras un mundo que cambiaba constantemente.
Así, sus obras se vieron influidas e impregnadas por sus vivencias personales y el momento histórico de esos años, y frente a estos por aparición de la psicología, el cinematógrafo y el espíritu rebelde de las vanguardias.
Las más conocida de las novelas , La señora Dalloway en
sincronía con todo esto, se desarrolla en una sola jornada y en ruptura con las
estéticas ya consagradas de las generaciones anteriores, la historia lineal y
visible del personaje está subordinada al relato psicológico interno, subjetivo
y exploratorio , que a su vez se entreteje con los eventos externos no solo al
personaje sino también a la novela, recurriendo para su construcción a técnicas
de las vanguardias pictóricas y en particular al montaje y los close-ups[2] de los jóvenes
cineastas y artistas cubistas.
Pero el campo intelectual se encontrará atravesado por las
guerras, crisis y revoluciones. En consecuencia la crítica hacia el mundo se
encarada desde distintos ángulos y puntos de vista. Virginia, desde su lugar y
su quehacer, emprenderá un gran aporte a la lucha por la emancipación de las
mujeres. Posteriormente, te transformará en un símbolo del movimiento feminista
del siglo XX.
Desde una visión marxista del mundo en general y de la lucha
contra la opresión de género en particular, queremos reivindicar el análisis
materialista que Virginia Woolf lleva adelante para examinar las condiciones
adversas de la relación entre la mujer y el arte. A pesar de no ser marxista,
la autora del ensayo “Un cuarto propio”, cuestiona el rol de la mujer
analizando las bases materiales que determinaban la opresión hacia el género
femenino por un mundo esencialmente victoriano. En dicho ensayo plantea que las
mujeres no habían participado en el arte en general, específicamente en la
literatura debido a que “para poder producir necesitan dinero y un cuarto
propio”, tiempo y ocio. Estos tres factores materiales, junto con las
imposiciones culturales constituidas en el transcurrir histórico del sistema
paternalista se transforman en trabas psicológicas para que las mujeres puedan
construir “un cuarto propio”: un espacio psicológico y personal, un espacio
para elaborar libremente.
“En primer lugar, hasta principios del siglo diecinueve, tener un cuarto propio, para no hablar de una habitación tranquila a prueba de ruidos, era inconcebible, a menos que sus padres fueran excepcionalmente ricos o muy notables. Su dinero para gastos, que dependía de la buena voluntad de su padre, le alcanzaba solamente para vestir, viéndose así privada de consuelos que estaban incluso al alcance de Keats, Tennyson o Carlyle hombres pobres: una gira a pie, un viajecito a Francia, un alojamiento independiente que, por miserable que fuera, los protegía de los reclamos y tiranía de sus familias. Las dificultades materiales formidables, pero mucho peores eran las inmateriales. La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros hombres de genio han hallado tan difícil de soportar, eran su caso no indiferencia sino hostilidad. El mundo le decía, con una risotada “¿Escribir? ¿Para qué quieres escribir?” [3]
Pero ¿Cómo una mujer podría escribir y participar en el
ámbito artístico si hasta no hace mucho tiempo no votaba, no tenía derecho
legal sobre el ámbito económico? O más aún, ¿Cómo una mujer trabajadora podría
producir arte, si era explotada como un medio fértil para la reproducción de su
familia y además era maltratada y alienada en una fábrica? Virginia se responde
mirando en la historia, en una historia escrita por hombres, donde las mujeres
eran excluidas, donde no las dejaban decidir, donde eran maltratadas y
sometidas. La historia no retrata o menciona ningún hecho trascendente con la
mujer como protagonista: si ella miraba al pasado no podía negar que pocas
mujeres hicieron algo, sin dejar de criticar que había un medio que las
condicionaba a no hacer nada. Cuando Virginia plantea que “cuando se es mujer
la historia se ve a través de la madre”, quiere decir, que el género femenino,
tiene generaciones y generaciones de personas que tuvieron una familia y una
vida que no deseaban , que nunca pudieron elegir o ni siquiera pudieron
proponerse objetivos fuera del plano familiar sin sentirse abrumadas por la
mirada del mundo. Asimismo, en los pocos casos que la palabra “mujer” aparece
inscripta en la historia, es siempre en una forma subordinada de la imagen
masculina y del rol secundario que le imponen. Según la autora, desde la
historia del arte esto se plasma en como, por ejemplo, la literatura, no crea
personajes femeninos basados en la realidad, sino que los dota de
características absolutamente ficticias , que no condicen con las necesidades y
aspiraciones de las mujeres en sus diferentes épocas. Aún hoy, en la plástica,
el 70 por ciento de los desnudos son de mujeres no reales, portadores de
estereotipos de un imaginario masculino que inventa mujeres funcionales al
modelo de sociedad que el patriarcado y el capitalismo necesitan.
