Paula Bach
Una buena para la economía europea: las recientes pruebas de
resistencia de los bancos arrojaron mejores resultados que en 2014. La mala es
que nadie cree en la validez de las pruebas. El resultado: aunque la mayoría de
las 51 entidades sometidas al simulacro lo superó con éxito, en los días
inmediatos posteriores, las pérdidas de las acciones bancarias superaron los
45.000 millones de euros. Una semana después la tendencia continuaba y la banca
europea había perdido cerca del 4% de su valor bursátil.
De todos modos, tampoco la totalidad de los bancos pasó el
test satisfactoriamente. La nota la dio el italiano Monte dei Paschi, el tercer
mayor banco de Italia, que hubiera quebrado de hacerse realidad uno de los
peores escenarios del simulacro. Horas antes de conocerse los resultados del
“juego” se supo que en el “mundo real” el banco había sido sometido a un
rescate que involucra una titularización de activos incobrables de magnitud sin
precedentes en Italia. También dos bancos irlandeses, un banco austríaco y los
alemanes Deustche Bank y Commerzbank, mostraron situaciones de diversa
vulnerabilidad.
Las pruebas son comparables a un electrocardiograma de
esfuerzo, pero en el caso de los bancos se trata de evaluaciones en papel que
miden la solvencia de las entidades ante múltiples situaciones -incluyendo las
más adversas- imaginadas desde el presente hasta 2018. Pero la falencia más
importante de las pruebas –y por lo que nadie les otorga demasiado crédito-
reside justamente en la “imaginación”…Como le sucede seguido a la teoría
económica o a la “economía política”, los escenarios pensados son abstractos.
Por un lado se utilizan modelos desarrollados de acuerdo a
los hechos críticos verificados hasta 2015. De modo tal que acontecimientos
posteriores, novedosos históricamente y de gran influencia sobre la
rentabilidad y estabilidad bancaria como por ejemplo los tipos de interés negativo o…Ay! el Brexit, quedan
por fuera. Por el otro lado, The Economist observa que la mayoría de los inversores está
más preocupado por las “dolencias crónicas” que por el tipo de choques (para
colmo, no demasiado “concretos”, insistimos) simulados por las pruebas de
resistencia. Según El País, esas “dolencias crónicas” se manifiestan en dos
aspectos claves. El primero, que afecta a toda la banca europea pero a la
alemana en particular, versa sobre la capacidad de generar rentabilidad con
tipos de interés en mínimos históricos. El segundo, que afecta en particular a
la banca italiana, está asociado a las sospechas sobre la mala calidad de los
activos. Por su parte, The Economist, resalta también que los bancos están estrechamente
ligados a la salud económica de los países en los que operan y que mientras el
bajo crecimiento en Europa persiste, nadie puede esperar una performance
bancaria en la que todo esté bien.
Y efectivamente, hace
tiempo insistimos en que los problemas de la banca -aunque se
arrastran desde largo y subsisten como eslabón débil- adquieren particular
relevancia frente a nuevas fragilidades de la “economía real”. Justamente los
dos grandes rubros ignorados por los test de estrés –tasas de interés negativas
y Brexit- se derivan de dos asuntos muy “reales”. En gran medida, la menor
eficacia de las tasas “cero” y la proliferación de tasas negativas, son consecuencia
de los límites
de la sinergia entre las políticas monetarias expansivas y la “meca”
china que –arrastrando a los “emergentes”- actuó como receptora de los capitales
sin destino en los países centrales. El Brexit, por su parte, resulta
indisociable de las consecuencias
económicas, sociales y políticas del crecimiento debilitado de los
años pos Lehman.
¿Recesión en el Reino?
Resulta que el Brexit, goza de un comando
que de “exit” no tiene demasiado e intenta negociar con la UE trabajosas
condiciones intermedias, permaneciendo por ahora el Reino Unido en una suerte
de “no lugar”. Y aunque las repercusiones
económicas internacionales del evento aún resultan
indeterminadas, las consecuencias sobre la economía británica ya se
hacen evidentes. La semana pasada el Banco de Inglaterra volvió a recortar las
tasas de interés por primera vez desde 2009, amplió el esquema de
flexibilización cuantitativa e introdujo un nuevo régimen de financiación para
los bancos. El motivo de las políticas implementadas por el presidente de la
entidad, Mark Carney, es que la actividad del sector manufacturero, de
servicios y de la construcción, se redujo fuertemente en julio y los dos
últimos rubros, según The Economist, lo hicieron al ritmo más veloz desde
2009. También según el semanario británico, las encuestas revelan un amplio
pesimismo entre las empresas a medida que los pedidos desde el exterior se
esfuman y la economía británica parece destinada a sufrir, al menos, una
recesión leve.
Más allá del tenor que finalmente adquiera la recesión, se
vislumbran brechas entre el Banco Central y el Tesoro y diversas voces están
clamando por anticipado que las medidas monetarias resultarán insuficientes en
el Reino del Brexit. Según el columnista de The Guardian, Larry Elliot, con el nuevo paquete de estímulo, el
presidente del Banco de Inglaterra no habría hecho más que comprar algo de
tiempo ya que a decir verdad, el Banco sólo puede generar una versión modesta
de la apagada y desequilibrada recuperación que siguió a la gran recesión de
2008-9.
