Foto: Alain Badiou |
1990).
Para poder llegar a comprender la apuesta filosófica de
Alain Badiou, que parte del reconocimiento de Heidegger como último gran
filósofo, de las mutaciones matemáticas de finales del siglo XIX y principios
del XX, y de las teorías del sujeto desarrolladas por Marx, Lenin, Freud y
Lacan es preciso dar a conocer primero su propuesta ontológica (Badiou, 1999a).
La tesis tradicional o clásica de la metafísica nos dice que
una vez establecida la diferencia ontológica (que nos permite distinguir entre
el ser y los entes) debemos postular la reciprocidad entre el ser y lo uno.
Este axioma nos dice que a pesar de la multiplicidad de todo lo que se presenta
(los entes) lo que presenta la presentación (el ser) es uno o como dice bellamente
Gilles Deleuze en Diferencia y repetición (2002): “Una sola y misma voz para
todo lo múltiple de mil caminos, un sólo y mismo Océano para todas las gotas,
un sólo clamor del Ser para todos los entes” (p.446). Lo que permite explicar
el orden del cosmos. Para Badiou, no obstante, plantear que el ser es lo uno,
no es sólo negar que lo que no es uno, lo múltiple, no es, idea que, como diría
Aristóteles, repugna la pensamiento, además significa reintroducir lo divino en
la especulación desacralizada de la filosofía y someter la ontología a la
onto-teo-lógia. Esto lo lleva a declarar en contra de toda la tradición
metafísica y en consonancia con un riguroso ateismo que lo uno no es.
Así pues, toda presentación es múltiple, y el carácter de lo
uno (o sea el hecho de que lo que se presenta se presenta ya ordenado) es el
resultado de una operación, secundaria y no anterior, a la presentación
denominada: cuenta-por-uno. Operación que da estructura a toda multiplicidad
presentada y que provoca el equivoco de pensar que el ser, o la presentación de
la presentación, es uno. Badiou (1999a) llama situación a toda multiplicidad
presentada en la cual interviene el régimen de cuenta-por-uno. Toda situación
esta, por lo tanto, estructurada.
Ahora bien, si la situación es la estructuración del múltiple presentado por la operación del cuenta-por-uno, que es posterior a la presentación, cabe preguntarse por la naturaleza de la presentación antes de su estructuración. Sobre esta cuestión Badiou establecerá la distinción entre una multiplicidad inconsistente, anterior a la cuenta-por-uno, y una multiplicidad consistente o situación, posterior a dicha cuenta. Si la ontología estudia el ser-en-tanto-que-ser (o sea la pura presentación anterior al efecto de uno), la ontología debe ser una teoría de los múltiples inconsistentes: “La ontología, en tanto exista, será necesariamente ciencia de lo múltiple en tanto que múltiple” (Badiou, 1999a, p.38). Recordemos que si postulamos que lo uno no es, debemos admitir, que no solamente hay una variedad infinita de entes, sino que el ser mismo es una multiplicidad que sólo puede estar compuesta a su ves de múltiples, de lo contrario estaríamos reintroduciendo lo uno en lo múltiple. Si lo uno no es, sólo hay múltiples de múltiples, pero el problema radica en que la multiplicidad inconsistente (la presentación caótica de múltiples de múltiples) es impensable. El pensamiento necesita de la cuenta-por-uno. La cuenta-por-uno es la condición indispensable del pensamiento que le permite reconocer lo múltiple como múltiple: “Todo pensamiento supone una situación de lo pensable, es decir, una estructura, una cuenta-por-uno, en la que lo múltiple presentado resulta consistente, numerable” (Badiou, 1999a, p.46).
Sólo las situaciones, son, por lo tanto, pensables. Por lo cual la ontología debe ser una situación, o mejor, sólo existe ontología de la situación. Ahora bien, la única teoría que permite pensar lo múltiple puro presentado en la situación son las matemáticas y para ser más precisos la teoría de conjuntos iniciada por Georg Cantor.
Ahora bien, si la situación es la estructuración del múltiple presentado por la operación del cuenta-por-uno, que es posterior a la presentación, cabe preguntarse por la naturaleza de la presentación antes de su estructuración. Sobre esta cuestión Badiou establecerá la distinción entre una multiplicidad inconsistente, anterior a la cuenta-por-uno, y una multiplicidad consistente o situación, posterior a dicha cuenta. Si la ontología estudia el ser-en-tanto-que-ser (o sea la pura presentación anterior al efecto de uno), la ontología debe ser una teoría de los múltiples inconsistentes: “La ontología, en tanto exista, será necesariamente ciencia de lo múltiple en tanto que múltiple” (Badiou, 1999a, p.38). Recordemos que si postulamos que lo uno no es, debemos admitir, que no solamente hay una variedad infinita de entes, sino que el ser mismo es una multiplicidad que sólo puede estar compuesta a su ves de múltiples, de lo contrario estaríamos reintroduciendo lo uno en lo múltiple. Si lo uno no es, sólo hay múltiples de múltiples, pero el problema radica en que la multiplicidad inconsistente (la presentación caótica de múltiples de múltiples) es impensable. El pensamiento necesita de la cuenta-por-uno. La cuenta-por-uno es la condición indispensable del pensamiento que le permite reconocer lo múltiple como múltiple: “Todo pensamiento supone una situación de lo pensable, es decir, una estructura, una cuenta-por-uno, en la que lo múltiple presentado resulta consistente, numerable” (Badiou, 1999a, p.46).
Sólo las situaciones, son, por lo tanto, pensables. Por lo cual la ontología debe ser una situación, o mejor, sólo existe ontología de la situación. Ahora bien, la única teoría que permite pensar lo múltiple puro presentado en la situación son las matemáticas y para ser más precisos la teoría de conjuntos iniciada por Georg Cantor.
A diferencia de filósofos como Martin Heidegger que
identifican la filosofía con la ontología o metafísica, para Alain Badiou la
ciencia que estudia el ser-en-tanto-que-ser son las matemáticas, siendo la
filosofía una meta-ontología. Al identificar la ontología con las matemáticas
Badiou elimina el problema sobre la naturaleza de los objetos matemáticos:
estos no son ni objetos ideales, ni abstracciones de objetos sensibles, porque
estrictamente hablando no hay objetos matemáticos. Las matemáticas no presentan
nada, o mejor, sólo presentan la presentación, es decir, lo múltiple.
Entiendase bien, la propuesta de Badiou no nos dice que el ser sea matemático,
no se trata de un neo-pitagorismo, la tesis que postula la igualdad entre la
ontología y las matemáticas no trata sobre el mundo, sino sobre el discurso.