“Hasta la época de Jane Austen, no sólo las grandes mujeres de la ficción habían sido vistas por el otro sexo pone delante de su nariz. De allí, quizás, la singular naturaleza de la mujer en la ficción; los sorprendentes extremos de su belleza y su fealdad; su fluctuar entre una bondad celestial y una depravación infernal, porque así la veía su amante, según su amor creciera o disminuyera, fuera próspero o desgraciado. Supongamos, por ejemplo, que en la literatura se retratara a los hombres solamente como los amantes de las mujeres, y jamás como los amigos de otros hombres, como soldados, pensadores o soñadores; ¡Qué poco papel podrían desempeñar en las obras de Shakeaspeare! ¡Cómo sufriría la literatura!”
Como por cierto está empobrecida más allá de nuestros
cálculos por las puertas que se les han cerrado a las mujeres. Casadas contra
su voluntad, forzadas a permanecer en una sola habitación y a cumplir una sola
ocupación. ¿Cómo podía un dramaturgo hacer de ellas una descripción completa, o
interesante, o verdadera? El único intérprete posible era el amor.
Porque se han preparado todas las cenas, se lavaron todos
los platos y tazas. Todos los hijos fueron enviados a la escuela y salieron al
mundo. Nada queda de todo eso. Todo se ha desvanecido. Ni las biografías ni los
libros de historia dicen una sola palabra al respecto. Y las novelas, sin
proponérselo, inevitablemente mienten”.[4]
Virginia intentó imaginarse qué habría pasado en la época de
Shakespeare - época donde uno de cada dos hombres escribía- si este reconocido
escritor hubiese tenido una hermana con su mismo talento y su misma
sensibilidad: “Un genio como el de Shakespeare no se da entre los trabajadores,
los sirvientes. No se dio en Inglaterra entre los sajones ni entre los
británicos. No se da hoy en día entre las clases obreras. ¿Cómo podría haberse
dado entonces entre las mujeres, quienes - de acuerdo con el profesor Trevelyan
- empezaban a trabajar casi antes de dejar sus niñeras, forzadas a ello por sus
padres y apegadas a ello por todo el peso de la ley y la costumbre? Sin
embargo, algún tipo de genio debió haber entre las mujeres así como debió
haberlo entre las clases obreras. De tanto en tanto resplandece una Emily
Bronte o un Robert Burns y prueba su existencia (…) De hecho, me atrevería a
decir que Anónimo, quien escribió tantos poemas sin firmarlos, muchas veces era
una mujer”
“Es muy probable que Shakespeare había ido a la escuela secundaria (su madre tenía una herencia) donde seguramente aprendió latín . Ovidio, Virgilio y Horacio- y elementos de lógica y gramática. Se sabe que fue joven rebelde, que cazaba conejos en terrenos vedados, que mató quizás algún siervo, y que debió casarse, bastante antes de lo oportuno, con una mujer del vecindario que le dio un hijo bastante antes de lo debido. Esa aventura lo llevó a Londres en busca de fortuna. Sentía, al parecer, inclinación por el teatro; comenzó cuidando en la entrada de artistas. Muy pronto consiguió trabajo en el teatro, se convirtió en un actor de éxito y vivió en el centro del universo, conociendo, saludando a todo el mundo, practicando su arte en las tablas, ejercitando su talento en las calles y hasta gozando de acceso al palacio de la reina. Mientras tanto, su dotadísima hermana, imaginemos, se quedó en casa. Era audaz y creativa como él, y compartía las mismas ansias de ver el mundo. Pero a ella no la enviaron a la escuela. No tuvo oportunidad de aprender gramática o lógica y menos aún leer a Horacio o a Virgilio. De vez en cuando tomaba un libro, quizás de su hermano, y leía unas páginas. Pero entonces entraban sus padres y le decían que zurciera las medias o que cuidara el guisado y no perdiese tiempo con libros y papeles. Le hablaban al mismo tiempo con rigor y benevolencia, porque eran gente acomodada y conocían las condiciones de vida de las mujeres y amaban a su hija…”
“Seguramente garabateaba a escondidas algunas páginas en el altillo, pero tenía cuidado de ocultarlas o quemarlas”. En poco tiempo pretenden obligarla a casarse, ella se rehúsa, por lo que su padre la golpea. De todas formas toma valor y huye, e intenta vivir la misma vida que su hermano, quiere ser actriz. En Londres, llega a la misma entrada de artistas donde su hermano se había aventurado. Allí los hombres se ríen de ella, para el director del teatro una mujer actuando era como un “perro bailando en dos patas”. Judith, jamás podría aprender su oficio. “¿Cómo podría siquiera cenar en una taberna o vagar a medianoche por las calles?” [5]
Virginia supone que terminaría embarazada de un hombre que
se apiadaría de ella y luego de años y años de tener una vida que no quiere, se
suicidaría. “esto sería más o menos la historia.”