En las tensiones entre el Banco Central y el Tesoro, se
abren paso nuevamente los problemas relativos a la debilidad de la economía
real. Elliot insiste en que el Banco Central no puede recortar el IVA o
explotar las ultra bajas tasas de interés para invertir en proyectos de gasto
público a largo plazo. Y resalta que tampoco puede resolver el Banco los
profundos problemas estructurales que encorsetaron a la economía durante
décadas como un exceso de confianza en el mercado inmobiliario, un sector
productivo de tamaño insuficiente que resulta en un déficit comercial crónico o
la falta de conocimientos y de inversión que se manifiestan en un registro de
la productividad pobre.
A decir verdad, el murmullo que fomenta la necesidad de
políticas de inversión pública –más allá de sus probabilidades
reales de implementación- excede al Reino Unido y expresa tanto la
debilidad de la “demanda agregada” y el crecimiento económico durante los
últimos años, como las mayores dificultades que en un nuevo escenario
enfrentarán las políticas monetarias. Por mencionar los más inmediatos y
posibles efectos, el recorte de tasas de interés del Banco de Inglaterra –en un
contexto de gran incertidumbre en la segunda plaza financiera mundial- va a
afectar nuevamente la rentabilidad bancaria –otra vez la economía real azuzando
las líneas de falla de los bancos. Justamente el nuevo esquema británico de
financiación para los bancos tiene el objeto de contrarrestar anticipadamente
la caída de la rentabilidad. Por otra parte la devaluación derivada de la libra
genera presiones a la revaluación del dólar a la vez que dificulta cualquier
intención –por más lejana que sea- de incremento de tasas por parte de la Fed.
Cuestiones que debe remarcarse –aún sin necesidad de jugar pronósticos
apresurados- tienen al menos la potencialidad de afectar a la economía
norteamericana e incrementar
el daño del Brexit sobre la economía internacional.
El “fracaso del éxito” neoliberal
Volviendo atrás en la historia y retomando la dicotomía
entre el “mundo de las finanzas” y el mundo de la “economía real”, vale
recordar que si uno de los acontecimientos que signan el inicio del
neoliberalismo fue el alza de las tasas de interés por parte de la Reserva
Federal en 1979, la facultad de restablecer la rentabilidad del capital y
propiciar el crecimiento moderado de las décadas recientes, tuvo un
origen claro en la “economía real” o para decirlo de manera más contundente, en
el “territorio”. Sin pretender desarrollar aquí las condiciones generales de la
ofensiva neoliberal, importa resaltar el objetivo fundamental en los países
centrales que consistió en, como apunta David Harvey, “hacer el trabajo local competitivo con la
mano de obra mundial”. Tarea que contó entre sus hitos claves los procesos que
–con particular énfasis en la década del 2000- operaron deslocalizando la
producción desde Estados Unidos hacia China y desde Alemania y los países de
Europa central hacia el Este. Mientras, y a su vez, la migración interna
europea hacia el centro se intensificó desde 2004 tras la ampliación de la UE.
Según Timothy Garton Ash,desde aquel año se establecieron en Gran
Bretaña cerca de 2 millones de migrantes. Por supuesto el rol instrumental de
los mecanismos financieros destinados a habilitar la movilidad internacional
del capital, resultó un complemento clave del proceso.
Pero lo que interesa resaltar aquí es que aquel éxito
neoliberal –cuyos límites analizamos en Estancamiento secular, fundamentos y dinámica de la crisis-
se está constituyendo –con su secuela de ingresos estancados, precarización y
desempleo estructural- en la sustancia del repudio a la globalización que hoy
brota en amplios sectores de las clases obreras blancas de los países
centrales. Fenómeno al cual –con una alta cuota de demagogia- va dirigido el
discurso xenófobo, aislacionista y proteccionista de Donald Trump o de los
impulsores de la campaña del Brexit, entre otros, como desarrollamos en La
“furia populista” que conmueve al mainstream.
Y el problema central es que justo cuando las conquistas de
la ofensiva neoliberal en la “economía real” se hallan en proceso
de agotamiento, el sentimiento de “ausencia de progreso individual” está
adquiriendo peso en expresiones políticas de derecha que amenazan la base de
sustento de las “elites gobernantes”. La ilusión –aún débil- de sustituir la
“meca” china por la India que hasta hace unos meses nomás guardaba la prensa
financiera internacional, se trocó por una suerte de pánico a la “ira
populista”. La probable persistencia y eventual consolidación de aquellos
fenómenos –aún en el mediano plazo- obliga a pensar un escenario de mayor
polarización y fortalecimiento de sus contrapartes por izquierda. No está
descartado que la política golpee antes que la economía, obstaculizando la
administración gradual de la crisis para la cuál las “elites” demostraron
bastante pericia durante los últimos años.
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