Esto es que sólo las matemáticas (y para ser exactos la teoría de conjuntos)
enuncian lo que puede decirse del ser-en-tanto-que-ser. El texto donde Badiou
nos presenta y justifica esta postura filosófica y ontología, y que hasta el
momento aparenta ser su obra maestra, es El ser y el acontecimiento, cuyo hilo
conductor, nos dice Badiou, es el siguiente: “Invirtiendo la pregunta kantiana,
no se trata ya de preguntar: ‘¿Cómo es posible la matemática pura?’ y
responder: gracias al sujeto trascendental, sino más exactamente: siendo la
matemática pura la ciencia del ser, ¿cómo es posible un sujeto?”(1999a, p.14).
Como ya hemos dicho, la única teoría que nos permite pensar lo múltiple en tanto que múltiple es, para Badiou, la teoría de conjuntos inaugura por Cantor, quien define un conjunto de la siguiente manera: “Por conjunto se entiende un agrupamiento en un todo de distintos objetos de nuestra intuición o de nuestro pensamiento” (citado en Badiou, 1999a, p.15). Un conjunto es, por lo tanto, una situación, o sea, la cuenta-por-uno de un múltiple presentado. Esta definición adolece, no obstante, de un optimismo ingenuo que presupone que: “nada de lo múltiple puede exceder una lengua bien hecha” (1999a, p.53). Propuesta que ignora conjuntos paradójicos que se tengan a sí mismos como elementos. Por ejemplo, “el conjunto de todos los números enteros no es un numero entero”; por que ningún conjunto puede ser elemento de sí mismo. Para evitar estas y otras paradojas se requieren dos condiciones: abandonar la idea de definir explícitamente la noción de conjunto y crear un criterio que permita identificar o distinguir un conjunto de lo que no lo es. Este proyecto fue realizado por el sistema formal de Zermelo-Fraenkel cuyo léxico incluye un sólo termino: el de pertenencia. De esta manera se evita tener que construir un símbolo cuyo sentido fuera “ser un conjunto”. De hecho, la teoría no permite distinguir entre objeto y agrupamiento de objetos o elementos y conjuntos (como hacia Cantor). Por lo cual podríamos decir que a nivel ontológico todo es múltiple de múltiples, no hay uno, precisamente la propuesta de Badiou: “La teoría de conjuntos muestra que todo múltiple es, intrínsicamente, múltiple de múltiples” (1999a, p.58).
Como ya hemos dicho, la única teoría que nos permite pensar lo múltiple en tanto que múltiple es, para Badiou, la teoría de conjuntos inaugura por Cantor, quien define un conjunto de la siguiente manera: “Por conjunto se entiende un agrupamiento en un todo de distintos objetos de nuestra intuición o de nuestro pensamiento” (citado en Badiou, 1999a, p.15). Un conjunto es, por lo tanto, una situación, o sea, la cuenta-por-uno de un múltiple presentado. Esta definición adolece, no obstante, de un optimismo ingenuo que presupone que: “nada de lo múltiple puede exceder una lengua bien hecha” (1999a, p.53). Propuesta que ignora conjuntos paradójicos que se tengan a sí mismos como elementos. Por ejemplo, “el conjunto de todos los números enteros no es un numero entero”; por que ningún conjunto puede ser elemento de sí mismo. Para evitar estas y otras paradojas se requieren dos condiciones: abandonar la idea de definir explícitamente la noción de conjunto y crear un criterio que permita identificar o distinguir un conjunto de lo que no lo es. Este proyecto fue realizado por el sistema formal de Zermelo-Fraenkel cuyo léxico incluye un sólo termino: el de pertenencia. De esta manera se evita tener que construir un símbolo cuyo sentido fuera “ser un conjunto”. De hecho, la teoría no permite distinguir entre objeto y agrupamiento de objetos o elementos y conjuntos (como hacia Cantor). Por lo cual podríamos decir que a nivel ontológico todo es múltiple de múltiples, no hay uno, precisamente la propuesta de Badiou: “La teoría de conjuntos muestra que todo múltiple es, intrínsicamente, múltiple de múltiples” (1999a, p.58).
Como ya hemos mencionado, el régimen de cuenta-por-uno
divide lo múltiple en consistente e inconsistente. Ahora bien, lo múltiple
inconsistente no puede ser ni presentado, ni pensado. Porque todo pensamiento
remite a lo presentado y todo lo presentado cae bajo la ley del cuenta-por-uno.
Estrictamente hablando sólo existen situaciones. Lo múltiple inconsistente sólo
puede ser presupuesto, como anterior a la presentación y a la cuenta-por-uno,
por el axioma que dicta que lo uno no es. Pues bien, si admitimos que toda
situación (todo lo que se presenta) esta estructurado por la cuenta-por-uno, y
lo inconsistente al escapar a dicha cuenta es impresentable, tenemos que
admitir que el múltiple puro e inconsistente, por nunca presentarse, es una
nada. Lo que no obstante no nos impide distinguir entre el ser-nada y el
no-ser. Para Badiou, no es que lo múltiple inconsistente y caótico no exista,
sino que existe como nada: “la nada no es sino el nombre de la impresentación
en la presentación” (1999a, p.70). El nombre de la nada impresentada en una
situación es el vacío. Si el vacío, es el nombre propio del ser (o sea del
múltiple a-estructurado anterior a la cuenta-por-uno, por que lo uno no es), la
ontología debería ser una teoría del vacío. Si bien es cierto que el
ser-en-tanto-que-ser no es ni uno, ni múltiple, sino vacío, este es impensable,
recordemos que el vacío no tiene substancia, es lo que se sustrae en la
presentación y por lo tanto sólo existe como nombre, además, como ya hemos
dicho la ontología esta sometida a la cuenta-por-uno y debe pensar la
presentación como múltiple estructurado. Teniendo en cuenta ahora que este
múltiple no sólo esta compuesto de infinitos múltiples de múltiples, sino que
estos a su vez son múltiples de nada. Badiou justifica esta postura ontológica
mediante el axioma del conjunto vacío que enuncia lo siguiente: “Existe un
conjunto que no tiene ningún elemento”. Axioma que Badiou reformula de las
siguientes maneras: “lo impresentable es presentado como término sustractivo de
la presentación de la presentación” (1999a, p.83) y “el ser se deja nombrar
como aquello cuya existencia no existe” (1999a, p.83). De hecho no sólo existe
el conjunto vacío, además este es un subconjunto necesario de todo conjunto existente.
Afirmación que podría hacer resurgir lo uno en la ontología, porque no hay
diversos vacíos, razón por la cual el vacío es, ya lo dijimos, el nombre propio
del ser. Pero atención, que el vacío sea único, no quiere decir que sea uno. El
vacío es único debido a que lo que permite distinguir dos conjuntos diferentes
son sus elementos, por lo cual no habría forma de distinguir entre dos
conjuntos vacíos. El conjunto vacío no presenta lo uno, sino la unicidad de lo
impresentable.
