La Reserva Federal norteamericana volvió a dejar sin cambios
la tasa de interés de referencia. Con caídas bursátiles considerables, los
“mercados” bailaron durante los dos días que se desarrolló la reunión de la
Fed. Pero a diferencia de lo que podría pensarse, esos movimientos de coyuntura
no estuvieron vinculados a la “incertidumbre” sobre las resoluciones del
organismo que ya estaban cantadas. El origen de las perturbaciones hay que
buscarlo en la cercanía de un eventual Brexit, es decir en la posibilidad de
que el Reino Unido abandone la Unión Europea tras el plebiscito del 23 de
junio.
Mientras la probabilidad de este suceso resultó baja durante
la primer parte de la campaña, los sondeos –es cierto que muy cuestionados- en
su mayoría muestran ahora ganador al Brexit aunque el 17% de los electores se
mantiene aún en el terreno de la indecisión. Si bien gran parte de los
analistas considera que llegado el momento es probable que el resultado se
revierta o que una victoria por la salida obtenga una diferencia tan mínima que
obligue al Reino Unido a renegociar con la Unión Europea, en el caso de que el
Brexit se hiciera realidad, se calcula que la respuesta tan solo inmediata de
la libra esterlina y del mercado de valores británico se traduciría en caídas
superiores al 10%.
El riesgo de Brexit pende como una espada de Damocles sobre
las fragilidades de la economía mundial y tal como alerta Summers: es extendida la creencia de que las incertidumbres
asociadas al Brexit son lo suficientemente significativas como para afectar las
políticas de la Fed y de los principales bancos centrales. En consecuencia no
había chance de que la Fed avivara el fuego del Brexit. Esta certeza sumada a
un muy mal reporte de crecimiento del empleo en mayo en Estados Unidos, borró
del imaginario de los muy poco serios –aunque conocedores del paño- “mercados
financieros” la probabilidad de un aumento de tasas en la reciente reunión de
junio. Mientras tanto, la probabilidad de un alza en julio se redujo desde el
53% de hace una semana hasta un 20% y la mayor incertidumbre se aplaza hacia la
reunión de septiembre.
La política
comunicacional de la Fed no es hija del deseo sino de la necesidad. Larry Summers lo expresa bastante bien: por un lado la
Reserva quiere realmente subir las tasas y lograr una posición más “normal”
pero al mismo tiempo no quiere apretar cuando la economía podría estar
desacelerándose o incubando turbulencias financieras. De esta contradicción
nace su estrategia discursiva que, usando como arma la indefinición, busca
mantener en estado de promesa un eventual aumento de tasas sin decir nunca
cuando va a incrementarlas realmente.
Las mejores escenas
Los adelantos suelen mostrar las mejores partes de la película.
Y así se puede interpretar el “tráiler” que pone de relieve los resultados
inmediatos de la estrategia
comunicacional de la Fed. El carácter dual del mensaje, en tanto busca
explícitamente no resultar convincente respecto de la inminencia de una suba de
tasas, favoreció la anhelada recuperación de los precios de las materias
primas, con el petróleo y la soja entre las más destacadas.
El precio del crudo llegó a rebasar por primera vez en el
año los 50 dólares, acumulando un repunte de casi 80% desde que su precio tocó
fondo el último enero. El discurso de Yellen y sus efectos –la debilidad del
dólar, en particular- se combinaron con factores más “reales” que afectaron la oferta: la
producción libia se mantiene deprimida y lo mismo sucede en una Venezuela asechada
por la crisis política y económica. En Nigeria –uno de los mayores productores de África- la
producción se redujo en alrededor del 40%, los incendios en Canadá impactaron
negativamente en la oferta, la producción en Estados Unidos se contrajo en 500
mil barriles diarios desde el pico de 9,7 millones de hace 13 meses y China
-uno de los 5 mayores productores del mundo- reducirá su producción en un 3%
durante el año en curso. Debido a la conjunción de todos estos factores se
calcula que el mercado mundial podría quedar cerca del déficit por primera vez
en dos años. Por su parte también la soja se vio influenciada por la adversidad
del clima en plena siembra en Estados Unidos, las inundaciones en Argentina que
redujeron los cultivos y el aumento de la demanda china. Factores que
combinados con los resultados de las políticas de la Fed, llevaron su precio a
un nuevo máximo en dos años, superando los 430 dólares por tonelada. De hecho y según Financial Times, durante 2016 las commodities volvieron a
resultar la clase de activos que ofrece mayores rendimientos.