“Porque una mujer del siglo dieciséis nacida con un gran talento se habría vuelto loca suicidado o terminado sus días en alguna cabaña solitaria afuera del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas. Porque no hace falta saber mucha psicología para descontar que una joven de gran talento que hubiera intentado ejercer su don para la poesía se habría visto obstaculizada y resistida por otra gente, tan torturada, desgarrada por sus propios instintos contradictorios, que indefectiblemente debía perder su salud y su cordura. Ninguna muchacha podía caminar hasta Londres, pararse en la puerta de un teatro y conseguir que la escuchase el actor-director sin que ello significase una gran violencia y una angustia acaso irracionales. (…) A una mujer que fuera poeta y dramaturga, vivir en el mundo del siglo XVI le habría significado una tensión y un dilema capaces de matarla. [6]
¿Pero acaso, no fue Woolf misma, la Virginia Woolf del río
Ouse, otra hermana de Shakespeare? ¿Cuántas experiencias propias no se han
filtrado en los cuadros del ensayo?
Se dice que dudaba frecuentemente de su capacidad como
escritora y que nunca pudo sentirse satisfecha y segura de sus novelas. Se sabe
que no acudió a la escuela, que desde niña le enseñaron los destinos únicos de
la mujer: el matrimonio y la maternidad. Las mismas misiones supremas que
cumplieron su madre y, más tarde, su hermana Vanessa que de niña, sentía
inclinación hacia la pintura. Virginia Woolf tenía sentimientos ambiguos hacia
su padre: lo admiraba y amaba profundamente ya que le había inculcado el gusto
OR ciertos autores y lecturas. Sin embargo, al tiempo, lo culpaba de su propia
inseguridad para dedicarse a las letras. En su novela El faro, Virginia crea un
personaje, el señor Ramsay, haciendo una analogía con su padre quien no le
confería a la mujer capacidad para el arte, sobre todo, en la pintura y la
literatura.
“Siento brotar en mí misma- escribió en uno de sus diarios- ahora mismo por lo menos seis relatos y siento por fin, que puedo traducir en palabras todos mis pensamientos. ¿Y si fuera a convertirse en una novelista interesante - no digo en uno de los grandes- pero sí, interesante? Curiosamente - para lo vanidosa que soy- hasta ahora no he tenido mucha fe en mis novelas” [7]
Soledad descorazonada, desgarro y lucha “con los propios
instintos contradictorios”, resistencias y obstáculos, restricciones y
exigencias, el querer ser y el deber ser, cuánto de eso hemos encontrado en la
mujer creativa del siglo XX! Cuántas de estas contradicciones se expresaron
también en los versos de otras, otras hermanas de Shakespeare tal vez, como
Alfonsina Storni o Alejandra Pizarnik por ejemplo!
Decía Alfonsina - “Bien
pudiera ser que todo lo que en verso he sentido/no fuera más que aquello que no
pudo ser/no fuera más que algo vedado y reprimido/de familia en familia, de
mujer en mujer” [8]
Pero acaso cuántas, audaces y creativas, no son tratadas y
abrumadas hoy con “benevolencia y rigor” por sus padres y maridos, las
costumbres, las instituciones, el trabajo y los medios?
Cuántas somos aquellas, cuyos nombres y rostros permanecen
ocultos y silenciosos como sus propias estrellas, como sus propios poemas,
atados con cinta roja, guardados en alguna vieja caja de zapatos.
Imaginándolos, postergándolos. Cuántas somos las que no llegamos a la puerta
del teatro, o a las posibilidades de los grandes medios y nos quebramos u hoy
perseveramos; y cuántas las que abrimos las puertas, pero no más que para
soportar competir o ceder a las exigencias comerciales y estéticas, sexuales e
intelectuales.