Otro axioma de la teoría de los conjuntos, sumamente
importante en el edificio conceptual de Alain Badiou es el axioma del conjunto
de los subconjuntos que nos dice que para todo conjunto existente, existe
también el conjunto de todos los subconjuntos del primero. Este axioma no sólo
nos obliga a distinguir entre un conjunto dado y el conjunto de los
subconjuntos de este, sino además que todo conjunto presentado, incluye un
segundo conjunto que vuelve a contar los elementos del primero. La formulación
meta-ontológica que hace Badiou de este axioma es la siguiente. Como ya hemos
dicho todo múltiple presentado es estructurado por la cuenta-por-uno, por lo
cual sólo existen o se presentan situaciones, esto es lo múltiple consistente.
Ahora bien, para que un múltiple sea consistente es necesario que todos sus
elementos sean contados, de lo contrario surgiría en la presentación el caos o
el vacío, lo que es impensable. No obstante hay algo que siempre escapa a la
cuenta y es la propia cuenta. Esto exige que toda estructuración presentada por
la cuenta sea duplicada en una meta-estructura, que Badiou llama puesta-en-uno,
o sea, el conjunto de los subconjuntos de un múltiple presentado. De esta
manera todo lo que se presenta es contado dos veces, primero por la
cuenta-por-uno y luego por la puesta-en-uno. La realidad tiene pues dos
dimensiones: la presentación o cuenta-por-uno y la re-presentación o
puesta-en-uno. Esto nos permite distinguir, a su vez, entre la situación o
estructura y el estado de situación o meta-estructura. Un ejemplo de esta
distinción lo es el Estado, que es la puesta-en-uno o representación de una
situación histórico-económico-social dada.
Teniendo esto en cuenta podemos decir que existen tres clases de múltiples: normal, excrencial y singular. El primero o normal es el múltiple presentado y representado. El segundo o excrencial es representado, pero no presentado. Y el tercero o singular es presentado, pero no representado. A este último tipo de múltiple, llamado singular y que es un múltiple histórico, es catalogado, cuando lo pensamos en una situación determinada y en su relación con los demás múltiples de esa situación, como sitio de acontecimiento.
Teniendo esto en cuenta podemos decir que existen tres clases de múltiples: normal, excrencial y singular. El primero o normal es el múltiple presentado y representado. El segundo o excrencial es representado, pero no presentado. Y el tercero o singular es presentado, pero no representado. A este último tipo de múltiple, llamado singular y que es un múltiple histórico, es catalogado, cuando lo pensamos en una situación determinada y en su relación con los demás múltiples de esa situación, como sitio de acontecimiento.
Estrictamente hablando sólo se puede calificar un sitio de
acontecimiento retroactivamente por el acontecimiento que es un múltiple
compuesto por los elementos de la situación y por sí mismo. O sea que el
acontecimiento presenta todos los múltiples de su situación, y a la vez, se
presenta a sí mismo como significante puro. Desde el punto de vista de una
situación, un acontecimiento es indiscernible, es un ultra-uno o conjunto
extraordinario por que escapa a toda cuenta: “El acontecimiento será ese
ultra-uno de un azar, desde el cual el vacío de una situación es
retroactivamente detectable” (1999a, p.71). El acontecimiento al ser un
múltiple que se tiene a sí mismo como elemento, es el primer concepto fuera de
la ontología-matemática, ya que esta niega la existencia de todo múltiple que
se autopertenezca. Un acontecimiento sólo existe porque es reconocido por un
sujeto. Badiou llama intervención al acto de reconocer a un múltiple como
acontecimiento. El que interviene nombra al acontecimiento y de esta manera lo
hace existir. La teoría de la intervención es, no obstante, paradójica, debido
a que esta se funda en la máxima de hay dos. Me explico, el acontecimiento que
ontológicamente no puede existir, invita y provoca la intervención que lo
nombra, pero el acontecimiento sólo existe porque es nombrado. Si a nivel
ontológico no hay uno, a nivel acontecimiental hay dos. Una vez, nombrado el
acontecimiento sigue lo que Badiou llama fidelidad que consiste en establecer
las relaciones o conexiones entre determinados múltiples y el múltiple
acontecimiental. Aquí Badiou nos presenta su concepto de sujeto: “llamaré
sujeto al proceso de ligazón entre el acontecimiento (por lo tanto, la
intervención) y el procedimiento de fidelidad (por lo tanto, su operador de
conexión)” (1999a, p.266).
El acontecimiento, por tener la propiedad de pertenecer a sí
mismo, escapa a la ontología y por lo tanto es indiscernible o genérico para el
lenguaje de cualquier situación que Badiou llama saber: “En adelante nosotros
supondremos que existe, en toda situación, un lenguaje de la situación. El
saber es la capacidad de discernir en la situación los múltiples que tienen tal
o cual propiedad, y que una frase explícita de la lengua, o un conjunto de
frases, puede indicar. La regla del saber es siempre un criterio de nominación
exacta” (1999a, p.364). El saber, cuyos operadores son el discernimiento y la
clasificación, ignora el acontecimiento, por ser este indiscernible, y como el
saber se realiza en la enciclopedia: “el acontecimiento no cae bajo ningún
determinante de la enciclopedia” (1999a, p.365). El procedimiento de fidelidad
no es por lo tanto un procedimiento sapiente, sino militante, por ejemplo, el
cubismo es un procedimiento militante del sujeto-Picasso que responde a una
fidelidad con el acontecimiento-Cézanne. Debido a que el acontecimiento es
indiscernible para el saber es necesario distinguir entre verídico y verdadero.
Verídico es un enunciado del saber que identifica x múltiple con alguna región
de la enciclopedia. En cambio, verdadero es lo que liga al acontecimiento con
el procedimiento de fidelidad. La verdad reagrupa todos los múltiples de la situación
que están conectados positivamente con el acontecimiento: “Se llama ‘verdad’
(una verdad) al proceso real de una fidelidad a un acontecimiento. Aquello que
esta fidelidad produce en la situación” (Badiou, 1994, p.49).
En resumen el complejo conceptual de
“acontecimiento-intervención-fidelidad-verdad-sujeto” hace posible lo que
Badiou llama procedimiento genérico y que son cuatro: el amor, el poema, el
matema y la política. Y por lo cual sólo hay cuatro tipos de verdades y cuatro
tipos de sujetos: “un sujeto es una configuración local de un procedimiento
genérico que sostiene una verdad” (1999a, p.432). Veamos algunos ejemplos: el
bolchevismo es el procedimiento genérico político del sujeto Lenin que responde
al acontecimiento revolución, el serialismo es el procedimiento genérico
artístico del sujeto Schönberg que responde al acontecimiento sistema atonal y
la teoría de conjuntos es el procedimiento genérico matemático del sujeto
Cantor que responde al acontecimiento de múltiples infinitos (ver 1999a, p.433).
Sobre el amor, Badiou dirá, que es un procedimiento genérico individual ya que
sólo interesa a los involucrados y cuyo acontecimiento es un encuentro
existencial: “Una-verdad amorosa es no-sabida para quienes se aman. Ellos no
hacen más que producirla” (1999a, p.377). Lo propio del sujeto es, por lo
tanto, nombrar, crear nominaciones que hagan existir al acontecimiento.