Por otra parte y aunque la incredulidad respecto de una suba
inminente de tasas continuó recalentando Wall Street, el mismo motivo
–combinado probablemente con la amenaza de un alza futura- estimula a los
capitales internacionales a un aprovechamiento rápido de los diferenciales de
rendimiento allende el “centro”. El resultado se puso de manifiesto como un
freno parcial de la reversión del flujo de capitales. En consecuencia, las
emisiones de deuda soberana por parte de los países llamados “emergentes” y
periféricos resultaron, según JP Morgan, un 44% superiores al total del año 2015. Los
mayores volúmenes de deuda creada provienen de América Latina con el liderazgo
absoluto de la Argentina que aparece durante el año en curso como el mayor
emisor de deuda del mundo, seguida por Qatar, Emiratos Árabes, México y
Polonia.
Es evidente que tanto el incremento en el precio de la soja
como al aumento del flujo de capitales desde los países centrales –que como
tendencia posible señalamos enConsecuencias
de un riesgo global inminente- son dos aspectos de la coyuntura que
estimulan una “brisa leve” desde la economía mundial hacia la Argentina. Si se
incluye la emisión de bonos para el pago a los fondos buitres, en sólo tres
meses Argentina tomó deuda por la escalofriante suma de 33.199 millones de
dólares que, según Alfredo
Zaiat, representa el mayor aumento nominal de deuda en la historia nacional
durante un período tan estrecho. Sin embargo las contradicciones que pone de
manifiesto la economía argentina bajo la era Macri: entrada de dólares por un
lado y recesión, caída del consumo y ausencia de nuevas inversiones reales a la
vista, por el otro, concentran gran parte de las disyuntivas de la economía
mundial.
Misterio en el bajofondo
La película suele ser más compleja (y frecuentemente peor)
que su síntesis marketinera. El ciclo senil de las materias primas y una
reversión parcial del flujo de capitales están acoplados –más allá de
movimientos circunstanciales- a factores de tipo
especulativo-financiero y no “reales”. Lo mismo vale para el auge de Wall
Street. Es en este escenario que las políticas
discursivas de la Fed cumplen un rol primordial.
Pero mientras el tráiler muestra algunas –hay que
remarcarlo- materias primas con precios ascendentes y pone en pantalla un
festival de bonos, cuando se mira la película, otros hechos toman la posta. La
escasa productividad está entre los más destacados. Hace unos días con motivo
de la contracción del producto por hora en el sector no agrícola durante el
primer trimestre, el habitual columnista de Financial Times, Eduard Luce,
titulaba “El misterio de la débil productividad en Estados Unidos”.
Decía Luce que “cada vez hay más cambios; desde la entrega de productos
mediante drones hasta el avance de los vehículos autónomos. Warren Baffet, el
gran inversionista, nos promete que la generación de nuestros hijos será ‘la
más afortunada de la historia’. El mundo se está acelerando en muchas áreas
excepto en una: la productividad. Este año, por primera vez desde principios de
la década de 1970, el crecimiento de la productividad estadounidense
seguramente mostrará números negativos, tras una década de fuerte desaceleración”.
Y el aparente misterio se reproduce en Reino Unido. En otro artículo de Financial Times el también columnista
Chris Gilles señalaba: “El temor ahora es que la automatización y la
inteligencia artificial están avanzando tan rápido que, a diferencia de la
generación anterior, traerá los retos insuperables de redundancia humana y la
concentración de los ingresos. No hay sin embargo ninguna señal en los datos de
una aceleración en el progreso tecnológico. Los datos oficiales (...) mostraron
un número récord de personas británicas en el trabajo (…). No obstante, el
crecimiento de la productividad ha estado de capa caída. Un informe sobre la
economía digital de Conference Board (…) mostró que el crecimiento de la
productividad del Reino Unido acaba de caer al 0,1 por ciento entre 2007 y
2014, desde un promedio de 1,9 por ciento entre 1999 y 2006.”
Sin embargo no hay misterio en las aparentes contradicciones
expuestas. O, dicho de otro modo, lo que resuelve el misterio es la escasez de
inversión que deviene una muestra significativa de lo que sucede en el
“territorio” más allá de las luces de lavideoeconomía de
la Fed. Como también señala Eduard Luce “La producción económica es la prueba
definitiva de nuestra capacidad para crear riqueza” y ese es precisamente el test
que el capital no está superando amén de los grandes adelantos tecnológicos. La
“incapacidad para crear riqueza” que en términos genéricos se trata de valores
de uso y en términos del capital, de valores de cambio y de ganancia, dice
mucho sobre la economía real. Bastante de esto desarrollamos en el Dossier Pensando
la crisis económica mundial y en la serie sobre productividad cuya
entrega más reciente es La
conspiración de los robots.
El asunto nos retrotrae en parte al principio. Sobre la
economía mundial pende el fantasma del Brexit que se cuece en un clima de
polarización con ascenso de la xenofobia en el Reino Unido. Acontecimiento que,
como el fenómeno Trump y su contraparte por izquierda, el fenómeno Sanders, son
hijos de las consecuencias funestas y estructurales de la crisis de 2008 sobre
amplias mayorías de las clases trabajadoras.
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