Entonces, ¿cómo podríamos hablar de libertad artística hoy
en el sistema capitalista? ¿Cómo podríamos hablar de libertad e un sistema en
que el arte está digitalizado por las leyes del mercado, en que el artista y la
obra se vuelven objetos de consumo? ¿Cómo podemos hablar de la libertad en el
arte sin ver las condiciones que el medio le impone al artista? ¿Cuántos y
cuántas tienen la posibilidad de tener su “cuarto propio” en este sistema?
Las mujeres estamos sometidas, por el solo hecho de serlo, a
la discriminación, el acoso sexual, la violencia y la humillación de un sistema
patriarcal basado en el machismo. Pero además, las mujeres somos la mayoría
entre los explotados y pobres de este mundo y una ínfima minoría casi
inexistente entre los poderosos dueños de las multinacionales que nos condenan
a esa explotación y a esa pobreza. Somos las que ocupamos los trabajos más
precarizados, cobramos salarios inferiores a los de nuestros compañeros varones
y por si eso fuera poco, estamos sometidas al trabajo no remunerado que
realizamos en nuestros hogares, limpiando la casa, cuidando hijos y sirviendo
maridos. Después de todas estas tareas, entonces, qué poco tiempo, creatividad
y ganas nos pueden quedar para explotar nuestra sensibilidad artística y
nuestros sueños.
En la sociedad capitalista, las mujeres que podemos llegar a
ser artistas somos mucho menos reconocidas que los artistas masculinos. No sólo
las posibilidades de exponer o publicar, en comparación a las de los varones,
son mucho más bajas, quedando limitadas al ámbito de la intimidad.; sino que
día a día, se nos transforma y viste, se nos exige de nuestro cuerpo como no se
le exige a un “perro bailando en dos patas”. y se nos exige de nuestro espíritu
una adaptación a un mundo mayoritariamente masculino y sujeto a demandas ajenas
y/o contrarias a las propias, nacidas de nuestros propios instintos creativos y
aspiraciones a una vida plena y libre. Es fácil comprobar esta abismal
desigualdad si vemos en la historia del arte, o de cualquier disciplina, la
ausencia de las artistas. Cuántas mujeres directoras de cine, escritoras,
pintoras, etc, han conseguido atravesar el tortuoso camino del reconocimiento
artístico y cuántas han quedado en el camino o en el punto de partida.
Por eso “La teoría de que el genio poético sopla donde
quiere, y entre los ricos y pobres por igual, encierra poca verdad. La libertad
intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad
intelectual. Y las mujeres siempre han sido pobres, no durante doscientos años
solamente, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han tenido menos
libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres,
entonces, no han tenido más chancees que un perro de escribir poesía. Por eso
es que he puesto tanto el acento en el dinero y en un cuarto propio”. [9]
Virginia Woolf no publicó hasta los 37 años. Pero publicó. Y
lo hizo contra viento y marea bajo las alas de su propia personalidad, estilo,
opiniones, conflictos y sueños.
Con la necesidad y la certeza de pelear por cambiar esta
situación y promover la creación de un arte independiente, que vea en el cambio
revolucionario de la sociedad su verdadera liberación y emancipación, nos
proponemos empezar a dar a conocer la obra de mujeres artistas, rescatando del
olvido todas esas voces que han sido silenciadas a través de la historia.
Notas
[1] “Grupo de
Bloomsbury” formado en el barrio londinense del mismo nombre, integrado por
artistas librepensadores entre las cuales estaba el crítico Clive Bell - esposo
de Vanessa - y el escritor Leonard Woolf de quien Virginia Woolf obtiene su
apellido al casarse en 1912.
[2] Close-up (primer
plano: Toma cerrada generalmente utilizada para resaltar el rostro del
personaje, sus movimientos gestuales, etc.
[3] Virginia Woolf, Un
cuarto propio(1929). Ed. A-Z-Editora
[4] Idem
[5] Ibidem
[6] Ibidem
[7] Virginia Woolf, Diario
íntimo II, (1924-1931), ed. De Anne Bell, trad. De Laura Freixas. Madrid,
Grijalbo Mondari, 1993, p.37
[8] Alfonsina Storni,
“Bien pudiera ser” en Irremediablemente (1919), ed. Losada.
[9] Virginia Woolf, Un cuarto
propio, op. cit.
El presente trabajo fue transcrito
por Laura Vilches a partir de un texto publicado por Micaela Guas & Laura
Champeau en la revista ‘El fantasma de la libertad’. En aquel momento no se lo
encontraba digitalizado así que ella se tomó el trabajo de tipear. Gracias!