Mientras el fin de todo procedimiento genérico es el forzamiento que obliga a
la enciclopedia a aceptar determinado tipo de verdad. Toda verdad es una
novedad que pretende cambiar al mundo.
En relación a los cuatro procedimientos genéricos que ya
hemos señalado, o sea, el amor, el poema, el matema y la invención política, la
tarea de la filosofía no es producir verdades, no es un procedimiento genérico,
sino hacer composibles conceptualmente los acontecimientos de su tiempo. Toda
filosofía es, por lo tanto, filosofía de acontecimientos: “La filosofía
pronuncia, no la verdad, sino la coyuntura -es decir la conjunción pensables-
de las verdades” (1990, p.18), dice Badiou en Manifiesto por la filosofía
(1989). Puede suceder, no obstante, que la filosofía en vez de dirigir la
configuración de las verdades de su época se confunda con unos de sus
procedimientos genéricos. Fenómeno que Badiou llama sutura. Ejemplos de suturas
en la filosofía los son el positivismo, donde la ciencia toma el papel de la
filosofía, el marxismo donde domina la política y el postmodernismo donde la
filosofía se confunde con el poema. Las primeras dos suturas son para Badiou
puramente académicas o institucionales, en caso de la última se debe al efecto
que tuvo sobre la producción teórica, una llamada edad de los poetas cuyo siete
máximos representantes son: Hölderlin, Mallarmé, Rimbaud, Trakl, Pessoa,
Mandelstam y Celan, y cuyo tema principal era la desorientación. Esta edad de
los poetas ha terminado porque la desorientación es hoy conceptualizable
matemáticamente gracias a los operadores de Paul Cohen que permiten producir un
matema de lo indiscernible en tanto que indiscernible. Gracias a este
descubrimiento matemático es posible desaturar a la filosofía de su condición
poética y proclamar su renacimiento: “Celan concluye a Hölderlin” (Badiou,
1990, p.50).
Sobre el procedimiento genérico amoroso es importante señalar
que Badiou lo identifica en gran medida con el psicoanálisis ya que esta es la
única disciplina capaz de conceptualizar la experiencia amorosa,
distinguiéndola claramente de la filosofía de un Levinas donde encontramos una
filosofía saturada por la condición amorosa: “Por eso el antifilósofo Lacan es
una condición del renacimiento de la filosofía. Una filosofía es hoy posible,
por tener que ser composible con Lacan” (1990, p.55).
Ahora bien, para poder dar cuenta de ésta última afirmación,
que trata sobre la relación entre la filosofía y el psicoanálisis, es preciso
hacer dos cosas: primero profundizar en el concepto de “sujeto” del cual apenas
hemos hablado y segundo contextualizar el concepto de “acontecimiento” a luz de
los planteamientos de S. Zizec (2001) según el cual el “acontecimiento-verdad”
de Badiou se asemeja a la “interpelación ideológica” de L. Althusser, de la
misma manera que la distinción entre saber y verdad parece invertir la
oposición althusserliana entre ciencia e ideología.
Comenzando con el primer punto tenemos que señalar que es imposible hablar de lo que Badiou entiende por sujeto sin discutir su ética. Ética que se opone tanto a los “derechos humanos” como a la ética de la diferencia. En lo que respecta a la primera, de inspiración kantiana, y que para Badiou es el producto del “desfundamiento del marxismo revolucionario”, debe ser rechazada por dos razones; primero porque es negativa: supone un concepto universal del Mal a partir del cual se define el Bien y segundo, por su concepción victimaria del hombre, que reduce al ser humano a bestia sufriente cuya obstinación es persistir… como victima. Por otro lado, la ética del otro o ética de las diferencias, cuyo mayor exponente es Levinas, termina siendo no sólo una forma de discurso piadoso, por no decir teológico, sino que además es en ultima instancia una impostura porque es incapaz de aceptar una verdadera diferencia, y por lo tanto, podría reducirse a la siguiente afirmación: “Deviene en lo que yo soy, y respetaré tu diferencia” (1994, p.34). Frente a estas propuestas, Badiou afirma que La ética no existe, sólo hay ética de los procesos de verdad, o sea, sólo hay ética de (la política, el amor, la ciencia y el arte). Como ya habíamos indicado, el animal humano deviene sujeto convocado por un plus o suplemento en una situación, a saber, el acontecimiento, al cual permanecerá unido el sujeto gracias a la fidelidad. Dice Badiou: “Ser fiel a un acontecimiento, es moverse en la situación que este acontecimiento ha suplementado, pensando (pero todo pensamiento es una práctica, una puesta a prueba) la situación ‘según’ el acontecimiento” (1994, p.48). La fidelidad, por lo tanto, hace que el sujeto se relacione con la situación desde el punto de vista del acontecimiento, a su vez, que el acontecimiento obliga al sujeto a inventar una nueva manera de ser en la situación. Esta nueva manera de ser inspirada en el acontecimiento, que es una singularidad fuera-de-la-ley de una situación, hará del sujeto el soporte de un proceso de verdad, entendiendo por verdad lo que la fidelidad al acontecimiento produce en la situación. Por lo tanto, para Badiou el sujeto no es ni el sujeto reflexivo de Descartes, ni el sujeto trascendental de Kant, sino la circunstancia local de un proceso de verdad (1994).
Ahora bien, debemos distinguir este sujeto del animal-humano a quien Badiou denomina alguien. El alguien, sólo se trasforma en sujeto cuando es atravesado por un acontecimiento y es fiel a él. Badiou llama consistencia subjetiva a lo que mantiene la unidad entre el alguien y el sujeto. La consistencia subjetiva se da cuando el alguien-animal compromete su singularidad a la continuación de un sujeto de verdad. De esta manera entendemos que el alguien, animal-humano, pertenece a una situación y esta pertenencia se manifiesta en el “interés” que no es otra cosa que lo que Spinoza llamaba “perseverancia en el ser”, o sea, el deseo de afirmar la existencia en la situación. En cambio, la consistencia subjetiva, que no es otra cosa que la ética, se puede denominar un “interés desinteresado” porque en ella los rasgos singulares del animal humano se ligan a los rasgos de una fidelidad. Hay que precisar que los procesos de verdad no guardan relación alguna con los intereses del animal humano como, por ejemplo, la sociabilidad por que esta se basa en opiniones. Como señala Badiou no hay nada malo en las opiniones, de hecho sin opiniones no hay comunicación, pero tampoco no hay nada verdadero. Toda verdad se opone tanto al saber constituido como a las opiniones. Si hay, pues, un abismo, entre la fidelidad post-acontecimiento y el diario vivir del animal humano, cabria preguntarse, cómo es posible la consistencia subjetiva. Badiou lo explica afirmando que existen “afectos de la verdad”: en el amor hay dicha, en la ciencia alegría (beatitud intelectual), en la política entusiasmo y en el arte placer. Por lo cual, no hay perdida alguna cuando renunciamos a ser un alguien para convertirnos en sujeto, por el contrario, nuestra existencia se intensifica (1994).
Comenzando con el primer punto tenemos que señalar que es imposible hablar de lo que Badiou entiende por sujeto sin discutir su ética. Ética que se opone tanto a los “derechos humanos” como a la ética de la diferencia. En lo que respecta a la primera, de inspiración kantiana, y que para Badiou es el producto del “desfundamiento del marxismo revolucionario”, debe ser rechazada por dos razones; primero porque es negativa: supone un concepto universal del Mal a partir del cual se define el Bien y segundo, por su concepción victimaria del hombre, que reduce al ser humano a bestia sufriente cuya obstinación es persistir… como victima. Por otro lado, la ética del otro o ética de las diferencias, cuyo mayor exponente es Levinas, termina siendo no sólo una forma de discurso piadoso, por no decir teológico, sino que además es en ultima instancia una impostura porque es incapaz de aceptar una verdadera diferencia, y por lo tanto, podría reducirse a la siguiente afirmación: “Deviene en lo que yo soy, y respetaré tu diferencia” (1994, p.34). Frente a estas propuestas, Badiou afirma que La ética no existe, sólo hay ética de los procesos de verdad, o sea, sólo hay ética de (la política, el amor, la ciencia y el arte). Como ya habíamos indicado, el animal humano deviene sujeto convocado por un plus o suplemento en una situación, a saber, el acontecimiento, al cual permanecerá unido el sujeto gracias a la fidelidad. Dice Badiou: “Ser fiel a un acontecimiento, es moverse en la situación que este acontecimiento ha suplementado, pensando (pero todo pensamiento es una práctica, una puesta a prueba) la situación ‘según’ el acontecimiento” (1994, p.48). La fidelidad, por lo tanto, hace que el sujeto se relacione con la situación desde el punto de vista del acontecimiento, a su vez, que el acontecimiento obliga al sujeto a inventar una nueva manera de ser en la situación. Esta nueva manera de ser inspirada en el acontecimiento, que es una singularidad fuera-de-la-ley de una situación, hará del sujeto el soporte de un proceso de verdad, entendiendo por verdad lo que la fidelidad al acontecimiento produce en la situación. Por lo tanto, para Badiou el sujeto no es ni el sujeto reflexivo de Descartes, ni el sujeto trascendental de Kant, sino la circunstancia local de un proceso de verdad (1994).
Ahora bien, debemos distinguir este sujeto del animal-humano a quien Badiou denomina alguien. El alguien, sólo se trasforma en sujeto cuando es atravesado por un acontecimiento y es fiel a él. Badiou llama consistencia subjetiva a lo que mantiene la unidad entre el alguien y el sujeto. La consistencia subjetiva se da cuando el alguien-animal compromete su singularidad a la continuación de un sujeto de verdad. De esta manera entendemos que el alguien, animal-humano, pertenece a una situación y esta pertenencia se manifiesta en el “interés” que no es otra cosa que lo que Spinoza llamaba “perseverancia en el ser”, o sea, el deseo de afirmar la existencia en la situación. En cambio, la consistencia subjetiva, que no es otra cosa que la ética, se puede denominar un “interés desinteresado” porque en ella los rasgos singulares del animal humano se ligan a los rasgos de una fidelidad. Hay que precisar que los procesos de verdad no guardan relación alguna con los intereses del animal humano como, por ejemplo, la sociabilidad por que esta se basa en opiniones. Como señala Badiou no hay nada malo en las opiniones, de hecho sin opiniones no hay comunicación, pero tampoco no hay nada verdadero. Toda verdad se opone tanto al saber constituido como a las opiniones. Si hay, pues, un abismo, entre la fidelidad post-acontecimiento y el diario vivir del animal humano, cabria preguntarse, cómo es posible la consistencia subjetiva. Badiou lo explica afirmando que existen “afectos de la verdad”: en el amor hay dicha, en la ciencia alegría (beatitud intelectual), en la política entusiasmo y en el arte placer. Por lo cual, no hay perdida alguna cuando renunciamos a ser un alguien para convertirnos en sujeto, por el contrario, nuestra existencia se intensifica (1994).
A diferencia de los defensores de la ética de los “derechos
humanos” que parten de un consenso a priori sobre lo que es el Mal y confunden
el Mal con la violencia, Badiou afirma que el Bien y el Mal son categorías que
no aplican al animal humano sino al sujeto. El Bien es que alguien pueda
devenir sujeto, en cambio, “…el mal, si existe, es un efecto perturbador de la
potencia de la verdad” (Badiou, 1994, p.66). Así pues, el Mal sólo existe
porque hay verdades. Para entender esta afirmación recordemos de donde surgen
las verdades: tenemos primero el acontecimiento, suplemento azaroso,
imprevisible, “disipado apenas aparece” (1994, p.72) que destituye los saberse
instituidos y luego esta el proceso de fidelidad que investiga la situación
bajo la perspectiva del acontecimiento produciendo una verdad en la situación.
Ante esto dice Badiou: “Se preguntará, entonces, qué es lo que hace lazo entre
el acontecimiento y la ‘razón’ por el cual es un acontecimiento. Este lazo es
el vacío de la situación anterior…” (1994, p.72). En otras palabras el
acontecimiento es un acontecimiento porque nombra el vacío, esto es, lo
no-sabido de la situación (por ejemplo, la existencia del proletariado es el
acontecimiento de Marx). Como se trata de un no-saber, una fidelidad al
acontecimiento jamás es necesaria y depende de la perseverancia de alguien en
la continuidad del animal-humano al ser-sujeto. Es precisamente dentro de este
marco conceptual que podemos pensar el Mal bajo tres nombres: simulacro o
terror (cuando el acontecimiento no convoca el vacío sino lo pleno de la
situación), la traición (cuando decae una fidelidad) y el desastre (cuando se
identifica una verdad con la potencia total).
Acerca del primer nombre del Mal, Badiou nos recuerda que no
toda novedad es un acontecimiento, como ya hemos señalado, lo nombrado por el
acontecimiento debe ser el vacío de la situación. Precisamente por nombrar el
vacío, el acontecimiento es la neutralidad absoluta del ser y, por lo tanto, es
para todos. Por eso una verdad, como dice Badiou, es la misma para todos e
indiferente a las diferencias (1994, p.36). Lo que hace que un acontecimiento
sea verdadero es que es igual para todos y es eterno. Por eso, y si bien, la
ética de la verdad es siempre combatiente y militante, al nombrar al
adversario, se combate sus juicios y opiniones, pero no su persona, porque el
acontecimiento también se dirige a esa persona. Por el contrario, la fidelidad
al simulacro (el falso acontecimiento) es el ejercicio del terror. Por otro
lado, la traición es romper con la ruptura, es regresar a la situación como si
el acontecimiento no hubiese ocurrido. Finalmente en lo que respecta a el
ultimo de los nombres del Mal, el desastre, primero hay que recordar que en la
cotidianidad los animales humanos suelen emitir juicios sobre lo elementos de
la situación, a estas opiniones que no son ni verdaderas ni falsas Badiou las
llama lenguaje de la situación. También el sujeto habla de la situación, pero
desde el punto de vista del acontecimiento, por tanto no son juicios
pragmáticos de la situación, como las opiniones, sino un lenguaje sujeto. De
esta manera la potencia total de una verdad es la potencia total de la
lengua-sujeto la cual es “…la capacidad de nombrar y evaluar todos los
elementos de la situación objetiva a partir del proceso de una verdad” (1994,
p.86). Como sabemos, el efecto de la potencia de las verdades es recomponer las
opiniones; la verdad trasformas los códigos de comunicación. Ahora bien, si
llevamos eso a su extremo estaríamos negando al animal humano que sostiene al
sujeto, porque la absolutización de una verdad lo que pretende es hacer
desaparecer las opiniones. Dicho de otra manera, desear aniquilar la opinión es
desear aniquilar al animal humano. Aquí tenemos precisamente el tercer nombre
del Mal, el desastre. Para Badiou “toda absolutización de la potencia de una
verdad organiza un Mal” (1994, p.88). Así pues, en la potencia de una verdad
debe haber también una impotencia, de lo contrario ocurriría un desastre: “Que
la verdad no tenga una potencia total, en última instancia significa que la
lengua-sujeto, resultante del proceso de una verdad, ni tiene el poder de
nominación sobre todos los elementos de la situación” (Badiou, 1994, p.88). Por
tanto, debe haber, al menos, un elemento de la situación que es innombrable
para una verdad.
De esta manera hemos demostrado que las tres figuras del Mal
no son otra cosa que desviaciones en los elementos constituyentes de un
procedimiento genérico (el Bien): el simulacro al acontecimiento, la traición a
la fidelidad y el desastre a la potencia de lo verdadero. Frente a dichas
figuras, Badiou nos lanza su propuesta ética: “…la ética combina bajo el
imperativo: ‘¡Continuar!’, una facultad de discernimiento (no quedar prendido a
los simulacros), de coraje (no ceder) y de reserva (no dirigirse a los extremos
de la Totalidad)” (1994, p.92).
De esta manera el concepto de sujeto de Badiou se opone a la
reinvidicación identitaria para proponer una “singularidad universal”, donde se
muestra como una verdad tiene la capacidad de trasforma a simples individuos en
vectores de la humanidad entera (1999b). Una verdad, indiferente a las
costumbre particulares de un estado-de-situación y que es siempre un proceso
subjetivo, es lo que hace posible una predicación universal. Si bien, a nivel
ontológico lo uno no es, lo uno se produce dentro de los procedimientos
genéricos, en la medida en que una verdad es “para todos” y “sin excepción”,
por tanto, verdadero es lo universal. Este es precisamente el primer teorema de
lo que Badiou llama el “materialismo de la gracia”: “No hay Uno sino para
todos, y procede, no de la ley, sino del acontecimiento” (1999b, p.88). A lo
cual hay que añadir que lo que sostiene una verdad es el ser declarada,
declaración que constituye a la subjetividad: “No es la singularidad del sujeto
lo que hace valer lo que dice, es lo que dice lo que fundamenta la singularidad
del sujeto” (1999b, p.57). De ahí a que, a pesar de su ateismo, Badiou admire
la figura histórica de san Pablo a quien considera “un teórico antifilosófico
de la universalidad” (1999b, p.118). Para Badiou, el merito de Pablo fue crear
frente a los sujetos étnicos del Judío y del Griego una nueva disposición
subjetiva, la del cristiano. Mientras la figura subjetiva del Judío es el
profeta y la del Griego el sabio, que son dos caras de una misma figura de
maestría (el discurso del Amo lacaniano), Pablo propone la modalidad del
apóstol. Si el Judío reclama y el Griego cuestiona, el cristiano declara
(1999b). Un apóstol no es ni un testigo, ni anuncia milagros, ni busca sabiduría,
sino que se constituye a sí mismo en su declaración y sólo en ella funda su
autoridad. La fuerza de la declaración consiste en ser declarada, por eso dice
Badiou: “No es el corazón el que salva, es la boca” (1999b, p.95). Ahora bien,
en el caso de Pablo, “…el acontecimiento es que Jesús, Cristo, ha muerto en la
cruz y resucitado” (1999b, p.69) y el programa de su declaración es matar la
muerte. Si bien, al participar en cualquier procedimiento genérico vencemos a
la muerte, resulta evidente que el acontecimiento de Pablo (“Cristo ha
resucitado”) es una fábula, una ficción, que se opone no a la práctica sino a
lo real. No obstante, esto no impide que Pablo sea un pensador-poeta del
acontecimiento, y por tanto, nos ayude a comprender como se puede constituir un
sujeto más allá de la ley, gracias al acontecimiento.
En lo que respecta a los comentarios de Zizec sobre la
influencia de Althusser en Badiou es por todos conocido que Badiou fue
discípulo de Althusser. De hecho, Badiou formó parte, junto a E. Balibar y
otros, del Grupo de Trabajo Teórico organizado alrededor de Althusser y que
tenia como objetivo la redacción de un obra filosofica, que llevaría el titulo
de Elementos de materialismo dialéctico, “una verdadera obra de filosofía que
puede ser nuestra Ética”, decía Althusser en 1966 (1996, p.100) y que nunca
llego a escribirse. De tal proyecto, nos ha llegado no obstante, un breve
escrito titulado “Tres notas sobre la teoría de los discursos”, en el cual tras
plantear la problemática acerca de una fundamentación epistemológica del
psicoanálisis, Althusser propone la existencia de cuatro modalidades de
subjetividad: el sujeto ideológico, el sujeto estético, el sujeto del
inconsciente y el sujeto de la ciencia. Ahora bien, de la misma manera que para
Badiou todo sujeto es sujeto de un procedimiento genérico, para Althusser
(1996) cada una de estas modalidades de subjetividad es el producto de un
determinado discurso, a saber, discurso ideológico (estructura de centrado
especular), el científico (estructura de descentrado), el estético (estructura
equivoca de remisiones) y el del inconsciente (estructura de fuga o de
abertura). No obstante de todos estos discursos el único que trabaja Althusser
es el ideológico. De hecho, y sorprendentemente, al final de éste borrador
afirma que sólo hay sujeto de la ideología. Resulta que para Althusser es el
discurso ideológico el que produce la función-sujeto: “la ideología interpela
al individuo constituyéndolo como sujeto… y brindándole razones-de-sujeto…”
(1996, p.118). Más aún, la interpelación ideológica produce los efectos
inconscientes; afirmación que nos recuerda la conocida sentencia althusserliana
según la cual el inconsciente funciona con lo imaginario ideológico así como un
motor funciona con gasolina (1996). En lo que respecta al concepto de ideología
es importante señalar que Althusser no lo utiliza exclusivamente como sinónimo
de “ideología de clase” sino que lo utiliza en contraposición al concepto de
ciencia. Recordemos que gran parte del proyecto de Althusser consistió en
renovar el marxismo con la ayuda de una epistemología inspirada en G.
Bachelard. No es este el lugar para trabajar dicha teorización con la
profundidad que amerita, sólo diremos que para Althusser la actividad
científica se constituye mediante un corte epistemológico con la ideología la
cual puede ser definida como: “el reconocimiento de los modos de aparición de
las cosas y el desconocimiento de la estructura que produce la apariencia”
(Braunstein, 1987, p.11). Por otro lado, en un sistema social dado la ideología
es lo que asegura que cada quien ocupe el lugar que le corresponde en la
estructura económica. La interpelación ideológica seria por lo tanto el proceso
de sujetación de un individuo a unos lugares predestinados por una maquinaria política.
Si las cosas son de esta manera nos daremos cuenta que los procedimientos
genéricos de Badiou son justo lo contrario de la interpelación ideológica de
Althusser; el sujeto de Badiou no es el sujeto ideológico sujetado a la
situación, sino el animal humano desplazado de la situación gracias al proceso
de una verdad. Por otro lado, podemos establecer un paralelismo entre el
concepto de acontecimiento y el de corte epistemológico. En ambos casos se
trata de una ruptura ya sea con la situación o con la ideología en la medida en
que ambos conceptos apuntan al pseudo-saber del sentido común. Con la
diferencia que para Althusser el corte es lo que hace posible la practica
científica, mientras que para Badiou la ruptura del acontecimiento se puede
encontrar no sólo en las ciencias sino en las artes, la política y el amor.
Además, la afirmación, algo enigmática de Badiou según la cual un verdad es
eterna, adquiere sentido cuando se la ubica en la formula que utilizaba
Althusser para designar al corte: “el comienzo de un proceso que no tendrá fin”
(citado en Balibar, 2004, p.28). Finalmente habría que comparar la concepción
de la filosofía de Althusser como “teoría de las practicas teóricas” con la de
Badiou para quien la filosofía es el lugar donde se piensan las verdades, pero
esto lo dejaremos para otra ocasión. Y si bien es ocioso decirlo, debe quedar
claro que la innegable influencia de Althusser en Badiou no hace que la propuesta
de éste sea menos original.
Antes de concluir queda aun un asunto por tratar, ¿cómo
justifica epistemológicamente Badiou su propuesta filosofica? Acerca de este
particular Badiou señala que existen tres orientaciones del pensamiento (que
deben decidir sobre la existencia o no de lo indiscernible): la
constructivista, la trascendente y la genérica.
Según el pensamiento constructivista sólo existe lo que
puede nombrarse explícitamente; lo indiscernible (lo verdadero) no existe. Se
trata por lo tanto de una soberanía de la lengua (gramática-lógica) sobre lo
existente o de lo verídico sobre lo verdadero. Ejemplos de esta orientación en
el pensamiento lo son las normas neo-clásicas del arte, las epistemologías
positivistas, las políticas programáticas y el nominalismo (ver 1999a, p.325).
Para el pensamiento trascendente, por otro lado, lo indiscernible está
encerrado en una súper-existencia o ente supremo (Dios) que existe pero no
puede ser conocido; es el pensamiento teológico. Finalmente para el pensamiento
genérico, al cual Badiou se adscribe, lo indiscernible existe y puede ser nombrado;
es la única doctrina que asume el exceso del acontecimiento e intenta pensar la
verdad como agujero del saber. Esta orientación en el pensamiento debe mucho a
P. J. Cohen quien probó matemáticamente que se puede nombrar aquello mismo que
es imposible discernir. Lo indiscernible es simultáneamente indecidible,
concepto matemático que apunta a un enunciado que no se puede ni demostrar ni
negar a partir de los axiomas de la teoría de conjuntos lo cual es el atributo
fundamental del acontecimiento. Recordemos que el acontecimiento existe
exclusivamente por que es nombrado por un sujeto. Un sujeto debe, por tanto,
decidir en lo indecidible para que pueda surgir una verdad que es siempre
genérica. Es desde este punto de vista que podemos considerar a Badiou un
filósofo platónico. Platónico es, para Badiou, el pensamiento que acepta lo
indiscernible y da cuenta de él mediante la decisión. El platónismo es un
pensamiento genérico. Después de todo, ¿Qué otra cosa pretenden los diálogos
platónicos sino llevarnos a un callejón sin salida para que al final seamos
nosotros mismos quienes tengamos que decidir una respuesta a la paradoja
presentada? Dice Badiou en el Breve tratado de ontología transitoria (2001):
“...el pensamiento no es antes que nada una descripción, o una construcción,
sino una ruptura (con la opinión, con la experiencia), y por consiguiente, una
decisión” (p.88). Resulta que la definición clásica del platónismo como
creencia de los objetos matemáticos como estructuras independientes de la
actividad mental es falsa. En el verdadero platónismo no existe distinción
entre objeto y sujeto. La Idea (lo pensado en el pensamiento platónico) hace
indiscernible lo inmanente y lo trascendente: “Una idea matemática no es ni
subjetiva (la actividad del matemático) ni objetiva (estructura que existe
independientemente)” (Badiou, 2001, p.86). En el fondo lo que importa no es la
naturaleza de los objetos matemáticos sino su relación con el movimiento del
pensar y con lo que Spinoza llamaba “tercer genero de conocimiento”, o sea, la
“intuición que permite producir axiomas”. De ahí el carácter ontológico de las
matemáticas: “...justo en el momento en que decides lo que existe estás
anudando tu pensamiento al ser” (Badiou, 2001, p.50).
Para Badiou, por tanto, “todo pensamiento - y por
consiguiente, la matemática, implica decisiones (intuiciones) relacionadas con
lo indecidible (con lo no deducible)” (2001, p.91). Por eso mismo si la teoría
de conjuntos nos da una imagen correcta de la “velocidad del pensamiento”
(Deleuze) como audacia platónica, se debe a que en esta prevalece la axiomática
(decisión) sobre la definición (construcción). Aquí se encuentra el punto de
ruptura entre la filosofía de Badiou y los filósofos del “giro lingüístico”
(tanto hermenéutico como analítico). Retomando el tema de los tres tipos de
orientación en el pensamiento, cuyo tema es la “existencia”, y aplicándolo a la
filosofía podríamos decir que la orientación de Badiou es genérica (la
existencia carece de norma), la de Heidegger es trascendente (la existencia es
regulada por algo más allá del ser: el Ereignis), y los filósofos del giro
lingüístico son constructivistas (subordinan la existencia a los protocolos
lógicos-gramáticos). Así pues, mientras Badiou se considera platónico, los
filósofos del giro lingüístico (por ejemplo Wittgenstein, pero también Gadamer)
pueden ser considerados discípulos de Aristóteles para quien las matemáticas no
son una ciencia de lo real, sino una gramática de lo posible: “Para un
platónico, el pensamiento no es nunca descriptivo, sino que se establece a
partir de una ruptura con la descripción, pues es intransitivo respecto de la
opinión, y por consiguiente, respecto de la experiencia. Para un aristotélico,
el pensamiento es la construcción de un cuadro descriptivo adecuado en el que
la experiencia y la opinión encuentran, sin cesura, un fundamento de razón”
(Badiou, 2001, p.99).
En última instancia el meollo en la distinción entre un
pensamiento platónico y otro aristotélico se encuentra en la relación entre las
matemáticas y la lógica. Si el pensamiento constructivista ha tenido hegemonía
en el pensamiento filosófico contemporáneo se debe a la matematización de la
lógica y a la visión de las matemáticas como una parte de la lógica. Lo que
significa el predominio del lenguaje sobre la pregunta por el ser. Es por esto
que hay que romper con el giro lingüístico y liberarnos de la concepción
trascendental del lenguaje. Para lograr esto es necesario delimitar las
matemáticas de la lógica, asumiendo que la lógica esta matematizada: “...será
matemática, y no solamente lógica, toda teoría formalizada que admita axiomas
existenciales que no sean reductibles a axiomas universales; por consiguiente
será matemática toda teoría que decida una existencia...” (2001, p.109). Si la
teoría de conjuntos es una matemática es porque decide la existencia del
conjunto vacío y de por lo menos un conjunto infinito: aleph-cero.
Ahora bien, para hacer compatibles ambas tendencias
antagónicas (la independencia de la matemática de la lógica y la matematización
de la lógica), Badiou propone que las matemáticas son una onto-lógia
(simultáneamente ontología y lógica): las matemáticas presenta al pensamiento
la naturaleza de intuición y la capacidad de decidir axiomas, pero también
establece los operadores de fidelidad a estos axiomas, o sea, las definiciones
y la deducción. Mientras la ontología decide un universo, lo hace existir, la
lógica describe ese universo; y en esto consiste el movimiento del pensar: “si
un universo concebible posee tal o cual característica ontológica, entonces se
señala en él tal o cual construcción lógica” (2001, p. 111). Al movimiento del
pensar ontológico-lógico u onto-lógico lo llama Badiou ontología transitoria
que es el despliegue conceptual entre la ciencia del ser-en-tanto-que-ser
(teoría de conjuntos) y la ciencia del aparecer (lógica de la consistencia de
los universos). Para Badiou la lógica como ciencia del aparecer sólo alcanza
consistencia filosófica en la “teoría de los topoi” o “lenguaje categorial” que
permite describir matemáticamente universos posibles mediante el concepto de
“estructura de grupo” que incluye tres elementos: el carácter asociativo
(destemporalización), el elemento neutro (nulidad) y la existencia de opuestos
(simetría). Esta teoría nos permite enunciar lo siguiente: “Un objeto no es más
que la marcación de una red de acciones, de una constelación de
correspondencias. La relación precede al ser. Esta es sin duda la razón por la
que nos instalamos en la lógica, y no en la ontología” (Badiou, 2001, p.144).
La lógica es la ciencia del aparecer porque “la esencia del aparecer es la relación”
(Badiou, 2001, p.163).
Resulta, no obstante, que el aparecer del ser es siempre
parcial y nunca aparece para o por un sujeto sino que es una propiedad
intrisica del ser. La razón de esto es ontología y es lo que hace posible la
existencia de los procedimientos genéricos. Que lo uno no sea, quiere decir,
que la ciencia del ser-en-tanto-que-ser no puede ser una cerrada o total, tiene
que encontrarse, por tanto, con un impasse: el acontecimiento. Concepto que
muestra que no todo es matematizable. El conjunto de todos los conjuntos no
existe, de manera que al ser no le corresponde el atributo de totalidad (aunque
si de infinito): “El acontecimiento surge cuando la lógica del aparecer ya no
es apta para localizar al ser múltiple que ella alberga. Nos encontramos
entonces, cómo diría Mallarmé, en aquellos parajes de lo vago en las que toda
realidad se disuelve” (Badiou, 2001, p169). Todas estas ultimas
conceptualizaciones acerca de la lógica del aparecer, distinta a la matemática
del ser, las trabaja Badiou en la continuación de El ser y el acontecimiento
titulado Lógica de los mundos que espera por su traducción al español.
En resumen, y para concluir, si el renacimiento de la
filosofía moderna es hoy posible gracias a la filosofía de Alain Badiou se debe
a que esta hace composible conceptualmente los siguientes acontecimientos:
“Cantor-Gödel-Cohen para el matema, Lacan para el concepto de amor,
Pessoa-Mandelstam-Celan para el poema y la secuencia de los acontecimientos
oscuros, entre 1965 y 1980, para la invención política” (Badiou, 1990, p.61).
Filosofía que podría denominarse neo-platonismo, no porque postule la
substancialidad de las Ideas, sino por la manera en que estructura y organiza
los cuatro procedimientos genéricos: “Levantar acta del final de una edad de
los poetas, convocar como vector de la ontología las formas contemporáneas del
matema, pensar el amor en su función de verdad, inscribir las vías de un comienzo
de la política: estos cuatro rasgos son platónicos” (Badiou, 1990, p.69). De
hecho, lo único que toma Badiou de los sofistas y de sus compatriotas
postmodernos es la idea de que el ser es múltiple, por lo cual más que un
neo-platonismo, en el sentido ya indicado, se trataría de un platónismo de lo
múltiple (Badiou, 1997). Platónismo que permite un pensamiento ontológico de lo
múltiple, que produciendo una categoría de sujeto como fragmento finito de una
verdad post-acontecimiento, hace posible la continuación de la filosofía
moderna y sus tres conceptos medulares: ser, verdad y sujeto.
Althusser, L. (1996). Escritos sobre psicoanálisis. México: Siglo Veintiuno.
Badiou, A. (1990). Manifiesto por la filosofía. Argentina: Ediciones Nueva Visión.
Badiou, A. (1994). La ética. Ensayo sobre la conciencia del Mal. Publicado en “Acontecimiento. Revista para pensar la política”. Número 8. Argentina.
Badiou, A. (1997). Deleuze. El clamor del ser. Argentina: Ediciones Manantial.
Badiou, A. (1999a). El ser y el acontecimiento. Argentina: Ediciones Bordes-Manantial.
Badiou, A. (1999b). San Pablo. La fundación del universalismo. España: Anthropos Editorial.
Badiou, A. (2001). Breve tratado de ontología transitoria. Barcelona: Gedisa editorial.
Balibar, E. (2004). Escritos por Althusser. Argentina: Nueva visión.
Braunstein, N. A., Pasternac, M., Benedito, G., Saal, F. (1987). Psicología: ideología y ciencia. México: Siglo Veintiuno.
Deleuze, G. (2002). Diferencia y repetición. Argentina: Amorrortu editores.
Zizec, S. (2001). El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política.
Argentina: Editorial Paidós.
© Antropos Moderno